Holmes & Cia.


Como buen personaje de éxito, Holmes ha prolongado sus aventuras en la ficción mucho más allá de la vida de su creador. Ya en tiempos de Doyle otros escritores se atrevieron a imitar a Holmes (con mayor o menor fortuna, como es el caso de Harry Dickson o August Derleth) o a imaginarse un encuentro entre su propio personaje y el célebre detective de Baker Street, tal y como sugiere el francés Maurice Leblanc en su obra Arsenio Lupin vs Herlock Sholmes, de 1908. En la serie de películas protagonizadas por Basil Rathbone y Nigel Bruce, como Holmes y Watson respectivamente, la acción de las novelas y relatos originales se trasladaba al momento del rodaje (entre 1941-1946) y así, aunque un rejuvenecido Moriarty aparecía en algunas de ellas, también pudimos ver a Holmes enfrentado a espías nazis y traidores británicos, en un remedo de algunas de sus aventuras previas a la Primera Guerra Mundial.
La aparición de casos inéditos de Holmes (o el rescate de algunos manuscritos perdidos del Dr. Watson) cobró cierta carta de oficialidad gracias a Adrian Conan Doyle, que añadió nuevos relatos a la biografía del personaje, aunque para los más puristas estos no sean estrictamente canónicos. En uno de ellos, el hijo del buen doctor especulaba con la posibilidad de que Sherlock Holmes hubiese cruzado espadas con Jack el Destripador, lo que dio pie a la película Estudio en Terror (James Hill, 1965) que fue a su vez novelada por otro holmesiano de pro, Elley Queen. Curiosamente, este no fue el último encuentro entre ambos adversarios, ya que Holmes volvió a perseguir a suyo afectísimo, Jack el Destripador en la película Asesinato por decreto (1979) de Bob Clark, que supone un claro precedente del posterior From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell. Dos años antes se había publicado la polémica novela Adiós, Sherlock Holmes, de Robert Lee Hall, donde el escritor planteaba la arriesgada hipótesis de que Holmes y el Destripador eran la misma persona, lo que terminó empujando al detective al suicidio, y explicaría por qué Watson (el original) nunca escribió sobre el enfrentamiento entre ambos personajes, como si hizo con Moriarty en Reichembach.


En realidad, las historias de Robert Lee Hall y Bob Clark le deben mucho a una novela anterior, de 1976, escrita por Nicholas Meyer, y titulada The seven per cent solution o, como se conoció en la mayoría de países de habla hispana, Elemental, Mr. Freud. Con un evidente respeto por el Canon (aunque tomándose muchas libertades), Meyer nos plantea que Moriarty y todos sus planes tal vez sólo existieron en la mente de un Holmes estresado y ofuscado por las drogas. La búsqueda de la verdad le lleva hasta la consulta del Dr. Freud, en Viena, donde con la ayuda del padre de la Psicología moderna Holmes buscará el origen de sus traumas en su juventud atormentada, a la vez que Freud se contagia, por así decirlo, del método Holmesiano y termina colaborando con su paciente para resolver un misterio que amenaza la estabilidad de toda Europa. Dado que el experimento fue un éxito, Meyer reincidiría en 1976 con Horror en Londres, una nueva aventura donde el camino de Holmes se cruza con el de otros personajes famosos de su época, tales que Oscar Wilde, George Bernard Shaw o Bram Stocker, el padre literario de Drácula.


Y de vampiros va nuestra siguiente historia: La voz de Drácula, de Fred Saberhagen, publicada en 1975, y que es una especie de revisión de la novela clásica de Stocker contada por el Conde en primera persona, y en la cual aprovecha para justificar muchos de sus actos a la vez que ridiculiza a sus adversarios, entre los que se encuentra un Sherlock Holmes cuyo férreo racionalismo será puesto duramente a prueba al conocer a un auténtico vampiro. Una temática similar encontramos en El año de Drácula (1992) de Kim Stanley Newman, donde el vampiro rumano se ha hecho con el control del Reino Unido y la calavera de Van Helsing decora una de las picas de la Torre de Londres. Mycroft Holmes continua al frente del club Diógenes, mientras que su célebre hermano se halla en paradero desconocido, aunque se rumorea que puede estar recluido en Dartmoor, una especie de asilo para presos políticos.
Siguiendo con los crossovers, en 1984 se publica Ten years beyond Baker Street, de Cay Van Ash, más conocida en España como Sherlock Holmes contra Fu Manchú, la cual, como su título indica, recoge el enfrentamiento entre un Holmes maduro y ya casi retirado, y el diabólico genio oriental del crimen creado en 1911 por Sax Rohmer e inmortalizado en pantalla, entre otros, por Boris Karloff y Christopher Lee. Curiosamente, en 1980 se había estrenado El diabólico plan del Dr. Fu Manchú, la obra póstuma del actor y cómico británico Peter Sellers que ya había encarnado a otro personaje oriental (un detective muy parecido a Charlie Chan) en la comedia de 1976 Un cadáver a los postres (Robert Moore). En cuanto al Dr. Fu Manchú, este volvería a tener sus más y sus menos con el profesor Moriarty, el viejo adversario de Holmes, en el Volumen I de La liga de los caballeros extraordinarios (1999), de Alan Moore y Eddie Campbell, donde ambos genios del crimen compiten por hacerse con el control del bajo mundo londinense. A más largo plazo, en la serie de comics Marvel titulada Shang Chi, Master of Kung Fu (1974-1983), aparecía un secundario habitual, Clive Reston, que presumía de ser descendiente directo tanto de Sherlock Holmes como de James Bond, ayudando en numerosas ocasiones a Shang Chi a enfrentarse a su padre (Fu Manchú), al igual que hizo su supuesto antepasado en la ficción. Pero sin duda, el mejor Team Up de la época tuvo lugar en 1987, coincidiendo con el 50 Aniversario de Detective Comics, para el cual Mike W. Barr escribió una historia en varios capítulos (bellamente plasmada por Alan Davis), titulada «The Doomsday Book», donde además de Batman aparecían otros célebres detectives de la casa, como Slam Bradley o el Hombre Elástico. La auténtica sorpresa llegaba casi al final, cuando un más que centenario Holmes aparecía in extremis para frustrar los planes de los descendientes de Moriarty, «Un inútil en cualquier época». Tras felicitar a Batman y sus colaboradores, el detective victoriano regresa a su retiro en Sussex a seguir criando a sus abejas, cuya jalea real es la explicación de su extraordinaria longevidad.


