Juegos de palabras /05


Pese a lo tarde que era Montenegro apenas tenía sueño, por lo que en vez de irse a la cama se había preparado otro gin tonic para matar el rato frente al televisor mientras esperaba a que le venciese el cansancio. Así pues, todavía estaba despierto - y en pie - cuando alguien golpeó enérgicamente la puerta de entrada. Un rápido vistazo por la ventana le permitió identificar a su visitante que, como no, era una vez más Andrea. Y algo en la expresión de la joven le hizo sospechar que aquella no era una mera visita de cortesía.
- ¿Pero tú eres idiota, o qué te pasa? - exclamó esta por todo saludo, una vez hubo franqueado el umbral.
- Anda, que sorpresa. Esto de abrir la puerta y encontrarte en mi porche está empezando a convertirse en una costumbre. No te cortes, como si estuvieras en tu casa. Por cierto ¿dónde has dejado a tu hermana siamesa?
- Ah, no. Ni se te ocurra - replicó Andrea, furiosa -. Estoy hasta las narices, por no decir algo peor, de este jueguecito en el que yo digo algo y tu contestas lo que te da la gana. ¡Te he hecho una pregunta!
- Esta bien. Solo para que conste: ¿es por algo que he hecho, o por algo que no he hecho? Porque a estas horas de la noche, la verdad, me cuesta jugar a las adivinanzas.
- ¿A ti te parece normal invitarme a cenar, soltarme esa bomba, besarme y después largarte dándome las gracias como si fuese el botones del hotel? Solo te faltó meterme un billete de veinte euros en el escote de propina antes de desaparecer.
Aquellas palabras conjuraron una vívida imagen mental en la cabeza del escritor, que parpadeó en un vano esfuerzo por apartar la vista - y sus pensamientos - del escote de su visitante.
- Vale. Mira, Andrea, aunque te cueste creerlo, te juro que a mi torpe y antisocial manera sólo estaba intentando hacerte un cumplido. Es que... hace mucho desde la última vez que he sentido esto por alguien, y la verdad, estoy desentrenado. En mi época, estas cosas iban un poco más despacio.
- ¿Qué quieres decir con eso de "Mi época"? ¿Es que eres del siglo XVII, o qué? - replicó la joven, todavía echando fuego por los ojos. Y Montenegro no supo que responder. Podía haber señalado la diferencia de edad entre ambos. Podía haberle hablado de su divorcio, y de todas sus relaciones sentimentales fracasadas e, incluso, de sus problemas de salud. Pero sabía que a partir de cierto punto, el abismo generacional era una distancia más difícil de salvar que el mayor de los desiertos, por lo que se limitó a encogerse de hombros.
- Yo... es complicado.
- ¿Si? Pues deja que te lo simplifique - exclamó Andrea, de la que empujaba al escritor hasta obligarle a sentarse en el sofá. Acto seguido comenzó a despojarse de la ropa, empezando por el chaleco y siguiendo por la camiseta.
- ¿Qué estás haciendo? - exclamó Montenegro, sólo para arrepentirse apenas las palabras hubieron salido de su boca. "Va a pensar que soy idiota, si es que no lo piensa ya", se dijo.
- ¿No eras tú el genio de las palabras? Pues dímelo tú - le exigió Andrea, sarcástica, mientras terminaba de desabrocharse el sujetador y este se reunía en el suelo con las demás prendas. Y la joven se quedó ahí de pie, mirándole desafiante, con los hombros erguidos y unos pantalones cortos por toda indumentaria, ofreciéndole así al hombre una inmejorable vista de su espléndido físico y del tatuaje que llevaba dibujado en el costado derecho: la palabra "Inspiración" escrita en letra cursiva y en vertical, desde el reborde de las costillas hasta el arranque de la curva de su cadera.
- Vale - logró articular por fin Montenegro, con la boca repentinamente seca -. Antes de seguir adelante con esto, creo que debería advertirte de que ha pasado mucho tiempo desde mi última vez.
- ¿Cómo cuanto? - inquirió la reportera, con expresión calculadora.
- Varios años. Por favor, no me pidas que sea más exacto.
- Mucho mejor. En ese caso, te aseguro que esta va a ser una noche que no olvidarás en toda tu vida - prometió Andrea, con voz entrecortada, de la que se sentaba sobre él a horcajadas y buscaba su boca con la suya con un frenesí salvaje. Y apenas un par de segundos después el escritor la secundó, con idéntico entusiasmo, mientras un pensamiento fugaz cruzaba por su cabeza: "Mira por donde, después de tantos años de perseguirla, esta noche ha sido la inspiración la que ha venido a cortejarme".

