Asuntos de negocios (03)


(Para saber como hemos llegado hasta aquí, no dejes de leer los dos primeros capítulos. ¡De nada!)

- Le estoy guardando el sitio. ¿Quién le digo que le busca?
- Cárter, Colin Cárter, Jefe de policía de esta pequeña ciudad. ¿Seguro que no es usted Malcom Drake?
- Segurísimo. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho ese tal Parker?
- Hemos recibido una denuncia del mismísimo reverendo Holt en persona. Parece ser que ayer alguien irrumpió en su propiedad, ofendió a una de sus feligresas, y atacó y lesionó gravemente a dos hombres que acudieron en su ayuda. Son delitos muy graves. Cualquiera de ellos implica una visita a la celda local y una vista a puerta cerrada con el juez para decidir a quien le pasamos el muerto, si al sheriff del condado o a las autoridades federales.
- No he sido yo, se lo juro - protestó Drake -. Me pasa muy a menudo, tengo un rostro muy vulgar y siempre me están confundiendo con otras personas. De hecho, hay un montón de mujeres que me confunden con su marido, y por ese motivo tengo que estar cambiando continuamente de ciudad.
- Qué ingenioso - dijo el gigante, acercándose tanto a Drake que este se sintió mareado por los efluvios a regaliz y elixir bucal que emanaban de la boca del su interlocutor -. Tendría gracia que al final fuese usted ese tal Malcom Drake. No se imagina el público tan maravilloso que le espera en la cárcel. Incluso puede que haya algún marido que le confunda con su esposa. Y luego otro, y después otro. No sé si me explico.
- Claro como ese líquido transparente e insípido que beben algunas personas - asintió Drake, levemente incómodo. Pero antes de que pudiese seguir cavándose su propia tumba, la camarera carraspeó para llamar la atención del jefe de policía.
- ¿Sí, querida?
- No se ha movido de aquí desde que ha llegado. Lleva dos días bebiéndose mis cervezas y mirándome el culo cuando cree que no me doy cuenta.
- ¿Ah, sí? - replicó el policía, en tono neutro, sin el menor atisbo de duda o sarcasmo. En realidad, daba la impresión de que todo aquello no le importase lo más mínimo. En un gesto rápido, que pilló al mercenario por sorpresa, el hombretón le cogió del hombro a la vez que empezaba a apretar de forma lenta, pero inexorable.
- Señor Drake, escúcheme bien: Eileen es una buena chica, y esta es una ciudad temerosa de Dios. Si alguien vuelve a quejarse de usted, o si vuelvo a oír pronunciar su nombre, aunque sólo sea para decir que ha muerto, volveremos a vernos por segunda vez, y no habrá una tercera. ¿Me ha entendido?
- No siento el brazo derecho - musitó el mercenario, notando como su clavícula crujía bajo la implacable presión a la que estaba sometida. Sin dejar de sonreír un sólo segundo, Cárter aflojó la presa y se colocó de nuevo el sombrero sobre la cabeza.
- Disfrute de su estancia en Glencoe, señor Drake - dijo, a modo de despedida, antes de abandonar el local seguido de cerca por su ayudante. Al cabo de varios segundos, la camarera exhaló un suspiro de alivio.
- Menos mal, parece que le has caído bien.
- ¿Le he caído bien? ¿En serio? ¿Estás de broma? - refunfuño Drake, sin dejar de masajearse el hombro dañado.
- Bueno, sigues aquí sentado, ¿no? Créeme, eso es que le has caído bien - afirmó Eileen, 

En el exterior, el ayudante de Cárter parecía tan perplejo como el propio Drake.
- Jefe, lo siento, pero no lo entiendo. ¿En serio va a dejar que ese payaso siga campando a sus anchas?
- ¿Por qué no? - replicó Cárter -. Ese payaso acaba de llegar y ya le ha hecho perder los nervios al reverendo. Vamos a darle una semana de margen, a ver que pasa. A veces sólo hace falta un mosquito para volver loco a un toro - añadió el jefe de policía, sin perder un sólo instante su sonrisa característica.

No fue el olor a humo lo que despertó al reverendo Holt, sino los gritos y el ruido de carreras apresuradas. A su lado, Keisha Grey bostezó y preguntó, medio dormida y totalmente desnuda:
- ¿Qué pasa?
- No lo sé - respondió Holt, mientras se ponía los pantalones -. Quédate aquí mientras lo averiguo.
El reverendo salió al pasillo y siguió el ruido hasta el exterior de la hacienda, donde pudo ver el motivo de tanto escándalo: su nueva iglesia ardía por los cuatro costados, prácticamente consumida por las llamas pese a los denodados esfuerzos de un grupo de feligreses que combatían el fuego con extintores y cubos de agua. Incrédulo primero, y furioso a continuación, Holt buscó con la mirada hasta dar con Simón y se acercó a su hombre de confianza con una expresión iracunda en el rostro.
- ¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo ha empezado el incendio?
- Ni idea. Cuando yo salí, ya estaba ardiendo hasta el campanario. Es imposible que el fuego se extienda tan rápido, a menos que... - Simón dejó la frase a medias, aunque el reverendo no tuvo ningún problema en entender lo que quería decir.
- ¿Quién estaba de guardia? ¿Por qué no dieron la alarma?
- Smith y García, pero parece que nadie sabe donde están.
- ¿Cómo que nadie sabe dónde están? ¡Buscadlos y traedlos aquí! Maldita sea, ¿es que ha nadie se le ha ocurrido conectar mangueras al depósito de agua? 
- Demasiado tarde - dijo Simón, al ver como el techo comenzaba a derrumbarse y las ventanas explotaban hacia fuera. La mayoría de los presentes retrocedió varios pasos para evitar la lluvia de cristales, excepto Holt, que permaneció firme mientras la ola de calor le alcanzaba y le secaba el líquido lacrimal de los ojos.
- Alguien morirá por esto - sentenció el reverendo, abriendo y cerrando las manos como si estuviese intentando estrangular un cuello imaginario.

Una hora más tarde, cuando apenas quedaban rescoldos y cenizas del edificio, Holt vio regresar a Simón y, por la expresión de su cara, intuyó que este no traía buenas noticias.
- Hemos encontrado a los dos guardias, atados e inconscientes detrás del almacén. Alguien robó varios bidones de gasolina del generador y los usó para provocar el incendio. Ah, y hemos encontrado esto pegado a la puerta del almacén - añadió, tendiéndole al reverendo un cartel donde se podía leer, en letras mayúsculas, «EQUIPO VISITANTE: 1 - CASA: 0».
- Drake - masculló Holt, entre dientes, mientras su cabeza se llenaba de visiones del infierno y los múltiples tormentos a los que iba a someter al mercenario cuando este cayese en sus manos -. Visto que la ley nos ha fallado, dejo el asunto en tus manos. Asegúrate de que entienda el mensaje, y de que sufra. Que sufra todo lo humanamente posible - añadió el reverendo, para satisfacción de su hombre de confianza.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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