Nunca estaremos más vivos que ahora /01


Un viejo refrán dice que el rayo nunca cae dos veces en el mismo sitio. Adriana Vega tenía algo de tormenta eléctrica y, sin embargo, se las arreglaba para incumplir la norma, regresando cada cierto tiempo para volver mi vida del revés. De hecho, habían estado a punto de matarme en todas y cada una de las ocasiones en que nuestros caminos se habían cruzado pese a lo cual yo, imbécil de mí, siempre volvía a morder el anzuelo, aunque en mi descargo hay que reconocer que el cebo, en sí, era muy atractivo.
Aquel día amaneció como cualquier otro. Me había desplazado hasta las oficinas de la Mutua para poner al día la lista de tareas pendientes, y estaba a punto de relajarme echando una partida online al World of Tanks cuando Mario - un compañero del trabajo - irrumpió en mi despacho con una expresión más estúpida de lo habitual en su ya de por sí estúpido rostro.
- Tienes visita.
- ¿En serio? No tengo a nadie citado para hoy - repuse, tras echarle un rápido vistazo a mi agenda electrónica.
- Pues han preguntado específicamente por ti.
Su forma de hablar, con aquel tonillo irónico acompañado de una sonrisa de falsa complicidad, tendría que haberme puesto en guardia, pero como se suele decir, nunca ves venir las puñaladas cuando llegan por la espalda. Supongo que por eso son por la espalda. En cualquier caso, pueden imaginarse mi sorpresa (mezclada con no pocas dosis de nerviosismo) cuando Adriana Vega cruzó el umbral, haciendo gala de su habitual aplomo.
- Apuesto a qué soy la última persona a la que esperabas ver cuando te levantaste esta mañana - dijo, por todo saludo, de la que se acercaba para darme un par de besos, uno en cada mejilla. Había cambiado y, sin embargo, seguía igual: igual de hermosa, arrogante y segura de sí misma. Ahora tenía el pelo mucho más largo, suelto y ondulado, a juego con su elegante conjunto de sport y unas bailarinas French Sole. Apenas llevaba más complementos, aparte de los pendientes y un discreto reloj de muñeca Mark Maddox, pero le bastaba con eso para atraer las miradas de cualquier hombre (y más de una mujer) que se cruzase en su camino.
- Así que esta es tu oficina - continuó, antes de que pudiese responder a su pregunta que, en el fondo, no era realmente una pregunta -. No es lo que esperaba, después de conocer tu casa. Parece como muy fría e impersonal. Muy poco... tú.
- Casi no paro por aquí. La mayor parte del tiempo hago trabajo de calle, como bien debería de saber, señorita Vega.
- Por favor, no empieces otra vez con esa tontería de tratarme de usted. Hemos pasado demasiadas cosas juntos como para andarnos con formalismos.
A esas alturas mi sentido de alarma aullaba como una sirena antiaérea, pero seguía sin verla venir, por lo que decidí seguirle la corriente hasta descubrir que andaba buscando.
- Bueno, no es muy habitual recibir una visita del jefe. O de la jefa, en este caso. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Estás pensando en suscribir alguna clase de seguro?
- Nada en especial. Pasaba por la zona y pensé en acercarme hasta aquí para sacarte a dar un paseo, invitarte a tomar algo y que me contases qué tal te ha ido últimamente.
- ¿Te das cuenta de que cuando te expresas de esa manera parece como si estuvieras hablando del perro, o de alguna otra clase de animal doméstico?
- Venga, no seas malpensado y anímate. Hace un día precioso y me he arreglado especialmente para ti - me dijo, inclinándose sobre la mesa de manera que sus pechos se marcasen, insinuantes, a través del fino tejido de la camiseta. Supuse que esa era su nada sutil forma de indicarme que no llevaba sujetador debajo y, conociendo a Adriana Vega, y como le gustaba apostar fuerte en sus intentos de seducción, no era descabellado suponer que el resto de su ropa interior también brillaría por su ausencia -. Imagínate que es una reunión de trabajo.
- No sé si tengo tanta imaginación, pero vale. Dame un par de minutos y enseguida estoy contigo - terminé por claudicar, mientras empezaba a recoger la mesa y apagaba el ordenador.
- Por cierto, ¿cómo está tu amiga? Ya sabes, la arpía pelirroja.
