Asuntos de negocios (06)


(Para saber como hemos llegado hasta aquí, no dejen de leer los cinco primeros capítulos. ¡De nada!)

- ¿Que pasa con Holt?
- ¿Qué pasa con él? - replicó Cárter, encogiéndose de hombros -. Está acabado. Ha perdido a su hombre de confianza. Su ejército está herido o disperso. Los federales han detenido a su socio mexicano apenas ha cruzado la frontera, y el servicio interno de impuestos está a punto de bloquear la mayoría de sus cuentas en territorio norteamericano. Parece que su reino terrenal no llegará, por lo menos este milenio.
- ¿Y yo? ¿Qué parte de nuestro acuerdo sigue en pie?
- Si te subes al coche y desapareces de Glencoe antes de media hora, será como si nunca hubieses estado aquí. Lo que pase más allá de los límites del estado, ya no es cosa mía, pero como un favor personal he conseguido que te dejen vía libre hacia el sur, siempre y cuando no des media vuelta ni se te ocurra volver nunca a esta ciudad.
- Entiendo - repuso Drake, apurando la colilla del Marlboro hasta extinguir las últimas brasas. Por un momento dio la impresión de que iba a arrojarla al suelo pero, en el último momento, se la guardó en uno de los bolsillos externos de su zamarra militar.
- ¿Media hora, ha dicho?
- Treinta minutos, que empezarán a contar a partir del momento en que le des al contacto. Después, más te vale pisar el pedal del acelerador y no bajar de ochenta millas por hora camino de Tampico.
- Que nunca se diga que ninguna buena acción queda sin su correspondiente recompensa - apuntó el mercenario, en tono irónico.
- Vamos, Drake. Ni yo soy el presidente Grant, ni tú eres precisamente el Llanero Solitario. Consuélate pensando que peor sería acabar convertido en huésped forzoso de la penitenciaría del Estado.
- ¿Puedo hacer al menos una parada de camino para recoger mis cosas, o eso también sería un abuso de confianza?
- Una parada rápida. Para tomar el último trago, despedirse y aliviar la vejiga. O volveremos a vernos y, créame, esta vez no seré igual de amable.
- Entendido. Diría que ha sido un placer, pero los dos sabríamos que estaba mintiendo. Dele mis recuerdos al reverendo de mi parte, cuando pase a restregárselo por la cara - sugirió Drake, de la que se subía a su viejo Pontiac. Cárter, por su parte, se limitó a tocar el ala del sombrero con un par de dedos, en un remedo de gesto de despedida o, tal vez, en señal de respeto. El australiano no estaba seguro, y tampoco le importaba.

