Un trabajo de rutina /01
- Es usted mucho más joven de lo que me imaginaba.
Michal sonrió educadamente, sin decir nada, tomándose su tiempo para estudiar a su visitante: género femenino, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta pero muy bien llevados, y elegante aunque sin exceso de ostentación. La recién llegada malinterpretó su silencio como una señal de disgusto y se apresuró a explicar:
- Entiéndame, no es una crítica. Es sólo que esperaba a alguien un poco más... experimentado. Usted apenas parece mayor que la joven de recepción.
- ¿Anabel? Pese a su aspecto tiene dos carreras, es una experta en informática y hace un café excelente. En realidad, yo debería de trabajar para ella, y no al revés. Y ya que hablamos de café, ¿le apetece uno? Así podrá comprobarlo usted misma.
La otra mujer tardó varios segundos en responder, dudando entre aceptar la invitación o marcharse.
- Muchas gracias. Solo y sin azúcar, por favor - respondió por fin, y Michel supo que, al menos por el momento, había ganado la partida.
- Como no - dijo Michal, apretando el intercomunicador para solicitar dos tazas -. Enterando, si le parece, podemos ir hablando acerca del asunto que la ha traído hasta aquí.
- El caso es que, ahora que estoy aquí, no sé realmente por dónde empezar - respondió su interlocutora, con un suspiro, de la que tomaba asiento frente a la mesa escritorio de Michal. Esta, por su parte, eligió permanecer de pie, aunque apoyada en el borde de la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho. Aquella postura, lo sabía, no hacía sino resaltar su ya de por sí generoso busto, pero la investigadora privada era demasiado inquieta como para permanecer sentada mucho rato.
- Uno de mis profesores solía decir que, ante la duda, lo mejor era empezar por el principio, aunque nos lleve más tiempo.
- Muy bien. Intentaré ser clara y no abusar de su paciencia - replicó la mujer, en un tono de voz levemente irónico, justo cuando Anabel hacia su entrada con las dos tazas de café. Ambas mujeres hicieron una pausa para degustar un trago de la bebida, caliente y espumosa, tras lo cual su visitante reconoció:
- Tenía usted razón. Es excelente.
- Y es el menor de sus talentos. Me decía usted que no sabía por dónde empezar. ¿Quizás se trata de un asunto delicado?
- No, nada de eso. Tiene que ver con mi sobrina. Verá, mi hermana y mi marido fallecieron en un accidente de tráfico hace unos tres años, cuando ella, me refiero a mi sobrina, apenas había cumplido los 21. Por aquel entonces estudiaba un Master universitario en la Carlos III, pero tras la muerte de sus padres se tomó un descanso para viajar por el mundo y reencontrarse a sí misma, y todas esas terapias new age que les encantan a los jóvenes de ahora.
- ¿Y ha perdido el contacto con ella?
- No exactamente, aunque por ahí va el problema. Hace ocho meses me enteré de que había vuelto a Madrid y de que había alquilado un apartamento cerca de Gran Vía, en vez de alojarse en el domicilio familiar. Desde entonces he intentado hablar con ella varias veces, pero es como si me rehuyese. Nunca está en casa, no me contesta al teléfono, y cuando por fin me decidí a ir hasta ahí a visitarla me dijeron que había vuelto a mudarse sin dejar dirección alguna de contacto.
- ¿Se le ocurre algún motivo por el que quisiera evitarla?
- No que yo sepa. No teníamos una relación muy estrecha, pero sí cordial. De hecho, para según qué cosas, prefería hablar conmigo antes que con sus padres.
- ¿Por ejemplo?
La mujer vaciló, claramente incómoda.
- No creo que tenga nada que ver con el asunto que nos ocupa.
- Deje que yo decida eso. Le recuerdo que en cualquier caso, decida lo que decida al final, mi discreción está asegurada.
- Está bien. Mi sobrina era... ¿cómo decirlo? Se sentía más atraída por su propio género que por el opuesto.
- ¿Y eso era motivo de fricción en la familia?
- Un poco al principio, pero para la época en que tuvo lugar el accidente era algo que mi hermana y su marido habían asumido por completo.
- ¿Y usted?
- A mi me da igual. Llevo tres divorcios a mis espadas, así que no es que sea la persona más adecuada para dar clases sobre las relaciones de pareja. De todas formas ella era muy discreta, y nunca conocimos a ninguna de sus amigas.
- Entiendo. ¿Y cree que eso puede tener algo que ver con su reticencia actual a retomar el contacto?
- Sinceramente, no sé qué pensar. Lo cierto es que no me necesita para nada. Es mayor de edad, y gracias a la fortuna familiar su situación económica es bastante desahogada, pero me quedaría más tranquila si pudiese hablar con ella y saber que todo está bien.
