Una noche en el Gehenna /04
La entrada a la zona VIP se encontraba al otro extremo de la pista., así que Ruthven tuvo que cruzar la sala por tercera vez hasta llegar a las escaleras de acceso donde otro guardia de seguridad - que parecía el hermano gemelo del de la puerta - controlaba quien entraba y salía. El hombre se puso instintivamente en guardia al ver acercarse al bibliotecario.
- Esta zona es sólo para gente con un pase especial.
- Me están esperando - repuso Ruthven, de la que se sacaba del bolsillo una pequeña caja lacada de madera, y la abría para exhibir su contenido: un colgante que representaba a un sabueso alado tallado en exquisito jade verde, el cual había tomado prestado de los fondos de la Universidad para asegurarse el acceso a la zona restringida del Gehenna. El guardia asintió con la cabeza y se apartó para franquearle el paso. Las escaleras eran amplias, oscuras y recubiertas por una moqueta de color rojizo (a juego con la iluminación de la pared) que había conocido tiempos mejores. El último escalón desembocaba en una galería flanqueada por puertas que daban paso a diversas estancias reservadas para hacer negocios, cerrar acuerdos, intercambiar objetos o servicios, o cualquier otra case de actividad más física pero igualmente placentera. Ruthven no tenía forma de saber en cual se encontraban Alain y su cliente pero, por suerte, en ese momento un camarero salió de uno de los reservados y a través de la puerta entreabierta pudo ver a las personas que estaba buscando. Para su sorpresa, el comprador era el tipo con aspecto de dandi victoriano que se había cruzado en la pista minutos atrás. Antes de que ninguno de ellos pudiese reaccionar, el antropólogo se coló en la estancia cerrando la puerta tras él.
- ¡Hola! ¿Llego tarde? ¿Me he perdido algo?
Su aparición provocó diferentes respuestas entre todos los presentes, que iban desde la mirada nerviosa de Alain a la hostilidad de su chica, pasando por la calculada indiferencia del comprador.
- Me temo que sí - se apresuró a responder Alain -. El trato está cerrado. El libro ya no nos pertenece.
- En realidad, nunca fue vuestro para venderlo.
- Ese ya no es nuestro problema - replicó el joven, señalando al comprador con la cabeza. Este se incorporó con calculada lentitud, para observar a Ruthven desde la ventaja psicológica que le daban sus dos metros de estatura. Pese a todo, no había nada de desproporcionado en su cuerpo, que bajo el elegante traje estilo Beau Brummell se adivinaba delgado y en buena forma. Su rostro exhibía la belleza y algo de la arrogancia de un joven Byron, aunque atemperada por una sonrisa de esas que invitan a no tomarse nada (ni a nadie) en serio.
- Lamento tener que estar de acuerdo con su... ex-socio. La transacción se ha realizado de forma correcta, el pago ha sido efectuado y todos tenemos lo que hemos venido a buscar. Si hay algún problema, eso es algo que deben discutir entre ustedes. Ahora, si me permiten... - añadió, haciendo ademán de recoger su sombrero para irse.
- Pues el caso es que hay un problema, y también le incumbe a usted. Las reglas de la casa son muy claras al respecto: Aquí no se puede traficar con mercancía robada. Y ese libro, como ya he señalado, no les pertenecía a ellos. Por lo tanto, no pueden venderlo y usted tampoco puede comprarlo. No importa que estuviese informado o no de su procedencia: ahora lo sabe y, si sigue adelante, se granjeará la enemistad de Cromwell y no podrá volver a poner los pies en su local... nunca más - recalcó Ruthven, y sus palabras si parecieron hacer algo de mella en el comprador.
- Lo cierto es que eso si que sería... inconveniente. Tal vez podamos llegar a un acuerdo entre caballeros. De sus palabras, deduzco que usted es el legítimo propietario del documento, o que habla en su nombre. En ese caso, podría usted quedarse con los diamantes que estos jóvenes y yo habíamos acordado a modo de pago y todo sería legal. ¿No le parece?
- Me temo que el manuscrito Varessi no es mío para venderlo. Y aunque lo fuera, tampoco lo vendería ni por todos los diamantes del planeta.
El extranjero - Maal - se acarició pensativamente la barbilla con el puño de su bastón.
- Entonces, me temo que estamos en un punto muerto.