El auto patrulla del ayudante le siguió hasta el aparcamiento del restaurante de carretera de Eileen. Algo en el rostro de la camarera daba a entender que ya estaba al corriente de las últimas noticias. El petate de Drake estaba recogido y apoyado junto a la entrada, y había un par de cervezas frescas recién abiertas sobre la barra.
- Sospecho que mi crédito está un poco bajo mínimos en este momento - reconoció Drake.
- Estas corren a cuenta de la casa. ¿Cómo lo llevas?
El mercenario señaló al coche patrulla que le esperaba afuera.
- Ahora mismo, parezco tan popular como la peste.
- Odio decir te lo dije, pero ¿qué esperabas? Holt por un lado, Cárter por otro... ¿en serio pensabas que podías ser más listo que ellos y jugársela? ¿Es que no has visto Rambo? Aquí los vagabundos no es que pasen de largo, es que directamente dan media vuelta - sentenció Eileen, mientras echaba un trago de su cerveza -. Lamento que las cosas hayan terminado así. Eres un busca líos, pero la forma en que te la han jugado tampoco nos deja en muy buen lugar. ¿Necesitas algo? Algo que no sea más alcohol, quiero decir.
Drake abrió la boca, vaciló como si no estuviese muy seguro de lo que iba a decir y finalmente se acercó a la joven con aire confidencial.
- Vale, en confianza y porque eres tú y me caes bien... verás, el caso es que cuando iba a volar el almacén de Holt, y vi toda esa droga por todas partes, me pareció un desperdicio quemarla toda, así que me llevé unos cuantos paquetes de recuerdo. Salvo un par de quilos que me he guardado para mi consumo personal, espero vender el resto cerca de la frontera y de esa forma cubrir gastos. Pero esto que quede entre tú y yo - añadió el mercenario, colocándose el dedo índice sobre los labios para reforzar la petición de confidencialidad. La joven le observó atentamente, como si Drake fuese alguna especie de insecto repugnante que se hubiese aparecido en medio de su local, y estuviese dudando entre ignorarle o sacudirle con la fregona.
- Drake, eres la leche - dijo por fin Eileen -. Y pensar que por un momento casi me has dado pena. ¿Y Holt y Cárter? ¿Crees que sospechan algo?
- Cárter puede, pero supongo que ha preferido hacerse el idiota con tal de perderme de vista. En cuanto a Holt... ni idea, pero tampoco puede acusarme de nada sin incriminarse a sí mismo, así que me da igual.
- ¿Y qué vas a hacer ahora?
- Oh, tengo un montón de planes: practicar saltos al mar desde lo alto de un acantilado en Acapulco; amanecer borracho en una playa de Mazarrón; perderme por las calles de Guanajuato; ponerme ciego a enchiladas; asistir a una de esas peleas de tipos enmascarados con nombres tan ridículos como El Diablo Volador o El Enmascarado Purpurina, y hacerme un selfie con ellos; y visitar el museo nacional de Antropología de México, por supuesto.
- ¿Un museo? ¿En serio? - repitió la joven, en tono escéptico.
- ¿Qué pasa? Tienen una de las mejores colecciones de arte precolombino de todo el continente. La piedra del sol. Cabezas olmecas. Esculturas teotihuacanas. Ofrendas funerarias. Estelas de Xochicalco. Y el monolito de Tláloc, justo junto a la entrada - enumeró Drake, sin vacilar y sin equivocarse una sola vez.
- ¿Sabes, Drake? Justo cuando uno piensa que ya te conoce, vas y dices algo inesperado y le rompes los esquemas. ¿Y qué harás cuando se te acabe el dinero?
- Seguir ruta dirección sur - respondió el mercenario, encogiéndose de hombros -. Es lo bueno de Hispanoamérica, que siempre hay trabajo para la gente como yo.
- ¿Buscalíos?
- No. Asesinos - aclaró Drake, de la que apuraba el resto de su cerveza -. En fin, gracias por la bebida. No te insultaré dejando propina, pero que sepas que conocerte ha sido lo más agradable de estas pequeñas vacaciones, aunque estés un poco loca. Si quieres, todavía estamos a tiempo de irnos a la trastienda y echar un buen polvo de despedida, porque cuando me vaya ya será demasiado tarde y te pasarás el resto de tu vida pensando en lo que podía haber sido y no fue. ¿Qué me dices?
- Que buen viaje, Drake, y procura no saltarte el límite de velocidad camino de México - respondió la joven, imperturbable. El mercenario se rio y, tras calarse una ajada gorra que extrajo de un bolsillo de su chaqueta, recogió su petate y se encaminó hacia la salida. Eileen le observó mientras subía al pontiac y arrancaba, seguido de cerca por el coche patrulla. Los dos vehículos enfilaron hacia la carretera de salida de la ciudad y al cabo de un rato desaparecieron de la vista. La chica recogió el paño y continuó limpiando la barra, pero al cabo de un par de segundos se interrumpió para reírse, sacó otra cerveza de la nevera e hizo un gesto de brindis en dirección a la puerta.
- Pinche cabrón - dijo, antes de apurar un largo trago de la botella de un único sorbo.

