Memorias de Yhtill, Capítulo XII



XII

Berlín, Febrero de 1933.

El local estaba lleno de gente y humo. La mayor parte del publico estaba pendiente de la joven que cantaba en el escenario, excepto un hombre alto y moreno, vestido con un largo chaquetón de cuero negro y unos anteojos oscuros, que se movía entre las mesas buscando a una persona concreta. Cuando la localizó se sentó a su lado, sin pedir permiso ni esperar invitación.
- Buenas noches, señor Wilde. Tiene muy buen aspecto para ser alguien que está muerto.
El aludido miró al recién llegado con curiosidad. El señor Wilde era un hombrecillo diminuto, de aspecto algo grotesco y desproporcionado. Aunque tenía el rostro casi oculto entre el ala del sombrero y el cuello de su abrigo, era muy difícil no darse cuenta de las hileras de arañazos que le recorrían la cara, así como del brillo cristalino de uno de sus ojos.
- ¿Ha venido a matarme?
- ¿Por qué piensa eso?
- Es Yhtill, ¿no? El señor de la guerra. El Espectro de la Verdad. La mano derecha del difunto Rey de Amarillo. Una muerte en la que, si mal no recuerdo, usted tuvo mucho que ver.
- La gente dice muchas cosas, pero el caso es que algunos muertos se resisten a quedarse muertos, como usted mismo. ¿O no hay una tumba con su nombre en algún lugar de los Estados Unidos?
- Un ardid vulgar, pero necesario. Mi trabajo allí había terminado, y Berlín es una ciudad preciosa en esta época del año. ¿No le parece?
- No sabría decirle - respondió Yhtill, encogiéndose de hombros. En el escenario, la joven morena cantaba acerca de una difunta amiga llamada Elsie, que el día de su funeral había lucido más hermosa que nunca. Terriblemente apropiado, pensó para sí mientras se acomodaba en la silla.
- Entonces, si no ha venido a matarme, ¿qué puedo hacer por usted?
- Necesito un buen reparador de reputaciones.
- No parece la clase de hombre a la que le importe lo que piensen los demás de él.
- Y no lo soy. En realidad, estoy interesado en la historia de la dinastía imperial y, más en concreto, en el árbol genealógico de la familia Castaigne.
- ¿Sí? Pues yo estoy retirado. Ahora sólo me dedico al negocio de las antigüedades, a pasear por la avenida Kurfürstendamm y a frecuentar locales de ocio como este. ¿Porqué debería ayudarle?
Yhtill iba a responder cuando un alboroto repentino llamó su atención. Un grupo de hombres uniformados había rodeado a uno de los clientes de la barra y le zarandeaban sin piedad, al tiempo que proferían insultos tales como «Judío» e «Invertido». Cuando hizo ademán de levantarse, Wilde le retuvo, con un gesto casual pero firme.
- Déjelo. Es mejor que no intervenga.
- ¿Porqué? ¿Quiénes son?
- Tropas de asalto del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei. Nazis. Un partido joven pero que está creciendo rápidamente gracias a la crisis económica y la agitación social. Su líder, Herr Hitler, tiene unas ideas muy radicales acerca del futuro de Alemania y el tratado de Versalles. No es buena idea enemistarse con ellos.
Como si intuyesen que habían despertado su interés, varios de los uniformados miraron en dirección a la mesa donde se encontraban Wilde e Yhtill, y les dedicaron varios gestos desafiantes. Wilde se puso en pie lentamente y, sujetándose del brazo de su acompañante, añadió:
- Deberíamos de irnos ahora que todavía estamos a tiempo.
Yhtill se encogió de hombros y aceptó el consejo del reparador de reputaciones. Los SA se rieron de ellos e hicieron algunos chistes obscenos acerca de su relación y la buena pareja que hacían, pero les dejaron pasar. Ya en el exterior, pudieron ver a más grupos de gente uniformada que apedreaban escaparates, mientras que otros alimentaban hogueras con muebles y libros que habían transportado hasta allí en cajas de madera.
- Cada cierto tiempo, parece que este mundo se vuelve loco.
- Usted, al menos, puede irse cuando quiera. A otros no nos queda más remedio que adaptarnos y sobrevivir - filosofó Wilde, mientras se arrebujaba en su abrigo de piel para protegerse del frío aire nocturno.
- ¿Qué significa ese emblema? - preguntó Yhtill, señalando la banda que todos los Sturmabteilung portaban en el brazo derecho.
- Es uno de los símbolos de su partido. Creo que lo llaman esvástica.
- Me resulta conocido. Juraría que ya lo he visto antes, en algún otro lugar.
- Es posible. Los nazis lo han adoptado de la simbología aria. La palabra esvástica, de hecho, viene del sánscrito y significa «Buena fortuna» o «Bienestar», aunque no creo que ese pobre desgraciado del cabaret piense igual.
- ¿Me ayudará, entonces?
- ¿Porqué no? Le haré un favor, y usted me deberá uno. Y siempre es buen negocio que la muerte te deba un favor. Auf Wiedersehen, Espectro de la Verdad.
- Hasta la vista, reparador de reputaciones - respondió Yhtill, observando a Wilde mientras el hombrecillo se perdía calle abajo hasta desaparecer entre las sombras de la medianoche.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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