Un mal lugar donde perderse (007)


Las palabras del desconocido me acompañaron todo el camino de vuelta al embarcadero, mientras me preguntaba una y otra vez quién era y, si no nos conocíamos, cómo es que parecía saber tanto de mí y de lo que me pasaba por la cabeza. Cierto es que hubo un momento en que me planteé separarme de mi misteriosa acompañante y buscar a alguien más dispuesto a compartir información que me ayudase a rellenar los agujeros de mi memoria, pero eso había sido antes de que la hiriesen mientras se jugaba el pellejo intentando protegernos de nuestros implacables perseguidores. Vale que sus motivos no eran lo que se podía decir desinteresados, pero eso no cambiaba el hecho de que me había salvado la vida y estaba en deuda con ella. Al menos, me dije, tenía que conseguirle atención médica antes de irme por mi cuenta y riesgo.
Curiosamente, fue como si pensar en el diablo le hubiese sacado del coma, ya que al acercarme a la motora observé que Pandora (o como quiera que se llamase) estaba despierta y en pie, aunque se movía de una forma un tanto extraña y errática.
- ¿Qué haces? Deberías descansar un rato. Por si no lo sabes, estás viva de milagro - dije, nada más llegar a su lado.
- ¿Eres tú? ¿Dónde diablos estamos? - respondió, girando la cabeza en dirección al sonido de mi voz.
- No tengo ni idea. Rio abajo, en un embarcadero vacio junto a un hotel abandonado que se cae a pedazos. Esperaba que tu pudieses darme más detalles - le contesté, mientras movía la mano derecha justo delante de su cara, sin que diese la más mínima señal de darse cuenta.
- Deja de hacer el imbécil - gruñó, intentado apartarme el brazo de un manotazo, aunque falló por casi medio metro -. Ya sé que estoy ciega. Aunque fuese de noche tendría que haber algo de luz, por poca que fuese, y no veo una mierda. ¿Qué me ha pasado?
Genial, me dije. Sólo faltaba que ella hubiese perdido también la memoria.
- Tienes una herida muy fea en la cabeza. Te la he remendado como he podido, pero debería verte un especialista cuanto antes.
- ¿Y los ojos? - añadió, frotándose los párpados en un esfuerzo desesperado por estimular sus retinas.
- Aparentemente, están bien. Lo más probable es que sea un efecto temporal secundario del balazo. ¿Notas alguna otra molestia? ¿Mareos? ¿Nauseas? ¿Dolor de cabeza? - le pregunté, inquieto. La ceguera podía ser también uno de los primeros síntomas de un hematoma cerebral provocado por el impacto del proyectil contra el cráneo, pero no tenía forma alguna de comprobarlo y tampoco tenía sentido asustar a mi acompañante antes de tiempo, pensé, olvidándome de lo dura que era.
- ¿Qué pasa contigo? ¿Es qué ahora sabes medicina, además de romper piernas? Un momento - se interrumpió, a la vez que examinaba el vendaje improvisado que le recubría la cabeza -. ¿De dónde has sacado esto?
- De tu mochila, claro - le respondí, sin pararme a pensar en mis palabras.
- ¿De mi mochila? - repitió, furiosa -. ¿Te has atrevido a registrar mis cosas?
- ¿Cómo querías que sacase el botiquín si no? ¿Por arte de magia?
- ¿Y mi arma? ¿Dónde diablos está mi arma?
- La tengo yo. La he cogido prestada un momento, para explorar el terreno.
- Devuélvemela - exigió, extendiendo la mano en el aire como si estuviera pidiendo limosna.
- ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer con ella? ¿Dispararle a ciegas a los murciélagos? - inquirí, confuso.
- ¿Qué más te da? Es mía. Haz el favor de devolvérmela.
- Vale, pero antes de nada me gustaría hacerte unas preguntas.
Mis palabras la sacudieron como un latigazo y pude ver como su expresión decidida se venía abajo pese a todos sus esfuerzos por aguantar el tipo.
- Supongo que ahora es el momento en que me pegas un par de tiros después de sacarme la información a golpes - musitó, dejándose caer sentada al suelo en señal de desaliento -. Sólo te pido un favor: si tienes pensado violarme, que sea después de muerta. Será igual de desagradable, pero al menos no me enteraré de nada.
- ¡Pero bueno! - exclamé al cabo de varios segundos, cuando por fin pude recuperar la voz -. ¿Se puede saber por quién me has tomado?
- ¿Cómo que por quién te he tomado? Te conozco, ¿recuerdas? Yo estaba delante cuando le prometiste a Lambert que podría irse si hablaba, y después le disparaste en la cabeza por la espalda. "No dije hasta donde" fueron tus palabras exactas. Comparado contigo, un tiburón blanco es un modelo de honestidad. Al menos, él muerde porque tiene hambre.
