Memorias de Yhtill, capítulos VII, VIII y IX


VII

Bremen, 1896.

- Así que por fin nos vemos las caras - dijo el detective, adentrándose con paso firme en el oscuro almacén sin más armas que su arrogancia y su bastón de madera de caoba.
- Que sorpresa - dijo Yhtill, aunque no había nada en su tono que diese la menor impresión de estar sorprendido -. Hemos atraído la atención del gran detective en persona. Pero ¿dónde ha dejado a su fiel compañero de aventuras? Ah, disculpe. Olvidaba que usted está muerto para el resto del mundo, aunque tiene un aspecto envidiable para haberse precipitado desde lo alto de una catarata en Suiza.
- Vivo o muerto, este sigue siendo mi mundo, y no apruebo los planes que usted y su Rey tienen para él.
- ¿Ha oído hablar del Rey de Amarillo? - preguntó Yhtill, y esta vez si había un matiz de genuina sorpresa en su voz.
- ¿Y quién no? Es un Rey al que han servido Emperadores. ¿No es eso lo que se dice sobre él? Además de otras muchas cosas, a cual más extraña y misteriosa.
- Y sin embargo, aquí está. Me sorprende que precisamente usted le haya prestado tanta atención a una galería de mitos y rumores - dejó caer Yhtill, mientras se acercaba al detective de forma casual. Los portadores del Signo le observaron, esperando instrucciones, pero este les hizo una discreta señal para que se quedaran al margen y le dejasen actuar a él.
- Como ya dije en una ocasión, una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe de ser la verdad.
- Ah, un hombre de mente abierta. Que poco común, en estos tiempos. ¿Y cómo nos ha localizado, si no es indiscreción?
- He ido siguiendo el rastro del Signo Amarillo por media Europa hasta llegar hasta aquí. Una vez descubierta la pauta, no ha sido difícil anticiparme a su siguiente movimiento.
- Fascinante - reconoció Yhtill, y era sincero -. ¿Y qué piensa hacer ahora? Se ha metido solo en la boca del lobo, y el resto del mundo le da por muerto. No parece lo más inteligente para alguien de su reputación.
- Oh, yo no me preocuparía tanto por mi reputación. De hecho, una de las ventajas de estar muerto es que no tienes que preocuparte acerca de lo que piensen los demás.
- Sin embargo, ha sido muy imprudente - insistió Yhtill, a la vez que se quitaba sus anteojos ahumados -. Muy británico, pero muy imprudente. Le prometo que será rápido.
- Que curioso. Yo iba a decirle lo mismo - repuso su interlocutor, devolviendo la mirada a Yhtill con absoluta indiferencia. Antes de que este pudiese reaccionar, el detective desenvainó su bastón, esgrimiendo una hoja brillante y afilada y hundiéndosela en el pecho, entre las costillas, fallando el corazón por muy pocos milímetros.

VIII

Los Ángeles, 2016.

- ¿Qué fue lo que salió mal? - preguntó la doctora Archer, sin dejar de trazar garabatos sobre su agenda de notas.
- El detective era una criatura de razón pura, con un control extraordinario de sus emociones. Y había hecho bien sus deberes. Su arma era de acero Edelstahl, bañado en plata. Una pulgada más arriba y me hubiese atravesado el corazón - reconoció Yhtill, jugueteando con un pequeño broche de onyx.
- ¿Y hubiese podido matarle?
- No creo. Dañarme si, inmovilizarme, tal vez. Pero matarme, lo dudo, aunque estuvo muy cerca. Así que tuve que marcharme.
- ¿Huyó? - insinuó la doctora, con un atisbo de sonrisa bailando entre las comisuras de su boca.
- Digamos que emprendí una retirada estratégica. No es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso, aunque en aquel momento parecía la mejor opción. Sólo lamento no haber tenido ocasión de volver a cruzar espadas con el detective.
- ¿No volvió a verlo nunca?
- Oh, si, en 1914, poco antes del comienzo de la Gran Guerra. Por aquel entonces mi adversario estaba colaborando con el MI6 para investigar las actividades en Inglaterra de un peligroso señor del crimen oriental. Ya era casi un anciano, aunque se mantenía en muy buena forma y tenía la misma lucidez y agilidad mental que le caracterizaban. Así y todo, no hubiese sido un combate justo. Además, nuestros objetivos coincidían hasta cierto punto, por lo que me pareció más práctico permanecer en segundo plano y dejar que él y sus socios se encargasen del problema.
- Tal y como habla de él, parece como si lo admirase.
- Era un personaje... interesante, en su anómala humanidad. Al igual que su padre, doctora. De hecho, ambos tenían más de un punto en común.
- Gracias - repuso la mujer -. Estoy segura de que él apreciaría su comentario. ¿Significa eso que esta vez si piensa pagarme la consulta?
- Sabe, volví a tropezarme con un arma parecida varios años después - rememoró Yhtill, en uno de esos bruscos cambios de conversación que le caracterizaban -. Cuando entré en el Palacio del Dolor de Maal para recuperar la capa del Rey de Amarillo, Maal tenía un bastón muy parecido al del detective... Puede, incluso, que fuese el mismo. ¿No es extraño? Quiero decir, ¿qué posibilidades había? Si Hildred estuviese aquí ahora, seguiría hablando de sincronía, o la manipulación de la causalidad.
- ¿Qué manipulación? - inquirió la psiquiatra, ante lo que Yhtill se limitó a sonreír de forma enigmática.
- Buena pregunta.

