Asuntos de negocios (02)


(Para saber como hemos llegado hasta aquí, no dejes de leer el primer capítulo. ¡De nada!)

- ¿El chófer de quién? - insistió el sujeto, con un tono cada vez más agresivo.
- Para ser exactos, de ella - respondió Drake, señalando a la única mujer del grupo, una joven morena, de unos veinte años, con un corte de pelo a lo Lousie Brooks. Al ver todas las miradas centradas en su persona, la joven se encogió de hombros, confusa, en señal de que no sabía de qué estaba hablando Drake.
- Va a tener que explicarse mejor.
- Bueno, si es la señorita Green, su familia la quiere de vuelta, y me han enviado para asegurarme de que regrese a casa.
A continuación hubo varios segundos de silencio, mientras sus interlocutores digerían sus palabras y empezaban a reaccionar.
- Largo de aquí, imbécil - le espetó el rubio, dando un par de pasos hacia Drake con expresión homicida. Pero antes de que la situación se volviese más violenta, otro de los presentes le detuvo agarrándole del brazo. Drake supuso que se trataba del reverendo Víctor Holt, propietario del lugar y autoproclamado mesías del nuevo milenio. Holt era alto y delgado, de expresión ascética. Vestía un abrigo negro largo y entallado, de corte militar, que acentuaba aún más lo esbelto de su figura. Se había dejado barba y melena para reforzar su imagen divina, pero el aspecto final recordaba más a un Rasputín que a Jesús de Nazareth. Sin embargo, había cierto magnetismo en su mirada y sabía moverse con autoridad.
- No he entendido su nombre, señor...
- Es normal, porque no se lo he dicho todavía. Me llamo Drake, Malcom Drake. La mayoría de la gente me llama Mal, a secas.
- Muy bien, señor Drake. Me temo que ha hecho un viaje muy largo para nada. Aunque entiendo la lógica preocupación de su familia, lo cierto es que nuestra hermana es mayor de edad y libre para decidir donde y con quien desea estar. Hermana Keisha, ¿quieres regresar a casa con este hombre?
- Ni loca - repuso la aludida -. Y con este despojo humano, menos aún.
- Ya empezamos con los insultos - suspiró Drake -. Bastaba con un simple no. No hacía falta ser tan borde.
- Lo siento, pero la hermana Keisha ha hablado por todos nosotros, así que será mejor que suba a su... a ese montón de chatarra que le ha traído hasta aquí... y se vaya, antes de que cambie de idea y ordene que le echen.
- Me temo que no es tan fácil. El padre de la señorita insistió en que la quería de vuelta, ha pagado un adelanto, y yo siempre cumplo mi trabajo. De lo contrario tendría que devolverle el adelanto y ya me lo he gastado, así que esa opción queda descartada.
- ¿Pero tú eres sordo, idiota o qué te pasa? - insistió el sujeto rubio, acercándose de nuevo a Drake en un vano intento por intimidarle.
- No. Sólo intento hacer las cosas de forma civilizada. Todos sabemos como va esto. Yo hago una oferta inicial, la otra parte la rechaza y seguimos negociando hasta ponernos de acuerdo.
- Aquí no hay acuerdo que valga. La señorita ha dicho que no, y no hay nada más que negociar - recalcó el reverendo Holt, cada vez más molesto.
- En serio, todos nos ahorraremos muchos problemas si se viene conmigo ahora. Al final me vais a suplicar que me la lleve, pero entretanto las cosas pueden ponerse muy desagradables.
- Ya basta - le interrumpió el reverendo -. Soy un hombre paciente, pero usted me está poniendo a prueba, señor cómo se llame. Viene aquí sin ser invitado, entra en mi casa sin permiso haciendo peticiones absurdas, y encima se permite amenazarnos. Loren, Samuel, acompañad al caballero a la salida y aseguraos de que entienda que no es bienvenido.
Dos de los presentes, que hasta entonces habían permanecido en un discreto segundo plano, se adelantaron en respuesta a las órdenes del reverendo. Tenían más aspecto de matones de bar que de feligreses de cualquier congregación, y parecían haber acogido la perspectiva de darle una paliza con excesivo entusiasmo.
- Está cometiendo un error - advirtió el mercenario.
- Lo dudo - dijo Holt, inflexible. Uno de los dos hombres (Loren o Samuel, Drake no lo sabía y le daba igual) le sujetó por el hombro mientras que el otro se le acercaba por detrás. Pero antes de que terminasen de rodearle, Drake agarró la mano que tenía sobre el hombro y la retorció hasta que se oyeron crujir los huesos de la muñeca. Loren, o Samuel, cayó de rodillas al suelo gimiendo y agarrándose el brazo. Acto seguido el mercenario se sacó el cigarrillo de la boca y lo apagó contra el ojo izquierdo del otro hombre, que retrocedió lanzando un grito de dolor, tropezó y cayó también de culo al suelo. Todo había ocurrido en apenas tres segundos pero, tras la sorpresa inicial, el rubio volvió a reaccionar, desenfundando la automática Colt 45 que llevaba colgando de una funda de pistola sobaquera y apuntando con ella a la cara de Drake.
- ¿Qué pasa? ¿No sé supone que esto es lo que dice la Biblia? Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo. Si tu mano te hace pecar, córtatela. Si tu miembro viril... no, espera, no seguía así - se corrigió el mercenario.
- Voy a meterte un tiro en la cabeza, sólo para averiguar si de verdad tienes un cerebro dentro o eres tan estúpido como pareces.
- Yo ya estoy muerto, tipo duro - replicó Drake, acercándose al rubio hasta que sintió el cañón de la pistola apoyado en la frente. Un simple gesto y sus sesos hubieran acabados esparcidos a lo largo de varios metros a la redonda por el césped, pero de nuevo Holt estiró el brazo para contener a su hombre.
- Simón, guarda el arma.
- ¿En serio? ¿Vas a dejar que este imbécil se vaya tan tranquilo, después de lo que ha pasado?
- Sí. Creo que todos hemos dejado muy clara nuestra postura. Váyase y transmita al señor Grey la respuesta de su hija. Y si vuelve a intentar colarse por aquí, ejercitaremos nuestro derecho constitucional a defendernos y tendrán que recogerle del suelo en varias bolsas de basura - sentenció el reverendo, en un tono que hubiese impresionado a alguien más razonable que Drake; pero este se limitó a sonreír, mientras encendía otro cigarrillo.
- Cuando cambie de idea, puede encontrarme en la ciudad, en la pensión de la lavandería o en la cervecería más cercana.
- Eso no pasará.
- Recuerde lo que le he dicho: me acabarán suplicando que me la lleve - insistió Drake, a modo de despedida. Las palabras quedaron flotando en el aire mucho después de que se hubiese marchado. Finalmente, el hombre llamado Simón fue el primero en romper el silencio.
- ¿Por qué no me has dejado matarle?
- Demasiados interrogantes - dijo Holt -. No sabemos si ha venido sólo, si tiene más apoyo o si le espera alguien en la ciudad. Además, falta poco para que llegue el mexicano y no quiero a Cárter husmeando y metiendo las narices por aquí. No, de momento tendremos que ser un poco más sutiles.
- ¡No estarás pensando en hacerle caso! - inquirió la joven, suspicaz.
- En absoluto. De hecho, estaba pensando en hacer lo que todo buen ciudadano respetuoso con la ley: llamar a la policía y poner una denuncia. Veremos si el señor Drake se muestra igual de ocurrente cuando conozca al jefe Cárter - añadió el reverendo, riéndose mientras lo decía -. Y llevaos a ese par de imbéciles al dispensario. Me están poniendo nervioso con sus gemidos.