- Si la he entendido bien, lo único que necesita de mí es que busque a su sobrina y me asegure de que no está metida en alguna clase de problema - expuso Michal, con delicadeza.
- Algo así, en efecto.
- No parece un trabajo especialmente complicado. ¿Tiene las señas de su última dirección?
- Sí - asintió su interlocutora, mientras rebuscaba en su bolso -. Y también le he traído una fotografía, la más reciente que he podido encontrar. Me la envió por Whatsapp desde Brasil hará cosa de un año y medio.
- ¿Estuvo en Brasil? - inquirió la investigadora, mientras observaba el rostro de la imagen, el rostro de una joven shikse con melena rubia y aspecto serio, pensativo y algo triste. Sus ojos, de un color azul intenso, parecían mirar a todas partes y a ninguna en concreto, como una moderna Gioconda que hubiese perdido su sonrisa.
- Entre otros sitios, sí. ¿Por? ¿Cree que eso tiene algo que ver?
- Tal vez - repuso Michal, sin comprometerse -. ¿Desea entonces que siga adelante con el caso?
- Sí, por favor.
- Muy bien. Espere aquí mientras Anabel prepara los papeles para que los firme y pueda llevarse una copia. Normalmente, cobro al final del trabajo, aunque puede que en esta ocasión necesite un adelanto para desplazamientos, engrasar algunas lenguas y cosas por el estilo.
- Como no. ¿Bastará con mil euros?
- De sobra. Y con seiscientos también.
- Llévese los mil. Después de todo, es sólo dinero - repuso su visitante, y Michal se preguntó si alguna vez su nivel de vida mejoraría tanto como para poder desprenderse de mil euros con semejante indiferencia.
- Sabe, al principio no tenía muy claro si contratar sus servicios - añadió la mujer, de la que se ponía en pie -, pero ahora me alegro de haber venido. Usted me inspira confianza. Creo que si alguien puede localizar a mi sobrina, esa es usted. De hecho, si me permites el comentario, me recuerdas un poco a ella. No en el físico, por supuesto. Físicamente sois como la noche y el día, pero las dos tenéis ese mismo aire de persona seria y responsable.
- No se preocupe. Le agradezco el cumplido. Y haré todo cuanto esté en mi mano para encontrar a Sara - prometió Michal, esperando no tener que arrepentirse de sus palabras.
Michal sonrió educadamente, sin decir nada, tomándose su tiempo para estudiar a su visitante: género femenino, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta pero muy bien llevados, y elegante aunque sin exceso de ostentación. La recién llegada malinterpretó su silencio como una señal de disgusto y se apresuró a explicar:
- Entiéndame, no es una crítica. Es sólo que esperaba a alguien un poco más... experimentado. Usted apenas parece mayor que la joven de recepción.
- ¿Anabel? Pese a su aspecto tiene dos carreras, es una experta en informática y hace un café excelente. En realidad, yo debería de trabajar para ella, y no al revés. Y ya que hablamos de café, ¿le apetece uno? Así podrá comprobarlo usted misma.
La otra mujer tardó varios segundos en responder, dudando entre aceptar la invitación o marcharse.
- Muchas gracias. Solo y sin azúcar, por favor - respondió por fin, y Michel supo que, al menos por el momento, había ganado la partida.
- Como no - dijo Michal, apretando el intercomunicador para solicitar dos tazas -. Enterando, si le parece, podemos ir hablando acerca del asunto que la ha traído hasta aquí.
- El caso es que, ahora que estoy aquí, no sé realmente por dónde empezar - respondió su interlocutora, con un suspiro, de la que tomaba asiento frente a la mesa escritorio de Michal. Esta, por su parte, eligió permanecer de pie, aunque apoyada en el borde de la mesa, con los brazos cruzados sobre el pecho. Aquella postura, lo sabía, no hacía sino resaltar su ya de por sí generoso busto, pero la investigadora privada era demasiado inquieta como para permanecer sentada mucho rato.
- Uno de mis profesores solía decir que, ante la duda, lo mejor era empezar por el principio, aunque nos lleve más tiempo.
- Muy bien. Intentaré ser clara y no abusar de su paciencia - replicó la mujer, en un tono de voz levemente irónico, justo cuando Anabel hacia su entrada con las dos tazas de café. Ambas mujeres hicieron una pausa para degustar un trago de la bebida, caliente y espumosa, tras lo cual su visitante reconoció:
- Tenía usted razón. Es excelente.
- Y es el menor de sus talentos. Me decía usted que no sabía por dónde empezar. ¿Quizás se trata de un asunto delicado?
