Asuntos de negocios (01)


- Aquí no servimos a vagabundos - advirtió la camarera, apenas Drake hubo puesto un pie en el local. El aludido compuso un gesto de exagerada indignación, aunque siguió caminando hacia la barra.
- ¿Quién es aquí un vagabundo? Estoy de paso, tenía calor y he parado a tomarme un par de cervezas. ¿Quieres ver mi dinero por adelantado?
La chica vaciló. Drake era un sujeto alto y desgarbado, con barba de varios días, el cabello sucio y revuelto, y aspecto de haber dormido una semana con la misma ropa puesta. Sin embargo, no parecía el típico colgado. Había un brillo extraño en su mirada que advertía que tocarle las narices tal vez no fuese una buena idea.
- ¿Qué quiere tomar?
- ¿Qué cerveza tenéis?
- Lone Star.
- Que sean dos - indicó Drake, enseñando la mano con dos dedos extendidos para reforzar sus palabras.
- ¿Para quién es la segunda?
- Para mi. Es que bebo muy rápido y así no te hago perder el tiempo.
Como para demostrar sus palabras, el forastero cogió la primera botella y la vació en cuatro ansiosos sorbos.
- Aaahhh, que maravilla. El cacharro que compré en Tulsa no tiene aire acondicionado, y he debido de sudar cinco litros de camino.
- No hace falta que lo jures - asintió la camarera, retrocediendo un par de pasos para esquivar el olor corporal del visitante -. ¿De dónde eres? Por aquí pasa gente de todas partes, pero nunca había escuchado un acento como el tuyo.
- De Adelaida.
- ¿Perdona?
- Ya sabes, Adelaida, en Australia. Dios salve a la Reina y todo eso - contestó Drake, levantando la segunda botella en gesto de saludo real -. Así que esto es Glencoe, Oklahoma.
- Eso dice el cartel de la carretera, sí.
- No está mal. Un poco seco y polvoriento, pero acogedor, en un estilo a lo Sergio Leone. ¿Me pones otro par de cervezas?
- No debería beber tanto si va a seguir conduciendo.
- No voy a seguir conduciendo. Tenía pensado quedarme un par de días, para disfrutar del folclore y la gastronomía local.
- Si por gastronomía se refiere a las hamburguesas con chile picante, creo que se va a cansar muy pronto del menú - repuso la camarera, mientras le ponía la segunda ronda.
- Si no has probado una auténtica hamburguesa de Perth, con guarnición de remolacha, no sabes lo que te estás perdiendo. Y remojada con una Foster, mucho mejor.
- ¿Remolacha? ¿En serio le ponéis remolacha a las hamburguesas? - inquirió la camarera, escandalizada.
- Dice la representante de la cultura que le pone piña a la pizza - replicó Drake, sarcástico.
- Touché. Y si no va a seguir ruta, ¿dónde piensa alojarse?
- ¿No hay hotel en este pequeño rincón del paraíso?
- Claro que sí. ¿Y de dónde tú vienes, no existe el concepto de temporada baja?
- ¿Temporada baja? - repitió el forastero, confuso -. ¿Eso qué es?
- Olvídalo. Según se sale a la derecha hay una lavandería. A veces alquilan habitaciones. Diles que vas de parte de Eileen, y que te den una con baño - añadió la chica, sin molestarse en disimular el doble sentido de sus palabras.
- Qué detalle. ¿Te tomarás una cerveza conmigo?
- No. Pero te pondré otro par de botellas, después de ver el color de tu dinero.
- Siempre lo mismo. Donde quiera que voy, no encuentro más que resentimiento y desconfianza - se lamentó Drake, de la que extraía varios billetes de su bolsillo, escogía uno de cincuenta y lo dejaba sobre la barra.
- ¿No tienes algo más pequeño?
- Puedes quedarte con la vuelta si me contestas un par de preguntas.
- ¿Qué clase de preguntas?
- ¿Está cerca de aquí la iglesia del reverendo Holt?
- ¿Porqué quieres saberlo?
- Quien sabe. Quizás he visto la luz y quiero unirme a su parroquia.
