Memorias de Yhtill, capítulos IV, V y VI



IV

Desierto de Yondo, al sur de Carcosa.

Y por fin llego el día decisivo, el momento en que toda la potencia militar combinada de los tres reinos se enfrentó al ejército del Signo Amarillo en una sola batalla que decidiría no sólo el destino de Carcosa, sino de la propia dinastía.
Durante varias horas ambos ejércitos maniobraron uno frente al otro, como enjambres de hormigas, hasta que la caballería del príncipe Thale lanzó un ataque en diagonal hacia el centro de las líneas enemigas, y los generales del Rey - Yhtill incluido - desplegaron sus alas como un gran buitre dispuesto a engullir a su adversario.
El combate duró horas y Hildred aguantó de pie, al frente de sus hombres, rechazando asalto tras asalto de las tropas de la Coalición, pero ni siquiera él era inmune a la fatiga. Casi al final, cuando la luz de los soles gemelos empezaba a agonizar tras el horizonte, se dejó caer hasta apoyar la rodilla en tierra, lo que provocó un nuevo frenesí entre los atacantes. Yhtill estaba lo bastante cerca como para verlo y correr en su dirección, segando cuerpos como si fuese una guadaña, hasta que llegó junto a su amigo y, jalando de él, logró ponerle de nuevo en pie. Hildred se apoyó en Yhtill, momento que este aprovechó para desenfundar su daga, una daga especial fabricada con hierro puro, y hundirla entre las costillas del Rey, empujando más y más hasta que la punta le perforó el corazón y este comenzó a escupir sangre. Yhtill retrocedió un paso y dejó que Hildred cayese de nuevo al suelo, mientras los legionarios de Hali se abalanzaban sobre él y empezaban a encadenarle. Pero antes de que se lo llevasen a rastras, el Rey le lanzó una última mirada iracunda y exclamó:
- ¡Los festoneados harapos del Rey de Amarillo deberán ocultar Yhtill para siempre!
Y rubricó sus palabras con un escupitajo sanguinolento que quedó marcado en el suelo, entre los dos, hasta que Yhtill lo borró con el pie, justo en el momento en que ambos soles se ocultaban definitivamente tras el horizonte.

V

París, 1977.

- ¿Harapos festoneados? ¿En serio? ¿Quién habla así? Su amigo parece un personaje sacado de una obra de un mal imitador de Shakespeare - sentenció el doctor Archer, mientras se ajustaba las gafas sobre el puente de la nariz.
- Hildred tenía una vena histriónica. Creo que le venia de familia. El caso es que, a medida que pasaba el tiempo, me di cuenta de que algo había cambiado. Ya no necesitaba comer ni dormir. La gente vivía y moría a mi alrededor y yo seguía ahí. No podía morir, y nada podía matarme.
- Parece una extraña maldición.
- Lo sé - dijo Yhtill, apartándose de la ventana para regresar a su butacón de cuero -. Por eso digo que tal vez no fuese una exactamente una maldición. Tal vez fuese una advertencia, o alguna clase de mensaje. Tal vez se supone que yo tenía que sobrevivir para hacer algo más, aunque todavía no tenga muy claro el qué, ni el porqué.

VI

Teatro Montparnasse, París. 1888.

El día del estreno fue un éxito rotundo. El público abarrotaba el teatro. El interludio había quedado atrás, y el segundo acto se hallaba muy avanzado, cerca del clímax final, aunque tan sólo uno de los espectadores que llenaban aquella noche el Montparnasse tenía una idea aproximada de lo que iba a pasar a continuación.
En el escenario, la reina Cassilda estaba a punto de anunciar la Sucesión. Un gong empezó a sonar desde un lugar desconocido, al tiempo que todos los presentes procedían a quitarse sus máscaras, entre murmullos y gestos de sorpresa, a medida que se iban reconociendo entre ellos. Hubo un estallido de risas y la música se fue haciendo más y más fuerte.
- Debes desenmascararte, señor - dijo la reina.
- ¿De veras? - repuso el forastero.
- De veras, es el momento. Todos hemos dejado a un lado nuestros disfraces excepto tú.
- No llevo máscara.
- ¿No llevas máscara? - repitió la reina, llamando la atención de su hija Camilla -. ¡No lleva máscara!
- Yo soy la propia Máscara Pálida. Yo, yo, yo soy el Espectro de la Verdad. Procedo de Alar. Mi estrella es Aldebarán. La verdad es nuestra invención, es nuestra arma de guerra. Y ved... este es el signo que hemos conquistado, y el asedio del bien y el mal ha terminado.
- No fue exactamente así - le susurró Yhtill a la persona sentada a su izquierda, una joven morena vestida con un elegante conjunto de tafetán rojo y joyas de diseño fantástico.
- ¿Disculpe?
- Que no fue exactamente así como pasó.
- ¿Y usted cómo lo sabe?
- Yo estuve ahí, y lo recuerdo todo como si hubiese ocurrido hace un momento, y no muchísimo tiempo atrás.
La joven le miró de soslayo al tiempo que enarcaba una ceja en señal de escepticismo.
- ¿Sabe que sólo es una obra de ficción, verdad?
- La realidad sólo es otro tipo de ficción, querida, y ni siquiera especialmente convincente - repuso Yhtill, ante la indiferencia de su interlocutora y los airados gestos de varios otros espectadores que exigían silencio.
- Además, yo nunca llevo máscara - musitó, para sí, una última vez, antes de devolver su atención a lo que estaba ocurriendo en el escenario.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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