Incidente en Red City #05


(Imagen compartida de Pixabay)

Marie no estaba detrás de la barra, pero su compañera tomó nota de su pedido con la misma confianza que si fueran clientes de toda la vida. Siguiendo el ejemplo de Niemand, Star - que, en realidad, se llamaba Ángela - pidió el especial de la casa, aunque cambiando el bacón por varias lonchas de jamón de york, y un batido de fresa en lugar del café. De postre los dos pidieron pastel de cerezas, aunque la joven pidió una segunda ración apenas lo hubo probado.
- Está buenísimo - farfulló, con la boca llena de masa pastelera y crema de queso y cerezas.
- Es el sabor de la libertad. Todo sabe mejor cuando te has quitado un problema de encima.
- Todavía no sé como lo has conseguido... pero gracias.
- ¿Y qué vas a hacer ahora?
- En cuanto acabe aquí me voy a la estación a sacar un billete de vuelta para Santa Fe, y que le den a esta ciudad de mierda y a todos sus habitantes. Luego, Dios dirá.
- Respecto a nuestro acuerdo...
- Sí, estabas buscando a alguien, ¿no?
- Una chica llamada Lesya, diminutivo de Aleksandra. Puede que la conozcas. Hasta hace poco trabajaba en el mismo tugurio que tú.
- Puede que sí. Había una Lesya cuando yo llegué. Rubia, delgada, más o menos de mi estatura, ojos azules... Muy de la Europa del Este. ¿Te suena?
- Es posible. ¿Qué fue de ella?
- Ni idea. Un día estaba y al siguiente ya no. Octavio dijo que se había ido a vivir a otra ciudad, pero entre las chicas se rumoreaba que la habían llevado a la fuerza al motel Bates.
- ¿Al motel Bates? ¿Y eso qué es?
- Una leyenda urbana. Según las veteranas, la organización posee un viejo hotel en las afueras, casi al final del boulevard de La Marina. Lo utilizan como alojamiento temporal para las nuevas, mientras les van asignando trabajo. Pero también se supone que es ahí donde llevan a las rebeldes o a las que se van de la lengua. Lo que les hacen, nadie lo sabe, pero nunca más se las vuelve a ver, ni a saber de ellas.
- ¿Y la policía no hace nada al respecto?
- El departamento de policía de Red City y la organización tienen un acuerdo de coexistencia pacífica. Nadie se mete con nadie mientras todo el mundo tenga claro cuál es su lugar y ninguno de los dos le pise el terreno al otro.
- Pero eso no valdrá con todos los inspectores. Dudo mucho que todo el cuerpo esté corrupto.
- Puede que no, pero los únicos agentes que he visto dentro del Sinnerman eran los que venían a recaudar fondos para el plan de pensiones de la policía. No sé si me explico...
- Perfectamente - musitó el forastero, mientras paladeaba su segunda taza de café.
- No estarás pensando en ir a buscarla, ¿no?
- Es una de las opciones que estaba barajando, sí.
- ¿En serio? Porque no sé qué truco habrás usado con Ricardo, pero ahí no te va a servir de nada.
- Como se suele decir, nunca lo sabes hasta que no lo intentas.
- Esa chica debe de ser muy importante para ti, ¿no? ¿Quién eres? ¿Su padre? ¿Su hermano?
Niemand negó con la cabeza.
- No la conozco de nada.
- Entonces, te tienen que estar pagando muy bien para que te la juegues de esta manera.
- Tampoco. En realidad, le estoy haciendo un favor a un viejo amigo que se está muriendo.
- Ya entiendo. No, en realidad no entiendo nada. Mira, no quiero que te parezca mal, te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí, pero me pareces un bicho raro, y creo que estás loco de remate.
- Bueno - sonrió Niemand, dejando los dientes al descubierto -, alguien muy sabio dijo una vez que loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, menos la razón.
- Ya, pues espero que eso te sirva de ayuda cuando te estén friendo los testículos con un par de pinzas de batería. Ha sido un placer, buena suerte y todo eso, pero aquí nos separamos - dijo la chica, dejando un par de billetes sobre la mesa de la que se incorporaba.
- ¿Quieres que te acerque hasta algún sitio?
- Si no te importa, prefiero que no nos vean juntos a partir de ahora. Vaya con Dios, amigo.
- Dudo mucho que él tenga interés en que le vean conmigo, tampoco - reflexionó el forastero, mientras seguía a Ángela con la mirada. Al salir la joven vio de nuevo al viejo vagabundo - ¿Caine? - observándole fijamente desde el otro lado del cristal. Llevaba colgando la misma pancarta del otro día, aunque en esta ocasión rezaba: «El infierno está vacío. Todos los diablos están aquí». «Espero que no, o no cabríamos todos», pensó Niemand.
- Sírvale un café al predicador de mi parte. Si pregunta, dígale que invita la casa - sugirió el forastero, de la que se incorporaba para dirigirse hacia la salida del local. Apenas había diferencia de temperatura entre la atmósfera recargada del interior y el aire cálido del exterior, pero a Niemand este le pareció mucho más refrescante y vivificador. Inspirado, se marcó unos pasos de baile a lo crooner, al tiempo que tarareaba, con voz profunda:

«I wanna wake up in a city, that doesn’t sleep
And find your king of the hill, top of the heap...»

La mayoría de los transeúntes le ignoraron como si no estuviese ahí, excepto un par de chicas que iban cogidas del brazo y aceleraron el paso para dejarle atrás cuanto antes, para regocijo del forastero. Al cabo de un rato se perdió en la distancia y ninguno de los que le habían visto hubiera sido capaz de recordar su aspecto, ni mucho menos su rostro o que canción iba cantando.

Al día siguiente Niemand se levantó de buen humor. Tras un rápido desayuno, se acercó al coche para recoger del maletero su vieja Les Paul original de 1956 y, colgándosela de la espalda, se dispuso a recorrer la ciudad sin prisas. Su primera parada fue en el parque Corbett, donde se hallaba el monumento a William Barret Travis. Junto a la estatua había un pequeño quiosco con varias mesas dispuestas bajo la sombra de los sicomoros, los naranjos y los álamos plateados. El forastero pidió una limonada y se sentó a degustarla, disfrutando de la brisa de la mañana y el suave aroma de las flores del naranjo. Al cabo de media hora continuó su paseo, en dirección a la calle Ivy, donde se encontraban la mayor parte de tiendas de antigüedades y librerías de viejo de Red City. En una esquina encontró una casa de empeños donde ofrecían diversos instrumentos musicales, incluida una Fender Stratocaster. Desde la puerta, el dueño del negocio le comentó: 
- Menudo pedazo guitarra llevas ahí, amigo. ¿Te apetece hacer un cambio? 
- Ni loco. 
- Te entiendo. ¿Y si además le añado unos cuantos Benjamín Franklin para hacerlo más atractivo? 
- Tampoco. Vendí mi alma para hacerme con esta guitarra - comentó Niemand -. No la cambiaría por nada del mundo.
- Repito, te entiendo. Mi guitarra no es una cosa. Es una extensión de mi mismo. Es lo que soy. ¿No?
- Jean Jett.
- La misma. La abuela del Rock’n’Roll.
- Amén, hermano - asintió el forastero, retomando su camino. Todavía se detuvo en un puesto de libros de segunda mano, donde ojeó algunos viejos y descoloridos ejemplares de Kurt Vonnegut y Philip José Farmer, antes de volver sobre sus pasos hacia el café de Anthony. Una vez ahí pidió el especial de la casa y, mientras se lo preparaban, se acomodó con la guitarra sobre sus piernas y comenzó a entonar «Blues man», de Alan Jackson. Algunos clientes le observaron con curiosidad, pero nadie dijo nada, y de ahí saltó a «Little you» de Eddie Cochran, «Black Magic Woman» de Carlos Santana y, subiendo el ritmo, «Voodoo Child» de Jimi Hendrix, tras lo cual decidió cambiar de estilo versionando un tema clásico de Nico y la Velvet Undergraund: «All tomorrow’s parties». La voz de Niemand no tenía nada que ver con la de la diva germana, era más grave, profunda y rota, pero tenía una cualidad hipnótica que atrapaba a todos los presentes. A continuación vino «Hong Kong Garden» de Siouxsie y, ya a modo de despedida, «I walk the line» de Johnny Cash, tras lo cual el forastero recogió su guitarra y se dispuso a disfrutar de la comida. Cuando pidió la cuenta, el encargado negó con la cabeza.
- A esta invita la casa.

(Continuará).

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