Doppelgängers


Doppelgänger
es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva. La palabra proviene de doppel, que significa 'doble' y gänger: 'andante'. Su forma más antigua, acuñada por el novelista Jean Paul en 1796, es Doppeltgänger, 'el que camina al lado'. El término se utiliza para designar a cualquier doble de una persona, comúnmente en referencia al «gemelo malvado» o al fenómeno de la bilocación.

(Cita: Wikipedia).

Uno de los recursos más fecundos e interesantes del género fantástico es la figura del doppelgänger. Nuestro otro yo. Ese doble idéntico que todos y todas podemos tener, en desafío a todas las leyes de la lógica y de la naturaleza. El término original fue acuñado por el novelista alemán Jean Paul Richter en su obra Bodegón de frutas, flores y espinas o vida conyugal, muerte y nuevas nupcias del abogado de pobres F. St. Siebenkäs (1776), aunque en última instancia el responsable de popularizar el concepto fue otro escritor, Anthony Hope (Londres, 1863-1933) gracias al éxito de El prisionero de Zenda (1894) y su secuela, Rupert de Hentzau (1898), en las cuales narra las aventuras de Rudolf Rassendyll, un joven viajero inglés que resulta ser un doble exacto del príncipe heredero de Ruritania. El parecido entre ambos permite que Rudolf pueda impersonar al príncipe para frustrar una conspiración cuyo objetivo es hacerse con el trono del país. Años más tarde, Robert A. Heinlein recicló el argumento en su novela Estrella doble (1956), en la que un actor anónimo tiene que sustituir a un carismático político con el fin de evitar un enfrentamiento entre Marte y la Tierra.


En última instancia, la similitud entre ambos personajes es meramente casual, al igual que la existente entre Rudolf y su real primo. Sin embargo, en 1962 Keith Laumer da una nueva vuelta de tuerca al concepto con Mundos de Imperio, donde su protagonista es reclutado por una agencia de espionaje interdimensional para ejecutar a un despiadado dictador de un universo paralelo que resulta ser su alter ego en dicho mundo. Laumer introduce así el concepto de los dobles procedentes de universos alternos, que continuaría en las secuelas de Mundos de Imperio: El otro lado del tiempo (1965) y Assigment to Nowhere (1968), además de influir en series televisivas posteriores de éxito como Fringe (2008-2013) o, más recientemente, Counterpart (2017).
Lo que nos inquieta del doppelgänger no es tanto la idea de que exista alguien parecido a nosotros, sino que sea tan parecido que pueda sustituirnos sin que nadie se de cuenta. Inquietud esta que entronca con una de nuestras fobias más profundas y arraigadas: el miedo a perder nuestra identidad. El pánico a dejar de ser nosotros mismos. Tal vez el autor que mejor ha sabido expresarlo haya sido el norteamericano Jack Finney en La invasión de los ladrones de cuerpos (1955), novela que ha dado pie a varias versiones y adaptaciones cinematográficas. Las vainas espaciales de Finney nos atacan en nuestro momento de mayor indefensión: por la noche, cuando estamos dormidos. Como Freddie Krueger, o la criatura del siniestro Dr. Caligari. Sin embargo, no son perfectas, o al menos no lo es la primera generación. Sus parientes sospechan, y afirman que aquellos no son sus seres queridos, porque les falta algo: sentimientos, pasión, humanidad. A mayor abundamiento, son inestables. Sometidas a un proceso de crecimiento acelerado, las copias envejecen y se degradan con mucha rapidez, al igual que los clones del Chacal. Sin embargo, en la versión de Philip Kaufman de 1978 los duplicadores han aprendido, y son mucho más eficaces que sus predecesores. Cuando vemos a Donald Sutherland al final de la película repitiendo la misma rutina del principio, por un momento pensamos que se ha salvado y ha logrado engañar a los invasores... hasta que se cruza con Verónica Cartwright, la apunta con el dedo índice y emite un estremecedor grito de alarma. La auténtica tragedia no ha sido la sustitución, sino que por un momento el falso Matthew nos ha parecido mucho más convincente que el auténtico.