- No, nada de eso. Tiene que ver con mi sobrina. Verá, mi hermana y mi marido fallecieron en un accidente de tráfico hace unos tres años, cuando ella, me refiero a mi sobrina, apenas había cumplido los 21. Por aquel entonces estudiaba un Master universitario en la Carlos III, pero tras la muerte de sus padres se tomó un descanso para viajar por el mundo y reencontrarse a sí misma, y todas esas terapias new age que les encantan a los jóvenes de ahora.
- ¿Y ha perdido el contacto con ella?
- No exactamente, aunque por ahí va el problema. Hace ocho meses me enteré de que había vuelto a Madrid y de que había alquilado un apartamento cerca de Gran Vía, en vez de alojarse en el domicilio familiar. Desde entonces he intentado hablar con ella varias veces, pero es como si me rehuyese. Nunca está en casa, no me contesta al teléfono, y cuando por fin me decidí a ir hasta ahí a visitarla me dijeron que había vuelto a mudarse sin dejar dirección alguna de contacto.
- ¿Se le ocurre algún motivo por el que quisiera evitarla?
- No que yo sepa. No teníamos una relación muy estrecha, pero sí cordial. De hecho, para según qué cosas, prefería hablar conmigo antes que con sus padres.
- ¿Por ejemplo?
La mujer vaciló, claramente incómoda.
- No creo que tenga nada que ver con el asunto que nos ocupa.
- Deje que yo decida eso. Le recuerdo que en cualquier caso, decida lo que decida al final, mi discreción está asegurada.
- Está bien. Mi sobrina era... ¿cómo decirlo? Se sentía más atraída por su propio género que por el opuesto.
- ¿Y eso era motivo de fricción en la familia?
- Un poco al principio, pero para la época en que tuvo lugar el accidente era algo que mi hermana y su marido habían asumido por completo.
- ¿Y usted?
- A mi me da igual. Llevo tres divorcios a mis espadas, así que no es que sea la persona más adecuada para dar clases sobre las relaciones de pareja. De todas formas ella era muy discreta, y nunca conocimos a ninguna de sus amigas.
- Entiendo. ¿Y cree que eso puede tener algo que ver con su reticencia actual a retomar el contacto?
- Sinceramente, no sé qué pensar. Lo cierto es que no me necesita para nada. Es mayor de edad, y gracias a la fortuna familiar su situación económica es bastante desahogada, pero me quedaría más tranquila si pudiese hablar con ella y saber que todo está bien.
- Si la he entendido bien, lo único que necesita de mí es que busque a su sobrina y me asegure de que no está metida en alguna clase de problema - expuso Michal, con delicadeza.
- Algo así, en efecto.
- No parece un trabajo especialmente complicado. ¿Tiene las señas de su última dirección?
- Sí - asintió su interlocutora, mientras rebuscaba en su bolso -. Y también le he traído una fotografía, la más reciente que he podido encontrar. Me la envió por Whatsapp desde Brasil hará cosa de un año y medio.
- ¿Estuvo en Brasil? - inquirió la investigadora, mientras observaba el rostro de la imagen, el rostro de una joven shikse con melena rubia y aspecto serio, pensativo y algo triste. Sus ojos, de un color azul intenso, parecían mirar a todas partes y a ninguna en concreto, como una moderna Gioconda que hubiese perdido su sonrisa.
- Entre otros sitios, sí. ¿Por? ¿Cree que eso tiene algo que ver?
- Tal vez - repuso Michal, sin comprometerse -. ¿Desea entonces que siga adelante con el caso?
- Sí, por favor.
- Muy bien. Espere aquí mientras Anabel prepara los papeles para que los firme y pueda llevarse una copia. Normalmente, cobro al final del trabajo, aunque puede que en esta ocasión necesite un adelanto para desplazamientos, engrasar algunas lenguas y cosas por el estilo.
- Como no. ¿Bastará con mil euros?
- De sobra. Y con seiscientos también.
- Llévese los mil. Después de todo, es sólo dinero - repuso su visitante, y Michal se preguntó si alguna vez su nivel de vida mejoraría tanto como para poder desprenderse de mil euros con semejante indiferencia.
- Sabe, al principio no tenía muy claro si contratar sus servicios - añadió la mujer, de la que se ponía en pie -, pero ahora me alegro de haber venido. Usted me inspira confianza. Creo que si alguien puede localizar a mi sobrina, esa es usted. De hecho, si me permites el comentario, me recuerdas un poco a ella. No en el físico, por supuesto. Físicamente sois como la noche y el día, pero las dos tenéis ese mismo aire de persona seria y responsable.
- No se preocupe. Le agradezco el cumplido. Y haré todo cuanto esté en mi mano para encontrar a Sara - prometió Michal, esperando no tener que arrepentirse de sus palabras.
(Continuará).
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.
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