Los Olvidados V2.0: Más rápido, más fuerte, mejor #04

Apenas cinco minutos más tarde, la joven estaba plantada delante de la entrada principal del complejo, llamando al timbre insistentemente hasta que una patrulla de guardias armados hizo acto de presencia. Antes de que los sorprendidos mercenarios pudiesen reaccionar, Samantha sonrió, diciendo: 
- ¿Cuál es la frase típica en estos casos? Ah, sí. Llevadme ante vuestro jefe, por favor.

Uno de los hombres conversó rápidamente a través de su radio y al cabo de unos segundos le hizo un gesto con la cabeza para que les acompañara. El interior del complejo parecía mucho más habitable que el exterior, y la joven no pudo evitar acordarse de la vieja guarida de Caín en las alcantarillas de Pacific City. Loco o no, a Caín le gustaba el confort, pero también la puesta en escena extravagante, algo que era más evidente en sus estancias personales, donde los objetos cotidianos coexistían con otros a cual más extraños y fuera de lugar, desde la cabeza de una vieja muñeca de los años 20 a un grupo de maniquís sentados y con copas en sus manos artificiales, como si se hubieran quedado congelados en medio de alguna fiesta, pasando por paraguas abiertos, libros con las cubiertas arrancadas, piedras de diferentes formas y tamaños o un lienzo abstracto cuyos colores agresivos recordaban algo a la técnica de Jasón Pollock. Samantha aun se encontraba estudiando el lugar cuando Caín hizo acto de presencia, tan silenciosamente que lo mismo hubiera podido teletransportarse a sus espaldas en vez de caminar.
El asesino apenas había cambiado. Vestía de forma muy parecida a la joven, con vaqueros y un jersey negro de cuello vuelto aunque en vez de botas calzaba unos viejos mocasines de aspecto confortable. Se apoyaba sobre un bastón negro con empuñadura de plata y al moverse Samantha pudo percibir en él un ligera cojera, tan leve que hubiera pasado desapercibida a un ojo menos experto que el suyo. Si aquella era la única secuela que le había quedado tras su pelea, se dijo, iban a tener muchos más problemas de los que había pensado. Por lo demás, Caín se veía tal y como lo recordaba: el rostro de un ángel caído sobre el cuerpo de un Dios griego. Moreno, con el pelo cuidadosamente revuelto y una sonrisa tan estudiada como falsa, seguía siendo uno de los hombres más atractivos que Samantha había conocido en su vida. Tal vez el que más, al menos hasta que te fijabas en sus ojos. No importa cuánto sonriese, Caín tenía la mirada escéptica de ese individuo que ha leído el mismo libro demasiadas veces, y ya se sabe de memoria como acaba.
- ¡Qué sorpresa! Samantha Grey en persona. Supongo que si tú estás aquí, tu padre y sus amigos no andarán muy lejos, ¿no es cierto?
- En realidad, no. Mi padre no sabe nada de esto - respondió la chica, escogiendo cuidadosamente sus palabras. Sabía que uno de los talentos de Caín era poder distinguir la verdad de la mentira, así que tenía que intentar engañarle diciéndole la verdad, pero no toda la verdad.
- ¿En serio? - repuso el asesino, mirándola fijamente a los ojos -. Sabías que estaba aquí y, así y todo, ¿has venido sola? Vale, ahora sí que tienes toda mi atención. ¿Cómo me has encontrado?
- Oh, una oye rumores - respondió Samantha, mientras paseaba por la estancia -. Pero antes de poner en pie de guerra a la caballería quería asegurarme por mi misma.
- ¿Tú sola? - repitió Caín -. No me lo creo. Sé que me estás engañando de alguna manera, y que lo más sensato sería matarte ahora mismo, pero... reconozco que siento curiosidad. Un mal vicio del que no consigo desprenderme. Muy bien, pasa y ponte cómoda. ¿Quieres tomar algo? ¿Vino? ¿Tal vez un poco de vodka? Mi oferta es limitada, me temo. No solemos recibir muchas visitas por aquí, y menos de gente tan joven e interesante como tú - dejó caer el hombre, mientras se servía una generosa copa de vino tinto. Samantha negó con la cabeza.
- Tal vez sea porque la última vez que nos vimos planeabas amputarme las extremidades para usarme de incubadora y engendrar así una nueva raza de seres superiores. O algo así. Puede que me perdiese algún detalle por el camino debido al efecto de las drogas que me inyectasteis, pero no acabo de fiarme de tus licores.
- Sí, bueno. Lo pasado, pasado está. Además, eso sólo era el último recurso, por si todo lo demás fallaba. Me alegro de volver a verte. Pareces... algo distinta. Más madura y centrada, quizás.
- Pues tú deberías de estar muerto. Imagina mi sorpresa cuando me dijeron que seguías rondando por ahí, como el fantasma del padre del Hamlet, pero mucho más vivo.
- No será porque no te empleases a fondo, querida. Pero parte de mi castigo por toda la eternidad es que no puedo morir, ni a manos ajenas, ni por mi propia mano. Si te sirve de consuelo, me costó mucho recuperarme, y aun no estoy al cien por cien de mis capacidades, pero los médicos son optimistas. Un par de meses, unas semanas y estaré listo para salir de nuevo al mundo y divertirme un poco - añadió Caín, dejándose caer sobre un diván con un suspiro de alivio.
- ¿En serio te crees todo eso de la maldición bíblica, la inmortalidad y el castigo divino?
- Yo sé lo que soy - replicó Caín, impertérrito -. Y sólo Él puede matarme. Eso no quiere decir que no sienta dolor, claro. El dolor siempre es parte del castigo, o no habría lección en absoluto. Pero no creo que hayas venido hasta aquí sólo para discutir de teología, sino para comprobar hasta qué punto sigo siendo peligroso, y cuáles son mis proyectos de futuro. ¿Me equivoco?
- No - reconoció la joven, recostándose contra la pared en una pose de fingida despreocupación, pero lista para reaccionar en cuanto fuese necesario.
- ¿Qué hacer? Es una buena pregunta. ¿Qué puedes hacer cuando ya lo has hecho todo, y todo te aburre? ¿Viajar? ¿Escribir un libro? ¿Pintar un cuadro? Quién sabe. Tal vez me dedique a la arqueología en Oriente medio. O me instale en Japón durante una temporada para explorar nuevos horizontes. Hay algunos aspectos de la robótica y de la nanotecnología que me resultan cada vez más fascinantes. ¿Y tú, Samantha? ¿Cómo te imaginas dentro de veinte años?
- No lo sé - repuso la joven, encogiéndose de hombros -. Igual que ahora pero veinte años más vieja, supongo.

Continuará.

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