¿Cuándo habían empezado a torcerse las cosas? Era una pregunta retórica. Holt sabía perfectamente cómo había empezado todo, el día en que aquel mercenario miserable había llegado a Glencoe y en vez de aplastarlo como la cucaracha asquerosa que era, le había dejado salir con vida de su casa. ¿Cómo había podido equivocarse así, precisamente él, que llevaba toda una vida persiguiendo y denunciando al Maligno?
Porque había pecado de soberbia, por eso. El demonio se le había presentado como un yonqui patético y miserable, y Holt había caído en su trampa. Él, el elegido del Señor, el Mesías del siglo XXI, había sido incapaz de reconocer a Satanás pese a tenerlo cara a cara. Lo había infravalorado, y ahora estaba pagando por su error. El castigo era demasiado duro y, hasta cierto punto, injusto, pero Holt estaba decidido a apurar aquel amargo cáliz hasta la última gota. Cumpliría su penitencia, aprendería de sus errores, y tendría su justa y merecida venganza.
Los dos feligreses que aguardaban en la puerta se removieron, incómodos. El reverendo llevaba casi cinco minutos en silencio, desde que habían acudido a su despacho para informarle sobre la muerte de Simón y la fuga de Keisha Grey. De hecho, era precisamente su falta de reacción lo que ponía nerviosos a los dos hombres, que conocían bien el carácter del reverendo y su escasa propensión a poner la otra mejilla. Sin embargo, antes de que tuviesen que tomar alguna decisión arriesgada, Holt salió de su ensimismamiento y, mirándoles fijamente a la cara, anunció:
- Cinco millones. Decídselo a todo el mundo. A todos los cazarrecompensas entre aquí y la frontera. Ofrezco cinco millones de dólares a quien me traiga de vuelta de vuelta a Malcom Drake, lo bastante vivo como para que pueda disfrutar sodomizándole antes de arrancarle la piel a tiras, de forma lenta y muy, muy dolorosa. ¿Y bien? ¿A qué esperáis? ¡Largo de aquí y corred el mensaje! - rugió Holt, provocando la apresurada fuga de sus feligreses. A continuación se reclinó en su silla de escritorio, con la mente ocupada pensando en la interminable serie de torturas a las que pensaba someter a Drake cuando lo tuviese a su merced.
- Todo hombre tiene un diablo, y no descansa hasta encontrarlo - sentenció el reverendo, con fría determinación.

Epílogo:

Al final de «Hamburgo Blues» Malcom Drake abandonaba Alemania, rumbo a Inglaterra. Llegué a escribir varias páginas de aquella historia, en la que el mercenario visitaba las islas británicas en busca de sus antepasados y, ya puestos, la liaba parda en el usualmente tranquilo condado de Dover. Por desgracia, en cierto momento dejé aparcada la historia para cerrar otros artículos y argumentos, y cuando por fin nos reencontramos con él, ya no es en la Inglaterra anterior al Brexit, sino en los EEUU post Donald Trump. ¿Qué ha pasado durante estos ocho años? Como se suele decir, eso es material para otra, u otras historias. En ese sentido, el final de «Asuntos de negocios» es deliberadamente abierto. La siguiente aventura de Drake podría tener lugar en México, o en cualquier otro rincón de América Latina, salvo que el reverendo Holt tenga algo que decir al respecto. O podría volver atrás en el tiempo, y desvelar algún capítulo oculto de la extensa trayectoria de Drake como mercenario en lugares tan exóticos como Nueva Zelanda, Hong Kong, Macao, Singapur, Myanmar, Nepal, Afganistán, Israel, Egipto, Italia, Alemania y Gran Bretaña, o incluso descubrir los motivos por los que el mercenario considera que Francia es el infierno en la tierra. ¿Quién sabe?
Cuando empecé a escribir «Hamburgo Blues» tenía una idea muy clara en la cabeza: no quería que Malcom Drake fuese el típico antihéroe malo pero bueno, otro de esos tipos que te empiezan cayendo mal y para cuando acaba la historia ya es un dechado de virtudes. Quería que Drake fuese como el primer Torrente: un sociópata impresentable, de los que nunca le presentarías a tu familia, y que no querrías ver cerca de tu hija ni en pintura. Un superviviente solitario y egoísta. Sin embargo, al escribir «Asuntos de negocios», y releer «Hamburgo Blues» con la perspectiva que da el tiempo, no he podido evitar acabar sintiendo una cierta simpatía por él. Drake es la versión 2.1 del Edgar Friendly de «Demolition Man» (1993), una especie de rebelde inconformista sin más causa que molestar, ni más objetivos que sobrevivir un día más a cualquier precio. En cierto modo, muchos de nosotros llevamos un pequeño Malcom Drake dentro, aunque no nos sintamos orgullosos de reconocerlo. Así que sí, Drake volverá, aunque no pueda asegurar cuando ni como. Entretanto, lean y no se sientan ofendidos. No es nada personal, sólo asuntos de negocios.

(¿Continuará?)

© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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