Juegos de palabras /04


- ¿Estás loca? Ni se te ocurra largarte y dejarme aquí sola. Además, que yo recuerde, eras tú la que estaba riéndole las gracias todo el rato. En cualquier caso, da lo mismo. Aquí nadie va a acostarse con nadie hasta que terminemos de hacer lo que hemos venido a hacer.
- Eso ya lo has dicho hoy por la tarde. ¿Te das cuenta de que últimamente no haces más que repetirte?
- ¿Quieres callarte? - preguntó Andrea, aunque en realidad era una orden más que una sugerencia.
- Ya me gustaría, pero deben de estar esperando a que el donante se muera de viejo para prepararme el solomillo - suspiró la fotógrafa, mientras se llenaba la boca con otro bollo de pan. Por un momento Andrea se planteó añadir algo más, aunque sólo fuese para tener la satisfacción de poder decir la última palabra, pero finalmente optó por dejarlo correr y echar otro largo trago de su copa de vino. Apenas había terminado de bebérsela cuando Montenegro regresó, con una expresión pensativa en su habitualmente hermético rostro.
- ¿Algún problema? ¿Ha ocurrido algo grave? - se interesó la joven.
- ¿Qué? Oh, no, nada de eso. Tan solo estaba pensando que a veces el destino tiene un extraño sentido de la oportunidad. Como si algunas veces, las cosas encajasen por si solas, sin necesidad de forzarlas. ¿De qué estábamos hablando?
- De porque se había retirado de la escritura para venir a este rincón olvidado del mundo a criar abejas.
- Ah, una referencia a Sherlock Holmes. Me alegra descubrir que también eres aficionada a la lectura. Sabes, la primera vez que te vi pensé que ese corte de pelo no te pegaba. Que era demasiado masculino, y no te favorecía en absoluto. Pero creo que ya lo entiendo. No es una cuestión de físico, sino de personalidad. Es tu forma de decirle al resto del mundo que quieres que te juzguen por lo que haces, y no por lo que eres. Y que eres mucho más de lo que se ve a primera vista.
- Vale, se acabó. ¡Me rindo! Estoy harta de intentar hablar con usted, y de que en vez de contestarme, me salga por los cerros de Úbeda hablando de cualquier otra cosa - exclamó la reportera, levantando los brazos en gesto de desesperación.
- Te estoy contestando, Andrea.
- No, no lo hace.
- Sí, si lo hago, pero estás demasiado centrada en ti misma para darte cuenta, y no me escuchas. Si lo hicieras, te podría explicar que todo está relacionado. Que una vez conocí a alguien con un peinado muy parecido al tuyo, y que ese corte de pelo me inspiró una historia. Pero cuando iba más o menos por la mitad me atasqué y no supe cómo seguir, así que quedé con esa persona, le enseñé lo que llevaba escrito, y le dije: "Yo he llegado hasta aquí. Ahora, dime tu como acaba". Ella se llevó las hojas y al día siguiente me mandó el texto completo, final incluido. Y aquel final fue a su vez el prólogo a los tres mejores y más felices años de mi vida. Podría contarte eso, y mucho más, pero no serviría de nada, porque en realidad no quieres escucharme. Te has bajado tu cuestionario estándar de Internet, y crees que haciéndome las mismas preguntas de siempre podrás diseccionarme en beneficio de tu público. Pero en el fondo, no estás realmente interesada en lo que yo pueda contarte - concluyó el escritor, tajante, dejando a su interlocutora confusa, algo avergonzada y sin saber muy bien que decir a continuación.
- ¿Y cómo acabó su historia? - inquirió Marina, curiosa.
- No tengo ni idea. Acabo de inventármelo todo sobre la marcha - contestó a su vez Montenegro, para sorpresa e indignación de ambas jóvenes, en especial de Andrea.
- ¡Eres un maldito embustero! Y pensar que he estado a punto de tragármelo - exclamó esta, una vez hubo recuperado la voz.
- No, Andrea. Soy escritor. Y eso es lo que hacemos los escritores: jugar con las palabras. Inventar historias, para entretener a la gente, o para abrirles los ojos. En el fondo, el escritor es una criatura vanidosa que está deseando hablar sobre sí mismo y sólo necesita que le hagas las preguntas adecuadas. Lleva la entrevista a tu terreno, deja que se sienta cómodo, y él mismo te contará todo lo que necesitas saber, y mucho más. Y a su vez, cada respuesta te llevará de la mano a la siguiente pregunta, de tal manera que al final tendrás mucho más de lo que esperabas conseguir al principio. Adelante. Haz la prueba.
La reportera vaciló, mientras echaba un nuevo vistazo a su agenda y a todas las notas que llevaba ahí escritas, y que ahora le parecían tan absurdas y vacías de contenido. Al cabo de un rato tomó una decisión y, tras cerrar la agenda, miró al hombre directamente a los ojos antes preguntarle, en tono casual:
- ¿Por qué decidió hacerse escritor, en primer lugar?
- ¿Porqué va a ser? Por el dinero y por la fama, claro está - respondió Montenegro, acompañando las palabras con su mejor sonrisa de suficiencia.
- Y en ese caso, ¿por qué se retiró, justo cuando parecía que estaba a punto de conseguir su objetivo? - insistió Andrea, incisiva. Y por un momento, al ver la expresión seria y algo ausente de su interlocutor, la joven pensó que había ido demasiado lejos, y que este no iba a responderle. Pero finalmente Montenegro se inclinó hacia delante, para decir, en tono aprobador y algo paternal:
- ¿Lo ves, querida? Esa sí que es una buena pregunta.

