Los Sabuesos del Infierno / 06



Lara había visto las suficientes películas de serie B como para saber que aquello era un error; que cuando un trío de depredadores de otra dimensión te están persiguiendo para picotear un poco antes de volver a casa, lo último que tenías que hacer era corretear a solas por un pasillo desierto y apenas iluminado. Sin embargo, su acompañante había insistido en que todo estaba bajo control. Aquella zona del hospital se hallaba fuera de servicio, de manera que no pondrían a nadie más en peligro, y él estaría lo suficientemente cerca como para echarle una mano en caso de que algo saliese mal. Así y todo, la joven se sentía como el plato principal de un buffet libre. Había cambiado su ropa por un uniforme de enfermera que le quedaba un poco justo, y se había recogido el pelo en una práctica coleta antes de salir ahí a hacer de cebo con una linterna y sus últimos restos de coraje como única defensa. Aquel lugar la ponía tan nerviosa como la vieja estación de autobuses: daba la impresión de que en cualquier momento algo iba a salir de entre las sombras para atacarla por la espalda, pese a lo cual siguió adelante, rezando en voz baja para que el hombre tuviese razón.
Cuando se hallaba a mitad de camino la iluminación comenzó a temblar con ese parpadeo rítmico que solía anunciar la llegada de los sabuesos. Lara se preparó para dar media vuelta y retroceder corriendo pero, para su sorpresa, esta vez no se materializaron todos juntos, sino que dos aparecieron a su derecha, mientras que el tercero – el líder del grupo – lo hizo a su espalda, cortándole la retirada.
Estaban aprendiendo.
Las tres criaturas la observaban con una expresión satisfecha que parecía querer decir: “¿A qué somos muy listos?”. La chica maldijo en voz baja mientras buscaba algún tipo de salida, y pensaba para sí que los de la perrera municipal nunca estaban a mano cuando hacían realmente falta. A su espalda las ventanas estaban cerradas y, además, saltar desde la cuarta planta no parecía una solución aceptable, mientras que al frente no había más que habitaciones vacías y sin salida, salvo por una doble puerta reservada para el personal sanitario. No tenía forma de saber que había al otro lado pero cualquier opción, decidió, era mejor que quedarse quieta, así que la joven no esperó más y echó a correr como si la persiguiesen todos los diablos del infierno lo cual, en cierto modo, no dejaba de ser cierto. Por suerte, la puerta daba a un cuarto de guardia que a su vez comunicaba con otro pasillo paralelo al que había seguido para llegar hasta ahí, y que podía usar para retroceder hasta el punto de reunión. Los sabuesos, por su parte, apenas esperaron a perderla de vista para “saltar” y atravesar las paredes tras ella, a la vez que repetían el mismo esquema: dos la perseguían de cerca, mientras que el tercero “saltaba” un poco más allá, cerrándole el paso. Pero esta vez Lara no estaba dispuesta a dejarse intimidar, sino que agarrando al vuelo un extintor de la pared, lo usó como arma arrojadiza para golpear en la cabeza al tercer sabueso. Para su sorpresa, el extintor lo atravesó como si el animal fuese de humo, al tiempo que este se deshacía en una nube de pequeñas partículas que revolotearon, zumbando, sólo para empezar a recomponerse apenas ella la hubo cruzado, lo que dejó al sabueso en medio del camino que seguían sus dos compañeros de jauría. A resultas del choque, las tres criaturas rodaron por el suelo, hechas un lío de cabezas y extremidades, hasta chocar contra la pared. La joven pensó que, si no fuese porque estaban intentando matarla, su torpeza casi resultaría graciosa. Casi.
Rápidamente Lara torció a la izquierda y salió al descansillo donde su compañero la esperaba junto a los ascensores, manteniendo abierta la puerta de uno de ellos en cuyo interior descansaba el cadáver que habían elegido como señuelo. Este, por su parte, nada más verla aparecer se apresuró a encender una bengala y, tras asegurarse de que había captado la atención de los sabuesos, la arrojó dentro. A continuación se alejó corriendo en dirección a las escaleras de servicio precedido por Lara que, antes de que las puertas del elevador se cerrasen, alcanzó a ver como las criaturas se peleaban por desgarrar el cuerpo de su doble, tirando de él en varias direcciones, como si este fuese una piñata.
Apenas habían cruzado el umbral cuando sintió que las piernas le fallaban, así como unos irreprimibles deseos de vomitar, y tuvo que agarrarse a su acompañante para no perder el equilibrio. Los dos chocaron contra la pared y se dejaron resbalar hasta el suelo donde permanecieron juntos, abrazados el uno al otro, mientras las luces sobre su cabeza parpadeaban durante varios segundos y, finalmente, recuperaban su resplandor habitual.
- Dado que no nos están mordiendo el culo ahora mismo, yo diría que ha funcionado y que estamos razonablemente seguros – informó el bibliotecario, con un claro tono de alivio en la voz.
- ¿Adónde mandaste el ascensor?
- A la azotea. Ahora que lo pienso, tal vez no fue una buena idea. Espero que no hubiese nadie arriba tomando el fresco, o vamos a tener que dar muchas explicaciones incómodas en comisaría. De hecho, tal vez deberíamos abandonar el edificio antes de que alguien se dé cuenta de que falta un cadáver de la morgue y empiecen a sonar todas las alarmas – sugirió el hombre, mientras hacía ademán de incorporarse.
- Quieto y ni se te ocurra soltarme – ordenó Lara, que todavía notaba las piernas temblorosas y se sentía incapaz de ponerse en pie. Además, había algo realmente agradable en aquella sensación de proximidad. A esa distancia la joven podía percibir el aroma del hombre casi como algo físico, una curiosa mezcla entre agua de colonia y un toque oriental indefinible pero no por ello menos excitante.
- Ya sé que es un mal momento, pero acabo de caer en la cuenta de que todavía no nos hemos presentado. Me llamo Adrián, Adrián Ruthven. ¿Y tú?
- Lara.
- ¿Lara? - repitió él, casi como si estuviese paladeando la palabra -. ¿Cómo Lara Croft? Te pega. Pero conste que tú eres más guapa que Angelina Jolie. Y ya puestos, mucho más valiente.
Lara volvió a mirarle, estudiando todos sus rasgos como si lo viese por primera vez, y en particular aquella cicatriz sinuosa que se retorcía sobre su ceja izquierda y que, lejos de afearle, le daba un cierto aire misterioso y muy viril. Antes de que él pudiese reaccionar, la joven le agarró por las solapas de la cazadora y le besó con fuerza, aplastando sus labios con los suyos y presionando con la lengua hasta que el hombre claudicó y abrió la boca para responderle con igual entusiasmo.
- ¿Y esto a qué ha venido? – musitó Ruthven, jadeante, una vez que hubo pasado el momento.
- Por nada – dijo Lara, secretamente complacida al comprobar que, después de todo, ella también podía tener la última palabra.

