Asuntos de negocios (04)


(Para saber como hemos llegado hasta aquí, no dejes de leer los tres primeros capítulos. ¡De nada!)

- Klaus, sírveme otra ronda. Y esta vez que sea doble.
- Por última vez: no me llamo Klaus, no estás en Alemania y esto no es una cervecería de Hamburgo - repitió el camarero, con expresión de cansancio, mientras rellenaba la copa de Drake con otra generosa ración de bourbon.
- ¿Estás seguro? - inquirió el mercenario -. Pues te pareces a Klaus. Y este local tiene el mismo aspecto que el suyo: viejo, sucio, y con una cierta atmósfera a desesperación en el ambiente. Incluso la mugre pegajosa del suelo tiene la misma textura y consistencia. Es casi como si no me hubiese movido de Hamburgo.
- Me alegro mucho, pero ahora mismo estás en Glencoe, Oklahoma, y ya te has bebido una botella y media de bourbon en menos de cuarenta y cinco minutos. No entiendo como te mantienes en pie. De hecho, no entiendo como puedes hablar sin morderte la lengua.
Drake le hizo un gesto confidencial al camarero para que se acercase.
- Te confesaré algo, Klaus. Hace años tuve una pesadilla terrible. Soñé que estaba en un mundo lleno de soplagaitas que se pasaban la vida protestando por todo a la vez que les decían a los demás como tenían que vivir, pensar, fornicar, y hasta lo que podían comer y lo que no. Luego desperté y me di cuenta de que ese mundo era este mundo. Desde entonces intento escapar de la realidad bebiendo, drogándome, o ambas cosas a la vez. Porque, sabes, estar sobrio es lo que realmente perjudica la salud. Sobre todo la salud mental.
- Eileen tenía razón. Eres un tipo muy raro - dijo el camarero, que no se llamaba Klaus, sino Andrés, y cuya familia era oriunda de Sinaloa.
- ¿Tú crees? Tómate una ronda conmigo, Klaus, y quizás consigamos estar completamente borrachos antes del mediodía, como un par de buenos y decentes norteamericanos.
- No puedo beber con los clientes. ¿Y te importaría guardar ese mechero? Me estás poniendo nervioso con tanto encenderlo y apagarlo. A ver si vas a acabar provocando un incendio - replicó el camarero. Drake observó su Zippo con expresión ausente y lo depositó con cuidado en la barra, en posición vertical, como si fuese un soldado de guardia. El ruido de la puerta a sus espaldas le sacó de sus ensoñaciones, y algo en la expresión del camarero le alertó de que su breve momento de paz podía haber terminado.
Los recién llegados eran cinco, como los dedos de la mano o los siete magníficos después de que dos de ellos hubiesen muerto en un tiroteo. Todos ellos parecían hermanos, o al menos parientes, porque tenían un físico y una edad similares, y hasta el peinado y la forma de vestir eran muy parecidos. Drake pensó que olían a feligreses de la iglesia del reverendo Holt a kilómetros, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando los cinco se dispusieron a su alrededor, cerrándole toda salida.
- Podíamos hacer esto al estilo tradicional, fingir que no nos conocemos, que nos has faltado al respeto, y que por eso hemos tenido que darte una paliza y se nos ha ido un poco la mano - dijo el individuo del centro, que daba la impresión de ser el líder del grupo -. Pero no merece la pena. Todos sabemos por qué estamos aquí, y lo que va a pasar.
El mercenario examinó a su interlocutor con calma, sin dejar de sostener la copa de bourbon con la mano izquierda.
- Deja que lo adivine. Clases de boxeo. Soldadito de la Guardia Nacional. Cazador de fin de semana. ¿Estás seguro de que quieres seguir adelante?
- Oh, sí. De hecho, lo estamos deseando - respondió el hombre, acompañando sus palabras con una desagradable sonrisa de expectación.