- Lo dudo mucho - replicó la camarera, cruzando los brazos sobre el pecho, en un gesto instintivo de reserva -. Al reverendo Holt no le gustan las visitas inesperadas, y tú no tienes pinta de vendedor de biblias, precisamente.
- ¿Y qué pinta se supone que tiene un vendedor de biblias?
- Normal. No como tú.
- Qué cruel. ¿No sé supone que tienes que ser amable con los clientes?
La chica suspiró y acabó por encogerse de hombros en un gesto de venía a decir: «Allá tú».
- Coge la carretera en dirección a Stillwater. Antes de dos kilómetros verás una desviación a la derecha. Sigue recto unos quince minutos y llegarás a la hacienda Holt. Pero si eres listo, pasarás de largo y seguirás conduciendo hasta cruzar el rio Arkansas.
- Bueno, ese es un defecto que nunca me ha preocupado. Lo de ser demasiado listo, quiero decir.
- Ya se nota. Entonces, ¿sigues decidido a ir hasta allí?
- En cuanto me tome otro par de cervezas y termine de instalarme.
- En ese caso, necesitarás algo más fuerte que dos cervezas - aseveró la joven, cogiendo una botella de Wild Turkey para servir un par de generosas raciones. Cogiendo uno de los vasos lo apuró de un trago y lo deposito de golpe boca abajo sobre la barra -. A tu salud. Ha sido un placer conocerte, maldito chiflado.
- Lo mismo digo. Lo de conocerte, quiero decir. No me has parecido nada chiflada, sólo un poquito borde - aclaró Drake, de la que daba buena cuenta de su dosis de bourbon.

Antes de convertirse en la hacienda Holt, aquello había sido un viejo rancho de ganado. Y aunque aún quedaban algunas huellas de su función original, alguien se había gastado mucho dinero en transformarlo en una fortaleza, rodeada de altos muros coronados por una alambrada digna de una prisión federal de alta seguridad. La reforma incluía una garita blindada junto a las puertas de entrada, vigilada por media docena de guardias armados hasta los dientes. Drake, que llevaba unos cuarenta minutos inspeccionando el lugar desde su coche, hubo de reconocer que el lugar parecía bastante impenetrable. Muy probablemente Holt debía de tener varios ex-asesores militares entre su personal de confianza.
Por fin, su paciencia dio resultado. Una camioneta cargada con provisiones y suministros se acercó al camino de entrada. De forma instintiva, el mercenario arrancó su destartalado Pontiac Firebird y se colocó detrás de la camioneta. Uno de los guardias, el que parecía menos brillante del grupo, le observó con suspicacia. Drake le hizo señas de que iba con el otro vehículo y, tras varios segundos de intensa reflexión, el hombre le indicó por gestos que podía seguir adelante.
Tras recorrer cinco minutos por un camino que apenas era un poco más que un par de roderas desgastadas llegaron a una explanada rodeada por varios edificios. Al lado de la iglesia se alzaba la antigua hacienda, rehabilitada para que sirviese de alojamiento a la nueva congregación, mientras que al fondo se veían un par de almacenes y lo que parecía ser un generador subterráneo para abastecer de electricidad a todo el complejo. Drake aparcó frente a la iglesia y se apeó del Pontiac para estirar las piernas. Rápidamente, encendió un cigarrillo y le dio un par de bocanadas ansiosas. Nadie parecía prestarle mucha atención, así que investigó con la mirada hasta localizar a un pequeño grupo reunido frente a la puerta del edificio. Con la misma confianza que si estuviese paseando por el pasillo de la casa que no tenía, el mercenario se acercó a ellos e interrumpió la conversación, preguntando:
- Buenas tardes. Estaba buscando al reverendo Holt. ¿Por un casual no sabrán por donde anda?
- ¿Quién lo pregunta? - inquirió un individuo alto y rubio, de aspecto fornido y pinta de jugador de futbol americano.
- Yo.
- ¿Y quién eres tú, exactamente?
- ¿Yo? Sólo soy el chófer.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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