Algo parecido le ocurre al protagonista de Tinieblas (The man who haunted himself, 1970), un Roger Moore pre 007 que aquí interpreta a un aburrido y rutinario oficinista británico el cual, tras sobrevivir a un accidente de tráfico, empieza a sospechar que hay alguien suplantándole. Alguien tan parecido a él que nadie, ni siquiera su familia, percibe la menor diferencia. Al contrario: su doble parece ser más espontáneo, alegre e informal. En otras palabras, mejor. Cuando se produce el enfrentamiento final entre ambos hombres, es el doppelgänger quien sale victorioso, porque al contrario que su progenitor, él sí disfruta con la vida, en lo que viene a ser, en cierto modo, el reverso vitalista de las vainas de Finney. De esta manera nuestro doble no es ya una mera copia, sino un competidor. Él tiene lo que a nosotros nos falta. Es todo lo que somos, y más aún, lo que lo hace doblemente peligroso y aterrador.
En realidad, la idea del filme de Basil Dearden ya aparece prefigurada en El extraño caso del Mr. Jeckyll y Mr. Hyde (1886), la obra clásica de Robert Louis Stevenson acerca de un médico que logra desdoblar su personalidad entre el inofensivo y educado Dr. Jeckyll y el amoral violento conocido como Mr. Hyde. Parece un buen trato, pero curiosamente con el mal se van también algo de la pasión y la vitalidad de Jeckyll. El yin y el yang. No puede haber luz sin sombras, ni sombras sin luz. Nuestros defectos, nuestro lado oscuro, es también parte de lo que nos hace humanos, y como tal tenemos que abrazarlo, al igual que hace el capitán Kirk con su doble salvaje en el episodio clásico de la primera temporada de Star Trek (1966) escrito por el célebre Richard Matheson (sí, el de Soy leyenda y El increíble hombre menguante, entre otros títulos atemporales del fantástico contemporáneo). Por el contrario, Corto Maltés nunca llega a encontrarse con su otro yo durante sus aventuras en Siberia, pese a que los lectores estén esperando con ansiedad el momento del enfrentamiento.


De momento, hablamos de parecidos casuales, cuando no inexplicables. Sin embargo no siempre es así. A veces la respuesta es mucho más sencilla: hermanos gemelos separados al nacer, como el prisionero de la máscara de hierro de la película de Randall Wallace de 1998, o las diabólicas niñas de Tú a Boston y yo, a California (Davis Swift, 1961). Curiosamente, uno de los actores que más ha aprovechado este argumento en pantalla ha sido el belga Jean Claude Van Damme, que se multiplicó a sí mismo por dos en películas como Doble impacto (1991), Al límite del riesgo (1996) o Replicante (2001), aunque en esta tercera no fuese tanto un gemelo como un clon. Claro que, ¿qué son los gemelos, sino los clones de la naturaleza? Y en ese caso, ¿quién puede ayudarte mejor que tú mismo, tal y como se plantean Michael Keaton en Mis dobles, mi mujer y yo (1996) y Arnold Schwarzenegger en El sexto día (2000), título de resonancias bíblicas donde las haya? En última instancia, el amoral científico Michael Drucker no es más que una versión actualizada y puesta al día del Dr. Frankenstein. Como el personaje de Mary Shelley, Drucker aspira a igualar a su creador desarrollando vida; y como este, termina sufriendo un final terrible a manos de sus criaturas, al igual que el Dr. Tyrell de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Está por ver cual es el destino final de Niander Wallace, que comparte muchas de las ambiciones (y obsesiones) de su predecesor.
Por supuesto, no siempre es tan sencillo, y a veces hay que echarle una mano a la naturaleza. El cirujano plástico Philip Reynolds de Bisturí (John Grissner, 1977) usa su talento para crear una doble exacta de su desaparecida hija y poder cobrar así su herencia... Al menos, hasta que esta regresa, y se encuentra con una inesperada gemela metida en casa, y en la cama de su padre. Otros van todavía más lejos y se inventan directamente un hermano gemelo, como Art Dodge, el protagonista de la novela Two much (Donald E. Westlake, 1975), que Fernando Trueba transformó en 1995 en una comedia cosmopolita protagonizada por Antonio Banderas, Melanie Griffith y Daryl Hannah.