En las películas y series de televisión, cuando cinco tíos se te acercan en busca de pelea, suelen tener la delicadeza de atacar por turnos, con el fin de darle al protagonista tiempo de sobra para ir tumbándolos de uno en uno. Pero Drake sabía que, en la vida real, las cosas no sucedían así. Si cinco tíos venían a darte una paliza atacaban todos a la vez, machacándote a puñetazos, patadas, cabezazos e incluso a mordiscos, si hacía falta. En esos casos, la única opción de supervivencia era adelantarse, y ser aún más violento que ellos. Así que casi antes de que su adversario terminase de hablar, Drake le arrojó el contenido del vaso a la cara, recogió el mechero, lo encendió con un gesto ensayado mil y un veces hasta la saciedad, y dejó que la llama prendiese fuego a la ropa y al rostro de su adversario. El hombre retrocedió gritando y dando tumbos, con el rostro envuelto en llamas, mientras sus compañeros observaban la escena atónitos. Tres de ellos intentaron ayudarle, sin éxito, mientras que el cuarto se volvía a Drake con expresión asesina en el rostro. El mercenario introdujo la mano en el bolsillo de su chaquetón militar y sin molestarse en sacar la Glock G19 Gen5, apretó el gatillo. El proyectil de 9 mm se incrustó en el suelo después de atravesar el pie izquierdo del atacante, que se derrumbó al suelo entre aullidos de dolor. Entretanto, sus compañeros habían conseguido inmovilizar al primer herido y sofocar el fuego con sus cazadoras.
- Dios, su cara. Mirad su cara. ¡Se le han derretido los ojos! - exclamó uno de ellos, y a continuación empezó a vomitar. Los otros dos permanecían indecisos, dudando entre ayudar a sus camaradas o enfrentarse a Drake. Para terminar de sacarles de dudas, este desenfundó la Glock y les apuntó con ella.
- Deberías dejarlo ahora que todavía seguís tres en pie, y podéis llevaros a vuestros amigos al hospital. Si tengo que dispararle a alguien más en la rodilla, vais a tener que salir de aquí a la pata coja. Vosotros mismos.
Los dos hombres intercambiaron una mirada y se decidieron por la primera opción. Uno ayudó a levantarse al del pie herido, mientras que el de las arcadas y el otro recogieron al quemado, que gemía débilmente y parecía a punto de desmayarse. Pero antes de que abandonasen el local, Drake les dio de nuevo el alto.
- Esa copa - dijo, señalando el vaso vacío -, estaba intacta. Ni siquiera había llegado a echar un trago. Así que me debéis una ronda.
- No puedo creerlo. ¿Hablas en serio? - preguntó el que llevaba al lisiado a cuestas. Por toda respuesta, el mercenario le apuntó a la rodilla. El hombre palideció, pero se apresuró a dejar apoyado a su camarada para acercarse a la barra y tirar un billete de veinte dólares sobre la misma.
- Tío, estás como una maldita cabra. Tiene que haber algún rincón especial del infierno reservado para gente como tú.
- Oh, ya lo creo que existe - repuso Drake -. Se llama Francia, y espero no tener que volver a visitarlo en lo que me queda de vida - añadió, estremeciéndose de los pies a la cabeza. Los hombres de Holt abandonaron el local dejando tras de sí un intenso olor a pólvora, humo y carne quemada.
- Y decían que este era un sitio aburrido. Relléname la copa, Klaus. Invita el reverendo.
- ¿Otra copa? ¿En serio? Drake, eres el cabrón más despiadado que se ha sentado a ese lado de la barra. Y te aseguro que he conocido unos cuentos, pero tú les ganas a todos - afirmó el camarero, todavía impactado por el incidente.
- ¿Despiadado? ¿Tú crees? Yo siempre he pensado que los auténticos cabrones son los que visten de traje y corbata, y deciden el destino de millones de personas desde la comodidad de sus despachos de lujo. Los demás sólo somos simples aficionados.
- Puede ser, pero preferiría que te tomases esa copa en otro sitio, antes de que llegue la policía. Supongo que, al menos, tendrás licencia para ese arma.
- ¿Licencia? ¿Qué licencia? ¡Estos son los Estados Unidos de Norteamérica! ¿No se supone que tengo derecho constitucional a llevar armas? - exclamó Drake, sinceramente confuso.
- La madre que te parió... Largo de aquí, pendejo - ordenó el camarero, empuñando un grueso bate de beisbol para reforzar sus palabras.
- Ahora si me recuerdas a Klaus - se lamentó Drake, de la que recogía el billete de veinte -. Los dos sois igual de bordes y tacaños. Nos vemos a la hora de la cena.
- ¡Drake, ni se te ocurra volver por aquí!!! - exclamó inútilmente Andrés, ya que el mercenario había dejado de escucharle mucho antes de cruzar la puerta de salida.