- De eso nada - repuso la chica, sacándose una Sig Sauer P226 de un bolsillo interior de la cazadora, y apuntando al resto de presentes -. Yo tengo una idea mejor: nos quedamos con los diamantes y el manuscrito, y vosotros dos podéis pasar a formar parte de la decoración del local. Supongo que para cuando os encuentren Alain y yo ya estaremos muy, muy lejos.
- ¿Estás loca? - exclamó Alain- Ya tenemos los diamantes y el libro, podemos irnos sin necesidad de matar a nadie. Este no es un sitio adecuado para esa clase de juegos.
- Tú haz lo que quieras, pero yo no me voy de aquí sin volarle la cabeza al buen doctor y al mariquita de su amigo. Estoy harta de sus chistes malos y de sus miradas de superioridad, como si pensase que soy imbécil, o que estoy loca.
- La verdad, apuntarme con un arma no es una buena forma de hacerme cambiar de opinión - objetó Ruthven, nervioso, pero la chica se limitó a sonreír y mover el arma de arriba a abajo, como si estuviese indecisa entre dispararle a la cabeza o en la entrepierna.
- ¿Qué será, será? ¿Dónde esconde usted el cerebro, profesor?
- Arriba. Te lo juro por mis antepasados.
- Ya basta - terció Maal -. Engaño, traición, amenazas... No voy a decir que sea inesperado, pero sí que resulta decepcionante. Por suerte, he venido preparado - añadió el extranjero, señalando con el puño de su bastón hacia una de las esquinas del techo. Las luces parpadearon durante un par de segundos y algo similar a un torpedo negro salió disparado de allí, atravesando a Alain de camino y haciéndole explotar como si se hubiese tragado una granada de mano. La chica comenzó a gritar y abrió fuego contra la cosa, mientras las luces seguían parpadeando y la criatura volvía su atención hacia ella. Sólo entonces Ruthven pudo verla bien y reconocerla: un sabueso de Tindalos, y uno de los más feroces que había tenido la mala suerte de echarse en cara, además. El animal saltó hacia la pared y volvió a salir por el otro extremo, de espaldas a la joven, que apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el sabueso le arrancase la cabeza para tragársela de un único bocado. Con la amenaza principal anulada, el ser volvió su atención al resto de presentes, pero antes de que Ruthven pudiese decir nada, Maal se llevó el índice al ala de su sombrero para despedirse, diciendo:
- Au revoir.
Y desapareció, dejando a su interlocutor a solas con la criatura que había invocado desde el otro lado.
- ¡Me cago en...!!! - empezó a exclamar Ruthven, mientras arrancaba a correr y lograba atravesar la puerta apenas una fracción de segundo antes que el sabueso. Ya en el pasillo, el hombre tenía algo de ventaja sobre el animal que tenía que limitarse a correr tras él con todas sus fuerzas. Así y todo, el bibliotecario se hubiera visto en serios problemas para esquivar la acometida del sabueso si Cromwell no hubiese aparecido por las escaleras y paralizado al animal en el aire con un simple gesto de su mano.
- ¡Espero que tenga una buena explicación para todo esto, doctor Ruthven! - exclamó, furioso, el dueño del Gehenna.
- Le juro que yo no he tenido nada que ver. Ha sido una disputa comercial entre terceras partes.
Cromwell frunció el ceño mientras se concentraba y repasaba mentalmente los últimos acontecimientos.
- Ya veo. Engaño, traición y asesinato. Malo para el negocio. Muy malo - añadió el propietario, de la que entraba en el reservado y se encontraba con el macabro espectáculo que habían dejado los restos de Alain y su chica -. Habrá que limpiar todo esto y hacer desaparecer discretamente los cuerpos. ¿Y el comprador?
- Se fue. Creo que volvió a su lugar de origen, con el manuscrito original.
- Pero dejó el pago, por lo que veo. Creo que ahora toda esa fortuna le pertenece, doctor.
- Considérelo como una propina para la casa - repuso este, que todavía no las tenía todas consigo.
- Qué generoso por su parte. Espero que comprenda lo delicado de la situación. Gran parte del atractivo del Gehenna se debe a que esta es una zona neutral, donde - en teoría - no suceden estas cosas. Si todo esto se supiera... sería una pésima publicidad para el negocio.
- A mí tampoco me interesa mucho que se sepa. Me han robado, ese Maal me ha dejado en ridículo y un sabueso de Tindalos ha estado a punto de tragarme y luego defecarme, así que cuanto menos se hable del asunto, mucho mejor.