Epílogo:
 
Ni Lara ni Adrián fueron conscientes, al abandonar el hospital, de los dos individuos que les vigilaban desde el interior de un coche oscuro y con las luces apagadas, aparcado a poca distancia del suyo. Un observador externo hubiese reconocido en uno de ellos al misterioso sujeto que había espiado los movimientos de Lía y Ruthven en el cementerio, varias noches atrás. El hombre, por su parte, estudiaba atentamente cada gesto de la pareja y la forma en que se cogían de la mano, cargada de significado e implicaciones ocultas.
- Dos amantes son la misma persona en cuerpos separados – susurró –. Claro que, ¿quién querría vivir sin amor?
Por toda respuesta, su acompañante emitió un sordo gruñido, mitad amenaza, mitad interrogación.
- Créeme si te digo que todo va mejor de lo que habíamos planeado – replicó el primer hombre –. Después de todo, cuanto más alto están, más dura es la caída. Puede que haya llegado por fin el momento de quitarnos las máscaras – sentenció el desconocido, de forma ominosa.

© Alejandro Caveda 2013 (Todos los derechos reservados).

Addenda:

"Los sabuesos del infierno" ha terminado, pero aun quedan varios cabos sueltos, como el destino final de Lara o la identidad del misterioso observador (y de su acompañante) que espia a Ruthven desde "Una noche en el cementerio". Interrogantes todos ellos a los que daré respuesta en la próxima entrega de las aventuras de Adrián Ruthven, titulada "Fantasmas del pasado". Pero entretanto, me tomaré un descanso para ir dándole salida a otros artículos y relatos que tengo pendientes, como la séptima parte de "Un mal lugar donde perderse" o "Hamburgo Blues", la primera historia de Malcom Drake. Hasta entonces un abrazo y nos seguimos leyendo.

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