Los Olvidados V2.0: Más rápido, más fuerte, mejor #01


Como todas las mañanas, Samantha ya estaba despierta y en pie cuando el despertador sonó a las 07:00 horas a.m. Siguiendo una férrea rutina, dedicó unos cuarenta y cinco minutos a realizar su tabla de ejercicios físicos cotidianos antes de darse una ducha alternando la temperatura y pasando de agua caliente a muy fría, casi helada, tras lo cual procedió a tomar su habitual desayuno consistente en un zumo de naranjas recién exprimidas y un café solo, sin leche ni azúcar, mientras veía las noticias de la mañana en su televisor de plasma.
Una vez hubo terminado se vistió con la ropa que había dejado pulcramente ordenada sobre la mesa el día anterior - unos pantalones vaqueros y un ceñido jersey negro de cuello vuelto - que completó con unas botas de ante forradas de piel y una parka verde oliva de inspiración militar, antes de salir de su apartamento y cerrar la puerta con doble llave tras ella. Tenía el tiempo justo para pasar por la tienda y recoger el regalo antes de acercarse a casa de su padre a celebrar el cumpleaños de este, y Samantha Grey era de esas personas que odiaban llegar tarde a cualquier compromiso, por indeseado que este fuera.
Enfrente de su portal un joven de unos catorce años aguardaba sentado al pie de las escaleras. Cuando la vio salir se puso en pie para seguirla a una distancia discreta, pero siempre sin perderla de vista. La chica caminaba con paso enérgico y regular. Al cabo de un rato abandonaron aquella zona para adentrarse en el distrito comercial de la ciudad y, más en concreto, en una amplia avenida repleta de tiendas de lujo y locales de ocio. El joven observó a Samantha mientras esta entraba en una joyería a recoger un paquete envuelto en papel de regalo. Ya de vuelta en la acera, la chica miró a izquierda y derecha, como si no recordase que tenía que hacer a continuación, hasta que finalmente se encaminó hacia la entrada de un pasadizo cercano. Su perseguidor, por su parte, echó a correr tras ella, pero para cuando llegó al lugar donde la había visto por última vez, Samantha ya había desaparecido sin dejar ni rastro. Confuso, el joven inspeccionó el callejón mientras pensaba en las desagradables consecuencias de su fracaso, pero antes de que pudiese reaccionar, algo se movió a su espalda como salido de la nada, y una mano se cerró en torno a su cuello con la fuerza de un torno de acero.
- ¿Me buscabas?
El joven pataleó a la vez que intentaba cambiar de forma en un vano esfuerzo por librarse de la presa de su captora, pero esta se limitó a apretar más aun a la vez que le empujaba con todas sus fuerzas contra la pared de ladrillo. El impacto le vació los pulmones (o, al menos, los órganos que desempeñaban una función similar en su organismo) a la vez que le dejaba momentáneamente aturdido.
- Eres uno de los lacayos de Seth, ¿no? Nada de trucos o te arranco la cabeza. Y dudo que puedas sobrevivir a eso. ¿Me he explicado con claridad? - el joven asintió con la cabeza -. Muy bien. Y ahora explícame por qué me estabas siguiendo.
- No es lo que tú crees - logró articular su presa -. Vengo en son de paz. Nuestros líderes quieren... solicitan respetuosamente hablar contigo.
- ¿Hablar de qué?
- No lo sé. Yo sólo soy el mensajero.
- ¿Y por qué debería fiarme de vosotros?
- Porque sólo he venido yo. Si quisiéramos hacerte algún daño, te estarías enfrentando a todo un ejército. Y porque siempre cumplimos nuestra palabra. Sólo te pedimos que nos escuches. Después, garantizamos tu seguridad, decidas lo que decidas.
La joven reflexionó un instante. Era una petición tan arriesgada como sorprendente, y, si estuviese ahí, Cameron le diría que no se le ocurriese meterse en la boca del lobo sin apoyo o al menos sin un plan de respaldo. Pero Cameron no estaba ahí, y hacía tiempo que ella volaba por cuenta propia.
- Esta bien. No te prometo nada, pero escucharé lo que tengáis que decirme.
- Muy bien. Acompáñame - ordenó el multiforme, una vez Samantha le hubo liberado. La joven pensó que este no iba a decir nada más, pero al cabo de un rato se dio la vuelta para preguntar, curioso:
- ¿Cómo me has reconocido?
- Por el olor. Y porque no me quitabas la vista de encima. Y para que lo sepas, un ser humano normal parpadea una media de dieciséis veces por minuto - respondió la chica, y su interlocutor probó a abrir y cerrar los párpados varias veces para comprobar la exactitud de sus palabras.
- Siempre se me olvida lo mal diseñados que estáis.
- ¿Si? Pues ahí atrás te he pillado con el culo al aire, Homo Superior.
- Cierto. Pero tú tampoco eres un ser humano normal y corriente, ¿no es así? - replicó el multiforme, sarcástico. Samantha apretó los labios y el resto del trayecto transcurrió en un incómodo silencio, hasta que llegaron a su destino: una iglesia que se alzaba, solitaria y medio en ruinas, en uno de los peores barrios de la ciudad, donde ni siquiera la policía se atrevía a entrar si no era con el apoyo de la Guardia Nacional.
Nada más poner un pie dentro Samantha intuyó que no estaban solos. Docenas de siluetas se movían entre las sombras del recinto, observándola con ojos brillantes y expresiones que iban desde la curiosidad al recelo. Una de ellas se separó de las demás y, al acercarse, la joven pudo ver que pertenecía a un varón maduro, de edad indeterminada, con el pelo canoso y una cuidada barba del mismo tono, lo que en conjunto le daba un aire digno y respetable. Dado que los multiformes podían adoptar cualquier apariencia, estaba claro que su anfitrión había elegido aquella en concreto en su honor, para que se sintiera más cómoda y reforzar un vínculo de confianza entre ambos.
- Bienvenida, Samantha Grey. En nombre del Colectivo, te doy la bienvenida a nuestro hogar. Uno de ellos, al menos.

Continuará...

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