- Ya, bueno, créeme si te digo que últimamente no soy yo mismo. Mira, no me importa lo que pienses de mi - mentí -, y me da igual lo que haya dentro de ese maletín y lo que vayas a hacer con él. Pero necesito que me contestes a algunas preguntas, por absurdas que te parezcan.
- ¿Cómo cuáles? - replicó, aun recelosa.
- Para empezar, ¿qué día es hoy?
- Viernes.
- No. Quiero decir, la fecha completa. Día, mes y año.
Si mi interlocutora tenía todavía alguna duda sobre la fragilidad de mi estado mental, acababa de despejársela, pero en su honor hay que reconocerle que mantuvo el tipo como una avezada jugadora de póker.
- Catorce de Julio de 2034.
La cifra no me decía nada. Probé con otra pregunta más personal.
- ¿Cómo me llamo?
- Tío, si que estás fatal.
- Ni te lo imaginas, pero has dicho que me conoces, así que sabrás mi nombre, ¿no?
- Ashton - respondió por fin la chica.
- ¿Ashton, qué más?
- Nada más. Todo el mundo te llama Ash, a secas. Una vez te pregunté de donde venía el mote y me dijiste que era la abreviatura de Ashton. Si ese es tu nombre o tu apellido, no tengo ni idea. Tampoco tenemos tanta confianza como para contarnos nuestras respectivas vidas.
- Vale. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? ¿Pandora?
- Claro que no.
- ¿Entonces? ¿Cuál es tu nombre?
- Aricia.
- Querrás decir Alicia, con ele - repuse, confuso, arrancando un nuevo bufido de exasperación de labios de mi interlocutora.
- Quiero decir Aricia, con erre de retrasado mental. ¿Qué pasa, que además de idiota eres sordo? - me espetó. Y antes de que mi cerebro pudiese procesar las palabras, mi brazo salió disparado como un resorte, agarrándola de la muñeca y tirando de ella hasta que su oreja quedó a pocos centímetros de mi boca.
- No hace falta ser tan desagradable - le susurré al oído, furioso. El arrebato pasó tan pronto como había venido y de repente me sentí confuso y muy, muy avergonzado. Al soltarla pude ver las marcas que mis dedos habían dejado en su brazo antes de que ella lo apartase, dolorida. Y esta vez sí pude reconocer la expresión que cubría su rostro: era miedo. Miedo puro y simple. Miedo de mí, o de la persona que ella creía que yo era. ¿De dónde había venido aquel acto reflejo? ¿Era mío o de mi anfitrión? ¿De verdad quería saberlo?
- Lo siento mucho - le dije, y era verdad -. Mira, entiendo que esta es una situación difícil para ambos. Yo no te conozco, y tú no te fías de mí. Pero el caso es que los dos estamos literalmente en el mismo barco, y nos guste o no, nos necesitamos el uno al otro para llegar a buen puerto. Por lo que has dicho, entiendo que nos dirigimos a un sitio llamado Beethmora, ¿no?
La joven se lo pensó durante varios segundos, como tratando de decidir hasta donde podía perjudicarle esa confesión, pero finalmente terminó asintiendo con la cabeza.
- Bien. Y esa Beethmora... me imagino que será una gran ciudad, con mucha gente y algún hospital en condiciones, ¿no?
- Creo que sí - aceptó ella de nuevo, sin comprometerse.
- Perfecto. Una vez ahí pueden ayudarnos con nuestros respectivos problemas, con tu herida y con mi amnesia. Pero para eso tenemos que llegar, y ninguno de los dos puede hacerlo solo. Tú no ves, y yo no sé el camino. Y aunque llegase de casualidad, lo más probable es que me recibiesen a tiros. Juntos, en cambio, tenemos una posibilidad - recalqué, mientras me sacaba la pistola de la cintura y se la colocaba en la mano derecha -. Te juro que no pienso jugártela, y que me da igual lo que haya dentro de ese maldito maletín o lo que te vayan a pagar por él. Sólo quiero recuperar mis recuerdos y, con ellos, mi vida. Pero si no me crees, puedes pegarme un tiro y continuar por tus propios medios - ofrecí, mientras rezaba por haber sido convincente.
- Menuda alternativa del diablo - refunfuñó Aricia -. Si te disparo, ¿qué hago después? ¿Esperar a que pase por aquí algún perro lazarillo a ver si se ofrece a hacerme de guía?
