El largo camino a Dune (1965-2021)


El estreno del Dune de Denis Villeneuve ha traído consigo las inevitables comparaciones con su predecesora, la versión de David Lynch de 1984, olvidando que ambas son distintas adaptaciones de la misma novela, Dune, de Frank Herbert, publicada en 1965 y galardonada con el premio Hugo de 1966 a medias con Tu, el inmortal, de Roger Zelazny.
En realidad, la novela apareció previamente publicada por entregas en la revista Astounding, con el título provisional de Dune World (Mundo de dunas). Al parecer la fuente de inspiración de Herbert fue un artículo, nunca publicado, sobre algunos paisajes desérticos de los EEUU, que con el tiempo se convertiría en el germen de la novela. La trama de Dune se sitúa varios miles de años en el futuro, cuando la humanidad se ha extendido por la estrellas y la Tierra es apenas un recuerdo casi olvidado. El poder está repartido entre el Imperio, gobernado por la casa Corrino, y las grandes casas nobles (como los Atreides, o los Harkonnen), compañías como la CHOAM e instituciones como la Bene Gesserit o la hermandad Tleilaxu. Toda la economía del Imperio gira en torno a la especia melange, una sustancia que sólo se encuentra en el mundo desértico de Dune, pero que es la que permite a los navegantes espaciales de la cofradía doblar el espacio y salvar la distancia entre los planetas, o a los Mentats desarrollar sus extraordinarias facultades. El futuro imaginado por Herbert es poco tecnológico. Se supone que en algún momento del pasado hubo una cruzada contra las máquinas que dio como resultado una sociedad más rudimentaria, aunque se conservan avances como el uso del escudo personal, o las armas atómicas.
¿Qué es lo que diferencia Dune, pues, de tantos otros space operas o novelas de aventuras del montón? Algunos la han definido como la primera novela ecológica de ciencia ficción pero, aunque sea cierto (con todos los matices que se le pueden poner a este tipo de afirmaciones tan tajantes) Dune es mucho más que eso. A lo largo de sus páginas Herbert introduce continuas reflexiones sobre el destino, la influencia de la religión en la sociedad, la precognición, la eugenesia, y las consecuencias del uso y experimentación con las drogas, entre otros temas no menos interesantes, que llamaron la atención de buena parte del público de la época. Sin ser un best-seller, Dune se convirtió en eso vulgarmente llamado obra de culto, sobre todo a partir del momento en que Herbert continuó la historia convirtiéndola en una trilogía, primero, un tetralogía, después, y expandiendo definitivamente su universo con dos nuevas entregas y una séptima que quedo inconclusa a la muerte del autor y que no vio la luz hasta 2008, reescrita y expandida, de la mano de su hijo Brian y el también escritor de ciencia ficción Kevin J. Anderson.


Los primeros intentos para trasladar Dune a la gran pantalla datan ya de la década de los setenta. A nadie se le escapaban las dificultades del proyecto, al tratarse de una historia tan extensa y tan compleja, con múltiples tramas paralelas, diferentes escenarios y numerosas secuencias de corte onírico y/o alucinógeno. Quizás por ello el primer elegido para sacar adelante el proyecto fue Alejandro Jodorowsky, un artista, escritor y cineasta de origen chileno, al que algunos consideran un genio visionario y otros tantos, un visionario cantamañanas. Sea como sea Jodorowsky abordó el proyecto con un entusiasmo indiscutible, tal vez incluso excesivo. Su Dune era una película inabarcable en todos los aspectos, repleta de grandes estrellas y con una puesta en escena recargada e imaginativa hasta extremos insospechados. Tan sólo podemos hacernos una idea parcial del proyecto a través de las declaraciones del propio Jodorowsky, además de algunos bocetos e imágenes sueltos que circulan por Internet. En 2013 se rodó un interesante documental, titulado Alejandro Jodorowsky’s Dune, donde se recogen muchos de estos datos dispersos y a partir de ellos se intenta imaginar como hubiese sido Dune si la hubiese rodado el cineasta chileno. En cualquier caso, el mayor mérito de Jodorowsky fue juntar un equipo de talentos (entre los que se encontraba gente como H. R. Giger, Dan O’Bannon y Ronald Shusett) que fue el germen del que salieron varias películas posteriores de culto, no sólo Dune, sino también Alien o Blade Runner. Pero eso, como se suele decir, es materia para otro estudio.


