Incidente en Red City #12


Las coordenadas geográficas les llevaron a una zona recóndita y aislada de la cadena montañosa que rodeaba las tres cuartas partes del valle, y actuaba a modo de cuenca natural que surtía de agua a la ciudad y los campos circundantes. La mayoría de los árboles eran pinos o abetos, y el suelo, árido y polvoriento, se hallaba recubierto de una espesa capa de ramitas, piñones y espinos tan secos y crujientes como el terreno que se desmenuzaba bajo las suelas de su calzado.
Aleksandra excavaba sin descanso bajo la sombra de un viejo pino Douglas. La joven se había quitado la cazadora y la camiseta hasta quedar cubierta apenas por un sucinto sujetador de encaje negro pero, así y todo, el sudor le corría a chorros por la cara y las axilas, empapando la cintura de sus vaqueros de segunda mano. Niemand, entretanto, estaba tumbado en el suelo boca arriba, también a la sombra, meditando con los ojos cerrados mientras mordisqueaba una brizna de hierba Mila que había ocupado el lugar de su sempiterno cigarrillo, el cual se encontraba ahora encajado sobre su oreja derecha.
- Tú, sobre todo, no te sientas obligado a echarme una mano, no vaya a ser que sufras una insolación - protestó la joven, de la que clavaba de nuevo la pala con rabia en el terreno -. Ahora en serio, recuérdame otra vez por qué estamos haciendo esto.
- En primer lugar, para asegurarnos - explicó el hombre -. Sería muy violento hacer venir hasta aquí al inspector Dunne para que al final no encontrase nada o, peor aún, encontrase otro cadáver distinto. Y en segundo lugar, y no menos importante, es vuestra ceremonia de conclusión. Dado que tu amiga recurrió específicamente a ti desde el más allá, creo que lo más adecuado para ponerle punto y final a esta historia es que seas tú la que la encuentre, ¿no te parece?
- No era mi amiga. No éramos nada - protestó Lesya, con voz amarga.
- Entonces, ¿por qué estamos aquí? ¿Por qué te estás tomando tantas molestias por alguien que no te importa? - preguntó a su vez Niemand, sentándose sobre la hierba para observar mejor a su acompañante.
- Yo no he dicho eso. No era mala persona. Además, en cierto modo, se lo debo. Yo la metí en ese ambiente, le presenté gente que no debía, y no hice nada por desanimarla.
- Es curioso. Lo que dices me recuerda un poco a Whelan. Responsabilidad, remordimiento, penitencia. Crees que eres una mala persona, y que a los que te rodean les pasan cosas malas por tu culpa. Por eso estabas dispuesta a jugarte el pellejo por encontrar a Jordana: expiación. Era tu forma de equilibrar la balanza, ¿no? Una vida por otra.
- ¿Qué pasa? ¿Que ahora también eres psicólogo, además de chamán, músico, asesino en serie y Dios sabe cuántas cosas más? - exclamó la joven, justo cuando la pala hizo un sonido metálico al hundirse en tierra. Niemand se acercó a echarle una mano para terminar de despejar el terreno. La excavación fue dejando al descubierto un bidón metálico, del tamaño y estilo de los que se utilizaban para transportar alquitrán, aunque este estaba lleno de un montón de miembros resecos y momificados, a los que la sangre coagulada les había dado un tono marrón oscuro, casi negro. Entre el tronco y los dos brazos, sujetos entre sí por correas, descansaba una bola de pelo reseco y apelmazado. Al tirar de ella la bola rodó, dejando al descubierto un rostro lívido y carcomido por el calor y los insectos. Lesya no pudo aguantar más y se apartó para vaciar, a poca distancia, el escaso contenido de su estómago.
- Eso, deja huellas de tu ADN por todas partes - le reconvino Niemand.
- Cállate, gilipollas - musitó la joven, al tiempo que escupía para intentar librarse del mal sabor de boca - ¿Qué estás haciendo?
- Volver a cubrirlo y borrar nuestras huellas antes de avisar a la policía. ¿Tú qué crees? Oficialmente, nosotros no podemos estar aquí cuando lleguen - respondió el forastero, sin dejar de volver a apilar tierra sobre el bidón.
- ¿Y ya está? - se preguntó Lesya - ¿Eso es todo?
- Bueno, si quieres rezamos un salmo antes de irnos. O nos sacamos una foto de recuerdo. ¿Qué más pensabas que íbamos a hacer?
- Yo... no lo sé. Algo. Cualquier cosa. Quiero decir, ¿hemos pasado por todo esto para nada?
- Hemos encontrado a tu amiga. ¿No era eso lo qué querías? ¿Lo que todos queríais?
- Pero está muerta, y nadie va a pagar por su asesinato. Es más, es como... como si a nadie le importase. Como si todo el mundo estuviese empeñado en echarle tierra al asunto, y olvidarse de Jordana lo antes posible.