- ¿Y qué hacéis en este pueblo para divertiros? - preguntó Drake, mientras apuraba la tercera cerveza de la mañana. La camarera suspiró y contestó sin darse la vuelta ni dejar de secar y ordenar las tazas.
- Para empezar, esto es una ciudad, estamos a jueves y son las once de la mañana. ¿Qué clase de diversión esperas encontrar a estas horas?
- No sé. Quizás algún local de juego donde poder emborracharme, jugar a las cartas, perder algo de pasta y acabar la noche en urgencias después de una buena pelea.
- Supongo que eso explica muchos rasgos de tu personalidad. Dime una cosa, ¿de dónde vienes, todo el mundo es como tú?
- No estoy seguro. Me fui muy joven de Australia. He estado en Nueva Zelanda, Hong Kong, Macao, Singapur, Myanmar, Nepal, Afganistán, Israel, Egipto, Italia, Alemania y Gran Bretaña... creo. Puede que me olvide de algún lugar, o que esté confundiendo algún cómo-se-llame con otro. Normalmente suelo pasar la mayor parte del tiempo borracho, colocado, o ambas cosas a la vez - confesó Drake, filosóficamente.
- ¿Y cómo has acabado en Glencoe, Oklahoma?
- Dando un rodeo.
- Sé que me arrepentiré de preguntártelo, pero ¿a qué te refieres con lo del rodeo?
- Bueno, los oficiales de aduanas se pusieron muy pesados con algo de mi expediente personal y no sé qué historias sobre un acta de seguridad ciudadana o algo parecido, así que tuve que olvidarme de viajar en avión y colarme por la frontera mexicana.
- La madre que me... ¿Encima eres un ilegal?
- ¿Ilegal? ¿Qué es eso? Todos somos ciudadanos del mundo, ¿no? - replicó el mercenario, a la vez que se encogía de hombros en señal de indiferencia.
- Explícale eso a los agentes de la Migra - ironizó la chica, pero algo que vio a espaldas de Drake hizo que cerrase la boca y volviese a concentrarse en su trabajo. Este, por su parte, sintió lo más parecido a una perturbación en la Fuerza sin ser un caballero Jedi. Al volver la mirada se encontró con el negro más grande que había visto en su vida. Debía de medir dos metros treinta de alto, y al menos la mitad de hombro a hombro. Vestía un uniforme de Jefe de Policía hecho a medida que, así y todo, parecía incapaz de abarcar todo su contorno y, en particular, los músculos de sus brazos. Su cabeza era redonda, sin atisbo de pelo, y daba la impresión de descansar directamente sobre los hombros, como si al montarlo se hubiesen olvidado de ponerle el cuello. Ocupaba tanto espacio que parecía capaz de generar su propio campo gravitatorio, y a su lado, su ayudante tenía un aire adolescente, pese a rondar la treintena. El gigante negro se acercó a la barra. Al sonreír, su cabeza se partió en dos, dejando al descubierto una doble hilera de dientes tan blancos y tan grandes como fichas de dominó.
- ¿El señor Drake, supongo?

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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