Incidente en Red City #04


(Imagen de Pexels en Pixabay)

En el interior del local predominaban los tonos rojos y las luces destellantes de la pista de baile, donde media docena de chicas en diferente estado de desnudez se exhibían ante los ojos de un público masculino en su mayor parte, aunque tampoco faltaban algunas mujeres. Niemand se acercó a la barra y le hizo señas a uno de los camareros para que se acercase.
- ¿Qué va a ser?
- Un vaso de bourbon. Doble.
- Muy bien. ¿Sabe que aquí no se puede fumar? - inquirió el barman, señalando el cigarrillo que le colgaba de la boca.
- Tranquilo. No es para fumármelo. Es que me gusta el efecto que hace ahí.
- El cliente manda - repuso su interlocutor, en un alarde de despreocupación, mientras llenaba el vaso hasta el borde. El forastero lo paladeó lentamente a la vez que observaba a las trabajadoras del local. Su atención se centró en una joven morena, de pelo corto y abundante maquillaje corporal, que bailaba con desgana en una esquina del escenario.
- ¿Se puede contratar un baile privado?
- Claro que sí. Hable con Octavio - respondió el camarero, señalando hacia otro tipo acomodado en la barra, alto y de aspecto musculoso, que le escuchó con el mismo desinterés que sus compañeros.
- Son cien por veinte minutos. ¿Alguna chica en concreto?
- Sí. Esa morena. La del maquillaje con estrellas por el cuerpo.
- Ah, Star. Muy bien. Sean le acompañará y la chica se reunirá en seguida con usted en el reservado - el hombre le agarró por el brazo antes de que Niemand diera un paso -. Ya conoce las reglas, ¿no?
- Sí.
- Muy bien. No me gustaría tener que refrescarle la memoria.
El reservado era pequeño, con las paredes y el techo recubiertos de espejos, y apenas había más mobiliario que un sofá de forma semicircular, una mesita para apoyar las bebidas y la típica barra vertical ajustada entre el suelo y el techo. La luz, indirecta, era de tono rojizo y desde un altavoz oculto sonaba una versión remezcla del «Outside» de George Michael. No había pasado un minuto cuando la joven - Star - hizo su aparición, observándole con lo que Niemand reconoció como una mirada de suspicacia. Tenía unas piernas largas y bien moldeadas por horas y horas de baile y ejercicios, al igual que su ombligo, pero era un poco plana de pecho y trasero, lo que le daba un aire andrógino no exento de cierto atractivo. Por su parte, la joven no encontró nada llamativo en aquel sujeto vestido de blanco y negro, con el pelo grisáceo revuelto y barba de varios días.
- Ya sabes cómo va esto - dijo -. Tú no puedes tocarme, pero yo a ti sí. Tú sólo puedes mirar y aliviarte, si te animas. Hay un paquete de pañuelos de papel encima de la mesa.
- Que previsores. Te llamas Star, ¿no? ¿Cuánto tiempo tenemos? ¿Veinte minutos?
- Más que suficiente - respondió la joven, acercándose al forastero con pasos cortos e insinuantes.
- Es posible. Supongo que estarás un poco cansada de estar de pie, ¿no? ¿Por qué no te sientas y charlamos un poco?
- ¿Charlar sobre qué? - replicó Star, súbitamente alerta.
- No sé. Sobre tu trabajo. La vida. Nosotros. Cosas así.
- Paso, gracias - rechazó su interlocutora, dándole la espalda y echando a andar en dirección a la salida.
- ¿Por qué?
- Aquí nadie viene a hablar, salvo que sea un poli de antivicio o un periodista. En cualquiera de los dos casos, no quiero meterme en líos yo también.
- ¿Te parezco un periodista? ¿O un agente de antivicio?
- No lo sé - dijo Star, encogiéndose de hombros mientras reducía el paso.
- Entonces, ¿qué te parezco?
La chica reflexionó durante varios segundos antes de responder, dubitativa:
- Un corredor de bolsa venido a menos. O un psiquiatra que se ha enganchado demasiado a las pastillas que receta.
Niemand lanzó una sincera carcajada.
- Esa es buena. No, en serio. Sólo quiero charlar un rato. Quince minutos de tu tiempo y me voy. Sin trampas. ¿O prefieres salir fuera a seguir trabajando?
- Muy bien - claudicó por fin la joven -. Sólo charlar. Sin trampas.
- Tienes mi palabra.
- Ah, pues nada, ya me quedo mucho más tranquila - bromeó Star, dando media vuelta, pero su aspecto contradecía sus palabras. Su postura era demasiado tensa y la forma que tenía de mordisquearse el labio inferior delataba su nerviosismo. Niemand, por el contrario, irradiaba simpatía y despreocupación.
- ¿Por qué Star?
- ¿Disculpa?
- ¿Por qué ese alias en concreto?
- ¿Y por qué no? Es tan bueno como cualquier otro.
- Y sin embargo, escogiste ese. ¿Tiene algún significado especial?
- No. Bueno, sí. Cuando era pequeña me gustaba mirar el cielo de noche junto a mi padre. El me cogía en brazos, me llamaba su pequeña estrella, y me explicaba que para llegar al país de Nunca Jamás tenía que volar muy alto, hasta lo más alto del cielo, y girar en la segunda estrella a la derecha - musitó la chica, perdida en sus recuerdos, y de repente se interrumpió, sorprendida de que le hubiese revelado algo tan íntimo a un completo desconocido. Sin embargo, había algo tan sedante en la actitud del forastero que animaba a hacerle confidencias, y Star pensó que después de todo, tal vez compararle con un psiquiatra no había sido un disparate. El hombre, de hecho, daba la impresión de escucharla con auténtico interés y un atisbo de comprensión que ella no experimentaba desde hacía mucho tiempo y, de forma instintiva, se sintió impelida a confiar en él.
- Antes dijiste que no querías meterte en líos tú también. Ese «también», ¿significa que alguien se ha metido últimamente en líos por aquí?
- No... Era sólo una forma de hablar - tartamudeó la joven, y Niemand supo que estaba mintiendo.
- Si no te gusta esto, ¿por qué no lo dejas?
- Yo no he dicho que no me guste.
- Disculpa. Entonces, ¿esto es lo que quieres hacer el resto de tu vida?
- No - contestó Star, antes de darse cuenta de lo hábilmente que su interlocutor le había tendido la trampa -. Quiero decir que no es tan fácil.
- ¿Por qué no?
- Porque le debo más dinero a la casa del que gano. Y no pagar no es una opción.
- Entiendo - dijo el forastero, y ella le creyó -. Voy a proponerte un trato. Yo hablo con tus jefes, consigo que rescindan tu contrato, y a cambio tu me cuentas lo que sabes acerca de Aleksandra Budny.
- Imposible.
- No hay nada imposible.
- Cortázar nunca dejará que me vaya sin más. No es sólo una cuestión de dinero. Es una cuestión de imagen y de respeto. Lo más probable es que a mí me den una paliza y tú acabes en el fondo del rio, con las dos piernas rotas.
- Bueno, ya sabes lo que dicen: si no lo intentas, no lo sabes - replicó Niemand, poniéndose en pie -. Te veo en cinco minutos - añadió, de la que le guiñaba un ojo a la joven.