- ¿De verdad nos estabas escuchando antes? No existe el karma, ni ninguna clase de justicia superior. El universo sigue su curso y nosotros, y cualquier cosa que nos ocurra, le trae al pairo. A una escala cósmica, todos nuestros deseos y problemas son irrelevantes. La vida sigue, y punto. Supéralo.
- ¿Así que esa es tu filosofía personal? Pues menuda mierda de filosofía. Si todo da igual, ¿para qué nos hemos molestado tanto? Lo mismo hubieras podido pasar de largo y dejarme donde estaba - reflexionó Lesya, sentándose sobre el bidón mientras apoyaba la frente en el mango de la pala. En realidad, no esperaba una respuesta, pero para su sorpresa Niemand se la dio.
- ¿Conoces el mito de Pandora?
- Claro que sí. La mujer curiosa que abrió una caja que liberó todos los males sobre la Tierra. Porque claro, sólo las mujeres somos así de curiosas. Pero, ¿qué tiene que ver eso con...?
- ¿Sabes cuál fue el último mal que escapó de la caja, antes de que pudiesen volver a cerrarla? - la interrumpió el forastero.
- ¿El último? No sé... ¿La ira?
- No. Ese es uno de los siete pecados capitales. El último mal que abandonó la caja de Pandora fue la esperanza.
- ¿La esperanza es un mal? - exclamó la joven, entre incrédula y sorprendida.
- Para los antiguos griegos, sí. Eran una gente que se tomaba el destino muy en serio y, hasta cierto punto, fatalistas. Ananké y Cronos. El tiempo y lo inevitable. Por el contrario, el objetivo de la esperanza es afligir al ser humano haciéndole creer que algún día las cosas pueden ser mejores de lo que son ahora. Que no importa lo mal que vaya el mundo, al final ocurrirá algo, un milagro, o simplemente un golpe de suerte, y todo volverá a la normalidad, por arte de magia, como le pasa a Dorothy al final de «El mago de Oz» - explicó Niemand, aunque Lesya no tenía claro si estaba hablando con ella, consigo mismo, o de cara a una audiencia invisible -. Sin embargo, esa misma esperanza es parte de lo que nos hace humanos. Tienes razón en lo que dijiste: si no confiásemos en poder cambiar las cosas, no nos levantaríamos de la cama cada mañana, y hace tiempo que nos hubiésemos extinguido como especie. Y aunque esa no me parezca una perspectiva tan terrible, a veces hay que dejar una puerta abierta a la esperanza. Por si acaso - concluyó su interlocutor, mientras rebuscaba en sus bolsillos hasta dar con un objeto que Lesya identificó como una púa de guitarra. Niemand ahuecó las manos, sopló dentro y cuando volvió a abrirlas, la joven pudo ver que la púa brillaba ahora al sol como si estuviese imbuida de una nueva energía. 
- El efecto Campanilla - bromeó el forastero -. Cógela y choca tus chapines de rubíes, Dorothy.
Lesya extendió la mano y Niemand dejó caer la púa sobre su palma. El contacto fue como una sacudida eléctrica. Durante un segundo su cerebro se fundió a negro, y a continuación una cascada de imágenes sobrecargó sus retinas o, más bien, la parte de su cabeza encargada de procesar dichas imágenes. El repentino exceso de información estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio, y tuvo que agarrarse al brazo del hombre para no venirse abajo.
- ¡Madre mía! - exclamó, una vez que lo peor hubo pasado.
- Lo sé.
- ¿Era real? Todo lo que he visto... ¿Es lo que va a pasar de verdad?
- Puede serlo - asintió Niemand -. Si es lo que realmente deseas. Sólo tienes que conservarla siempre contigo. Y si alguna vez pierdes el camino, o dudas de ti misma, sólo tienes que volver a apretarla con fuerza, como ahora, y te recordará tu destino.
- Increíble. Yo... lo siento, sé que no te gusta que te hagan preguntas, pero tengo que saberlo: ¿quién diablos eres?
El forastero se acercó aún más a la joven, hasta que sus labios estuvieron a una distancia mínima de su oreja y, por un momento, esta pensó que iba a besarla, pero en vez de eso se limitó a susurrar un par de palabras, en voz tan baja que incluso con el silencio del bosque, apenas estuvo segura de haberlas escuchado.
- ¡Estás loco!
- Claro que sí. ¿O es que todavía no te habías dado cuenta? En cualquier caso deberíamos irnos de aquí, antes de que aparezca la policía o algún excursionista curioso, y tengamos que dar más explicaciones de lo estrictamente necesario - sentenció Niemand, recogiendo la pala antes de encaminarse de vuelta al Mustang, seguido de cerca por una Lesya casi sonámbula, que todavía no acababa de asimilar todo lo que le había pasado durante las últimas horas. Al cabo de un par de minutos, el bidón a medio enterrar con los restos de Jordana Williams era la única prueba de que alguien más hubiese estado ahí, después de sus asesinos.

(Continuará).

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