Memorias de Yhtill (Prólogo)


"La primera vez que el universo abrió sus ojos al alba de los tiempos, lo hizo bajo el cielo cuajado de estrellas negras que cubría la perdida y solitaria ciudad de Carcosa".
Las revelaciones de Hali, Vol. I, pp. 11.


Prólogo.

Club Gehenna, 31 de diciembre de 2000.

Si de algo podía presumir Cassandra, era de su capacidad para evitar que nada ni nadie le cogiese por sorpresa. Sin embargo, algún tiempo después, tuvo que reconocer que no había visto venir al extraño, como si este se hubiese materializado de golpe y porrazo junto a su mesa. Pareció azorado al no encontrarla sola y, con aire tímido, se inclinó para solicitar una audiencia con el oráculo.
- Me temo que nunca he ejercido de oráculo - respondió Cassandra, con una sonrisa de disculpa -. Esa era mi contemporánea de Delfos.
- Pero puedes ver el futuro, ¿sí? - insistió el desconocido, ansioso. O al menos, esa era la impresión que daba. Era difícil asegurarlo por la máscara que le recubría la cabeza, de un color amarillo pálido, con un extraño símbolo en espiral donde debería ir el rostro. Era alto y esbelto, aunque sin llegar a ser desgarbado; más bien al contrario, se movía con una fluidez elegante y casi antinatural, como si su cuerpo tuviese más articulaciones de las necesarias. Vestía un elegante traje negro a juego con una camisa blanca, y guantes de un color idéntico al de la máscara, que recubrían hasta el último centímetro de su piel, lo que hacía difícil adivinar su raza e incluso su género ya que su voz, calculadamente neutra, tampoco daba la menor pista al respecto.
- Si - concedió Cassandra, intrigada a su pesar.
- En ese caso, eres la persona que necesito. ¿Podrías concederme cinco minutos de tu tiempo? ¿En privado? ¿Por favor?
- Está bien - aceptó la joven, haciendo una discreta seña a sus acompañantes para que les dejasen a solas. El recién llegado se sentó adoptando una postura cómoda y relajada, como si una vez superado ese obstáculo, ya controlase la situación.
- Bueno, ¿cómo te llamas?
- ¿Es necesario? Los nombre no son más que etiquetas que, la mayoría de las veces, no tienen nada que ver con nuestra auténtica personalidad. ¿Sí?
- Tal vez, pero me sería mucho más cómodo poder llamarte por algún nombre que pasar toda la conversación repitiendo: «Oye, tu» - dijo Cassandra, sonriente.
- En ese caso.... Últimamente me llaman la Máscara Pálida.
- Encantada de conocerte, Máscara. ¿Qué puedo hacer por ti?
- Necesito una experta en el tiempo para cambiar la historia.
- ¿Qué clase de historia?
Entonces, el extraño comenzó a hablarle a Cassandra sobre el Rey de Amarillo y Carcosa, el misterio que se ocultaba bajo Aldebarán y las Hiádes, el Signo Amarillo y la dinastía Imperial de América. Le habló sobre las nieblas eternas que cubrían el lago de Hali, cuyas oscuras aguas bañaban las murallas de la ciudad, y de Camilla y Cassilda, y el Espectro de la Verdad. Le habló sobre la guerra y la derrota del ejército del Signo Amarillo, y el renacimiento del culto, y sobre sí mismo y el origen del Club Social Carcosa. Y para terminar, le habló sobre la muerte de Marten, el viaje de Mael, y el enfrentamiento final con el Último Rey entre las ruinas de una Carcosa vacía y silenciosa.
- ¿Y para qué me necesitas, exactamente? - inquirió la joven, una vez que su interlocutor hubo terminado de narrar su historia.
- Vale - dijo su visitante, cada vez más animado -. Supón que estoy escribiendo un libro.
- ¿Qué clase de libro?
- ¿Qué clase de libro? Uno cualquiera. ¿Es importante?
- Si quieres mi ayuda, sí. Cuanto más sepa, mejor podré asesorarte al respecto.
- Entiendo - aceptó el desconocido, con expresión pensativa. O, al menos, Cassandra intuyó que bajo la máscara su expresión era pensativa -. Muy bien, pongamos que estoy escribiendo una novela policíaca. Ya tengo todo el argumento en líneas generales. Sé cómo acaba, quién es la víctima, quién el sospechoso y quién el asesino. Pero cuando me dispongo a escribir el acto final me doy cuenta de que hay un error. De que he descuidado un detalle fundamental que arruina todo el desenlace.
- ¿El asesino ya no es el asesino?
- Oh, sí. Pero en esta nueva versión de la historia, él gana.
- Siempre puedes volver atrás y reescribirlo.
- ¡Exactamente! Eso es lo que quiero hacer. Volver atrás en el tiempo, y cambiar el futuro.
- Lástima que no hayas empezado por ahí desde el principio - se lamentó Cassandra, bajando la cabeza de manera que su largo flequillo rubio casi le ocultaba los ojos.
- ¿Por qué?
- Porque no se puede cambiar el futuro.
