Incidente en Red City #08


(Imagen de Free-Photos en Pixabay)

No sabía dónde estaba, ni como había llegado hasta allí. Parecía un bosque, tan viejo y reseco como el mundo, con árboles de ramas peladas y formas retorcidas que daban la impresión de doblarse sobre sí mismas. No se oía el menor sonido, ni de aves, ni de insectos, ni siquiera del cálido viento de mediatarde. A su alrededor sólo había árboles, más árboles y silencio.
Sentada en un tronco cercano había una figura humana de espaldas a ella. Pese a que no le podía ver la cara, aquella silueta tenía algo característico, familiar. Caminó hacia ella en sueños, de tal manera que sus pies apenas tocaban el suelo, ni sentían el agudo pinchazo de las ramas y piedras que se extendían bajo ella. Al acercarse a la figura la oyó repetir la misma frase una y otra vez en susurros, como si recitase una extraña letanía. Extendió su brazo para tocarle el hombro y, pese a la distancia que las separaba, su mano pareció extenderse más de lo normal hasta alcanzar a la otra persona. Al tocarla, notó como su cuerpo se estremecía, bien por el frío, bien por los sollozos que escapaban de su garganta. Antes de que pudiese preguntarle que le pasaba, la chica susurró: 
- No lo encuentro.
- ¿Qué es lo que no encuentras? - preguntó Lesya, intrigada.
- Mi cuerpo - replicó Jordana, mirándola con unos ojos que, en realidad, eran nudos apretados de gusanos que se desparramaban de sus cuencas sobre sus mejillas y su regazo -. No sé dónde lo han enterrado. ¿Lo sabes tú? ¿Puedes ayudarme?
- Yo... - musitó Lesya, retrocediendo poco a poco hasta tropezar con una raíz que la hizo caer de espaldas, con la vista fija en el cielo. Un cielo azul claro salpicado de nubes blanquecinas, parecidas a tiras de algodón desgarrado.