Sentido del humor. Eso estaba bien. Al menos, significaba que - de momento - no iba a volarme la cabeza.
- Yo no he dicho que fuese una buena alternativa. Tan sólo la mejor posible, dentro de las circunstancias.
- Si, pues sigue siendo un asco. ¿En serio que no estás interesado en la mercancía?
- A menos que dentro de ese maletín lleves mi memoria metida en una botella, no.
- Está bien - decidió, guardando el arma en su funda -. Lo primero, tenemos que averiguar dónde estamos exactamente y cuanto nos falta para llegar hasta Beethmora. ¿Ves por ahí mi teléfono móvil?
- Sí, aquí está - dije, poniéndoselo en la mano, pero ella negó con la cabeza.
- No, vas a tener que hacerlo tú. Si me equivoco al introducir la contraseña, se bloqueará.
- Si, ya me he dado cuenta - musité en voz baja, a la vez que encendía el celular -. ¿Y ahora?
- Escribe: A mayúscula, trescientos cincuenta y seis, equis, diez, doble uve, arroba, ciento uno, zeta mayúscula, mil novecientos veintidós.
- ¿En serio? - no pude evitar preguntarle, de la que iba introduciendo los caracteres.
- ¿A qué nunca lo hubieses adivinado?
- Ni en un millón de años - reconocí, esperando a que terminase de cargar la pantalla principal del menú.
- Muy bien. Ahora, entra en Mapas y activa el geolocalizador.
- Hecho.
- ¿Y bien? ¿Qué ves?
- Un mapa de la zona. Con un punto rojo en medio que parpadea y dice "Está Ud. aquí" - le respondí, obediente.
- ¿Aparece Beethmora en pantalla?
- Si. Un poco más arriba y a la derecha.
- ¡Perfecto! Apoya un dedo sobre el punto rojo y, a continuación, otro sobre el nombre de la ciudad, sin levantar el primero. ¿Sabrás hacerlo?
- ¿Eres consciente de que esa manía de poner continuamente en duda hasta la menor de mis habilidades manuales resulta un tanto ofensiva? - refunfuñé, sin dejar de seguir sus instrucciones.
- Lo siento. No puedo evitarlo - reconoció, con el mismo tono de voz que hubiese empleado para decir que afuera estaba lloviendo.
- Que sorpresa - dije para mí, aunque no lo suficientemente bajo como para que no me oyese.
- Vamos, no seas crío. ¿Que pone?
- Estamos a unos ocho kilómetros de la ciudad, metro arriba, metro abajo - leí -. Calculo que debería llevarnos menos de una hora llegar hasta allí, si no tenemos más contratiempos inesperados por el camino.
- ¡Perfecto! ¿Sabrás apañártelas solo?
- Bueno, me las he arreglado bastante bien hasta ahora, ¿no? - le respondí, todavía algo molesto.
- Tienes razón. Perdona. Es que... no estoy acostumbrada a depender de nadie para nada, y me siento terriblemente inútil. ¿De verdad estás seguro de que esto... - dijo, señalando sus ojos - ...será algo temporal?
- Claro que sí. No te preocupes. Pero si vamos a seguir adelante, será mejor que te pongas el cinturón de seguridad. Sólo por si acaso - señalé, con el que esperaba fuese mi tono más persuasivo. Por un momento, valoré también la posibilidad de cogerle de la mano para indicarle el camino, pero sabía que me arriesgaba a que se enfadase conmigo de nuevo, así que lo dejé correr -. ¿Necesitas ayuda?
- En absoluto - rechazó, tanteando en el aire hasta que dio con el asiento del copiloto. Tras varios intentos, logró abrochar el cinturón y ajustárselo en torno al cuerpo. Maldita cabezota, pensé, mientras metía la marcha atrás para sacar la motora del embarcadero y enfilar rio abajo de nuevo. Al cabo de un rato decidí aprovechar que mi compañera de viaje parecía más comunicativa para retomar la conversación e intentar ir rellenando algunos huecos del puzle.
- ¿Y el cliente? ¿Se puede saber para quién trabajamos, o su identidad también es un misterio?
- Creí que no te interesaba - apuntó Aricia, suspicaz.
- Me interesa saber con quién hago negocios. Sobre todo cuando voy a poner mi vida en sus manos.
- Es el coronel Rux - contestó la chica después de pensárselo de nuevo varios segundos. Estaba claro que lo de compartir información no era lo suyo. Y menos aun gratis.
- ¿El coronel qué?
- Perdona. Olvidé que no tienes ni puñetera idea del mundo en el que vives. El coronel Rux. Salvador Rux. El Señor de la Guerra de Beethmora. El líder rebelde que unió a los diferentes grupos de la insurgencia y le plantó cara al ejercito de la Coalición hasta expulsarlo del Protectorado y convertir toda la zona en territorio libre.
