Los Sabuesos del Infierno / 05



- Fíate de mí. Tengo un plan – aseveró el hombre, dedicándole lo que Lara interpretó como una sonrisa de ánimo. Qué remedio, se dijo ella, mientras devolvía su atención a la carretera. Hacía tiempo que habían abandonado el casco urbano de Arkham y circulaban en dirección a la ciudad universitaria. A lo lejos entrevió la silueta parcialmente iluminada de un gran edificio rectangular que poco después pudo reconocer como el Hospital Universitario Miskatonic. Lara había estado ahí en un par de ocasiones, pero siempre de día, cuando el centro estaba repleto de gente y bullía de actividad. Ahora, por el contrario, parecía tan solitario y tranquilo como la estación de autobuses la noche anterior (¿Sólo había pasado una noche? A ratos, Lara se sentía como si hubiese pasado toda una vida). El Volvo pasó delante de la entrada principal sin detenerse y continuó hasta el acceso de emergencias. Una vez ahí y tras dejar el coche estacionado junto a un par de ambulancias, la joven siguió a su acompañante al interior. Para su sorpresa, este atravesó la sala de urgencias sin detenerse a saludar ni dar explicación alguna a ninguno de los miembros del personal allí presentes, salvo mostrarle brevemente una tarjeta plastificada a un guarda de seguridad sentado en una garita junto al ascensor de servicio. Lara observó que, además del guarda, todo el lugar estaba lleno de cámaras y escáneres de vigilancia más propios de un banco que de un hospital.
- ¿No son demasiado paranoicos por aquí?
- Hace tiempo hubo un escándalo con un alumno llamado West y varios cuerpos desaparecidos en circunstancias extrañas. Hay quien habla de experimentos de reanimación y de cadáveres que se movían cuando debían de estarse quietos. A la universidad le costó mucho echar tierra al asunto y desde entonces han reforzado todo lo que tiene que ver con la seguridad, pero no hay problema, nosotros tenemos pase VIP – aclaró el hombre, exhibiendo orgulloso su tarjeta de identidad. Intrigada, la joven volvió a preguntarse quién era exactamente su excéntrico guardaespaldas y a que se dedicaba cuando no andaba por ahí saltando entre dimensiones y esquivando sabuesos infernales y otras criaturas por el estilo. Entretanto, ajeno a sus pensamientos, este caminaba con paso firme, precediéndola por un largo y estrecho pasillo mientras buscaba una puerta concreta de entre todas las que había a su alrededor. Por fin, le oyó lanzar un gruñido de satisfacción al tiempo que usaba la tarjeta para acceder a una sala sobre cuyo umbral un cartel anunciaba, ominoso, “Depósito de cadáveres”. Una vez dentro, su acompañante comenzó a inspeccionar uno por uno todos los cuerpos presentes, ya fuese en camilla o dentro de las neveras, hasta que dio con lo que estaba buscando: el cadáver de una mujer joven, rubia y razonablemente parecida a la propia Lara.
- ¡Perfecto! Ahora sólo necesitamos unos pequeños retoques y ya casi tenemos nuestro señuelo. Saldrá mejor si le ponemos tu ropa. Es una pena, pero habrá que dejarle puesta también la cazadora. Las prendas de piel tienen un grado de atracción psíquica muy alto. Seguro que por aquí debe de haber algún sitio donde puedas cambiarte… ¿Qué pasa? – se interrumpió, intrigado, al observar la expresión abatida de la joven.
- ¿Tú qué crees? ¡Esto es absurdo! Este cadáver ni siquiera se me parece. Y además, está muerta. ¿Cómo diablos vas a conseguir que esas cosas se crean que soy yo? Hasta mi casero se daría cuenta, y está medio ciego.
- Porque no funciona como tú crees. Sigues pensando en ellos como animales o alguna clase de criatura similar, pero es mentira. En esta realidad no existen. Sólo son ideas. Algo así como un virus conceptual. La primera vez que los viste tu cerebro intentó asignarles una forma concreta y ese fue el momento que ellos aprovecharon para infiltrarse en tu cabeza y hacer un escáner de tu mapa cerebral. Eso es lo que buscan. No un olor, no un aspecto físico, sino un patrón energético determinado.
- Vale, pero incluso así, es imposible que un cadáver tenga ninguna clase de patrón energético – insistió la joven, cada vez más nerviosa.
- Escucha, te prometo que funcionará. Este lugar es como un gran inhibidor de señales a nivel espiritual. Todas las muertes, todo el dolor y la angustia que se han acumulado a lo largo de los años entre estas paredes afectan a su sentido del olfato, por llamarlo de alguna manera. Si tu doble y tú estáis lo bastante cerca, una vez que la confundan contigo no se lo pensarán dos veces. Sé que puede funcionar. Pero tienes que confiar en mí – recalcó el hombre, cogiendo a la chica por los hombros y acercando su rostro al de ella en un esfuerzo por resultar más convincente.
- No, si yo me fío de ti – repuso Lara -. El problema es que es mi culo el que tiene que salir ahí fuera a hacer de cebo.
- En ese caso, intentaremos que no le pase nada. Sería una pena que un culo tan bonito como el tuyo acabase sirviendo de comida para perros.
- No me lo puedo creer, has hecho un chiste – dijo la chica, riéndose y, para su sorpresa, mucho más tranquila.
- Suelo hacerlos muy a menudo. El problema es que, según la mayoría de la gente, no tienen gracia. ¿Y bien? ¿Qué me dices? ¿Lista para salir a escena?
- Yo... tengo que saberlo. Necesito saber a quién le estoy confiando mi vida. ¿A qué te dedicas? ¿Cuál es exactamente tu trabajo?
- ¿Yo? Soy bibliotecario.
- ¡Venga ya! - exclamó Lara, escéptica y sorprendida a partes iguales.
- De hecho, para ser exactos, soy profesor de Antropología, aunque hace años que no ejerzo y me encargo de supervisar la biblioteca de la Universidad. ¿Por?
- Ay, Dios mío – musitó la joven, volviendo a sentir como le temblaban las rodillas -. Dime otra vez que sabes lo que estás haciendo.
- Sé lo que estoy haciendo – repitió él, intentando que su voz sonase lo más firme y segura posible.
- Muy bien – suspiró Lara –. Te creo. Pero que sepas que si la cagas, mi fantasma te perseguirá para atormentarte por toda la eternidad.
- Esa es mi chica. Venga, busca por ahí algo que ponerte y déjame tu ropa.
- Vale, pero prométeme que no vas a mirar mientras me estoy cambiando.
- No te preocupes. Últimamente me lo piden mucho – respondió él, encogiéndose de hombros en señal de resignación. La joven no pilló la referencia, pero hacía tiempo que había dejado de intentar encontrarle sentido a la charla de su enigmático acompañante.

(Muy pronto, la conclusión).

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