IX

Beethmora, más allá de las tierras del sueño.

Hildred e Yhtill se habían refugiado en Beethmora tras un largo viaje de incógnito a través de las diversas ciudades y reinos del Imperio, durante el cual Hildred pasaba largos periodos de tiempo escribiendo y dibujando en su diario, tomando nota de todo lo que veían a su paso, mientras que Yhtill permanecía en un discreto segundo plano, siempre atento, pero sin perder de vista a su líder y compañero de travesía.
El tiempo en Beethmora parecía discurrir de forma diferente. Los dos viajeros dedicaban sus días a descansar, mientras que por las noches recorrían todas las tabernas y casas de placer que la ciudad podía ofrecer a sus visitantes. Un día, tras una intensa jornada de consumo de opio y absenta, Hildred sugirió que combatiesen la resaca en una conocida casa de masajes del barrio viejo. Pero mientras que Yhtill se relajaba bajo las manos ágiles y expertas de la masajista, su compañero había sacado su diario y se entretenía dibujando bocetos de una extraña figura vestida con amplios y deshilachados ropajes.
- ¿Qué haces?
- Estoy diseñando nuestros uniformes. He pensado que si vamos a enfrentarnos a la Coalición en inferioridad de condiciones, tenemos que mejorar nuestro aspecto.
- ¿En serio crees que lucharemos mejor disfrazados?
- No son simples disfraces - explicó Hildred -. Para compensar nuestra inferioridad numérica, tenemos que rodearnos de un aura de misterio. Confundir al enemigo. Hacerle creer que somos más peligrosos de lo que aparentamos ser.
- ¿Y ese dibujo?
- ¿Te gusta? Yo lo llamo el Rey de Amarillo. Sencillo, pero efectivo. El líder del grupo. Una figura esquiva, siempre envuelto en los pliegues de su capa y con el rostro semioculto bajo la capucha. Tal vez le añada algunos complementos, como una máscara astada, un bastón de fresno o un libro encuadernado en piel humana. ¿Qué te parece?
- Siniestro.
- Esa es la idea.
- Pero ¿por qué amarillo? ¿No es demasiado llamativo? Quiero decir, no es el color ideal para pasar desapercibido entre las sombras.
- Por el simbolismo. El amarillo es el color del miedo y de la enfermedad. Pero a la vez también representa la juventud, la alegría y el optimismo. Es una combinación interesante, ¿no crees?
- Si lo que quieres es ser el blanco de todas las flechas, desde luego - dijo Yhtill, antes de que un pensamiento inquietante le asaltase -. No estarás pensando en hacer otro de esos para mi, ¿no?
- Pues la verdad es que sí, pero no acabo de dar con un diseño convincente. A ti no te sienta bien el estilo recargado, así que en su lugar había pensado en algo más sencillo y minimalista. Tal vez un uniforme que sólo cubriese de cintura para abajo, mientras que el resto del cuerpo se podría camuflar con unos cuantos tatuajes y algo de maquillaje corporal. El Rey de Amarillo y su mano derecha, la Máscara Pálida. ¿Qué te parece?
Yhtill reflexionó en silencio varios segundos, mientras la masajista atacaba un nudo de músculos especialmente complicado de su espalda.
- No me convence. Lo de pálido suena como... enfermizo. Además, yo nunca llevo máscara.
- Lo sé. Eres demasiado directo. Y sincero. Deberías tener un seudónimo que reflejase tu personalidad, como el fantasma... no, el Espectro de la Verdad. El fiel señor de la guerra al servicio del Rey de Amarillo. ¿Mejor así?
- ¿Al servicio? ¿De verdad quieres que te explique lo que te puedes servir, y por dónde puedes servirtelo? - replicó Yhtill, ofendido, arrancándole una carcajada a su siempre serio compañero.
- Directo y sincero. No cabe duda, es el alias que mejor te pega.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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