Asuntos de negocios (05)


Cuando Keisha Grey acudió a su reunión con el reverendo, se sorprendió al encontrar presentes a Simón y varios de sus hombres de confianza. De hecho, la expresión de Holt, fría y algo distante, no auguraba nada bueno, pese a lo cual la joven tomó asiento con lo que esperaba fuese su mejor aplomo.
- ¿Qué pasa?
- Como supongo que bien sabes, hermana, tenemos un problema. Un problema relacionado contigo, aunque no sea directamente culpa tuya. Pero el problema está ahí, y nos está causando muchos quebraderos de cabeza.
- ¡No estarás pensando en rendirte! - protestó la joven, cada vez más preocupada.
- Tentador, pero no. Tampoco podemos dejar que te vayas así sin más, hermana. Sabes demasiado de lo que pasa por aquí. No sólo de nuestras actividades oficiales, sino también de otras cosas que podrían ser de interés para el FBI o para la ATF. Así que la entrega queda descartada. No, la única solución viable ahora mismo es que desaparezcáis los dos, el señor Drake y tú, y que nunca se encuentren vuestros cadáveres. Pero ese demonio del infierno es demasiado listo, así que tenemos que hacerle creer que se ha salido con la suya para que caiga en la trampa. ¿Entiendes?
- Estás loco - respondió la joven, incorporándose -. Y no contéis conmigo para lo que sea que estáis planeando. Yo me largo de aquí y que os den a ti y a tu iglesia de tres al cuarto.
- Siéntate - ordenó Holt; y Simón, sin esperar a que la joven obedeciese, la agarró del hombro y la obligó a tomar asiento de nuevo -. Simón, si la hermana Grey vuelve a levantarse sin permiso, o a abrir la boca para hacer cualquier cosa que no sea contestar a una pregunta, te autorizo a romperle un dedo. Cual, lo dejo a tu elección.
- Será un placer.
La joven estuvo a punto de protestar, pero se lo pensó dos veces y apretó los dientes, en señal de furiosa resignación.
- Vamos a llamar al señor Drake y aceptar sus condiciones. Te vas a ir con él, y lo último que sabremos de los dos es que te subiste a su coche y ambos desaparecisteis camino de Arkansas. Cuanto más lejos, mejor. Os buscarán, pero si nunca encuentran vuestros cadáveres acabarán llegando a la conclusión de que os habéis fugado juntos o matado el uno al otro, tanto da mientras eso los aleje de Glencoe y de nuestros asuntos. Si lo miras por el lado adecuado, hermana, estarás prestando un gran servicio a tu iglesia y a tu amado líder espiritual. Y ahora, Simón, encárgate de este asunto de forma definitiva. No quiero volver a verte hasta que todo esté resuelto y bien resuelto. ¿Entendido?
- Sois un par de malditos bastardos - protestó débilmente Keisha, mientras Simón la arrastraba fuera de la habitación, pero Holt ya no le hacía caso. Había muchas jóvenes atractivas entre las que elegir, y no le costaría trabajo encontrar otra que le calentase la cama, a poder ser un poco más dócil que la anterior.
- Todo es culpa de Drake - musitó para sí, mientras apretaba el bolígrafo en la mano hasta romperlo.

El mensaje del reverendo citaba a Drake en el cruce de la carretera Rose Rd con el río Camp Creek, a pocos kilómetros de Glencoe, en dirección sur. Un lugar tranquilo, discreto e ideal para una emboscada, supuso Drake, pero su presa había comenzado a ceder, por lo que no le quedaba más remedio que seguirle la corriente e intentar adaptarse sobre la marcha a los acontecimientos. Asegurándose de llevar la Glock a punto, montó en su destartalado Pontiac Firebird y siguió las indicaciones que le había dado Eileen para llegar sin perderse hasta el lugar de la reunión.
El sol empezaba a ponerse en el horizonte cuando el mercenario abandonó la carretera y rodó por un estrecho sendero hasta una pequeña explanada a orillas del rio. Los hombres de Holt ya habían llegado, a juzgar por los dos todoterreno que le esperaban aparcados a poca distancia el uno del otro. Pudo distinguir a Simón flanqueado por otros tres individuos que parecían ser sus guardaespaldas, aunque Drake sabía que el rubio era mucho más peligroso que todos sus lacayos juntos. El mercenario se apeó del coche y encendió un Marlboro, aunque tuvo que emplear ambas manos para proteger la llama del Zippo de la fresca brisa nocturna. Al verle Simón sonrió, con la sonrisa típica del pescador que ha notado ese tirón en el sedal que indica que el pez ha mordido el anzuelo.
- ¿Has venido armado?
- Por supuesto. ¿Y vosotros?
Por toda respuesta, Simón se limitó a apoyar la mano en la culata de su Colt, que ahora llevaba colgada de la cintura al estilo de los pistoleros de las películas clásicas del Oeste. A Drake, de hecho, su expresión satisfecha y algo arrogante le recordaron al Jack Palance de Raíces profundas. La cuestión era si él sería tan bueno como Shane, o en esta versión de la historia ganaban los malos.
- ¿Y la señorita Grey?
- Aquí viene - repuso Simón, señalando a uno de los todoterrenos, del que dos de sus hombres estaban sacando poco menos que a rastras a una Keisha Grey maniatada y amordazada. La chica gritaba bajo las capas de cinta adhesiva y parpadeaba de forma frenética, como si estuviese intentando transmitirle alguna clase de mensaje en código morse, pero no fue hasta que Simón le retiró la mordaza de golpe que pudo exclamar, a voces:
- ¡Maldito pedazo de imbécil! ¡Nos van a matar a los dos! ¿Es que no te has dado cuenta de que esto es una trampa?
