El largo camino de vuelta a casa /01


El turbocoptero levantó nubes de arena a su alrededor al tomar tierra. El piloto observó, sorprendido, el árido terreno que les rodeaba antes de preguntarle a su pasajera:
- ¿Está usted segura de que este es el sitio correcto?
La joven no contestó inmediatamente. Parecía tan absorta como él contemplando el conjunto de viejos edificios que se alzaban en medio de la nada, y que tenían todo el aspecto de llevar mucho tiempo deshabitados. Al frente podía verse la silueta característica de una granja modular, mientras que un poco más a la derecha se alzaba lo que sólo podía ser un almacen prefabricado para guardar maquinaria y otras herramientas.
- Si, estoy segura - respondió esta por fín, al tiempo que descendía con mucho cuidado del turbocóptero. Se movía de una forma agil y torpe a la vez, como alguien acostumbrado a desplazarse en gravedad cero. Eso y la palidez de su piel daban a entender que llevaba mucho tiempo en el espacio, impresión reforzada por el puerto de entrada neural que podía verse en su nuca, por debajo de su corto cabello rubio, además de otras mejoras y bioimplantes no tan evidentes, pero igualmente perceptibles para el ojo experto.
- Es la casa de mi familia - añadió la joven, al cabo de un rato. El piloto salió de la cabina para ayudarla a bajar su equipaje, que consistía en poco más de un par de mochilas y un pesado contenedor frigorífico similar al que se utilizaba para transportar órganos humanos.
- Como usted diga... pero así y todo, si yo fuera usted, me lo pensaría dos veces.
- Se lo agradezco, pero estaré bien. Y si hay algún problema, sé donde buscar ayuda - añadió ella, levantando el contenedor con una fuerza impropia de alguien de su constitución física. El piloto se encogió de hombros y tras echar un último vistazo a su alrededor subió de nuevo al turbocoptero para regresar al Puerto Franco.
Su pasajera, mientras tanto, se había encaminado hacia el edificio principal siguiendo un sendero que apenas era polvo de una textura diferente a la del resto del terreno. Puede que algún tiempo atrás aquel hubiese sido un buen lugar para vivir, pero ahora sólo parecía adecuado para los reptiles e insectos. Una vez frente a la entrada principal se encontró con que el sistema de apertura automática no funcionaba, por lo que se vio obligada a desmontar el panel de control para forzar el modo manual. Por fin, tras varios minutos de infractuosos esfuerzos, logró deslizar la puerta lo suficiente como para acceder al interior.
Dentro todo lucía tan triste y solitario como el exterior. En teoría la casa era un espacio hermético y, sin embargo, el polvo y la arena se las habían arreglado de alguna manera para colarse dentro, por lo que era facil deducir que nadie había pisado aquel suelo en años. La joven cerró los ojos para consultar el plano que llevaba memorizado y acto seguido se dirigió hacia el acceso al sótano, donde se hallaba el interruptor general que daba vida al edificio. Por suerte, las placas solares habían mantenido un suministro constante de energía hacia los generadores, los cuales se hallaban casi al cien por cien de su capacidad. La recién llegada accionó el interruptor e introdujo el código de identificación, tras lo cual las luces parpadearon durante varios segundos antes de estabilizarse con un chasquido poco tranquilizador.
- ¿Pericles? ¿Estás ahi? - preguntó la recién llegada. Algo cobró vida sobre su cabeza y, tras un prolongado zumbido de estática, una voz respondió a su saludo.
- Zzzssssi, señorita March. Bienvenida a casa.
- Gracias, Pericles. Es bueno estar aquí. ¿Cuánto te falta para estar plenamente operativo?
- Comprobando... Quince minutos para alcanzar una funcionalidad del 60%, señorita.
- De momento, tendrá que bastar. ¿Tienes algún módulo de desplazamiento autónomo, o tengo que seguir hablandole al vacio?
- En realidad, yo soy la casa, señorita March. Sensu estricto, es usted la que se encuentra dentro de mi.
- Un pensamiento inquietante - repuso la joven -, pero no has respondido a mi pregunta.
- Si, señorita March. Sin embargo, aun no están operativos. Me temo que llevo mucho tiempo fuera de servicio - dijo la IA, casi disculpándose.
- Ya lo veo. ¿Y donde está el resto de la gente? Ya sabes, mi familia.
- Afuera, en el patio trasero. Lamento no poder acompañarle en persona, señorita March, pero hasta que mis módulos de desplazamiento no estén operativos...
- ...no puedes salir de aquí, sí, ya lo sé. No te preocupes.
En el exterior alguien había improvisado un pequeño cementerio bajo la sombra de un grupo de árboles que ahora eran poco más que un montón de ramas desnudas y resecas. Al pie del tronco principal descansaban cuatro tumbas perfectamente alineadas, y a su derecha, alguien había dejado el espacio necesario para añadir una más. Cuatro tumbas, cuatro cruces y un espacio vacio.
- ¿Qué fue lo que pasó, Pericles? - inquirió la joven, al regresar a la vivienda.
- La vida pasó, señorita March - replicó la IA, de forma un tanto filosófica -. Accidentes, enfermedades, malas cosechas. Al final, sólo quedó el señor March. Pero un buen día se cansó de esperar y simplemente... supongo que se desconectó. Decía que ningún hombre debería sobrevivir a su familia, y mucho menos ver morir a sus hijos.