Descartado Jodorowsky, el proyecto acabó en manos de un cineasta relativamente novel y poco conocido, pero que ya había llamado la atención de los estudios con Cabeza borradora (1977) y El hombre elefante (1980). Puede que referirnos así al genial David Lynch escandalice a más de uno, y una, pero hay que recordar que el Lynch que rodó Dune no era (aún) el artista reconocido que deslumbró a crítica y público con obras del calibre de Terciopelo azul (1986) y Twin Peaks (1989). De hecho, si David Lynch hubiese rodado Dune ahora, es dudoso que hiciese lo mismo que en 1984. Sin embargo, pese a todas las dificultades técnicas y argumentales, había ciertos puntos de la novela original que conectaban con las inquietudes personales del cineasta, como eran el lenguaje de los sueños, la precognición, la estimulación mental a través del uso de las drogas, o la difusa frontera entre fantasía y realidad en la que vive atrapado Paul Atreides, alias Muab’ dib, el elegido y Mesías de una nueva religión cuyo destino era liderar una sangrienta Jihad a través de toda la galaxia.
El Dune de 1984 no es una película perfecta. La novela era, es, demasiado extensa, demasiado compleja para una sola entrega. Pese a todos los esfuerzos de Lynch para trasladar la esencia de la historia al guion, algunas escenas desaparecen, otras están demasiado resumidas, y algunos personajes quedan prácticamente desdibujados, como es el caso de Duncan Idaho. Al final el argumento resultaba demasiado confuso para la mayoría de espectadores, excepto tal vez aquellos que habían leído previamente la novela. Tampoco ayudaron las comparaciones con otras franquicias de la época, como Star Wars o Star Trek, que podían transmitir una idea engañosa del carácter del filme antes de su estreno. Pese a todo, su fascinante puesta en escena, de un barroquismo exquisito (aunque sin llegar a los excesos de Jodorowsky) y el talento cinematográfico de su director compensaban, en buena medida, sus carencias, lo que ayuda a que el balance final sea positivo, pese a lo cual el experimento no tuvo continuidad. No hubo un Dune 2, aunque el éxito parcial de la película ayudó a relanzar el éxito de la saga y animó a Herbert a escribir nuevas entregas de la misma, como Herejes de Dune (1984) y Casa Capitular: Dune (1985), además del inconcluso Dune 7. Por otro lado el rodaje de la película puede entenderse como un banco de pruebas para proyectos posteriores de David Lynch, como es el caso de la exitosa Twin Peaks (1990), para la que recuperaría a alguno de los protagonistas de Dune, como Kyle MacLachlan (Paul Atreides) o Everett McGill (Stilgar).


Curiosamente, hay un Dune olvidado entre las películas de David Lynch y Denis Villeneuve: las dos miniseries producidas por Hallmark y el canal SyFy en 2000 y 2003 que adaptaban la novela original y su primera secuela, El mesías de Dune (1969). Pese a contar con un plantel de buenos actores, entre los que cabe destacar nombres como los de William Hurt, Alice Krige o Susan Sarandon, entre otros, es un producto convencional, que no puede hacer olvidar sus raíces televisivas. Quizás la mayor diferencia con respecto al Dune de David Lynch es que, al tener más tiempo para contar la historia (265 minutos en total), el argumento resulta más explícito e incluso se permite incluir detalles que apenas aparecían esbozados en la obra original. A mayor abundamiento, es la primera vez que se nos ofrece un atisbo de lo que ocurre después de la primera novela, y sobre el destino del no ya tan joven Paul Atreides, al menos hasta que Villenueve se animó a volver sobre la saga. El director de Sicario (2015) y La llegada (2016) ya había demostrado su talento para reinterpretar universos ajenos en Blade Runner 2049 (2017), dándoles un toque personal sin perder de vista su esencia. Por ello se alzaba como la mejor opción para retomar el testigo de Lynch y Jodorowsky, acercando la magia de Dune a una nueva generación de espectadores.


