Memorias de Yhtill, capítulo XV



XV

Monumento a Lincoln junto al Capitolio de los EEUU en Washington, 1976.

- Mírate. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Veinte años? Y estás igual que esa última noche en Aleksandrov, a orillas del río Sedaya. ¿Se puede saber dónde te has metido todo estos años?
Yhtill levantó la mirada hacia la silueta recortada contra el sol anaranjado del atardecer. Nebraska vestía ahora un discreto traje de chaqueta y pantalón negros, a juego con una blusa blanca y unos zapatos de tacón medio. Llevaba el cabello suelto, un poco más oscuro que la última vez que la había visto, un par de décadas atrás. Por lo demás, apenas había cambiado, salvo por algunas hebras de pelo blanco y unas discretas arrugas que enmarcaban sus ojos, tan brillantes y expresivos como el día que le apuntó por primera vez a la cara con una Tokarev.
- Mayormente, en Francia. Y tú también estás igual que entonces.
- Mentiroso - replicó ella, sentándose a su lado para contemplar el reflejo del sol sobre la superficie del estanque del Capitolio -. No te imaginas los problemas que me diste. Los rusos exigieron la entrega de los dos terroristas que habían destruido uno de sus trenes blindados. Mis jefes querían saber quién diablos eras, y para quién trabajabas. ¿Y yo que podía decirles? ¿Qué eras un chiflado que había arriesgado el pellejo para recuperar un libro apolillado y medio ilegible? Me hubiesen trasladado a Alaska, para pasar el resto de mi vida analizando el tráfico de información entre la flota de submarinos soviética y la base naval de Zapadnaya Litsa. Y de repente, reapareces en Berlín en el 62, al otro lado del muro, y vuelves a escapar del KGB como si tal cosa. ¿Sabes que te has convertido en toda una leyenda dentro de los servicios de inteligencia? No sé si el ascenso que ofrecen por detenerte es mayor que el que ganaría por meterte una bala en la cabeza.
- ¿Y qué va a ser? ¿Me vas a ayudar, o me vas a meter por fin una bala en la cabeza?
- Eres un caso. ¿Te das cuenta del lio en en que me puedo meter sólo por estar aquí sentada contigo? Ni siquiera sé quién eres, realmente.
- Soy Yhtill - dijo el hombre, como si eso fuera explicación suficiente, mientras le tendía a su interlocutora una cajetilla abierta de Gauloises. Esta claudicó y aceptó un cigarrillo en gesto de conformidad.
- Hay que reconocer que tienes narices, utilizar a la CIA como si fuese tu propia agencia privada de investigación. ¿Sabes que la Agencia no puede operar en suelo norteamericano? Ni te imaginas las cantidad de favores que he tenido que pedir para conseguir la información que buscabas.
- ¿Y has encontrado algo?
Nebraska se sacó una agenda de tapas negras del bolsillo interior de la chaqueta.
- ¿Por donde empiezo? Ah, sí, Stephan Kalowitz. Emigrante alemán, nacionalizado norteamericano en 1944 gracias a los servicios prestados al gobierno en tiempos de guerra. Hombre discreto, ciudadano ejemplar. Siempre al día con sus impuestos, e involucrado en numerosas causas sociales y filantrópicas. No está afiliado a ningún partido, pero vota republicano. Desde que falleció su esposa se ha retirado a un discreto segundo plano, y ahora es su hijo Dieter quien está al frente de los negocios familiares.
- Alguien me dijo que Kalowitz había seguido manteniendo contactos con sus antiguos compañeros de partido.
- ¿Por quién nos tomas? ¿Por esos aficionados del Deuxième Bureau? Somos la puñetera CIA, colega. Sabemos todo lo relativo a Kalowitz y la red Odessa, pero en aquel momento no parecía importante. En 1948 el nuevo adversario a combatir era la URSS, no el nazismo. Que varias viejas glorias nazis se refugiasen en América Latina era un asunto menor comparado con la crisis de Berlín, el puente aéreo y el programa nuclear soviético.
- Según mis fuentes, también estaba relacionado con un grupo religioso conocido como la Iglesia de la Verdad Revelada.
- ¿Y? Puede que te sorprenda, Yhtill, pero esto son los Estados Unidos de Norteamérica. Aquí cualquiera puede practicar la religión que le venga en gana, siempre y cuando esta no incluya sacrificios humanos u orgías en público. De todas formas, Kalowitz asiste regularmente a misa en una iglesia católica de su ciudad. Su relación con este culto puede ser algo tangencial. Ya sabes que las donaciones a instituciones culturales o religiosas desgravan. Quizás fue uno de sus agentes de bolsa el que autorizó la operación. Sin embargo, como sabía que me lo ibas a preguntar, he investigado un poco a esta iglesia. Predican una especie de panteísmo esotérico. Tienen un discurso algo conservador, pero nada que se salga de lo legal. Son una comunidad abierta, se implican en la vida del barrio, ayudan a jóvenes conflictivos, pero... y aquí nos vamos al terrero de los rumores sin confirmar, se han visto involucrados en varios casos por desapariciones inexplicadas. Antes de que te emociones, la gente desaparece todos los días, Yhtill. A docenas. Y que uno o dos de esos desaparecidos tuviesen alguna clase de relación con esa Iglesia cabe dentro de lo puramente estadístico.
