Bajo el Signo Amarillo (Una tragedia en tres actos) /02


Casi sin darme cuenta, Camille se convirtió en una presencia habitual en mi apartamento. Solía andar por ahí a todas horas, con una de mis viejas camisetas (que le quedaba varias tallas grande) por única vestimenta. Cuando no estábamos el uno en brazos del otro, se tumbaba en el sofá frente al televisor, con las piernas en alto, para hacer zapping sin fijarse en ningún canal en concreto, o solía ojear alguno de los libros que tenía tirados por casa, incluido "El rey de amarillo", que parecía ejercer una especial fascinación sobre ella.
- ¿Sabías que hay un personaje que se llama casi como yo?
- Sí. Y según la historia, es una princesa. Una de las herederas al trono imperial de Hastur.
- Entonces, si soy una princesa, tu obligación es obedecerme y satisfacer hasta el menor de mis caprichos - decía ella, mientras se sentaba sobre mi regazo y se despojaba de la camiseta, dejándome disfrutar con la vista de su hermoso cuerpo desnudo.

Un día Camille desapareció. Yo había quedado con Lucia para intercambiar algunos objetos personales y hacer un último y desesperado intento de arreglar las cosas.
- No es tan sencillo - me dijo ella.
- Claro que sí. Sólo hay que tener interés.
- A veces no basta con tener interés. Puedes estar enamorado de alguien y, sin embargo, no poder seguir a su lado.
- Te quiero - repliqué, y era sincero. Pero ella se limitó a sacudir la cabeza e irse, sin volver la vista atrás ni una sola vez. Cuando regresé al apartamento Camille ya no estaba. Se había ido, y se había llevado con ella mi ejemplar original de "El rey de amarillo". Sorprendido y muy, muy cabreado, me di cuenta de que en realidad no sabía nada sobre mi invitada: ni su dirección, ni su número de teléfono, ni siquiera si tenía trabajo o sólo iba por ahí engañando a pobres incautos como yo para vivir de gorra en su casa hasta encontrar un sitio mejor. Pero sobre todo me dolía la pérdida del libro, ya que sin él no tenía artículo y, por otro lado, era una obra que se cotizaba a muy buen precio en Internet.

Mi primera reacción fue volver al Starbucks para intentar localizar a Camille, sin éxito. El personal del establecimiento respondió a todas mis preguntas con un encogimiento de hombros. Por ahí pasaban muchas personas al cabo del día, me explicaron, y la mayoría de ellas eran clientes ocasionales. Imposible acordarse de todos y cada uno de ellos. Por un momento pensé en pedirles que me llamasen si Camille regresaba al local, pero en ese caso, reflexioné, tendría que darles demasiadas explicaciones que no me dejaban en muy buen lugar, por lo que opté por mantener la boca cerrada.
Tras pasar un par de días en casa enfurruñado y bastante molesto conmigo mismo decidí retomar mis viejas rutinas y salir a deambular por la ciudad, haciendo especial hincapié en las librerías de segunda mano, con la secreta esperanza de encontrar otro ejemplar de "El rey de amarillo" o, tal vez, el mismo que me había sido robado. Como si el rayo pudiese caer dos veces en el mismo sitio. La mayoría de los libreros no sabía de qué les estaba hablando, y los pocos que reconocían las referencias a Carcosa, Hastur y el lago de Hali me decían que estaba perdiendo el tiempo. Que ese libro no existía, y no había existido jamás, salvo en la enfermiza imaginación del propio Chambers. Sin embargo, yo sabía que eso no era cierto. Lo había tenido en mis manos, lo había leído, y de hecho recordaba cada frase, cada párrafo, como si los llevase grabados a fuego dentro de mi cabeza. Recordaba al Fantasma Pálido y la Máscara de la Verdad, y las desgarradoras palabras de Cassilda al final del segundo acto: "¡No a nosotros, oh Rey, no a nosotros!"

(Continuará...).

 © Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).

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