Memorias de Yhtill, Capítulo XIII



XIII

Ferrocarril Transiberiano, 1956.

- Parece que estamos en un punto muerto.
Yhtill no contestó de inmediato, mientras estudiaba a la chica rubia vestida con el uniforme del ejército ruso que le apuntaba a la cara con una Tokarev.
- Yo diría que más bien somos los dos los que estamos en un punto muerto.
- Una frase demasiado arrogante para alguien que está en el lado equivocado de una pistola.
- No tanto. ¿Quiere saber porqué?
- Adelante, sorpréndame.
- Para empezar, porque dentro de poco medio ejército soviético va a intentar echar esa puerta abajo. Y sospecho que no soy la única persona que no debería de estar en este vagón, tovarich, por muy bien que le quede ese uniforme. ¿Es acento de Nebraska lo que se percibe por debajo de las consonantes guturales? Debería haber trabajado un poco más su ruso coloquial, agente. Y además, soy antibalas.
- ¿En serio? ¿Por qué no hacemos la prueba? - ofreció la joven, al tiempo que amartillaba la Tokarev.
- No tenemos tiempo. Los maquinistas están muertos. Este tren va toda marcha, sin control y con la caldera a punto de explotar. ¿Y los refuerzos que te decía? Ya están aquí - añadió Yhtill, de forma innecesaria, justo cuando alguien comenzaba a aporrear la puerta desde el otro lado.
- ¿Cómo sabe que los maquinistas están muertos?
- Porque los maté yo.
Su interlocutora se mordió el labio inferior, indecisa, pero sin dejar de apuntarle.
- Sólo tengo que aguantar hasta Irkutsk. Mis contactos me esperan allí.
- No llegaremos. Este tren saltará por los aires mucho antes de llegar a la próxima estación. Decídase, Nebraska.
- ¿Tienes un plan de salida?
- Usted sígame - replicó Yhtill, a la vez que cogía en brazos la pesada caja fuerte con el emblema de la URSS y echaba a correr en dirección contraria a los golpes. Algún soldado ruso más despierto que los demás había decidido dejar de perder el tiempo magullándose el hombro y se disponía a reventar la cerradura a tiros con su AK-47.
El frío les golpeó como una bofetada al atravesar el espacio entre ambos vagones, o al menos la chica lo notó, aunque no dijo nada, ocupada como estaba en seguir al desconocido de cerca. La caja debía de pesar sus buenos trescientos kilos, pero el hombre cargaba con ella sin esfuerzo, como si estuviese hecha de papel en vez de hormigón y acero forjado. Por suerte, el resto del tren parecía desierto. Cuando llegaron al vagón de cola Yhtill se apartó para dejar pasar a la joven, dejó la caja en el suelo y se inclinó para soltar el enganche con el resto del tranvía.
- ¿Crees que eso servirá para algo?
- Nos acercamos a un tramo en cuesta. Espero que el tren se aleje lo suficiente antes de que todo salte por los aires.
Sus perseguidores llegaron justo cuando ambos vagones empezaban a separarse. El primero de ellos probó suerte y saltó, aunque falló por escasos centímetros. El segundo fue más práctico y se limitó a disparar en su dirección.
- ¡Agáchate! - gritó Yhtill, empujando a su compañera detrás de la caja blindada. La chica se puso a cubierto lo justo para poder responder al fuego con su Tokarev. Se oyó un breve grito, y otro soldado cayó a las vías y desapareció bajo las ruedas del vagón.
- Buen tiro.
- ¡Gracias!
Al cabo de varios segundos los compañeros del ruso continuaron el tiroteo, pero el tren ya se había alejado demasiado y se perdía entre la nieve y el ruido del viento.
- Es mejor que saltemos. Todavía no está lo bastante lejos - sugirió Yhtill, recuperando la caja fuerte.
- Aunque salgamos de esta, ¿cómo piensas sacarnos de aquí? Estamos a más de cinco mil kilómetros de distancia sólo de Moscú.
- Tengo un camión escondido por aquí cerca. No es un Federal, pero nos servirá bien.
- Sigue habiendo un problema - dijo la joven, volviendo a apuntarle con la Tokarev -. No puedo volver con las manos vacías.
- Y yo sigo siendo antibalas.
- Parece que volvemos al punto de partida, pues - musitó Nebraska, con la duda reflejada en el rostro. Antes de que ninguno de ambos pudiese decir nada, una explosión sacudió la noche, cuando la caldera de la vieja locomotora rusa clase FD se rindió y saltó por los aires, arrastrando tras de sí al resto de vagones. Un coro de gritos de dolor llegó hasta ellos y se alejó, transportado por el viento. La chica se estremeció y dejó caer el brazo hasta apuntar al suelo.
- No sé que es lo que quiere tu gobierno de esa caja, pero ahí dentro hay algo que no les pertenece a ellos ni a Stalin - dijo Yhtill, forzando la puerta y rebuscando en el interior -. Los alemanes lo encontraron en París y se lo llevaron Berlín, donde a su vez lo confiscaron los rusos. Pero no es suyo. Ninguno de ellos debería tenerlo.
- ¿Qué es?
Yhtill sacó el objeto al exterior para que ella también lo viese.
- Es un diario. Lo escribió mi... un amigo mio. No debería de estar aquí. No sé cómo ha llegado hasta aquí. Creí que se había perdido hace mucho tiempo. Pero no puede caer en malas manos. Ni en las de la Ahnenerbe, ni en las de Stalin, ni las de la CIA. Lo siento.
- Nadie me habló de un diario. A mi sólo me interesan unas carpetas confidenciales con la firma de Beria en la portada.
- Todas tuyas. Yo sólo he venido a por esto.
- Y al hacerlo, has puesto en peligro mi misión.
- Pero todo ha salido bien, ¿no? Los dos tenemos lo que queríamos, ¿no?
- Que diablos - concedió la joven, a regañadientes -. Para ser la primera vez, podía haber sido mucho peor.
- Entonces, tenemos un acuerdo ¿Sí? Por lo menos hasta que lleguemos a Moscú - dijo Yhtill, extendiendo la mano en gesto de buena fe.
- Mierda. Cinco mil kilómetros. Casi me había olvidado. Espero que tengas una buena calefacción en ese camión tuyo - replicó la joven, de la que correspondía al apretón de manos.
- Tengo algo mucho mejor: una botella de vodka. Por desgracia no he traído vasos, así que supongo que tendremos que beber directamente de la boca. La boca de la botella, quiero decir.
- Te había entendido. Muy bien, alto y misterioso. Será mejor que nos vayamos. Cuanto antes estemos de camino, antes podrás empezar a contarme mentiras.
- Las damas primero - concedió Yhtill, señalando un bosquecillo cercano, donde un GAZ-51 aguardaba oculto bajo una red militar de camuflaje.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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