Diario de Carcosa /10


Entrada #34 (23/05/2017)

Sin noticias del Club Social Carcosa en Internet. He tenido que salir a la calle para hacer algo de compra pero, sobre todo, para que me diese el fresco. Aun siento esa sensación extraña, irreal, de andar colocada todo el día y a todas horas, pese a que a estas alturas mi cuerpo ya debería haber expulsado cualquier clase de sustancia que me hubiesen introducido (si es que lo habían hecho, claro). Por si acaso he pasado por la farmacia, antes de acercarme a la tienda de la esquina a comprar leche, pan, mermelada, mantequilla de cacahuete, algunas conservas y platos precocinados y un pack de coca colas Zero.
Al salir a la calle me ha parecido ver al otro lado una figura que me observaba semioculta entre varios vehículos aparcados, pero cuando he conseguido cruzar no he visto ni rastro de ella por parte alguna. ¿Me lo he imaginado o me estaba espiando de verdad? ¿Quién era? La capucha de la sudadera le ocultaba el rostro casi por completo, pero juraría haber percibido un atisbo de un ojo de color verde intenso bajo un mechón de pelo negro antes de que un autobús la ocultase de mi vista y desapareciese. Por un momento he pensado en preguntarle a los transeúntes, pero todavía no estoy tan desquiciada. Aún no.
Finalmente he dado la vuelta, aunque intentando observar con disimulo si alguien me seguía. Todo el mundo parecía ir a lo suyo, aunque de vez en cuando sorprendía alguna mirada de reojo que lo mismo podía ser de curiosidad que de extrañeza. ¿Qué tenía de raro, aparte de las bolsas de la compra? Mi aspecto era el mismo de siempre, el que había atraído a Marten y seducido a la dependienta de la tienda de música. ¿Había algo diferente, a mí alrededor, que yo no percibía, pero los demás sí? Por un momento sentí el impulso de picar a la puerta de mi vecino, un camarero en un local de moda que solía trabajar de noche y dormir durante el día, sólo para ver si lograba despertarle del todo y sentir algo de contacto humano. Finalmente, deseché la idea. Mi nueva yo deseaba acostarse con él (y ya de paso, hacer cosas mucho peores) pero algún rastro de la antigua Andrea me obligó a entrar en mi apartamento y cerrar la puerta tras mi con doble llave, no sólo para evitar que alguien de fuera entrara, sino por mi propio bien.

(Continuará)
 
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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