No menos interesante resulta The aventure of the Ectoplasmic Man (Houdini y Sherlock Holmes, 1985) donde el escritor Daniel Stashower imagina el encuentro entre el genial detective y el célebre escapista, poniendo de manifiesto no sólo la admiración que existe entre ambos, sino cuánto hay de Holmes en el método y la férrea disciplina de Houdini. A mayor abundamiento, ambos se caracterizan por un marcado espíritu racionalista, ya que Houdini fue también un reconocido perseguidor y desenmascarador de falsos médiums y espiritistas de tres al cuarto. Ya en clave de humor, la película Sin pistas (Thom Eberhardt, 1988) plantea la posibilidad de que Watson fuese el auténtico cerebro del dúo, mientras que Holmes no sería más que un casi desconocido actor de teatro contratado por el buen doctor para interpretar el papel de detective profesional.... Al menos, hasta que el auténtico Moriarty aparece y secuestra a Watson. Divertida, y con un toque irreverente, aunque sin llegar a denigrar el Canon (como si hace la reciente Holmes & Watson, del incomprendido Will Ferrell) Sin pistas se beneficia de las excelentes interpretaciones de su pareja protagonista, Ben Kingsley como el frustrado e inteligente Watson, y Michael Caine como el soez, borracho y algo cobarde Reginald Kincaid.


El cambio de milenio trajo consigo nuevos y más sugerentes encuentros entre las sombras de Baker Street. Rodolfo Martínez, Holmesiano de pro y gran defensor del Canon, juega a cruzar los universos literarios de Conan Doyle y H. P. Lovecraft en su trilogía La sabiduría de los muertos (2004), Sherlock Holmes y las huellas del poeta (2005) y Sherlock Holmes y la boca del infierno (2006). Una cuarta novela, Sherlock Holmes y el heredero de Nadie, abandona la estela de Lovecraft para adoptar un aire más pulp, con reminiscencias de El valle del Terror o, incluso, de El Sexto Mesías (1995) de Mark Frost. La coda la pone - de momento - Alberto López Aroca, otro Holmesiano de pro, que en Los zombies de Camford (2011) cede a la reciente pandemia Z para imaginarse como afrontarían Holmes y sus aliados una amenaza zombie en pleno corazón del Imperio, tal y como también plantea el británico Ian Edginton en Victorian Undead: Sherlock Holmes vs Zombies de 2010. Por otro lado la influencia de Meyer es rastreable en obras contemporáneas como Elemental, querido Chaplin (2005), de Rafa Marín (que también incluye alusiones a la antedicha trilogía de Rodolfo Martínez) o la serie de novelas protagonizadas por el joven Sherlock Holmes. En una línea más convencional y cercana al Canon, nuevos escritores como Anthony Horowitz o Bonnie MacBird han ampliado la lista de novelas protagonizadas por Holmes, aunque sin igualar el talento narrativo de su creador.


Dicha lista no estaría completa sin mencionar dos interesantes antologías que sacan a Sherlock Holmes de su universo habitual para abrirse a nuevos géneros y posibilidades, como Sherlock Holmes a través del tiempo y del espacio (recopilación de relatos por Isaac Asimov) o Sombras de Baker Street (selección de Michael Reaves y John Pelan), donde podemos encontrar a unos Holmes y Watson muy diferentes de los que estamos acostumbrados a través de las novelas y relatos de Conan Doyle, como sucede también con la adrenalínica versión cinematográfica de Guy Ritchie, el Holmes versión 2.0 de Benedict Cumberbatch para la BBC, o su homólogo afincado en los USA de Elementary, siempre acompañado por su fiel compañera Watson (¿hemos dicho compañera?). Diferentes visiones del mismo concepto (el detective excéntrico y excepcional) que sobrevive a las modas, al paso del tiempo y los sucesivos reemplazos generacionales, de tal manera que a estas alturas del siglo XXI el juego sigue en marcha, y en mejor forma que nunca.

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