Un trabajo de rutina /02


La investigadora decidió comenzar el trabajo visitando la última dirección que tenía de Sara, una buhardilla de alquiler en un viejo edificio de corte decimonónico de Hortaleza. De hecho, el inmueble era tan antiguo que aún tenía patio de cocheras, al cual se accedía a través de una doble puerta de madera, ahora abierta. Nada más entrar Michal buscó con la vista hasta localizar la portería, cuyo ocupante la observaba con expresión curiosa desde el quicio de la misma. El portero era un hombre de unos cincuenta años, canoso y en muy buena forma para su edad.
- Buenas tardes. ¿Puedo ayudarla en algo?
- Eso espero. Estoy buscando a una antigua inquilina, Sara Montes. Tengo entendido que vivió aquí hasta hace poco - dijo Michal, de la que mostraba en el móvil la fotografía que le había pasado su clienta.
El hombre permaneció varios segundos en silencio, pensativo.
- No sé si es adecuado que hable de un inquilino con extraños.
- Técnicamente, ya no es una inquilina. Y todos somos extraños hasta que damos el primer paso - replicó la joven, tendiéndole la mano derecha a su interlocutor -. Michal Weistz. ¿Y usted es?
El gesto cogió al portero por sorpresa, que le devolvió el saludo de forma mecánica a la vez que respondía:
- Jaime. Mucho gusto.
- Lo mismo digo, Jaime. ¿Y hace mucho que se fue Sara?
- Unas tres semanas. Viaja ligera de equipaje. Llegó con una mochila y se fue con una mochila. Una de estas tamaño grande, como de explorador o montañero.
- Y no dejó ninguna dirección de contacto.
- Nada en absoluto. Como le he dicho, estaba de alquiler y se llevó todas sus cosas con ella. Ni siquiera necesitó un transporte de mudanzas.
- Perdone el comentario, pero me da la impresión de que no tuvieron mucho trato.
- El justo y necesario. Es una persona correcta, muy educada, pero introvertida. Poco habladora. Lo cual, por aquí, muchas veces es de agradecer - añadió el hombre, en tono confidencial.
- ¿Y con el resto del edificio? ¿Tenía visitas? ¿Alguna más habitual que otras?
- No a las tres preguntas, aunque en los últimos días había una señora que llamaba insistentemente preguntando por ella, pero la señorita Montes nunca quiso devolver la llamada ni ponerse al teléfono.
Michal supuso que debía de tratarse de la tía de Sara. Otro camino sin salida. Decidió probar otra línea de interrogatorio.
- ¿Pasaba mucho tiempo en casa?
- No. le gustaba madrugar y salir a dar un paseo mientras escuchaba música en el móvil. Con auriculares, por supuesto. Cuando se cansaba solía sentarse en alguna terraza o cafetería y leer en un libro electrónico que siempre llevaba encima.
- Por lo que veo, no se alejaba mucho de la zona.
- Bueno... - empezó a decir el portero, y se interrumpió. Estaba claro que se le había ocurrido algo y dudaba entre decírselo o no. Por un momento Michael pensó en animarle ofreciéndole un billete de cien, pero luego desechó la idea. Un soborno no funcionaría, no con aquel tipo. Era el prototipo del portero chapado a la antigua: leal, discreto y profesional. La mejor forma de asegurarse su colaboración era convencerle de que ella era tan discreta y profesional como él, una auténtica mentsh.
- Le aseguro que nada de lo que me cuente saldrá de aquí. Además, que yo sepa, no ha hecho nada malo. Sólo la busco porque su familia quiere saber que ha sido de ella y retomar el contacto, si es posible.
- ¿Y si ella no quiere?
- Eso ya es un asunto entre Sara y su familia.
- En un par de ocasiones me pidió que le llamara un taxi para ir siempre al mismo sitio.
- ¿Cómo sabe que era el mismo?
- Detalles. El tiempo que tardaba en ir y volver, el precio del viaje, la ropa que llevaba, cosas así. Si tuviese que apostar, yo diría que iba a un gimnasio o a algún tipo de terapia física, por el chándal y las deportivas. Pero es sólo una teoría, claro.
Michal asintió, agradablemente sorprendida. Estaba claro que el portero era mucho más brillante y observador de lo que daba a entender.
- Pero no tiene la dirección exacta.
- No, pero nosotros siempre trabajamos con la misma compañía de taxis, así que puede preguntárselo directamente a ellos... si es que están dispuestos a compartir esa información con usted, claro - señaló el hombre, de la que le pasaba una tarjeta con las señas de la cooperativa de radiotaxis.
- Muchas gracias. Me ha sido de gran ayuda.
- De nada. Cuando vea a la señorita Montes, dele recuerdos de mi parte. Queda poca gente tan educada y agradable, y más a según qué edades.
Mientras abandonaba el edificio la investigadora se preguntó si el portero la incluiría también a ella en la misma categoría. No era probable. Sara Montes tenía algo especial: tenía clase, mientras que Michal no era más que otra empleada del montón, como el portero, o como tantas otras personas con las que se cruzaba cada día por la calle. Sin guardarse la tarjeta, sacó el móvil y marcó el número de su oficina. Al segundo tono de llamaba respondió la voz familiar y siempre agradable de su ayudante.
- Hola, Jefa. ¿Cómo va todo? ¿Ya tienes alguna pista?
- Es muy probable, pero voy a necesitar de tu magia con el teclado para salir de dudas. ¿Crees que podrías acceder a las bases de datos de una agencia de radiotaxis para localizar un servicio en concreto?
- Depende. ¿Qué tienes?
- Días, horas y punto de recogida. Me faltaría por averiguar el destino.
- Pasádmelos por Whatsapp y veré que puedo hacer. En cuanto sepa algo te contesto. ¿Vas a volver por aquí?
- No creo - reconoció la investigadora - Encárgate tú de cerrar y dejar la alarma conectada.
- Muy bien. Nos vemos mañana a primera hora.
- No me perdería tu café por nada del mundo.
- Pues si lo quieres, tendrás que venir a por él. ¡Buenas tardes!
Michal respondió de forma automática y, tras guardarse el móvil, decidió hacer tiempo en alguno cualquiera de los Starbucks que proliferaban por Gran Vía. Además, hacía un día precioso, demasiado como para irse tan pronto a casa de retirada. Y siempre cabía la posibilidad de conocer a algún tipo simpático e interesante mientras hacía cola esperando su café.
"Sí, claro" se dijo a sí misma. "Sigue soñando".

(Continuará).
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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