Pese a lo mágico del momento, los dos eran conscientes de que aquel encuentro tenía fecha de caducidad. Así y todo, intentaron retrasar lo inevitable permaneciendo despiertos el resto de la noche, desayunando juntos, duchándose juntos e incluso ayudándose a vestirse el uno al otro, entre risas, besos robados y caricias más o menos fugaces. Pero al final Andrea tuvo que rendirse a las necesidades de su ajustado calendario y llamar a Marina al hotel para que subiese a recogerla. Se sentía mal, culpable, como cuando era todavía estudiante, en la Facultad, y se escapaba a hurtadillas del apartamento de alguno de sus amantes ocasionales antes de que amaneciese. Todavía seguía molesta consigo misma cuando llegó su compañera, y el escritor la acompañó al exterior para darle el último abrazo de despedida.
- ¿Estás bien? Pareces preocupada - inquirió este, como si tuviese línea directa con su mente, o pudiese leer su expresión.
- No. Si. No sé. Es que tengo la extraña sensación de irme dejando algo a medias - respondió Andrea, devolviéndole el abrazo.
- Bueno, yo no diría exactamente a medias. Anoche logramos llegar hasta el final de forma más que satisfactoria en un par de ocasiones. Y conste que, si tuviese diez años menos, hubiese ido a por la tercera - insinuó Montenegro, sarcástico.
- ¡No seas idiota! - protestó la joven, dándole un puñetazo en el hombro derecho -. Sabes perfectamente que no me refería a eso. Es solo que... todo ha pasado muy rápido. ¿Te das cuenta de que ayer a estas horas ni siquiera nos habíamos conocido todavía?
- Yo no te estoy echando. Sabes que puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
- Yo... me encantaría, pero... no es tan fácil. Tengo todas mis cosas en Barcelona. Y además, reuniones pendientes, fechas de entrega, y otras historias. Lo siento. No quiero que pienses que esto ha sido cosa de un sola noche, o que ahora que ya tengo lo que venía a buscar, no veo la hora de largarme. Para nada. Es sólo que...
- Tranquila, lo sé. El trabajo siempre es lo primero, ¿verdad?
- Lo siento - musitó Andrea. Y, para su sorpresa, era sincera.
- No te preocupes. Ayer, cuando te abrí la puerta, sabía dónde me estaba metiendo. Además, ya te he dicho que esa es una de tus cualidades más atractivas. De todas formas, ahora es mi turno de devolverte la visita. ¿Recuerdas la llamada de ayer, durante la cena?
- Aha.
- Era mi agente. Llamaba para decirme que el acuerdo para publicar un nuevo libro está casi cerrado. De hecho, tengo que acerarme esta semana a Barcelona para firmar el contrato y empezar a planear la campaña de promoción. Puedes incluir eso también como primicia en tu artículo.
- ¡Pero si dijiste que no habías escrito nada nuevo durante estos últimos diez años! - exclamó la joven, con genuino asombro.
- Y así es, pero tengo el disco duro de mi portátil lleno a rebosar con relatos y novelas cortas. Y ahora que se acerca el décimo aniversario de la publicación de mi último libro, hay un par de editoriales interesadas en sacar al mercado algo de material inédito. Así que ya sabes, la próxima vez que estés en tu apartamento, y alguien pique a tu puerta a horas intempestivas de la noche, igual es un escritor vagabundo en busca de cobijo - insinuó Montenegro. Y al oír sus palabras, Andrea se estrechó aun más a él, a la vez que le susurraba al oído:
- Si me entero de que has ido a Barcelona, y no pasas a verme, volveré hasta aquí solo para mandarte al otro lado de la frontera de una patada en tu feo culo.
- Te creo - reconoció Montenegro, aprovechando la cercanía de la chica para besarla de nuevo. Por desgracia, la magia del momento se vio interrumpida por el sonido del claxon del Golf y la voz chillona de Marina.
- Lamento meteros prisa, pero si quieres estar en Barna antes de las cinco de la tarde tenemos que ir saliendo de vuelta pero ya - dijo la fotógrafa, desde la ventanilla del vehículo, haciendo especial énfasis en las dos últimas palabras. Renuente, Andrea se separó del escritor, aunque no interrumpieron el contacto físico del todo, ya que este le pasó el brazo sobre los hombros de la que le acompañaba hasta el vehículo, momento que la joven aprovechó para susurrarle al oído:
- Entre tú y yo: es como un enorme grano en el culo, pero sin ella estaría perdida.
Montenegro sonrió, pero no dijo nada hasta que Andrea se hubo acomodado en el asiento del pasajero.
- Seguimos en contacto - prometió, con medio cuerpo metido a través de la ventanilla -. Y recuerda: echa el resto con el primer párrafo. Si les enganchas desde el principio, ya no dejarán de leerte hasta el final.
- Ya lo sé - respondió la chica, a la vez que agarraba al hombre del cuello de la camisa y tiraba de él para darle un último y prolongado beso de despedida -. Y no te olvides de venir a verme.
- ¡Claro que no! Estaría perdido sin mi Boswell - replicó a su vez el escritor, de la que retrocedía un par de pasos y levantaba el brazo derecho en señal de despedida.
- Bueno, al final bien está lo que bien acaba, ¿no? Ya tienes tu artículo y además, te llevas un amigo especial de recuerdo - bromeó Marina, arrancando el vehículo mientras observaba a su compañera de reojo con una sonrisa de complicidad brillándole en la cara. Por toda respuesta, Andrea se quitó las gafas de sol para mirarla directamente a los ojos y decir, con un tono de voz tan frío que hubiese podido frenar el cambio climático, y evitar el deshielo de los polos:
- Si cuentas algo de esto en la oficina, haré que te despidan. Y después, me aseguraré de que nunca más vuelvas a encontrar trabajo como fotógrafa, ni siquiera para cubrir bodas o despedidas de soltera. ¿Te ha quedado claro?
- Vale, vale, tranquila. ¡Qué decepción! Y pensar que por un momento me habías parecido humana... - rezongó la conductora, centrando toda su atención en la carretera. Andrea, por su parte, regresó a su mutismo habitual, mientras observaba por el retrovisor la cada vez más lejana figura de Montenegro, hasta que al dar una curva el escritor y su casa quedaron ocultos por los árboles. Sólo entonces se permitió relajarse, recostándose en el asiento mientras empezaba a componer en su cabeza las primeras líneas del artículo. El primer párrafo era lo más importante. Después de todo, se dijo, si les enganchas desde el principio, ya no dejan de leerte hasta el final.
Sólo era cuestión de dar con las palabras adecuadas.

 © Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
 Este relato ha sido registrado en Safe Creative de forma previa a su publicación.

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