- Entiendo. ¿Quién le enterró?
- Yo mismo pasé el aviso a las autoridades locales, y ellas se encargaron de todo el proceso. A continuación... Bueno, me había quedado solo, así que no vi ningún motivo para seguir operativo y yo también me desconecté.
- ¿Sabes cuánto hace de eso?
- En unidades de medida estandard, cuatro años, once meses, trece días y cuatro horas, señorita March. Si no es indiscrección ¿puedo preguntarle cual es su linea de acción inmediata?
- Bueno, por lo pronto me gustaría darme una ducha, comer algo y descansar. Más tarde tendremos que empezar a organizarnos para poner todo esto de nuevo en pie. Pero antes de nada tenemos que prepararnos para recibir a las visitas.
- ¿Esperamos visitas? - inquirió la IA, con el tono de voz adecuado para imprimirle un matiz de duda a sus palabras.
- Ya lo creo que sí, Pericles. En un sitio como este, no creo que mi llegada haya pasado precisamente desapercibida - repuso la joven, con sorna. Y tenía razón. Apenas habían pasado un par de horas cuando un auto patrulla se acercó sobrevolando el terreno en la misma dirección que había seguido ella poco antes. Era un modelo clásico, típico de los planetas coloniales, pero muy bien conservado. El vehículo se detuvo a poca distancia de la entrada principal, por lo que la joven pudo estudiar atentamente a su ocupante sin que este se diese cuenta.
También era del sexo femenino, aunque más alta y fornida que ella. Vestía un ajustado uniforme de flexipiel que resaltaba hasta el último detalle de su anatomía, en especial su desarrollada musculatura. Su forma de moverse tenía algo de marcial, lo que unido a los tatuajes que se intuian bajo el uniforme y su aspecto decidido, delataba un pasado militar. Llevaba el pelo muy corto, casi al cero, de tal manera que apenas hacía una sombra de pelusilla sobre su craneo. Era dificil calcular su edad. Aparentaba unos cuarenta años estandard, pero los militares solían recurrir a drogas y bioingeniería para potenciar su físico y ralentizar el envejecimiento, por lo que podía ser mucho mayor. Sin embargo, el brillo de sus ojos y la energía de sus movimientos desmentían esa impresión. En general, tenia todo el aspecto de alguien acostumbrado a dar órdenes, y a ser obecedida de inmediato.
- Buenas tardes, agente.
- Hola. Veo que ha empezado a instalarse - replicó la mujer, por todo saludo, al llegar a su lado -. En Deneba tenemos a gala ser muy hospitalarios, pero que un sitio esté vacío no significa que esté disponible para que lo ocupe el primer recién llegado que pase por aquí. Puede que esto no sea gran cosa pero tenemos leyes, ¿sabe? Y hay que seguir un prcedimiento.
- Lo entiendo, pero es que da la casualidad que este terreno era de mi familia. Y por lo tanto, ahora me pertenece.
La policía la examinó de pies a cabeza, como si pudiese adivinar si decía la verdad con sólo mirarla. A continuación echó un vistazo a su equipaje, dedicandole especial atención al contenedor criogenico.
- ¿Cómo ha dicho que se llama?
- No lo he dicho, pero mi nombre es March. Janine March.
- Yo conocí a Janine March. Es cierto que se le parece, pero ella era mucho mayor que usted cuando se fue de aquí, y no creo que haya rejuvenecido con el tiempo.
- Le contaré mi secreto: dieta, vida sana, mucho ejercicio y algo de cirugía plástica - replicó la joven, siempre sin perder la sonrisa de los labios. La agente le dedicó una mirada severa para, a continuación, comprobar su identidad mediente un escaner de retina.
- Asi que eres su hija. Supongo que eso explica el parecido familiar. ¿Y tú madre? ¿Qué es de su vida?
- Nada. Murió hace unos seis meses. De hecho, en parte, ese es uno de los motivos de mi viaje.
- Lo siento. ¿Y piensa quedarse mucho tiempo? - inquirió la agente, recuperando el tratamiento formal.
- No estoy segura. Depende.
- ¿Depende de qué?
- De lo a gusto que me encuentre aquí. ¿Por? ¿Hay alguna ley local que establezca un periodo máximo de estancia?
- No, no lo hay - respondió la agente, escueta -. Muy bien, señorita March. En nombre del gobierno local le doy oficialmente la bienvenida a Deneba aunque, si yo fuera usted, me acercaría cuanto antes a la ciudad para arreglar el papeleo y regularizar mi situación.
- Descuide, agente... Cross - aceptó la joven, tras leer el nombre en el uniforme de su visitante -. Será lo primero que haga, en cuanto termine de instalarme.
- Eso espero. Y buena suerte. La va a necesitar - añadió su interlocutora, señalando el terreno baldío que se extendía a su alrededor, antes de regresar sobre sus pasos camino del auto patrulla.
- Gracias, agente. Vuelva cuando quiera - dijo a su vez Janine March, a modo de despedida. Pericles aprovechó ese momento para señalar, en tono cortés:
- Sabe que iba a regresar de todas formas, con invitación o sin ella, ¿no?
- Claro que sí. Policias... Son iguales en todas partes - asintió la joven, aunque no parecía especialmente preocupada -. Venga, Pericles. Quiero darme esa ducha antes de empezar a deshacer el equipaje.

(Continuará).

© 2016 Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative de forma previa a su publicación.

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