Juegos de palabras /02


Al rehabilitar la vivienda el escritor había hecho construir una terraza-mirador al otro lado, desde la cual podía disfrutar de una preciosa vista de la cordillera pirenaica por la parte gerundense. Pese a que ya era mediodía, y el sol estaba en lo más alto del firmamento, el viento que soplaba desde las montañas era fresco, y Andrea empezaba a lamentar no haber cogido su sudadera antes de salir del hotel. Al menos, era agradable sentir el calor de la taza de café entre sus dedos, pensó, mientras cruzaba los brazos sobre el pecho en un vano esfuerzo por disimular los temblores que empezaban a recorrer su cuerpo. Marina, en cambio, parecía feliz, con el rostro orientado hacia arriba y los ojos cerrados, como si estuviese en la playa. Su larga melena rubia colgaba a sus espaldas, mientras que la luz del sol arrancaba destellos metálicos a los piercings que decoraban su rostro, bajo la nariz y en la ceja derecha. El escritor, por su parte, se había acomodado en una vieja mecedora de madera de aspecto rústico, y no parecía tener prisa alguna por abordar el tema que las había llevado hasta ahí.
- ¿Qué tal el café?
- Raro - contestó Andrea -. Muy fuerte.
- Es café de pota, hecho al estilo tradicional. Puedes echarle un poco más de leche o azúcar, si quieres.
- No, gracias, está bien así.
- Entonces, me habías dicho que sois periodistas.
- Yo soy periodista. Ella es mi ayudante - se apresuró a aclarar Andrea, con un cierto deje de esnobismo -. Trabajamos para la revista Milenio Cultural. Puede que haya oído hablar de nosotros.
- Si. De hecho, estuve suscrito durante varios años, pero al final me di de baja. No sé porqué, nunca me la acercaban hasta casa y siempre era yo el que tenía que bajar a Correos a recogerla. Algún problema con el certificado, decían. Así que al final me borré. El servicio Postal, que cada vez es menos servicial - ironizó Montenegro, mirando directamente a Marina, que celebró la ocurrencia con una sincera carcajada. Y Andrea no pudo evitar sentirse excluida - y algo molesta - ante aquella corriente de complicidad que se había establecido, de forma espontánea, entre el escritor y su compañera.
- Pues bien, dentro de poco se cumplen diez años de la publicación de su última novela y nos gustaría hablar con usted para conocer mejor los motivos de su retirada justo cuando se hallaba en su mejor momento creativo.
- Gracias por lo del mejor momento creativo. Últimamente no me lo dicen muy a menudo.
- En su momento, la crítica lo recibió como uno de los escritores más originales e interesantes de las últimas décadas - insistió la chica, en tono firme, haciendo un esfuerzo por mantener el control de la conversación -. Su palmarés incluye premios tan importantes como el Nadal o el Cervantes, además de ser uno de los pocos autores españoles que ha triunfado en la lista de best-sellers del New York Times.
- Por no hablar de mi encanto personal, y mi ingenioso sentido del humor - añadió Montenegro, arrancándole otra sonrisa a Marina, que le valió una nueva mirada asesina por parte de Andrea.
- Durante todo este tiempo no ha concedido entrevista alguna a ningún medio, por lo que nuestros lectores estarían interesados en conocer mejor los motivos de su decisión, así como si ha seguido de cerca las novedades del mercado editorial, y que opina acerca de la situación actual del mismo.
- Vuestros lectores están muy aburridos, ¿no? Quiero decir, con todo lo que pasa en el mundo me cuesta creer que lo que más les preocupe sea un viejo escritor retirado que ni siquiera tiene su propio blog.
- ¿Por qué ese abandono tan radical? ¿Tiene algún problema con la tecnología?
- Al contrario, querida. No podría vivir sin mi cocina de inducción electromagnética. Todo lo demás, en cambio, es prescindible, empezando por los teléfonos móviles. ¿Te encuentras bien? Parece que tienes mala cara.
- Es el café - respondió Andrea, dejando la taza sobre la mesa -. ¿Le importa que use su cuarto de baño?
- Como no. Según sales de la cocina, a la derecha.
- Muchas gracias - musitó la joven, de la que se levantaba, dejando a su compañera a solas con el escritor. Y fue este quien, al cabo de un rato, rompió el silencio para preguntar:
- Bueno, ya me ha quedado claro que tu amiga se llama Andrea. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
- Marina. Marina Reyes. Encantada.
- Lo mismo digo, Marina. Llámame Jorge - concedió Montenegro, de la que intercambiaba un par de besos con la joven -. ¿Y cuál es tu trabajo, exactamente?
- Yo soy la fotógrafa - dijo esta, señalando su mochila -. Saco fotos y grabo video para la revista y su edición digital. También conduzco, cargo con las maletas, interpreto mapas y hago un poco de todo, según las circunstancias.
- ¡Que interesante! Hace años, cuando todavía escribía, casi todos los fotógrafos eran varones. Me alegro de ver que hemos evolucionado a mejor. Dime, Marina ¿de qué va esto exactamente? - inquirió el escritor, en tono confidencial.
- Eso tendrías que preguntárselo a Andrea. Al fin y al cabo, es su reportaje.
- Desde luego. Pero me da la impresión de que a tu amiga no voy a sacarle nada. De que es una de esas personas que... ¿cómo lo diría? Prefieren hacer preguntas en vez de contestarlas. Tú, en cambio, pareces más sincera y espontánea.
- Puede. Pero así y todo, no creo que sea apropiado que hable del tema a sus espaldas - insistió Marina, mirando de reojo hacia la puerta de la cocina.