- La estadística es uno de los lenguajes del diablo.
- Puede que sí, pero necesitarías mucho más que eso para conseguir que un juez federal autorizase una investigación sobre un culto religioso.
- ¿Y qué hay sobre el club social Carcosa?
- Nada de nada. Menos que eso. No aparece registrado por ninguna parte.
- Mi fuente me aseguró que había al menos dos sedes en Estados Unidos, una en Nueva Orleans y otra cerca de Los Ángeles.
- No sé quién será tu fuente, pero te aseguro que mi información es correcta. Sólo he encontrado algunas referencias dispersas y poco fiables acerca de un club itinerante que salta de ciudad en ciudad, pero nada que tenga que ver con el término «Carcosa», que parece sacado de un relato de Ambrose Bierce. No obstante... ¿Has oído hablar de la Sociedad Cultural Nueva Dimensión?
- No. ¿Debería?
- Tal vez. Oficialmente, es una asociación cultural dedicada a la investigación y divulgación de conocimientos de tipo alternativo: sociedades secretas, el mito de la Atlántida, visitantes alienígenas, el triángulo de las Bermudas, Agartha y el rey secreto del mundo, y demás basura New Age. Parecen inofensivos, pero han sido investigados en un par de ocasiones por contrabando de obras de arte y por difundir propaganda neonazi. El mito de la raza aria, y cosas así. En el departamento del Tesoro sospechan que la sociedad puede ser una tapadera para blanquear dinero sacando al mercado objetos confiscados por los nazis durante la segunda guerra mundial.
- Con confiscados quieres decir robados, ¿no?
- Terminología. El caso es que una de las fuentes de financiación alternativas de la SCND son las empresas Kalowitz, a través de la Iglesia de la Verdad Revelada y una telaraña de empresas subsidiarias para diluir el rastro. Además, algunos altos cargos de la iglesia son miembros de la sociedad, y viceversa. ¿No estarás confundiendo a la SCND con ese club Carcosa, o como se llame?
- No.
- ¿Por qué estás tan seguro?
- No había oído hablar de esa sociedad hasta ahora, pero el club Carcosa es real, créeme.
- ¿Creerte? ¿Y por qué debería? Precisamente a ti, que siempre hablas en rodeos y sin decir una sola cosa con sentido - replicó la agente, cerrando la agenda de golpe -. Maldita sea, Yhtill, ayúdame. Dame algo que pueda usar.
- ¿Ayudar? Te estoy poniendo a Kalowitz en bandeja.
- No me has dicho nada que un buen equipo de abogados no pueda desmontar en un par de segundos. Por otro lado, aunque fuera cierto, no es una prioridad para nuestro gobierno. Nos acaban de dar una paliza terrible en Vietnam, Yhtill. En Washington están demasiado ocupados intentando lidiar con la expansión del comunismo, la crisis energética y el conflicto en oriente medio como para preocuparse por un puñado de viejas glorias nostálgicas del tercer Reich. ¿A qué viene esa obsesión con los Kalowitz? ¿Hay algo más que no me estás contando?
El aludido se encogió de hombros.
- Probablemente no sea nada. Cabos sueltos. Fantasmas del pasado que se resisten a desaparecer - respondió, arrojando la colilla del cigarrillo, de manera que las brasas describieron un arco luminoso en la oscuridad de la tarde.
- ¿Y si no fuera así? ¿Me lo dirías? - insistió Nebraska.
- Sí, aunque lo más seguro es que no hiciese falta.
- ¿Por qué no?
- Porque si la realidad cambia, todo cambia con ella, incluida nuestra percepción de la misma. Tal vez ni siquiera recordemos haber tenido esta conversación. Puede que ni siquiera recordemos habernos conocido.
- Culpa mía por preguntar - dijo la agente, poniendo los ojos en blanco - Espero que la próxima vez que nos veamos, en 1996, seas un poco menos enigmático.
- Seguro que nos vemos antes - repuso Yhtill, de la que se incorporaba -. Gracias por tu ayuda, y por no hablarle de mi a la Agencia.
- ¿Y qué iba a contarles? ¿Qué conozco a un chiflado que no envejece y que no para de decir cosas sin sentido? No, gracias. Todavía están a tiempo de enviarme a Alaska, para que se me congele el culo entre las ballenas y los osos polares. ¿Y tú, qué vas a hacer?
- ¿Yo? Creo que ha llegado el momento de volver a casa.

(Continuará...)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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