Fue la música la que le trajo de vuelta. Por extraño que pareciese, el sonido de una guitarra tocando los acordes de “Stairway to Heaven”, de los Led Zeppelin. La joven abrió poco a poco los ojos, esperando a que sus pupilas se acostumbrasen a la luz antes de echar un vistazo. Seguía tumbada en una cama, pero libre, y le habían cambiado la ropa por un cómodo y limpio camisón de hospital. Tenía una vía en el brazo conectada a un gotero desde el que le administraban suero y algo más que no podía identificar. La almohada era blanda y deliciosamente confortable, mientras que las sábanas olían a jabón de lavanda y suavizante.
A poca distancia, sentado junto a la puerta, un desconocido tocaba las cuerdas de una vieja Les Paul. Ese era el sonido que la había traído de vuelta desde más allá del sueño. Por lo que pudo ver, el músico era un tipo de mediana edad, canoso, vestido de blanco y negro, y tenía todo el aspecto de un camarero que se había escapado del trabajo para tomarse un descanso mientras se fumaba un cigarrillo.
- ¿Donde... dónde estoy? - logró articular la joven, al segundo intento. El hombre dejó de tocar su instrumento y la observó en silencio durante varios largos segundos antes de golpear la puerta con los nudillos. Al cabo de un rato, esta se abrió para dejar pasar a otro desconocido, este vestido de sacerdote, y exhibiendo una sonrisa mucho más afable que la del guitarrista.
- Me alegro de verla despierta. ¿Cómo se encuentra? Soy el padre Whelan, de la parroquia de nuestra Señora de las Rocas. También llevo el albergue juvenil de la calle Leland. Puede que la señorita Williams le hablase de mi.
- Puede que usted sea quien dice ser - aceptó Lesya, todavía con un hilo de voz -. pero estoy segura de que ese no le reza al mismo Dios que nosotros -, añadió, señalando al músico.
- Oh, no. El señor Niemand solo es un... colaborador externo, aunque durante su estancia en Red City haya decidido echarnos una mano con algunos asuntos que escapan a nuestra competencia. Siempre de forma extraoficial, claro está. Incidentalmente, él es el responsable de que se encuentre ahora entre nosotros. No se preocupe - se apresuró a añadir Whelan -, nadie más conoce su paradero exacto. Aquí está segura.
- Segura - repitió la joven, acompañando la palabra de una mueca que pretendía ser una sonrisa -. Nunca volveré a estar segura. Ni yo, ni nadie que hable conmigo, o intente esconderme de ellos.
- ¿Ellos? - repitió a su vez Whelan, de la que tomaba asiento junto a la paciente.
- Los Lobos Negros. El sindicato criminal de Salcedo. Controlan la mayor parte del tráfico de drogas, armas y mujeres entre el océano, aquí, la frontera del Estado, y más allá.
- Esos Lobos Negros... ¿Tienen algo que ver con la desaparición de Jordana Williams?
- Tienen todo que ver. Le advertí varias veces de que no siguiese adelante. De que nunca iba a poder publicar ni una puta palabra de ese artículo. Pero claro, por qué iba a hacerme caso. Solo soy otra prostituta yonki del montón, así que qué sabré yo.
- Entonces, ¿está muerta?
- ¿Usted qué cree? La fueron descuartizando pedazo a pedazo hasta que confesó todo lo que sabía, y después siguieron un rato más hasta que murió, sólo por divertirse.
- ¿Y el cadáver?
- ¿El cadáver? Ni idea. Si alguien sabe donde está enterrado lo que queda de ella, ese es Carlos.
- ¿Carlos qué más?
- Carlos Salcedo. Es el líder de la banda. El jefe del Cártel. El más peligroso de todos ellos. Suelen reunirse en un club social cercano al viejo Banco de comercio. Pero si él dio la orden de deshacerse del cuerpo, nadie hablará.
- ¿Ni siquiera a la policía?
- La policía ni se atreverá a preguntar.
- Estamos hablando de un asesinato.
- ¿Cuánta gente desaparece al cabo del día? ¿O del año? Y nunca más se vuelve a saber de ellos. Nadie pregunta, a nadie le importa. Sólo es otra estadística más en la gran ciudad.
- Es difícil de creer, pero si así están las cosas, supongo que ya no necesitamos seguir abusando de su tiempo - dijo Whelan, dirigiéndose a Niemand, a lo que este replicó:
- En realidad, aún no hemos terminado.
- No le entiendo.
- Jordana Williams puede estar muerta, pero su espíritu todavía no descansa en paz. Y ella lo sabe bien - añadió Niemand, señalando a la paciente. El sacerdote le dirigió una mirada interrogativa, a lo que la joven respondió:
- Es cierto. No paro de verla en sueños. Al principio pensé que era un efecto de las drogas, pero sigo viéndola cada vez que cierro los ojos. No lo entiendo. ¿Por qué yo? No somos familia. No éramos íntimas. Ni siquiera teníamos una relación. Sólo nos acostamos un par de veces. ¿Por qué no puede dejarme en paz?
- Quien sabe. Los muertos no piensan de forma lineal. Tienden a anclarse a un lugar, o a una persona en concreto, para no desaparecer del todo. El problema es saber qué es lo que quieren realmente, aunque en este caso es muy sencillo: quiere su cuerpo. Tenemos que encontrar el cadáver y darle una digna sepultura. Sólo entonces podrá descansar en paz - explicó el forastero, sin dejar de afinar la guitarra.
- Pero no sabemos dónde está su cuerpo - objetó el sacerdote.
- Hay alguien que sí lo sabe. Sólo es cuestión de hacer las preguntas adecuadas. ¿Un club social cerca del Banco de Comercio, dijiste?
- Sí - respondió la chica, con prevención.
- Entonces, tal vez sería buena idea que me acompañases. Para hacer las presentaciones. En estos casos, siempre es mejor acudir recomendado.
- ¿Estás loco? No, ya veo que lo dices en serio. Sabes que si entramos, sólo saldremos de ahí en pedazos, dentro de varias bolsas de basura, ¿no?
- Eso no pasará. Fíate de mí.
- Ni loca.
- Entonces, puedes seguir teniendo pesadillas el resto de tu vida. A ver quien se cansa antes, si tú, o el fantasma de tu amiga.
Lesya suspiró, sacudió la cabeza y finalmente se dejó caer sobre la cama en señal de rendición.
- Tú ganas, cabronazo. Estoy demasiado cansada para discutir. Además, morir mañana, o dentro de una semana, ¿qué más da? Sólo espero que sea rápido.
- Nadie más va a morir, si puedo evitarlo.
- Eso espero - terció el sacerdote -. Ya sé que no tengo ningún control sobre usted, pero me gustaría evitar más derramamiento de sangre. No sé cómo voy a explicarle todo esto al obispo durante mi próxima confesión.
- Oh, ya sabe lo que dicen, padre - replicó Niemand, punteando los acordes de «The road to hell» en su guitarra -. Después de todo, lo que no sabes no te hace daño.

(Continuará).

Este relato ha sido registrado en Safe Creative de forma previa a su publicación.

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