- Tranquila. Si es por eso, tenemos tiempo de sobra mientras registra mi casa de la que busca el cuarto de baño. Es lista, pero no tanto como ella se cree - repuso el escritor, guiñándole el ojo en un nuevo gesto de complicidad. Y al cabo de un par de segundos, Marina se inclinó para responderle, en el mismo tono:
- En realidad, ella no quería este trabajo. Su ilusión era que la enviasen a cubrir un festival literario en Francia. En Carcasonne, creo. Pero el encargo vino de arriba, así que no pudo negarse, porque es una trepa. Se pasa la vida detrás de la editora, haciéndole la pelota, incluso hasta en los servicios. Además, va por ahí apestando a superioridad, como si todo el mundo trabajase para ella y nos hiciese un favor con dejarnos besarle el culo  - confesó la chica, con aspecto pensativo. Y por un momento Montenegro pensó que esta no iba a decir nada más, pero finalmente añadió:
- Sin embargo, para ser completamente justos, hay que reconocer que escribe bien. Y es muy profesional. Ha preparado la entrevista a conciencia, y se ha leído todos tus libros del primero al último antes de venir aquí. Y sé que, si le das una oportunidad, hará un gran artículo. Pero claro, esa decisión es tuya.
- Muchas gracias, Marina. ¿Lo ves? Me has sido de gran ayuda.
- ¿Muchas gracias por qué? - preguntó una suspicaz Andrea, que había regresado a tiempo de escuchar las últimas palabras del escritor.
- Marina me decía que le encanta lo que he hecho por aquí.
- ¿De veras? No sabía que fueras tan aficionada a la decoración de exteriores.
- Podrías llenar un libro con todo lo que no sabes sobre mí - respondió la fotógrafa, enigmática. Y Andrea, que era consciente de cuando empezaba a perder terreno, decidió retomar la conversación ahí donde la habían dejado.
- Entonces ¿qué le parece la idea? Podríamos tenerlo todo listo para el número especial de fin de año. Y quien sabe, puede que el reportaje sirva para que una nueva generación de lectores redescubra su obra, y las editoriales vuelvan a interesarse por ella.
- ¿Y qué te hace pensar que yo quiero que alguien redescubra mi obra? ¿O que las editoriales se interesen por mi persona?
- Bueno - balbuceó Andrea, confusa. Ese era un giro de los acontecimientos que no había previsto -. Usted es escritor...
- Era. Y la verdad, eso es algo que no echo de menos.
- Entonces, hábleme sobre ello. ¿Por qué no lo echa de menos? - insistió la periodista, a la desesperada. Pero Montenegro había vuelto a perderse en sus pensamientos, con la mirada enfocada en algún punto lejano más allá de las montañas.
- ¿Dónde os alojáis? - preguntó, finalmente, para sorpresa de sus dos visitantes.
- En el hotel Valdemar.
- Si, lo conozco. Está entre Puigcerdá y el campo de golf, ¿no? Si cogéis la nacional 260 en dirección a Bellver veréis un viejo palacete reconvertido en restaurante, llamado el palacio de Cerdanya. El dueño trabaja como chef en un hotel de cuatro estrellas cerca de la Seu d'Urgell, pero montó el restaurante para tener su propio negocio y poder experimentar libremente con la cocina. Es un sitio pequeño, pero con mucho encanto y se come de maravilla. El problema es que odio comer solo, así que os propongo un trato: vosotras me permitís disfrutar del placer de vuestra compañía y, a cambio, yo os invito a cenar. ¿Qué hora es? ¿Las tres y media? Podemos quedar en el aparcamiento del restaurante a las diez en punto.
- ¿Y si aceptamos su invitación nos concederá la entrevista? - insistió Andrea.
- Ya hablaremos de eso durante la cena.
- ¡Eso no es una respuesta!
- Si, si lo es - repuso Montenegro, de la que se ponía en pie -. Ya conocéis la salida - añadió, por toda despedida, antes de regresar al interior de la casa.
- La verdad es que es un tipo majo, cuando lo conoces - comentó Marina, terminándose su limonada de un solo trago.
- No me digas. ¿Y a qué venía lo de antes?
- ¿El qué?
- Cuando he vuelto. Parecía que teníais muy buen rollito.
- Ah, eso. Tan sólo charlábamos del paisaje, la naturaleza y cosas así. ¿Por? ¿Te molesta?
- En absoluto. Por mi, como si te lo tiras, siempre que antes hagamos lo que hemos venido a hacer - repuso Andrea, con gesto digno, a la vez que se ponía las gafas de sol y echaba a caminar, rodeando la casa, de vuelta a donde habían dejado aparcado el Golf. En otras circunstancias hubiera sido una salida de película, pero apenas dobló la esquina se encontró con el camino cortado por un muro y tuvo que regresar sobre sus pasos hasta donde la aguardaba Marina, con la mochila a la espalda y señalando con el pulgar en dirección contraria.
- Es por el otro lado.
- Oh, cállate - masculló Andrea, molesta y avergonzada a partes iguales.
- ¿Te das cuenta de que todas nuestras conversaciones terminan contigo mandándome callar? Empiezas a recordarme a mi padre - sentenció Marina, dándose la vuelta con la expresión satisfecha de quién, por fin, ha dicho la última palabra.

(Continuará...).

 © Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
 Este relato ha sido registrado en Safe Creative de forma previa a su publicación.

Comentarios

Sara L ha dicho que…
Hola! Me ha gustado mucho el escrito ^^ Un beso!
Alejandro Caveda ha dicho que…
¡Hola Sara! Muchas gracias por tus amables palabras, espero que el resto del relato sea igualmente de tu agrado.
Un saludo cordial y nos seguimos leyendo.

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