Incidente en Red City #11


- No exactamente el destino. El Plan, sea el que sea. Pero ese matiz... por pequeño que sea, marca la diferencia. Tal vez no se pueda torcer el destino, pero un plan sí, y a eso es a lo que me he dedicado desde entonces. A estudiar el plan divino. Intentar averiguar por donde va. Encontrar las pequeñas grietas en su estructura. E intentar alterarlo siempre que sea posible. Tomemos como ejemplo a la señorita Budny, aquí presente - dijo Niemand, apoyando su mano sobre el hombro de la joven, la cual se sobresaltó al verse aludida de forma tan directa -. ¿Cuál era su destino? Morir. Mañana. Pasado mañana. Dentro de unos días. Pero iba a morir. ¿me equivoco?
- No - repuso Salcedo, desapasionadamente, para mayor incomodidad de Lesya.
- Y sin embargo... Aquí está. Al ir a buscarla y sacarla de ahí, he alterado su destino. He cambiado el plan, fuera el que fuese.
- Y después la ha traído aquí. Eso no parece muy inteligente, ¿no cree?
- No. Porque yo voy un paso por delante de usted, y sé de antemano como acabará esta conversación.
- Eso es imposible.
- ¿Apostamos? - dijo el forastero, señalando la baraja.
- ¿Al póquer?
- ¿Por qué no? Una jugada. Cinco cartas, y un solo descarte.
- ¿Cubierto?
- Por supuesto. ¿Dónde estaría la gracia, si no?
- ¿Y cuál sería la apuesta, exactamente?
- Nuestra vida. Y la localización de una tumba anónima.
- Yo no sé nada de tumbas, anónimas o no - repuso Salcedo, cortante.
- Ya lo sé. Aquí sólo estamos especulando, ¿no? Planteando una situación teórica, ¿no es así?
- Eso parece. Sin embargo, su apuesta no me parece muy justa. Si gano yo, lo único que gano es lo que ya tengo: a ustedes. ¿Por qué voy a arriesgarme?
- Muy cierto. Déjeme equilibrar la balanza - sugirió Niemand, cogiendo un bolígrafo para garabatear varias palabras sobre el reverso de un posavasos y, a continuación, darle la vuelta y deslizarlo sobre la mesa en dirección a Salcedo. Este lo recogió, le echó un rápido vistazo, y acto seguido le dirigió una mirada especulativa a su interlocutor.
- ¿Va en serio?
- Yo siempre hablo en serio.
- Eso espero, por su bien. De acuerdo, amigo. Jugaremos hasta el final, y veremos a donde nos lleva eso. Chango, baraja.
Uno de los presentes - que, en efecto, tenía un marcado aire simiesco - recogió las cartas y las barajó hábilmente, con una soltura fruto de muchos años de experiencia. Cuando le tendió el mazo a Niemand para que cortase, este le hizo una seña a Lesya.
- Corta.
- Si este es tu gran plan, permíteme que te diga que me parece una mierda de plan - musitó la joven, en voz baja, mientras hacía lo que le habían pedido. Chango recogió la baraja y repartió cinco cartas, boca abajo, a cada uno de los dos jugadores. Salcedo levantó el borde con cuidado y, tras un par de segundos, descartó tres. Por su parte, Niemand retiró las de los extremos sin ni siquiera mirarlas y puso en su lugar la nueva pareja que le tendió el croupier.
- ¿Ya está? - preguntó Salcedo.
- Ya está.
- ¿No piensa mirarlas?
- No hace falta. Sé que no puedo perder.
- ¿Sabe a cuanta gente he oído decir eso antes de llevarme su lengua de recuerdo?
- Un montón. Pero yo no voy a ser uno de ellos, porque yo no tiento a la suerte. Ya se lo he dicho. He alterado el plan, y ahora juego según mis reglas.
- Está bien. No perdamos más tiempo - ordenó el mafioso, enseñando su jugada -. Escalera.
Todas las miradas se volvieron a Niemand, que empezó a levantar las cartas, una por una, y de izquierda a derecha.
- Pareja de ases.
Por toda respuesta, Salcedo se limitó a beber un sorbo de su copa de whisky.
- Pareja de ochos.
Lesya comenzó a sentir un regusto ácido y desagradable en la base del estómago.
- Y otro ocho. Full de ochos y ases - sentenció el forastero, arrojando la última carta sobre el centro de la mesa.
- La mano del hombre muerto - musitó su adversario, con voz neutra.
- En realidad, Hickock tenía dobles parejas, pero con eso no hubiese superado su jugada, ¿no?
- ¿Y ahora qué?
- Eso depende de usted.
Salcedo permaneció varios segundos en silencio, reflexionando.
- Sabe, me pregunto qué pasaría si le apuntase con un arma a la cabeza y apretase el gatillo.
