El punto de vista del asesino, 1ª parte
En uno de los momentos culminantes de Scream (Wes Craven, 1996) el personaje interpretado por Jamie Kennedy recitaba ante un escéptico y poco convencido público las tres reglas básicas para sobrevivir en una película de terror, a saber:
1. No mantener relaciones sexuales.
2. No consumir alcohol ni drogas.
3. No salir nunca solo (o sola) diciendo «Ahora vuelvo».
Aunque a día de hoy nos parezcan algo tontas (o ingenuas), hay que reconocerle al guionista de la cinta, un jovencísimo Kevin Williamson, el haber realizado uno de los mejores análisis, a la vez que homenajes, del cine de terror de su época, en especial de ese subgénero conocido como slasher o cine de terror adolescente, el cual marcó a toda una generación de espectadores a través de títulos tan imprescindibles como La noche de Halloweeen (John Carpenter, 1978), Prom Night (Paul Lynch, 1980), El tren del terror (Roger Spottiswoode, 1980) o Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980), dónde cualquier chica superviviente que se preciase de serlo tenía que respetar dichas reglas a rajatabla, si quería estar segura de reaparecer en la secuela.
Cambio de escena. Hagamos un flashback. Al principio de Scream, los asesinos desafían a Casey (Drew Barrimore) a un juego sádico de supervivencia. Responde, acierta y te salvarás... ¿o no? Casey da la respuesta correcta a la primera pregunta (¿Cómo se llama el personaje principal de La noche de Halloween? Michael Myers), pero falla en la segunda: ¿Quién es el asesino de la Viernes 13 original? Jason, responde la joven, sellando así su destino y el de su novio, ya que, como cualquier aficionado al género debería saber, en la primera entrega de la saga el asesino no es Jason (todavía) sino su madre, la señora Voorhees (Betsy Palmer). Sin embargo, tal es la capacidad de seducción de Jasón, que parece haber aglutinado en torno a su persona toda la esencia del slasher, estableciendo el mito del asesino inmortal que regresa de la tumba una y otra vez para seguir matando, porque no sabe hacer otra cosa. Incluso aunque, como hemos visto, Jason no fuese el primero, ni siquiera en su propia saga.
Por otro lado, hay que reconocer que, como personaje, la señora Voorhees es mucho más interesante y creíble que su desfigurado hijo. Creíble, porque todos podemos entender su motivación: la venganza. La señora Voorhees persigue y castiga a todos aquellos a los que considera culpables de la muerte de Jason: esos jovenzuelos y jovenzuelas que bebían, fumaban y fornicaban mientras el pobre niño se hundía bajo las aguas de Crystal Lake. Exactamente lo mismo que el propio Jason continuará haciendo, ya de motu propio, a partir de la primera secuela (Viernes 13, parte 2; Steve Miner, 1981): vengar a su madre y, de paso, a sí mismo, al tratar de impedir por todos los medios que alguien reabra el campamento. Un argumento aceptable para una trilogía, pero que se va diluyendo entrega a entrega hasta que Jason acaba convertido en una pobre parodia de sí mismo, ya sea como nanomonstruo futurista (Jason X; James Isaac, 2001) o como saco de boxeo de otro mito en horas bajas del slasher en Freddy vs Jason (Ronny Yu, 2003).
En un artículo anterior del zoco dedicado, precisamente, a Viernes 13, destacaba la influencia de Alfred Hitchcock en la película original, que va mucho más allá del homenaje más o menos explícito o asumido al cine del maestro del suspense. De hecho, la historia de Viernes 13 se puede entender como el reflejo oscuro de Psícosis (1960). Si en esta tenemos un hijo que cree ser su difunta madre, en la película de Sean S. Cunningham y Victor Miller nos encontramos con una madre que cree ser (en parte) su hijo muerto, habla con él y se contesta a sí misma.