Aquella era la manera educada que Adriana tenía de referirse a Carolina. No me pregunten cual era la grosera. No le perdonaba que hubiese permanecido a mi lado después de lo de Málaga, mientras que ella se había ido a disfrutar del dinero y de la posición social de su familia. Curiosamente, uno podría pensar que había salido ganando con el cambio, pero Adriana Vega tenía algo de niño pequeño, y no le gustaba que nadie se quedase con sus juguetes, ni siquiera con los que dejaba detrás de sí, rotos y abandonados.
- Nos hemos dado un tiempo - respondí, cauteloso, mientras terminaba de ponerme la americana.
- ¡Qué pena! Hacíais tan buena pareja... - musitó mi visitante, en el colmo del cinismo, con una expresión que daba a entender que no lo sentía en absoluto.
Las oficinas de la Mutua Hispánica están cerca de la Plaza de la Gesta, casi al lado del nuevo auditorio - palacio de congresos príncipe Felipe. Normalmente los empleados solemos refugiarnos en cualquiera de los bares de la zona, cuanto más pequeño y barato mejor, aunque en esta ocasión, y en deferencia a mi acompañante, decidí llevarla a la cafetería del auditorio. Tras pedir nuestras consumiciones habituales (una tónica para ella, y un café con hielo y Bayleys para mí) esperé a que me explicase los motivos de su visita, pero la señorita Vega no parecía tener prisa por entrar en materia.
- ¿Sabes? Me encanta tu corbata. Me recuerda al día en que te conocí.
- ¿Te refieres a cuando tus colegas moteros me estaban dando la paliza de mi vida? - bromeé, con lo que supuse era mi mejor tono de sarcasmo.
- No. Esa fue la primera vez que coincidimos en persona, pero ya te había visto antes, paseando por la ciudad de la mano del jefe de policía local. Llevabas un traje azul marino con camisa blanca y una corbata preciosa, parecida a la que llevas puesta ahora. Y yo no hacía más que preguntarme quién diablos eras, y por qué me estabas buscando.
- Entiendo. Y por eso enviaste a tus colegas, para que me lo preguntasen educadamente.
- No sabes cuánto lo siento. ¿Te dolió mucho?
- Tranquila. Me dolió bastante menos que otras cosas que vinieron después.
- Entonces apenas nos conocíamos. Sé que no te servirá de consuelo, pero ahora mismo no podría volver a hacerte pasar por eso. Además, parecías tan sincero que me arrepentí casi de inmediato.
- Pero no lo bastante como para no robarme después la cartera, mientras estaba sin sentido. ¡Curiosa forma de pedir disculpas!
- Yo te robé el dinero, no la cartera. Además, ¿qué problema hay? En cierto modo era mío ¿no? Y desde entonces, te lo he compensado con creces en más de una ocasión - me dijo, retándome con la mirada a que le llevase la contraria. Y cuando hablaba de compensaciones, estaba claro que no se refería sólo a las económicas, así que opté por cambiar rápidamente de tema.
- Bueno, ya estamos aquí y tienes toda mi atención. ¿Qué querías decirme?
- ¿Por qué siempre piensas que quiero algo? ¿Tan difícil es creer que simplemente te echaba de menos, y me apetecía verte?
- ¿En serio hace falta que conteste a esa pregunta? - repliqué yo a mi vez, y por toda respuesta, ella se encogió de hombros a la vez que dejaba escapar una musical carcajada.
- Vale, me conoces demasiado bien. El caso es que necesito tu ayuda profesional.
- ¿Para un tema de seguros?
- No. Para un allanamiento de morada.
Hizo una pausa para ver mi reacción, pero largos años de experiencia junto a la señorita Vega me habían enseñado a mantener el control de todos y cada uno de mis músculos faciales.
- Tal vez sería mejor que me explicase - añadió, al cabo de un rato.
- Sí, por favor - asentí, de la que le hacía señas a la camarera para que se llevase la taza vacía de café y me trajese en su lugar un vaso con doble ración de bourbon.
- ¿Te suena de algo el nombre de Santiago Román?
- Vagamente. ¿Tiene algo que ver con el grupo Trigalia?