De forma tan lógica como arriesgada, Villeneuve ha apostado por dividir la historia en dos partes, concluyendo la primera poco después de la muerte de Duncan Idaho y de que Jessica y Paul se reúnan con los fremen, y dejando el resto (Mesías de Dune inclusive) para la siguiente entrega, sin descartar una posible trilogía que incluyese también Hijos de Dune (1976). Un experimento arriesgado, decíamos, ya que de no haberle acompañado el éxito la nueva Dune hubiese podido pasar la historia como la más ambiciosa de las películas inconclusas de la meca del cine. La buena acogida por parte del público, no obstante, ha asegurado que Villenueve pueda completar su obra magna, para deleite de todos los seguidores de esta gran saga, entre los cuales se reconoce humildemente incluido el autor de estas líneas.
Por lo visto en pantalla Villeneuve tiene intención de ceñirse a las novelas originales, dejando de lado el universo expandido de Brian Herbert y Kevin J. Anderson, salvo algunas concesiones puntuales a los nuevos tiempos. En Dune, por ejemplo, se nos contaba que el abuelo de Leto había fallecido corneado por un toro aparentemente normal, aunque con posterioridad Anderson y Herbert Jr. lo transformaron en una criatura mutante salusiana con tentáculos y varios cuernos. En la nueva versión el toro recupera su aspecto original, e incluso podemos ver al susodicho duque vestido con un traje de luces al más puro estilo del Cordobés. Me pregunto que tal le sentará semejante exceso de purismo a Brian Herbert, autoproclamado guardián de las esencias de la saga y continuador de la misma por obra y gracia de los derechos sucesorios. Pero, tal y como hubiese dicho Will Eisner a propósito de la adaptación cinematográfica de The Spirit, de haber estado vivo para verla: «Mientras de beneficios, todo va bien». Y al contrario que Eisner, Herbert Jr. si está vivo para cobrar los royalties.


Addenda:

Para preparar este artículo me he releído la novela original, además de volver a ver la versión clásica de Lynch y, como no, el remake de Villeneuve. También me ha sido de mucha utilidad The Dune Encyclopedia, publicada en 1984 por Willis E. McNelly, con abundante material inspirado en las cuatro primeras novelas de la saga. En su momento esta Enciclopedia de Dune era considerada canónica, aunque algunos de los datos que contenía entraron en contradicción con títulos posteriores de la saga, como Herejes de Dune (1984) y Casa Capitular: Dune (1985). Finalmente, cuando Brian Herbert se decidió a continuar la serie en colaboración con Kevin J. Anderson se estableció que la Enciclopedia quedaba fuera de la continuidad oficial, y que su contenido hacia referencia a otro Dune, un mundo alterno con algunos puntos en común con el que conocemos pero también con varias divergencias. Pese a todo sigue siendo una obra de notable interés, que incluye desde biografías de personajes a la primera cronología más o menos autorizada del incipiente universo creado por Frank Herbert.

Bibliografía:

- Dune (1965).
- The Dune Enciclopedia (1984).

Filmografía:

- Dune (1984). David Lynch.
- Dune (2000). Miniserie de tres episodios. John Harrison.
- Hijos de Dune (2003). Miniserie de TV. Greg Yaitanes.
- Alejandro Jodorowsky’s Dune (2013).
- Dune (2021). Denis Villeneuve.

Para saber más:

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