Era medianoche pasada cuando el escritor y sus invitadas abandonaron el local, tras haber dado buena cuenta de la cena, el postre, el café y una ronda de gin tonics de Fever con Bombay Sapphire. Al final Montenegro había insistido en hacerse cargo de la cena, pese al ofrecimiento de Andrea de cargar el importe de la misma a la cuenta de gastos de la empresa.
- Insisto. Después de todo, hacía tiempo que no disfrutaba de una compañía tan agradable como la vuestra. Además, es lo menos que puedo hacer, después de haberos aburrido toda la noche con mi pedante ejercicio de autocomplacencia nostálgica. En mi descargo, diré que pocas veces he tenido un público tan encantador, ni tan entregado - dijo el escritor, cordial, de la que seguía las instrucciones de Marina. La fotógrafa había decidido grabar parte de la entrevista en el exterior, aprovechando así el incomparable marco arquitectónico que suponían el palacio y sus jardines, e incluso había insistido en hacerse un selfie juntos a modo de recuerdo.
- No nos has aburrido en absoluto - negó la joven, espontánea, de la que tomaba la foto, obteniendo a cambio una respetuosa inclinación de cabeza por parte de su interlocutor.
- Gracias, aunque los tres sabemos que eso no es del todo cierto. En cualquier caso, ha sido un placer. Espero que tengáis un buen viaje de vuelta, y acuérdate de mandarme una copia de las fotos por correo electrónico. Y un par de ejemplares de la revista para mi biblioteca particular, si no es mucho pedir.
- Claro que no.
Por su parte Andrea, que hasta entonces había permanecido en silencio y en un discreto segundo plano, aprovechó ese momento para intervenir:
- ¿Puedo hacerte otra pregunta?
- ¿En serio? ¿Otra más? ¿Es que tú nunca descansas? - replicó Montenegro, divertido.
- En todos estos años no habías concedido ninguna entrevista a ningún medio, hasta hoy. ¿Por qué ahora? ¿Y por qué precisamente a nosotras?
- Porque no aceptas un "No" por respuesta, Andrea. Porque no querías este trabajo, pero una vez lo aceptaste estabas dispuesta a seguir hasta el final, y a hacerlo lo mejor posible. Porque eres dura, ambiciosa, y para ti tu profesión siempre será lo primero. Y eso lo respeto. Una vez, yo fui como tú o, al menos, muy parecido, pero después... En algún punto del camino, me perdí. Perdí la ilusión por lo que hacía. Escribir dejó de emocionarme. Gracias a vosotras, he recordado algo de esa sensación. Casi me he sentido joven de nuevo. Y además, lo he hecho porque te encuentro extraordinariamente atractiva - confesó Montenegro, para sorpresa de la joven, que apenas acertó a reaccionar cuando este se inclinó sobre ella para besarla en los labios. Fue un beso rápido, tan rápido que cuando esta quiso darse cuenta de lo que estaba ocurriendo ya había terminado, pero a la vez lo suficientemente intenso como para que pudiera seguir notando el contacto en su boca mucho después de que el escritor se hubiese ido, tras susurrarle al oído "Muchas gracias" y despedirse con un último apretón de manos que a punto estuvo de convertirse en un gesto más íntimo y personal. Y Andrea apenas acertó a devolverle el saludo, como si todo aquello le estuviese pasando a otra persona y ella tan solo fuese una mera espectadora.
- Odio decir "Te lo dije", pero el caso es que te lo dije - comentó Marina, sacándola de su ensimismamiento. Al cabo de rato, al ver que su compañera seguía sin reaccionar, la fotógrafa se acercó a ella para cogerle de la mano y preguntarle, solícita:
- ¿Estás bien? ¿Qué quieres hacer ahora?
- Yo... No lo sé - respondió Andrea, y realmente así era. Por primera vez en su vida, no tenía claro cuál debía de ser su siguiente paso - No tengo ni idea.

(Continuará...).

 © Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
 Este relato ha sido registrado en Safe Creative de forma previa a su publicación.

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