- Es uno de los dueños. Oficialmente vive a medio camino entre Londres y Madrid, aunque tiene un chalet de verano aquí, en monte Naranco. Dentro del chalet hay una caja de seguridad. Y dentro de esa caja, hay un objeto que tengo que conseguir a toda costa.
- ¿De qué objeto estamos hablando? ¿Se trata de alguna clase de chantaje, como en el caso Olenbeck?
- No, este es un tema más personal - contestó, escurriendo el bulto. Y yo no pude evitar preguntarme que podía haber más personal que un montón de fotos de Adriana Vega desnuda -. No es que no me fie de ti, es que no necesitas saberlo, de verdad. Lo único que necesito es que me ayudes a entrar y salir de ahí. Una vez dentro, puedo abrir la caja. El problema es cómo llegar hasta ahí. Hay cámaras de vigilancia y perros sueltos durante todo el día. Pensé en hacerlo de noche, cuando los bichos están encerrados, pero entonces conectan las alarmas interiores. ¿Qué te parece? ¿Tú cómo lo harías?
- Vamos a ver si lo entiendo - dije, después de apurar el contenido del vaso de un solo trago y pedir otro sobre la marcha -. Has dicho que quieres entrar en un domicilio particular para cometer un robo.
- Aha.
- Y por si fuera poco, pretendes que yo te asesore al respecto.
- En realidad, me gustaría que vinieses conmigo. No es que no pueda hacerlo yo sola, pero eres la única persona en la que puedo confiar, y tienes mucha más experiencia en estos temas que yo.
- ¿Experiencia? Señorita Vega, soy un agente de seguros, no Arsenio Lupin.
- Investigador de seguros, que no es lo mismo. Especializado en robos, fraudes y todo tipo de estafas. Y te recuerdo que siempre estabas presumiendo de tus contactos entre la comunidad criminal. Seguro que algo habrás aprendido al respecto, después de todo este tiempo.
- Y yo te recuerdo que a mi todavía no me han detenido ni una sola vez por robo - apunté, molesto, en un vano intento por devolverle la pelota.
- Por robo de coches - puntualizó -. No de viviendas. Y además, era menor de edad, así que tuvieron que soltarme en seguida.
- Querrás decir que te largaste por tu cuenta y riesgo - la corregí, aunque mi interlocutora se apresuró a desechar mis palabras con un elegante gesto de su mano derecha.
- Soltarme, largarme ¿qué más da? El caso es que ahora estoy completamente limpia. De hecho, soy un miembro respetable de esta comunidad, y todo un ejemplo a seguir para las nuevas generaciones - afirmó, para mi sorpresa. Una de dos: o se lo creía realmente, o era la mejor actriz de la historia del cine desde la Garbo. Con Adriana Vega, era imposible estar seguro.
- Da igual - repuse, en cuanto pude recuperar mi aplomo habitual o, al menos, algo razonablemente parecido -. En cualquier caso, mi respuesta es no.
- No te creo.
- ¿Por qué no?
- Porque te conozco, y sé que no puedes evitar preocuparte por los demás, especialmente por mí.
- ¿Especialmente por usted? Veo que se tiene en muy alta estima, señorita Vega. Le recuerdo que hace tiempo que mi mundo no gira alrededor de su persona.
- ¿Lo ves? Ya te has enfadado. Siempre me tratas de "Usted" cuando estás cabreado.
- No estoy enfadado. Pero mi respuesta sigue siendo que visite a un buen especialista, y se haga mirar la cabeza.
Mis palabras, lejos de molestarla, sólo la hicieron reír aun más.
- Puedes resistirte todo lo que te dé la gana, pero los dos sabemos que al final acabarás cediendo. Eres mi caballero de brillante armadura, ¿recuerdas? - me preguntó, usando las mismas palabras que me había dirigido en el centro de salud, a modo de despedida, después de la muerte de Martín.
- Puede que no me conozcas tan bien como piensas - repliqué, poniéndome en pie con mi mejor pose de dignidad ofendida, aunque en el fondo sabía que ella tenía razón: soy de esa clase de idiotas.
- Pues demuéstrame que me equivoco - dijo ella a su vez, desafiante, a lo que yo repliqué con un escueto "Con mucho gusto" antes de dar media vuelta y abandonar el local. Sin embargo, conocía a Adriana Vega lo suficiente como para estar seguro de que aquel no había sido el último asalto, ni mucho menos.

(Continuará...).

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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