- Veo que nos entendemos - asintió Cromwell, relajándose, y provocando un respuesta similar en su interlocutor.
- Esta zona es sólo para gente con un pase especial.
- Me están esperando - repuso Ruthven, de la que se sacaba del bolsillo una pequeña caja lacada de madera, y la abría para exhibir su contenido: un colgante que representaba a un sabueso alado tallado en exquisito jade verde, el cual había tomado prestado de los fondos de la Universidad para asegurarse el acceso a la zona restringida del Gehenna. El guardia asintió con la cabeza y se apartó para franquearle el paso. Las escaleras eran amplias, oscuras y recubiertas por una moqueta de color rojizo (a juego con la iluminación de la pared) que había conocido tiempos mejores. El último escalón desembocaba en una galería flanqueada por puertas que daban paso a diversas estancias reservadas para hacer negocios, cerrar acuerdos, intercambiar objetos o servicios, o cualquier otra case de actividad más física pero igualmente placentera. Ruthven no tenía forma de saber en cual se encontraban Alain y su cliente pero, por suerte, en ese momento un camarero salió de uno de los reservados y a través de la puerta entreabierta pudo ver a las personas que estaba buscando. Para su sorpresa, el comprador era el tipo con aspecto de dandi victoriano que se había cruzado en la pista minutos atrás. Antes de que ninguno de ellos pudiese reaccionar, el antropólogo se coló en la estancia cerrando la puerta tras él.
- ¡Hola! ¿Llego tarde? ¿Me he perdido algo?
Su aparición provocó diferentes respuestas entre todos los presentes, que iban desde la mirada nerviosa de Alain a la hostilidad de su chica, pasando por la calculada indiferencia del comprador.
- Me temo que sí - se apresuró a responder Alain -. El trato está cerrado. El libro ya no nos pertenece.
- En realidad, nunca fue vuestro para venderlo.
- Ese ya no es nuestro problema - replicó el joven, señalando al comprador con la cabeza. Este se incorporó con calculada lentitud, para observar a Ruthven desde la ventaja psicológica que le daban sus dos metros de estatura. Pese a todo, no había nada de desproporcionado en su cuerpo, que bajo el elegante traje estilo Beau Brummell se adivinaba delgado y en buena forma. Su rostro exhibía la belleza y algo de la arrogancia de un joven Byron, aunque atemperada por una sonrisa de esas que invitan a no tomarse nada (ni a nadie) en serio.
- Lamento tener que estar de acuerdo con su... ex-socio. La transacción se ha realizado de forma correcta, el pago ha sido efectuado y todos tenemos lo que hemos venido a buscar. Si hay algún problema, eso es algo que deben discutir entre ustedes. Ahora, si me permiten... - añadió, haciendo ademán de recoger su sombrero para irse.
- Pues el caso es que hay un problema, y también le incumbe a usted. Las reglas de la casa son muy claras al respecto: Aquí no se puede traficar con mercancía robada. Y ese libro, como ya he señalado, no les pertenecía a ellos. Por lo tanto, no pueden venderlo y usted tampoco puede comprarlo. No importa que estuviese informado o no de su procedencia: ahora lo sabe y, si sigue adelante, se granjeará la enemistad de Cromwell y no podrá volver a poner los pies en su local... nunca más - recalcó Ruthven, y sus palabras si parecieron hacer algo de mella en el comprador.
- Lo cierto es que eso si que sería... inconveniente. Tal vez podamos llegar a un acuerdo entre caballeros. De sus palabras, deduzco que usted es el legítimo propietario del documento, o que habla en su nombre. En ese caso, podría usted quedarse con los diamantes que estos jóvenes y yo habíamos acordado a modo de pago y todo sería legal. ¿No le parece?
- Me temo que el manuscrito Varessi no es mío para venderlo. Y aunque lo fuera, tampoco lo vendería ni por todos los diamantes del planeta.
El extranjero - Maal - se acarició pensativamente la barbilla con el puño de su bastón.
- Entonces, me temo que estamos en un punto muerto.
- De eso nada - repuso la chica, sacándose una Sig Sauer P226 de un bolsillo interior de la cazadora, y apuntando al resto de presentes -. Yo tengo una idea mejor: nos quedamos con los diamantes y el manuscrito, y vosotros dos podéis pasar a formar parte de la decoración del local. Supongo que para cuando os encuentren Alain y yo ya estaremos muy, muy lejos.