Como vemos, la identidad no es sólo una cuestión de físico. No basta con parecerse a alguien; para poder ocupar su lugar hay que pensar como él, o ella, y tener sus mismos gustos y habilidades. De hecho, hay identidades tan fuertes que sobreviven a su envoltorio físico e impregnan todo a su alrededor, como el recuerdo de Laura Hunt (Gene Tierney), que seduce desde la muerte al detective Mark McPherson (Dana Andrews), mientras que la nueva señora de Winter (Joan Fontaine) vive abrumada por la sombra de su predecesora, representada por ese ama de llaves soberbía y despectiva que nunca le deja olvidar que es una intrusa. Por su parte, el agente John «Scotie» Ferguson (James Stewart) intenta recuperar a su difunto amor a partir de otra mujer que se le parece. Da la impresión de que lo que estas (y otras) historias intentan decirnos es que el original siempre es mejor que la copia, al contrario que los ultracuerpos de Kaufman. Y que por mucho que nos esforcemos, nunca podremos estar a su altura, o al menos a la altura de la imagen que de si mismos dejaron en quienes les conocieron.
Hasta aquí, hemos incidido más en el parecido físico. Dobles más o menos exactos de otras personas. Pero hay un caso particular de doppelgänger que podríamos denominar el Jugador del Otro Lado. Dicho jugador es nuestro reverso tenebroso. Sabe como pensamos, y es capaz de ir un paso por delante de nosotros, aunque podríamos cruzarnos con él por la calle sin reconocerlo. El ejemplo más evidente es el de Sherlock Holmes y su némesis, el profesor Moriarty, pero no es el único: Juve contra Fantomas, el inspector Ginko contra Diabolik... En el caso de los personajes de Marcel Allain y Pierre Souvestre, su rivalidad adopta un matiz cainita cuando se descubre que son medio hermanos. Nuevamente, el Yin y el Yang. El bien contra el mal. Sin embargo, los matices no están claros y a veces las líneas se diluyen. En su maravillosa novela Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado (2014), Juan Ramón Biedma juega a intercambiar los roles clásicos. En un momento de su investigación, Holmes decide que para frustrar los planes de Moriarty tiene que pensar como él, mientras que el buen profesor, por su parte, decide ser mejor que Holmes en su propio terreno, al igual que hizo Kraven el Cazador al sustituir a Spider-Man en La última cacería de Kraven (1987). No en vano, Holmes le ha insinuado a Watson en más de una ocasión que gran criminal hubiese sido, de haberse torcido su camino, tal y como plantea Robert Lee Hall en Adiós, Sherlock Holmes, donde el célebre detective de Baker Street resulta ser el asesino en serie conocido como suyo afectísimo, Jack el Destripador. En otro orden de cosas, el experimento de Holmes en el libro de Biedma recuerda al que se sometió Bruce Wayne, en la etapa de Grant Morrison, para entender la mente del Joker; el cual, por cierto, siempre ha sostenido que Batman, el comisario Gordon y él son más parecidos de lo que nadie cree. Los tres son fruto de una mala experiencia, pero mientras que el Hombre Murciélago y Gordon se aferran a su cordura, el Joker es el único que se ha dejado arrastrar por la locura. Yin y Yang. Orden y Caos. Bien y mal. Luz y oscuridad. Opuestos, pero inseparables. Quizás, después de todo, nuestro otro yo sea nuestra mejor parte, y renunciar a ella sea tan difícil como renunciar a cualquiera de nuestros demás órganos o extremidades.

Dedicado, con cariño, a Pedro Arenal y Silvia Estivill, que me han acompañado desde la hundida Rlyeh a la perdida Carcosa, pasando por el corazón de Arkham y los sombríos callejones de Limehouse. Si hay gemelos espirituales, ellos son los míos.



Miscelanea:

- Bodegón de frutas, flores y espinas o vida conyugal, muerte y nuevas nupcias del abogado de pobres F. St. Siebenkäs (1776), de Jean Paul Richter.
- El extraño caso del Mr. Jeckyll y Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson.
- El prisionero de Zenda (1894), de Anthony Hope.
- Fantomas (1911), de Marcel Allain y Pierre Souvestre.
- Rebeca (1938), de Daphne Du Maurier.
- Laura (1942), de Vera Caspary.
- La invasión de los ladrones de cuerpos (1955), de Jack Finney.
- Estrella doble (1956), de Robert A. Heinlein.
- Vértigo (1956), de Alfred Hitchcock.
- Tu a Boston y yo, a California (1961), de David Swift.
- Mundos de Imperio (1962), de Keith Laumer.
- El otro lado del tiempo (1965), de Keith Laumer.
- Star Trek TOS: The Enemy Within (1966), de Richard Matheson.
- The man who haunted himself (1970), de Basil Dearden.
- Corto Maltés en Siberia (1974). de Hugo Pratt.
- The Amazing Spider-Man: Clone Saga (1974), de Gerry Conway.
- Two Much (1975), de Donald E. Westlake.
- Bísturí (1977), de John Grissner.
- La invasión de los ultracuerpos (1978), de Philip Kaufman.
- Doble impacto (1991), de J. C. Van Damme.
- Two Much (1995), de Fernando Trueba.
- Al límite del riesgo (1996), de J. C. Van Damme.
- El hombre de la máscara de hierro (1998), de Randall Wallace.
- El sexto día (2000), de Arnold Schwarzenegger.
- Replicante (2001), de J. C. Van Damme.
- Fringe (2008), de J. J. Abrams.
- Tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado (2014), de Juan Ramón Biedma.
- Trilogía Southern Reach (2014), de Jeff Vandermeer.
- Counterpart (2017), de J. K. Simmons.
- Aniquilación (2018), de Alex Garland.

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