Memorias de Yhtill, capítulos XIX y XX



XIX

Los Ángeles, 2016.

- En el piso superior había una sala de conferencias, con carteles, folletos y demás parafernalia de la Iglesia de la Verdad Revelada. Después de todo, Wilde tenía razón: hay una conexión encubierta entre la iglesia y esa nueva secta del signo amarillo, la Ahnenerbe, las empresas Kalowitz, el mito del origen ario y esa Sociedad Cultural Nueva Dimensión. Y todo gira alrededor de Carcosa y el último Rey.
- Creí que usted era el único que podía moverse entre espacios, ir y volver, avanzar y retroceder en el tiempo, y todo ese tipo de cosas.
- ¿El único? No. He sido negligente, doctora. Cuando se llevaron a Hildred pensé que todo había terminado, pero nuestro adversario es paciente y ha tenido todo el tiempo del mundo para ir desplegando sus piezas sobre el tablero mientras yo jugaba a imitar a Jack London. De hecho, ni siquiera estoy seguro de que le hayamos descubierto. Creo que simplemente ha dejado de esconderse, porque ya le da igual. Porque piensa que ya ha ganado la partida, y que no podemos hacer nada para evitarlo. Y puede que tenga razón - respondió Yhtill, inquieto, recorriendo el despacho a grandes pasos.
- Puede. Y puede que ese sea su talón de Aquiles: su arrogancia. Tal vez ustedes dos se parecen más de lo que cree, incluso en esa manía de creerse por encima del resto del mundo. En ese caso, Yhtill, piense y dígame: sí usted fuese nuestro adversario, ¿cuál sería su siguiente movimiento?
- ¿Mi próximo movimiento?
El hombre se acercó a la ventana y observó la calle durante varios segundos, antes de centrar su atención en un tablero de ajedrez cercano. Cogiendo la figura del rey, la hizo girar entre sus dedos, mientras meditaba sus próximas palabras.
- Toda la ventaja que el adversario crea tener hasta ahora no importa. La última jugada, el jaque mate, no se decidirá aquí, sino en Carcosa. Ahí es donde tiene que triunfar. Si yo fuera él, ahí es donde concentraría mis fuerzas para el último asalto.
- ¿Y qué papel desempeña esa tal Máscara Pálida en todo esto? ¿Cree que es parte de la estrategia del adversario, o un jugador independiente?
- No lo sé - se sinceró Yhtill -. En cualquier caso, si lo que quería era llamar mi atención, lo ha conseguido.

XX

Al sur del cabo de Buena Esperanza. Junio de 2017.

Aunque su función oficial era la investigación oceanográfica, el «Isabella» se parecía más a un moderno buque espía ruso, equipado con una flotilla de sumergibles de profundidad, tripulados y no tripulados, además de los últimos sistemas de vigilancia, desencriptación y camuflaje. Construido en Seúl para Kalowitz Enterprises, el navío podía permanecer varios meses sin tocar puerto, funcionando con una tripulación mínima de apenas veinte personas, sin contar al personal de seguridad de la empresa.
El «Isabella» llevaba varias semanas rastreando el fondo del lecho marino a unas 120 millas náuticas de la costa sudafricana. Sobre el papel su misión era la búsqueda de los restos de una flotilla de mercantes portugueses del siglo XVI, hundida durante una de las frecuentes tormentas que azotaban aquella zona de transición entre los océanos Atlántico, Antártico e Índico. En la práctica, su objetivo era localizar los restos de un submarino U-boot clase ICX/40 perdido en altamar a mediados de la segunda guerra mundial y recuperar el contenido de sus bodegas.
El capitán del «Isabella» y sus oficiales controlaban la operación de rescate desde el puente. El parte meteorológico auguraba un cambio a peor de las condiciones del tiempo, lo que les había obligado a trabajar bajo presión, ante la imposibilidad de dejar la tarea a medias. Las cámaras del rover teledirigido mediante cable de fibra óptica mostraban al submarino alemán recostado sobre el fondo marino, con un enorme boquete cerca de la proa que era el que estaban aprovechando los buzos para extraer la carga.
Un movimiento a su derecha sobresaltó al capitán. La presencia de Raymond Velasco, jefe de seguridad de las empresas Kalowitz, guardaespaldas y amigo personal del todopoderoso presidente del grupo, siempre le ponía nervioso. No era sólo por los tatuajes, aunque el capitán hubiese podido jurar que los había visto brillar en la oscuridad e incluso cambiar de aspecto de un día a otro, como aquel personaje de las historias de Ray Bradbury. Pero además el oficial era consciente de lo peligroso que era Velasco. Le había visto ejecutar con sus propias manos a demasiadas personas sin vacilar, sin mostrar nunca el menor atisbo de compasión o remordimientos.
- ¿Cómo va todo ahí abajo?
- Bien. Hemos tenido algún problema con uno de los dirigibles no tripulados, pero el resto del equipo funciona perfectamente.
- El tiempo se nos echa encima - replicó Velasco, y el capitán era consciente de que no se refería sólo al tiempo meteorológico.
- Vamos lo más rápido que podemos.
- Tal vez debería doblar de nuevo los turnos y continuar trabajando de noche.
- Necesitaríamos más personal del que tenemos. Los buzos tienen que descansar varias horas entre inmersión e inmersión. Reducir los intervalos en superficie puede ser peligroso.
- Algunos riesgos son aceptables - sentenció el jefe de seguridad. Antes de que el capitán pudiese responder, se oyó el sonido de un teléfono móvil y Velasco se encaminó hacia el exterior. Aquella era una línea exclusiva entre dos terminales. La llamada pasaba encriptada a través de un satélite de telecomunicaciones de Kaltel que permanecía en órbita geoestacionaria sobre el ecuador del planeta. Desde su ático de lujo en la zona alta de Los Ángeles, Sebastian Kalowitz aguardó pacientemente hasta escuchar la voz de su guardaespaldas al otro lado de la línea.
- ¿Qué tal va todo por ahí?
- El capitán dice que bien. Asegura que habremos terminado antes de que llegue la tormenta.
- ¿Ha habido algún problema con la mercancía? ¿Algún daño por filtraciones, oxidación, humedad o algo por el estilo?
- No. Los chicos de la Ahnenerbe fueron muy pulcros. Todas las cajas estaban debidamente selladas y precintadas, y se han conservado sorprendentemente bien para llevar casi setenta y cinco años en el fondo del mar. ¿Qué quieres que hagamos después con el submarino?
- Voladlo en pedazos - ordenó Kalowitz, sin vacilar -. Que no quede nada reconocible. Ninguna pieza más grande que un vulgar remache. Ya ha cumplido su misión. Ahora nos corresponde a nosotros terminar lo que ellos empezaron. Vuelve a casa, mein freund, y trae nuestro legado contigo.
- ¡Sieg heil! - contestó Velasco, antes de cerrar la comunicación, y concentrar su mirada en las olas y el reflejo del sol sobre la superficie del océano.

(¿Continuará?)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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