- ¿Estás loca? - exclamó Alain- Ya tenemos los diamantes y el libro, podemos irnos sin necesidad de matar a nadie. Este no es un sitio adecuado para esa clase de juegos.
- Tú haz lo que quieras, pero yo no me voy de aquí sin volarle la cabeza al buen doctor y al mariquita de su amigo. Estoy harta de sus chistes malos y de sus miradas de superioridad, como si pensase que soy imbécil, o que estoy loca.
- La verdad, apuntarme con un arma no es una buena forma de hacerme cambiar de opinión - objetó Ruthven, nervioso, pero la chica se limitó a sonreír y mover el arma de arriba a abajo, como si estuviese indecisa entre dispararle a la cabeza o en la entrepierna.
- ¿Qué será, será? ¿Dónde esconde usted el cerebro, profesor?
- Arriba. Te lo juro por mis antepasados.
- Ya basta - terció Maal -. Engaño, traición, amenazas... No voy a decir que sea inesperado, pero sí que resulta decepcionante. Por suerte, he venido preparado - añadió el extranjero, señalando con el puño de su bastón hacia una de las esquinas del techo. Las luces parpadearon durante un par de segundos y algo similar a un torpedo negro salió disparado de allí, atravesando a Alain de camino y haciéndole explotar como si se hubiese tragado una granada de mano. La chica comenzó a gritar y abrió fuego contra la cosa, mientras las luces seguían parpadeando y la criatura volvía su atención hacia ella. Sólo entonces Ruthven pudo verla bien y reconocerla: un sabueso de Tindalos, y uno de los más feroces que había tenido la mala suerte de echarse en cara, además. El animal saltó hacia la pared y volvió a salir por el otro extremo, de espaldas a la joven, que apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el sabueso le arrancase la cabeza para tragársela de un único bocado. Con la amenaza principal anulada, el ser volvió su atención al resto de presentes, pero antes de que Ruthven pudiese decir nada, Maal se llevó el índice al ala de su sombrero para despedirse, diciendo:
- Au revoir.
Y desapareció, dejando a su interlocutor a solas con la criatura que había invocado desde el otro lado.
- ¡Me cago en...!!! - empezó a exclamar Ruthven, mientras arrancaba a correr y lograba atravesar la puerta apenas una fracción de segundo antes que el sabueso. Ya en el pasillo, el hombre tenía algo de ventaja sobre el animal que tenía que limitarse a correr tras él con todas sus fuerzas. Así y todo, el bibliotecario se hubiera visto en serios problemas para esquivar la acometida del sabueso si Cromwell no hubiese aparecido por las escaleras y paralizado al animal en el aire con un simple gesto de su mano.
- ¡Espero que tenga una buena explicación para todo esto, doctor Ruthven! - exclamó, furioso, el dueño del Gehenna.
- Le juro que yo no he tenido nada que ver. Ha sido una disputa comercial entre terceras partes.
Cromwell frunció el ceño mientras se concentraba y repasaba mentalmente los últimos acontecimientos.
- Ya veo. Engaño, traición y asesinato. Malo para el negocio. Muy malo - añadió el propietario, de la que entraba en el reservado y se encontraba con el macabro espectáculo que habían dejado los restos de Alain y su chica -. Habrá que limpiar todo esto y hacer desaparecer discretamente los cuerpos. ¿Y el comprador?
- Se fue. Creo que volvió a su lugar de origen, con el manuscrito original.
- Pero dejó el pago, por lo que veo. Creo que ahora toda esa fortuna le pertenece, doctor.
- Considérelo como una propina para la casa - repuso este, que todavía no las tenía todas consigo.
- Qué generoso por su parte. Espero que comprenda lo delicado de la situación. Gran parte del atractivo del Gehenna se debe a que esta es una zona neutral, donde - en teoría - no suceden estas cosas. Si todo esto se supiera... sería una pésima publicidad para el negocio.
- A mí tampoco me interesa mucho que se sepa. Me han robado, ese Maal me ha dejado en ridículo y un sabueso de Tindalos ha estado a punto de tragarme y luego defecarme, así que cuanto menos se hable del asunto, mucho mejor.
- Veo que nos entendemos - asintió Cromwell, relajándose, y provocando un respuesta similar en su interlocutor.
(Continuará)
© Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).
Este relato ha sido registrado en Safe Creative (Registro de la propiedad intelectual) de forma previa a su publicación en el Zoco.
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