- ¿En serio? - inquirió Drake, observando a Simón como si este llevase la respuesta escrita en la cara.
- ¿Tú qué crees? - respondió el sicario, desenfundando la Colt con un gesto casual y dejando que el brazo colgase a lo largo del cuerpo, relajado en apariencia, pero listo para disparar en cualquier momento.
- Qué mal - protestó Drake -. Si ya no puedes fiarte de la Iglesia, ¿en quién vas a confiar? Ya me lo decía mi madre... ¿o era mi abuela? En cualquier caso, siempre me advertía de no quedarme a solas con el padre Brown. ¿O lo que me decía era que no bebiese a escondidas el vino de misa? Era algo que tenía que ver con la religión, seguro.
- Sabes, estabas empezando a caerme bien - dijo Simón, al tiempo que le apuntaba a la cara con su arma -. Es una pena, pero supongo que tendré que consolarme con una visita al burdel local y una buena borrachera a tu salud.
- No tienes porqué. De hecho, si pagas tú, estaría encantado de emborracharme contigo en ese burdel.
- ¿Lo ves? - se rio Simón -. Joder, de verdad que te voy a echar de menos, lo que no quiere decir que no vaya a disfrutar metiéndote tres tiros en esa cara de cretino.
- Tío, estás cometiendo un error. Te lo aseguro, si yo fuera tú, dejaría caer ese arma y levantaría bien las manos antes de que todo esto me explote en la cara - le aconsejó Drake, reforzando sus palabras con un inequívoco gesto de rendición.
- No me digas. ¿Y cómo va a ser eso? ¿De verdad crees que vas a ser más rápido que yo? ¿O que todos nosotros? - ironizó Simón, señalando a sus cinco hombres, todos ellos armados con armas automáticas de diverso calibre, pero suficientes como para atracar un casino de Las Vegas.
- No necesito ser más rápido que tú, sólo más inofensivo. En serio, guarda ese arma, deja que la chica y yo nos vayamos en paz y todos podremos salir de aquí con vida.
- Ya. El problema es que me han ordenado que te mate de una forma lenta y dolorosa, y voy a disfrutar haciéndolo - insistió Simón, sin dejar de apuntar a su interlocutor.
- Qué pena - suspiró Drake, y encendió otro Marlboro, paladeando lentamente el humo antes de dejarlo escapar entre los labios. A lo lejos, el sol estaba a punto de ocultarse tras el horizonte. Un último rayo de luz brilló y comenzó a desvanecerse. Simón apuntó al estómago del mercenario y su dedo se tensó sobre el gatillo. Sin embargo, el disparo, cuando se produjo, sonó mucho más fuerte y más lejano. Simón abrió mucho los ojos y bajó la mirada hacía la mancha de sangre que comenzaba a extenderse por la pechera de su camisa. Después miró a Drake y abrió la boca, quizás para hacer una última pregunta, pero sólo pudo dejar escapar un gorgoteo sanguinolento antes de desplomarse al suelo de rodillas, primero, y cuan largo era, después. Antes de que sus hombres pudiesen reaccionar, se encendieron varios focos y una voz autoritaria les instó a arrojar las armas y tumbarse en el suelo con las piernas y los brazos extendidos. Un grupo de figuras armadas surgieron de entre las sombras. Drake reconoció al jefe Cárter y a su ayudante, acompañados por una docena de agentes del sheriff de Payne, equipados con chalecos antibalas y armas automáticas. Cárter todavía sostenía entre sus manos el rifle de precisión que había utilizado para abatir a Simón desde la distancia. Tras varios tensos segundos, el resto de feligreses de Holt dejaron caer sus armas y se tumbaron en el suelo, tal y como les había sido indicado.
Con una expresión indescifrable en el rostro, Drake se agachó junto a Simón para cerrarle los ojos a la vez que musitaba, en voz baja:
- Después de todo, esta no será la piedra sobre la que él edificará su iglesia.
- ¿Cómo vamos, Drake? - preguntó el jefe Cárter al llegar a su lado.
- Ha apurado un poco hasta el último segundo, jefe.
- ¿Preferías que me hubiese precipitado y provocado un tiroteo? Sabes, por un momento me ha parecido que le estabas avisando. Pero eso sería una tontería, ¿verdad? Después de todas las molestias que nos hemos tomado para tenderle esta trampa. Ahora que parece que todos tenemos lo que queríamos, o casi todo.
Las palabras de Cárter parecieron sacar a Drake de su estado de abstracción. Algunos de los agentes del condado de Payne se habían acercado a Keisha Grey para llevársela de ahí mientras la desataban.
- El FBI quiere que la señorita Grey se acoja al programa de protección de testigos para poder actuar de oficio contra el reverendo y su secta. A cambio, se comprometen a limpiar su expediente, concederle inmunidad y darle una nueva identidad, donde y como ella prefiera - añadió Cárter, para satisfacción de la joven, que comenzó a reírse de forma histérica.
- ¡Drake, eres un jodido pringado! Mi padre no te dará un carajo si no me llevas de vuelta contigo. Te la has jugado para nada. Para menos que nada. No te vas a llevar ni lo puesto.
El mercenario se detuvo un instante a considerar las últimas novedades. Aunque Drake no era especialmente famoso por su agilidad mental, sabía cuando se la estaban jugando, y aquella modificación del acuerdo sobre la marcha olía a tomadura de pelo.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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