Memorias de Yhtill, capítulos XVI y XVII



XVI

Taberna de Porta, en Carcosa. 2011.

- Se hacen llamar el culto del Signo Amarillo. Hace varios años que están activos y se han extendido por todas las ciudades de la Coalición, pero el centro, el núcleo originario, está aquí, en Carcosa.
- Nosotros éramos el ejército del Signo Amarillo. ¿Quiénes son estos tipos? ¿De dónde han salido? - inquirió Yhtill, observando a su antiguo compañero con interés. Haita no había cambiado mucho desde la última vez que se habían visto, casi un siglo atrás. Se había recortado la melena hasta adoptar un estilo militar, estaba más moreno y había sendas telarañas de finas arrugas en torno a sus ojos, pero aún quedaban huellas del joven campesino que había sido antes de unirse al grupo. En particular, le intrigaba el tono confidencial que empleaba al hablar, ya que a esas horas eran los únicos clientes presentes en el local de Porta, por lo que todas aquellas precauciones parecían exageradas.
- Nadie lo sabe. Tienen su propio lenguaje secreto. Se reconocen entre si mediante símbolos y tatuajes. Suelen cambiar de alojamiento y de lugar de reunión con frecuencia. La única sede estable del grupo es un viejo edificio conocido como la Mansión Roja, en algún lugar cerca del viejo canal.
- ¿Y porqué nadie me ha comentado nada al respecto hasta ahora?
De repente, Haita pareció incómodo. Cuando por fin habló, lo hizo escogiendo sus palabras con mucho cuidado, como si temiese que alguna de ellas pudiese irritar a su interlocutor.
- Según varias fuentes de confianza, su líder es un tipo enmascarado que responde al nombre de la Máscara Pálida.
- ¿La Máscara Pálida? ¿Estás seguro?
- Yo sólo repito lo que he oído por ahí.
- ¿Y qué mas dicen tus fuentes sobre esa Máscara Pálida?
Haita parecía cada vez más azorado.
- Verás... Ese individuo... la Máscara Pálida... Yo no lo conozco en persona, pero según quienes le han visto... lo que dice, y las cosas que hace... No están al alcance de cualquiera.
- ¿A qué te refieres?
- Tiene que ser uno de nosotros, Yhtill. Sabe cosas que nadie más podría saber. Nadie que no hubiese estado ahí en persona. Y como bien sabes, quedamos muy pocos de los viejos tiempos. Por eso, no te extrañe que algunos piensen que tú podrías ser la Máscara Pálida.
- ¿Yo? Yo nunca he llevado máscara - repuso Yhtill, molesto.
- Lo sé. Pero tendrás que reconocer que a veces la gente cambia, y hace mucho tiempo que perdimos el contacto.
- Creí que me conocías mejor que eso.
- Así es, y por eso estamos aquí hablando ahora. Porque si alguien está jugando al despiste con tu identidad, creo que deberías de saberlo y tomar las medidas que estimes oportunas. O no, pero en todo caso, que no seas el último en enterarte.
Yhtill permaneció varios segundos pensativo, dando vueltas al vaso entre sus dedos, con la mirada perdida en la distancia.
- Dices que todo empezó aquí, en Carcosa.
- Como la primera vez, sí.
- Es extraño que no haya oído nada al respecto.
Haita se incorporó, recogiendo su cazadora del respaldo de la silla.
- Has pasado mucho tiempo fuera, Yhtill, y tal vez no has prestado la suficiente atención a lo que pasa en la ciudad.
- Tal vez. En cualquier caso, te agradezco que hayas tenido el detalle de avisarme.
- Por los viejos tiempos - dijo Haita, arrojando una moneda de oro sobre la mesa -. Cuidate.
- Lo haré - concordó Yhtill, mientras rellenaba el vaso con otra generosa dosis de absenta.

XVII

Los Ángeles, 2016.

- ¿Y usted qué hizo? - dijo la doctora Archer, continuando con el interrogatorio. La psiquiatra había dejado de trazar garabatos para pasar a dibujar formas geométricas más definidas: cubos, pirámides, y un cilindro que recordaba vagamente a una torre semiderruida.
- Investigar con discreción. En Carcosa no hay nada más molesto que un desconocido haciendo preguntas incómodas, así que empecé a relacionarme, tejer un red de contactos, y visitar los lugares de reunión del culto hasta que un día tuve un golpe de suerte. En una sala de conciertos llamada El club Hali conocí a una chica que se hacía llamar Cassilda. Pertenecía al culto del Signo Amarillo y, como la mayoría de ellos, era una hematófaga.
- ¿Una qué?
- Hematófaga. Lo que ustedes dirían... un vampiro. Una chupasangre, aunque muy atractiva. Gracias a ella empecé a introducirme en su círculo y acabó por invitarme a una de sus reuniones en la Mansión Roja - Explicó Yhtill.
- Tiene toda la pinta de haber sido una trampa.
- Por supuesto que era una trampa. Pero para cuando se dieron cuenta de a quién habían dejado entrar, ya era demasiado tarde... ¿Por qué se ríe?
- Lo siento - se excusó la psiquiatra -. Es que a veces tiene una forma muy pomposa de hablar de sí mismo. Si tuviese acento húngaro, casi me recordaría a Bela Lugosi en el papel del conde Drácula.
- ¿Quién diablos es Bela Lugosi?
- ¿Lo ve? Es usted insufrible. Y luego se pregunta porque la gente le rehúye.
- Menos mal que siempre la tengo a usted para escucharme.
- Y gratis, además. Como si el hecho de dedicarle mi valioso tiempo fuese un privilegio - ironizó la psiquiatra.
- Aunque no lo crea, aprecio mucho nuestras periódicas conversaciones - confesó Yhtill.
- Pero no tanto como para pagarme.
- ¿Por qué estropear algo tan bonito hablando de dinero?
- Es usted un caso. Volviendo a su relato... ¿Qué hizo después de entrar en la Mansión Roja?
- ¿Hacer? Los maté a todos, por supuesto.
- Entiendo - musitó la doctora Archer, reprimiendo a duras penas un tic nervioso -. ¿Y qué pasó a continuación?
- ¿A continuación? Iba a quemar la casa con todos los cuerpos dentro. Pero antes de irme, quería echarle un vistazo a fondo, para ver si encontraba alguna pista sobre el misterioso enmascarado.
- ¿Y lo encontró?
- No - reconoció Yhtill -, pero en su lugar encontré algo aún más extraño.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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