Los Muertos Vivientes

En un reciente Top Ten mencionaba Los Muertos Vivientes como uno de los comics más interesantes que recuerdo haber leído en los últimos años. Su autor, Robert Kirkman, ha querido crear (en comic) la película definitiva de zombis con la valiosa colaboración en el apartado gráfico de uno de mis artistas favoritos, el británico Charlie Adlard.
Al hablar de zombis el referente inevitable es la saga de los muertos vivientes del maestro George Romero, del que Kirkman se demuestra un aventajado alumno que ha sabido captar como pocos la esencia que se oculta en la antedicha serie: los zombis, la sangre, el gore, no son más que el medio para transmitir un mensaje más profundo e inquietante, ya sea la denuncia del racismo, una feroz crítica a la sociedad de consumo o, en resumen, el absurdo mismo de la vida y la condición humana.
Algo de todo eso hay en Los Muertos Vivientes, que narra de manera cruda y sin concesiones a lo políticamente correcto la odisea de un puñado de supervivientes en un mundo devastado e invadido por zombis. Al igual que ocurría en las películas de Romero, no sabemos por que los muertos se han levantado de sus tumbas y empezado a acosar a los vivos, y de hecho es irrelevante para la historia. Lo que a Kirkman le interesa realmente es mostrarnos como la gente corriente, las "buenas personas", llevadas a una situación límite, reaccionan con violencia y están dispuestos a hacer lo que sea (saquear, agredir e incluso matar a otras personas) con tal de sobrevivir o proteger a los suyos. Una premisa que lo entronca con los mejores representantes de la escuela catastrofista de la ciencia ficción de la década de los sesenta como John Wyndham (El día de los triffidos) o John Christopher (La muerte de la hierba). Para Kirkman los auténticos muertos vivientes no son los que se levantan de su tumba para comer macedonia de vísceras, sino los demás. Los que todavía están vivos pero se ven obligados a huir, encerrarse o matar a otras personas para ver un nuevo amanecer.
Volviendo al maestro Romero, hay una constante que se repite en la mayoría de sus filmes y que Kirkman, en cierto modo, ha incluido también en su trabajo: la auténtica amenaza no son los muertos vivientes sino los otros, los humanos. De hecho son las disensiones, peleas, enfrentamientos y comportamientos egoístas entre los supervivientes los que allanan el camino a los zombis y les ponen, nunca mejor dicho, la comida en el plato. Una idea perturbadora que comparten otros genios del terror como Tziano Sclavi (el creador de Dylan Dog) o el escritor Stephen King, que la aplicó a rajatabla en obras tan espeluznantes como La Niebla o Los Lagolieros. Y es que no importa lo aterrador que sea lo que acecha afuera, en la oscuridad. Nosotros somos la peor especie de monstruo posible: la que no lo parece.

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