- Lo más seguro es que nada. El arma se encasquillaría, o la bala estaría defectuosa. Pero también puede ser que le explotase en la mano, o que disparase hacia atrás. Quién sabe.
- No me diga. ¿Y si utilizase un bate de beisbol?
Esta vez, Niemand se limitó a sonreír y permanecer en silencio. Los dos hombres sostuvieron un intenso combate de miradas durante lo que pareció una eternidad hasta que, finalmente, Salcedo se encogió de hombros y, recogiendo el mismo posavasos que le había dado Niemand, apuntó una serie de números y letras que Lesya reconoció como coordenadas geográficas.
- Supongo que después de esto se irá de la ciudad.
- Ya se lo dije. Sólo estoy de paso.
- Perfecto - aprobó Salcedo, mientras le tendía el posavasos -. No me gustaría tener que volver a jugar contra usted.
- A mi tampoco. Aunque creo que usted tenía razón: la apuesta no era justa. Creo que lo más lógico es que los dos salgamos ganando algo de aquí, ¿no le parece? - dijo Niemand, acercándose a su interlocutor para susurrarle algo al oído. Dos de los guardaespaldas reaccionaron de forma agresiva, pero Salcedo les hizo un gesto con la mano para que no interviniesen. Nadie pudo oír lo que hablaban. Cuando Niemand se retiró por fin, había algo diferente en el mafioso o, al menos, en su mirada, que parecía menos fría y calculadora que al principio.
- Gracias, Hombre Sabio.
- No hay de qué. ¿Y la chica?
- ¿Qué chica? - repuso Salcedo, mirando en dirección de Aleksandra y más allá, como si esta no estuviese delante de sus narices -. Yo no veo ninguna chica. ¿Y tú, Chango?
- Nadie en absoluto, jefe - repuso el hombre-mono.
- Entonces, está todo dicho. Vaya con Dios o con el diablo, amigo, pero no vuelva.
- Lo mismo digo - repuso Niemand. La joven echó a caminar tras él y no se atrevió a abrir la boca hasta que estuvieron en la calle, al aire libre, fuera del local.
- Dios, no pensé que fuéramos a conseguirlo. ¿Qué es lo que ha pasado ahí dentro? ¿Qué le has dicho en voz baja? ¿Y qué significa eso que te ha llamado... Hombre Sabio? - preguntó Lesya, intentando repetir las palabras de Salcedo en castellano con más bien poco éxito.
- Creo que es una forma antigua de referirse a los chamanes.
- ¿Y desde cuándo eres tú un chamán?
- Ya casi nunca, desde los últimos trescientos años. ¿Vienes? - ofreció el forastero, abriendo la puerta del pasajero del Ford.
- Te estás quedando conmigo, ¿no? - inquirió Lesya, mientras ocupaba su asiento -. Vale, olvida esa pregunta. ¿Qué es lo qué le has dicho para convencerle? - insistió la joven, sin esperar realmente respuesta. Pero para su sorpresa, Niemand dijo:
- Los muertos no son los únicos que tienen asuntos pendientes, Aleksandra. También los vivos. Si les dejas hablar, ellos mismos te contarán lo que necesitas saber para poder influir en sus actos. Y si lo haces bien, pensarán que todo ha sido idea suya desde el principio. Porque a nadie le gusta pensar que le manejan como a una marioneta.
- Yo también he estado ahí, he oído todo lo que habéis hablado, pero no he entendido nada de nada en absoluto.
Niemand se había inclinado sobre el volante para arrancar el Ford, de tal manera que su frágil peinado se deshizo y el cabello le colgaba, lacio, sobre la frente. Por un momento, viéndole de perfil y con ese aire ausente, casi agotado, la joven pensó que parecía más que nunca un tipo vulgar y corriente, y que, después de todo, no había nada extraordinario en él. Pero entonces el forastero la miró, y su sonrisa era tan arrogante como de costumbre, y en sus ojos brillaba una chispa de diversión, como si supiese exactamente lo que estaba pensando, y disfrutase jugando con ella.
- Nunca dije que fuese un talento innato. Requiere muchos años de práctica. Pero cuando por fin aprendes a hacerlo, te puede sacar de más de un apuro.
- ¿Lo dices en serio?
- Bueno, ha funcionado ¿no? - sentenció Niemand, tras lo cual devolvió toda su atención al volante y al resto de vehículos que, como ellos, circulaban por la calle en dirección salida de la ciudad.

(Continuará).

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