De vuelta en el vestuario, Star se sentía cada vez más nerviosa. La idea de que tal vez había hablado de más comenzaba a afianzarse en su cabeza, y el temor a las posibles represalias hacia que le temblasen las manos hasta el punto de ser incapaz de abrocharse el sujetador. Una parte de ella quería salir de ahí corriendo y perderse, pero ¿dónde? No se le ocurría ningún lugar donde los matones de la organización no pudiesen encontrarla y hacerle picadillo mientras lo grababan todo, para que sirviese de aviso a otras rebeldes en potencia. Cuando Octavio entró en el vestuario de forma brusca y con el ceño fruncido la joven pensó: «Ya está, se acabó. Sólo espero que sea rápido».
- Tú eres Star, ¿no? Ricardo quiere verte ahí fuera ahora mismo. Termina de vestirte y ven conmigo.
- Un segundo - asintió ella, con la boca tan seca que le costó despegar las palabras de sus labios. Octavio aguardó de pie, impaciente, y en cuanto la chica estuvo lista la cogió del brazo y jaló de ella hacia el exterior. Atravesaron el local - sin que nadie les prestase atención - hasta el vestíbulo, donde Cortázar les estaba esperando junto al forastero y otros dos de sus guardaespaldas. Star pensó que aquel era el final de trayecto, hasta que se dio cuenta de que Cortázar parecía más nervioso aún que ella, mientras que Niemand, por el contrario, era la viva imagen de la tranquilidad, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y su sempiterno cigarrillo colgando de la comisura de los sabios. Antes de que pudiera decir nada, Cortázar la vio llegar y dando un par de zancadas, la agarró del pelo a la vez que exclamaba:
- ¿Es esta? ¿Te refieres a esta?
El forastero asintió con un sencillo movimiento de cabeza.
- Muy bien. Toda tuya. Cógela y largaos los dos de aquí - ordenó el proxeneta, empujando a la chica hacia Niemand.
- Pero... ¿Y mi dinero? - inquirió Star, confusa. En realidad, se refería a su deuda, pero Cortázar malinterpretó sus palabras. Extrayendo de su bolsillo un apretado rollo de billetes de cien se lo arrojó a la cara, donde rebotó hasta caer a sus pies.
- Ahí tienes. Más que suficiente. Así que recógelo y piérdete. ¿Estamos en paz? - preguntó, pero no a la joven, sino al forastero, que volvió a asentir con la cabeza.
- Muy bien - dijo el dueño del local, sinceramente aliviado -. No quiero volver a veros nunca, a ninguno de los dos ¿está claro?
- Si - acertó a responder una cada vez más aturdida Star. Niemand recogió el fajo de billetes del suelo y, tomándola suavemente del brazo, tiró de ella hacia la salida.
- ¿Qué ha pasado ahí dentro? - preguntó la chica, una vez hubo recuperado el aliento.
- Nada. Sólo hablamos, como personas civilizadas. ¿No es eso lo que suele decir? ¿Qué hablando se entiende la gente?
- ¿Y ahora qué? - insistió Star, confusa.
- No sé tú, pero yo tengo hambre - respondió el forastero, señalando hacia su Ford Mustang -. Y da la casualidad de que conozco un sitio que está abierto a estas horas, y que dan muy bien de cenar. ¿Te apuntas? Además, puedes permitírtelo. Ahora tienes dinero de sobra, ¿recuerdas?

(Continuará).

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