- Tal y como hablas, parece que lo conoces bien.
- Si. Bueno, no en persona. Solo hemos hablado por teléfono, o por correo electrónico. Pero he visto vídeos e imágenes suyas en la TelNet.
- ¿Y qué tal es?
- Atractivo, de un modo extraño. No es que no sea guapo, que lo es, sino más bien que tiene algo difícil de explicar. Magnetismo. Carisma. Cuando se dirige a la cámara, es como si estuviese hablando contigo. Como si de alguna manera pudiese leerte la mente. ¿Entiendes lo que quiero decir? - me preguntó Aricia, y yo asentí con la cabeza. Pues qué bien. No conocía de nada al carismático coronel Rux y ya me caía como una patada en el culo. ¿Qué diablos me estaba pasando? ¿Cómo podía sentirme celoso de alguien que no conocía, y por una chica a la que no le importaba lo más mínimo?
- ¿Has estado antes en Beethmora? - repliqué, en un poco sutil esfuerzo por cambiar de tema.
- Un par de veces. Es un sitio tranquilo. Muy limpio, casi nuevo. Después de la guerra quedó destruida por completo y tuvieron que reconstruirla de cero, así que aprovecharon para mejorar el diseño original y hacer un lugar más agradable para vivir.
- Casi parece como si te gustase.
- Sí. De hecho, más de una vez he pensado que estaría bien poder quedarme ahí después de retirarme. Ya sabes, cuando ya no sea tan joven ni lo bastante rápida como para seguir dedicándome a este negocio. Me compraría una casita en primera línea de playa y me dedicaría a pintar puestas de sol y escribir novelas románticas, o algo igualmente hortera.
- No te imagino escribiendo novelas románticas - comenté, más que nada por seguir disfrutando del sonido de su voz. No estaba acostumbrado a oírle pronunciar tantas palabras seguidas, y menos sin insultarme.
- ¡Qué más da! - replicó la chica, encogiéndose de hombros -. Sólo es otro sueño estúpido. Beethmora no es para gente como nosotros.
Aquella parecía la ocasión perfecta para intentar animarla diciendo que por qué no, que la gente cambiaba y todo el mundo se merecía una segunda oportunidad. Pero tanto ella como yo sabíamos que eso no eran más que tópicos y palabras vacías, así que opté por mantener un respetuoso silencio, algo que mi compañera pareció agradecer.
- ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con tu parte de la recompensa?
- No lo sé - reconocí -. Ahora mismo mis objetivos son más bien a corto plazo. Salir de esta y recuperar la memoria, sobre todo. Ya pensaré en algo después.
- ¿Te imaginas que tuvieses familia e hijos? - insinuó Aricia, malévola -. No sé por qué, pero yo tampoco te imagino con un puñado de críos correteando a tu alrededor.
- ¡No fastidies! - exclamé, nervioso, aunque por lo que sabía, bien podía tener razón -. Creo que no. Al menos, por más que lo intento, no puedo recordar nada. Ninguna cara, ningún nombre o lugar. Nada.
- Lo siento.
- Tranquila. Puede que no haya nada que recordar. ¿Y tú? ¿Tienes a alguien? ¿Algún sitio al que regresar entre trabajo y trabajo? - le pregunté, recordando la imagen recortada de su mochila.
- Ya no - musitó ella por toda respuesta, y volvió a encerrarse en su mutismo habitual. Pero aquel par de palabras contenían más tristeza y dolor que todo un discurso perfectamente ensayado. Y por un momento me sentí tentado de hacer algo estúpido, como confesarle "Creo que me estoy enamorando de ti", o "Déjame seguir a tu lado, y te prometo que nunca más volverás a sentirte sola". En vez de eso, me sorprendí a mí mismo diciendo:
- ¿Falta todavía mucho para llegar?
- No lo sé - respondió mi acompañante -. Puede que unos minutos. ¿Por qué?
- Por que volvemos a tener compañía - repuse, señalando con la cabeza a mi espalda, rio abajo, donde una patrullera adornada con los ya familiares emblemas de la Coalición acababa de doblar un recodo, escoltada por dos helicópteros de combate similares al que nos había perseguido unas horas (o en otra vida) atrás. Y no hacía falta ser un experto en la materia para darse cuenta de que, a esa velocidad, se nos echarían encima mucho antes de que tuviésemos Beethmora a la vista.

(¿Continuará?).

 © Alejandro Caveda (Todos los derechos reservados).

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Un mal lugar donde perderse

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