Coincidencia o no, Psicosis es otra de las fuentes de inspiración del slasher que aparecen mencionadas en la saga Scream, al igual que El fotógrafo del miedo (Michael Powell, 1960). Tanto Norman Bates como Mark Lewis son jóvenes, agradables y atractivos. Al verles, da la impresión de que la frase «Parecía un chico encantador. ¡Quién lo iba a decir!» se escribió pensando en ellos. Pero en última instancia ambos son lobos con piel de cordero, fruto de profundos trastornos infantiles provocados por sus respectivos progenitores. ¿Se podría decir que, en cierto modo, los pecados de los padres recaen sobre los hijos? En el slasher, sí. Billy Loomis violó, torturó y asesinó a la madre de Sidney (Neve Campbell) porque la aventura de esta con su padre había provocado que su madre les abandonase. A su vez, la muerte de Billy hace que la señora Loomis regrese de su exilio en Scream 2 (Wes Craven, 1997) para vengar a su hijo, cual Pamela Voorhees reencarnada. Y en Scream 3 (Wes Craven, 2000) Sidney tendrá que cerrar el círculo enfrentándose a Roman, su medio hermano e hijo ilegítimo de Maureen Prescott. Por supuesto, eso no lo explica todo, o el odio de Billy Loomis hubiera muerto con la propia Maureen. Quizás el psicópata, además de nacer, necesita un empujón extra para encontrar su destino, como ocurre con Ann Thomerson, la asesina de Cumpleaños mortal (J. Lee Thompson, 1981). De la misma forma que Roman Prescott, Ann quiere vengarse de su medio hermana Virginia (Melissa Sue Anderson) suplantándola y matando a todos sus amigos, uno tras otro, hasta volverla loca. ¿El motivo? Al igual que Maureen, la madre de Ginny había sido amante del padre de Ann. Pero al contrario que Billy Loomis, que si pudo cebarse con el objeto de su odio, Ann tiene que conformarse con aplacar su sed de venganza haciendo sufrir a su medio hermana. ¿Y qué culpa tenían los demás, me dirán? Bajas colaterales. Están ahí para cumplir otro de los requisitos gráficos y estilísticos del slasher: la sucesión de muertes en pantalla, a cual más gore, sangrienta y refinada que la anterior. Muertes a veces absurdas, un tanto traídas por los pelos, pero siempre impactantes y memorables. ¿Quién no recuerda a Kevin Bacon con el cuello atravesado desde abajo con una punta de flecha en Viernes 13? ¿O a los amantes empalados de su secuela? ¿O al joven estudiante que tragó más de lo que podía en la antedicha Cumpleaños mortal? La lista es demasiado larga, pero cada cual tendrá su víctima y muerte en pantalla favoritas.
En una de sus novelas más interesantes, y menos conocidas, Agatha Christie nos cuenta la historia de un crimen dormido. Una niña es testigo de un asesinato, pero es demasiado joven para asimilarlo y lo olvida como un sueño. Años más tarde, regresa a Inglaterra, se instala en la mansión de su infancia, y empieza a recordar. Y en este tipo de historias, los recuerdos matan, al igual que los aniversarios. Ya sea el de una amada madre (Maureen Prescott), hermana (Robin Hammond), o un grupo de mineros fallecidos a causa de la negligencia de un par de supervisores, nunca es bueno remover el pasado. Crimen y castigo. En el slasher, ninguna mala acción queda sin su correspondiente reacción. O como afirma Dewey en la nueva entrega de Scream (2022), «La clave siempre está en el pasado». En El tren del terror (Roger Spottiswoode, 1980), Kenny Hampson asesina a sus antiguos compañeros de facultad en represalia por las burlas y humillaciones que sufrió por parte de ellos y, en especial, por una última broma pesada que le provocó una crisis psicótica. En ese sentido, cabe pensar que muchas víctimas no son inocentes del todo: de una forma u otra, han contribuido a crear a su asesino. La venganza, así, se barniza con una cierta capa de justicia que explica que muchas veces el villano del slasher despierte más simpatías entre el público espectador que sus indefensas (y algo estúpidas) víctimas.
(Continuará...)
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