Su visitante permaneció en silencio varios segundos, mientras digería las palabras de la vidente.
- Reconozco que esa no es la respuesta que esperaba oír.
- Pues lo siento, pero si me dieran cien dólares por cada vez que me han hecho esa pregunta, tendría... Bueno, ya sería inmensamente rica. Mira, si sabes lo que va a pasar es porque, en cierto modo, ya ha ocurrido. Y forzar las cosas para cambiar algo que ya ha ocurrido es el tipo de mala idea que provoca una paradoja temporal irresoluble.
- Desde un punto de vista lineal, sí - aceptó el enmascarado -. Pero el tiempo no es exactamente lineal. No transcurre de la misma forma en todas partes. Un minuto no es igual para nosotros que para un insecto. Una hora no es igual aquí que en Júpiter. El tiempo no se comporta igual dentro de un agujero negro que en el vacío del espacio. Fluye a nuestro alrededor, pero a veces fluye de forma diferente.
- Veo que eres todo un experto en la materia. ¿Qué es lo que tenías pensado?
- Puedo retroceder en el tiempo y cambiar las cosas, pero no puedo ver las consecuencias a corto y largo plazo. Soy algo así como un cirujano operando a ciegas. Necesito a alguien que me aconseje, que vea por donde voy y me avise cuando esté a punto de equivocarme de nuevo. Alguien como tú.
- ¿Y porqué debería ayudarte? - preguntó Cassandra -. ¿Cómo sé que al hacerlo no estaría empeorando las cosas? ¿Qué no eres más que otro fanático descerebrado que sueña con destruir el mundo?
- Es una buena pregunta, pero fácil de contestar. Sólo tienes que echar un vistazo a tu propio futuro para saber si has decidido ayudarme, o mandarme a paseo.
- ¿Y tú aceptarás mi palabra sin discutir? ¿Sea cual sea?
- Palabra de boy-scout - afirmó su interlocutor, levantando la mano izquierda con un dedo extendido.
- Eso no es el saludo de los boy-scouts. Es un gesto obsceno de bastante mal gusto.
- ¿Si? Culpa mía. Aún no domino la cultura popular de este periodo. Pero la intención es buena.
- Muy bien - dijo Cassandra, haciéndole una señal a una de las camareras para que le trajera una taza de té.
- Ah, el noble arte de la taseomancia. Buena elección.
- El tiempo, la sabiduría oriental... Eres toda una caja de sorpresas - repuso la joven, soplando el líquido antes de ingerirlo a pequeños sorbos, dejando apenas un dedo al final con los posos. Revolvió la taza y esperó varios segundos a que el contenido se asentase. Observó mientras los grumos de té se agrupaban y formaban vagas formas, que a su vez sugerían otras escenas a su córtex cerebral.
Vio humo. Nubes de humo que se alzaban desde las ruinas de una ciudad otrora impresionante y poderosa. Y sobre las ruinas, sentado en un trono de huesos, el Último Rey meditaba en silencio mientras el polvo y la muerte flotaban a su alrededor. De pronto, pareció ser consciente de que ya no estaba solo. Su rostro, oculto bajo una capucha de color amarillo sucio, se alzó como husmeando algo en el viento. Cassandra giró la taza para cambiar el ángulo y poder atisbar entre los pliegues de su capa. Entonces, él miró en su dirección y la joven, sobresaltada, dejó caer el recipiente al suelo a la vez que una exclamación de sorpresa escapaba de sus labios. La camarera se acercó, solícita, para arreglar el desaguisado, pero el enmascarado le hizo una seña para que retrocediese.
- ¿Qué pasó? ¿Qué has visto? - inquirió, ansioso.
- Oscuridad. Frío. Y por un momento, pude verle la cara y... - la joven se interrumpió para frotarse los ojos en un gesto inconsciente de nerviosismo -. ¿Es real? ¿Ese es el futuro que nos espera?
- No, si yo puedo evitarlo.
- Acabo de caer en la cuenta - añadió Cassandra, aún más sorprendida -. Ahora sé quien eres. Pero eso es imposible, ¿o no? Se supone que tú...
- ¡Ssshhh! - susurró el enmascarado, apoyando el dedo índice sobre el lugar en que hubieran debido estar sus labios -. Mi identidad no es relevante, por el momento. Dejemos algo de misterio para el final, si te parece. ¿Y bien? ¿Qué me dices? ¿Me ayudarás?
- Cuenta conmigo - aceptó la joven, estrechando la mano que le ofrecían. El apretón fue firme, aunque bajo el guante los dedos del desconocido tenían una consistencia extraña, casi como ni no tuviesen huesos en su interior. El gesto coincidió con el comienzo de las campanadas de medianoche, que fueron sonando una tras otra hasta que el año 2000 quedó atrás y todos los presentes comenzaron a brindar y a abrazarse para dar la bienvenida al nuevo milenio.

(Continuará...)
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.

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