Reflexiones 3
Antiguamente, en un remoto rincón del sudeste asiático, había un sacerdote budista que tenía como discípulo a un hombre muy pio y bondadoso que, como él, había hecho voto de pobreza y dedicación a los más necesitados. Un buen día el sacerdote decidió que ya había llegado el momento de que su alumno volase libremente por lo que decidió enviarlo a un lejano poblado para que se encargase del consuelo espiritual de los lugareños.
Haciendo gala de su modestia, el discípulo se refugió en una vieja cabaña decrépita con las paredes medio derruidas y el techo agujereado. Sin embargo, el lugar estaba infestado de ratas que por las noches atacaban y mordian al santo varón, por lo que este decidió hacerse con un gato para ahuyentar a los molestos roedores. La presencia del felino, no obstante, le planteaba un nuevo problema, ya que necesitaba alimentar al animal, por lo que a su vez tuvo que adquirir una cabra que les proveyera de leche a ambos. Para que el animal no se escapara el discípulo hubo de construirle un tosco corral, y apenas terminado pensó que cuando muriese la cabra volvería a tener el mismo problema que al principio, pareciéndole la mejor solución conseguir un macho para que procrearan y asegurarse de tener siempre leche en abundancia. Por desgracia, solucionado el problema de las ratas el discípulo comenzó a obsesionarse con la idea de que algo le pasara a su modesto rebaño, por lo que se pasaba la mayor parte del tiempo vigilándolo. Finalmente compró un perro y contrató los servicios de otro lugareño para que le echase una mano mientras él estaba ausente dedicado a sus labores espirituales.
Al cabo de varios años el sacerdote budista se acordó de su antiguo discípulo y decidió hacerle una visita sorpresa para ver que tal había cumplido con su cometido. Cual no sería su sorpresa cuando al llegar al poblado se encontró con que su otrora acólito era el hombre más rico del lugar, poseia una inmensa mansión y un gran rebaño con cientos de cabezas de ganado. Al manifestarle su sorpresa y desaprobación el discípulo repuso, encogiéndose de hombros:
"Lo cierto, maestro, es que todo fue por culpa de las ratas"
Haciendo gala de su modestia, el discípulo se refugió en una vieja cabaña decrépita con las paredes medio derruidas y el techo agujereado. Sin embargo, el lugar estaba infestado de ratas que por las noches atacaban y mordian al santo varón, por lo que este decidió hacerse con un gato para ahuyentar a los molestos roedores. La presencia del felino, no obstante, le planteaba un nuevo problema, ya que necesitaba alimentar al animal, por lo que a su vez tuvo que adquirir una cabra que les proveyera de leche a ambos. Para que el animal no se escapara el discípulo hubo de construirle un tosco corral, y apenas terminado pensó que cuando muriese la cabra volvería a tener el mismo problema que al principio, pareciéndole la mejor solución conseguir un macho para que procrearan y asegurarse de tener siempre leche en abundancia. Por desgracia, solucionado el problema de las ratas el discípulo comenzó a obsesionarse con la idea de que algo le pasara a su modesto rebaño, por lo que se pasaba la mayor parte del tiempo vigilándolo. Finalmente compró un perro y contrató los servicios de otro lugareño para que le echase una mano mientras él estaba ausente dedicado a sus labores espirituales.
Al cabo de varios años el sacerdote budista se acordó de su antiguo discípulo y decidió hacerle una visita sorpresa para ver que tal había cumplido con su cometido. Cual no sería su sorpresa cuando al llegar al poblado se encontró con que su otrora acólito era el hombre más rico del lugar, poseia una inmensa mansión y un gran rebaño con cientos de cabezas de ganado. Al manifestarle su sorpresa y desaprobación el discípulo repuso, encogiéndose de hombros:
"Lo cierto, maestro, es que todo fue por culpa de las ratas"
Comentarios
Volveré con más calma. Bienhallado.