El jefe Cárter y su ayudante vieron salir a Drake desde el interior de su auto patrulla, aparcado a poca distancia de la cervecería. Poco antes habían sido testigos del resultado de la pelea, y el ayudante había avisado por radio a las urgencias del hospital a fin de que estuviesen preparados para recibir a los hombres heridos del reverendo. Drake permaneció un momento inmóvil junto a la puerta del local, mientras encendía un cigarrillo, y a continuación se dio media vuelta y se encaminó calle abajo, no sin antes saludar con la mano a los ocupantes del coche de policía.
- Jefe, perdone que insista, pero tenemos que hacer algo. Ese tipo es un peligro público. No podemos dejarlo suelto y armado por ahí - protestó el ayudante, pero Cárter se limitó a sonreír mientras masticaba un palo de regaliz.
- ¿Estás de broma? Trabajas para mí. Intenta mantenerte a la altura. Ya falta poco para que Holt termine de perder los nervios y saltar por los aires.

Desde la llegada de Drake el reverendo era incapaz de conciliar el sueño, e incluso de pensar en otros placeres más mundanos y carnales, para disgusto de la hermana Grey. Estaba convencido de que el mercenario aún no había dicho su última palabra, por lo que no se sorprendió cuando una explosión sacudió todos los cristales del complejo. Tan sólo se limitó a salir corriendo, con el corazón en un puño y buscando con la mirada los nuevos daños. No le llevó mucho tiempo observar que el almacén principal estaba ardiendo, como había ardido poco tiempo atrás la iglesia. Echó a correr en esa dirección, pero Simón le interceptó antes de que se acercase demasiado.
- ¡No sigas! Hay trampas explosivas por todas partes. Ya tenemos varios heridos, y todavía no las hemos encontrado todas.
- El almacén. La mercancía. Nuestro dinero - balbuceó Holt -. Se está quemando todo. ¡Haced algo! ¡Llamad a los bomberos!
- Demasiado tarde - dijo Simón -. El laboratorio estaba lleno de acelerantes y otras sustancias inflamables. Haría falta un milagro para apagar ese fuego.
- ¡Déjate de chorradas! - exclamó Holt, agarrando a su hombre por la pechera -. Tenemos un depósito de agua. Busca extintores, mangueras, lo que haga falta.
- ¿Dónde crees que estaban colocadas las trampas explosivas? - respondió Simón, liberándose -. El depósito fue lo primero que voló por los aires.
- No me fastidies... el mexicano está a punto de llegar y su mercancía está ahí dentro.
- Su mercancía ya es historia. Claro que siempre puede esnifarse las cenizas - sentenció Simón. Holt se agachó hasta quedar en cuclillas, con las manos pegadas a la cabeza, como si de alguna manera así pudiera distanciarse de lo que pasaba a su alrededor.
- ¿Drake? - preguntó al cabo de varios segundos.
- ¿Quién si no? - respondió Simón, exhibiendo otro cartel que rezaba: «EQUIPO VISITANTE: 2 - CASA: 0».
- ¿Cómo ha podido hacerlo otra vez? Pensé que habías reforzado la guardia.
- Lo hice. Está claro que le hemos subestimado. Esa pose de borracho colgado no es más que un disfraz. Un aficionado no tendría los conocimientos técnicos suficientes para montar y colocar esas bombas donde hiciesen más daño.
- ¿Un disfraz? Es el demonio en persona. Por sus obras le conoceréis, y este bastardo ha venido a hacer la obra del diablo.
- Si me hubieses dejado matarle desde un principio... - dejó caer Simón, apoyando la mano sobre la culata de su Colt 45. Hubo otra explosión, seguida de una gran llamarada que iluminó el cielo nocturno como si ya hubiese llegado el amanecer.
- Pues ahora te lo ordeno - dijo Holt -. Mata a ese cabrón, y traeme su cabeza en una bandeja de plata.
- No será fácil. Cárter siempre le anda rondando cerca. Tendremos que ponerle un cebo, sacarle de la ciudad, y llevarle a nuestro terreno.
- Si, y creo que tengo el cebo perfecto - añadió Holt, con una expresión calculadora -. De hecho, si lo hacemos bien, podemos matar dos pájaros de un tiro. Busca a la hermana Grey y dile que venga a hablar conmigo, por favor.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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