Simpatía por el Diablo
Mia Farrow, acosada por el diablo y sus secuaces |
Tal y como afirmaban en Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995), el mejor truco del diablo fue hacer creer al mundo que no existía, pese a lo cual desde el séptimo arte no han dejado de intentar demostrar lo contrario. Y es que, puestos a combatir al mal ¿por qué conformarse con intermediarios, si puedes enfrentarte al mismísimo Príncipe de las Tinieblas? Sin duda, uno de los principales responsables de esa simpatía por el diablo es el cineasta Roman Polanski, que con La semilla del diablo (1968) (1) creó un clásico del horror atemporal, además de despertar un renovado interés por el mundo de las sectas demoniacas cuya influencia puede rastrearse hasta filmes como Eyes Wide Shut (la obra póstuma de Stanley Kubrick de 1999) y que a su vez explotarían películas posteriores como El exorcista (William Friedkin, 1973) o La profecía (Richard Donner, 1976) (2) y sus respectivas secuelas. El propio Polanski retomaría el tema en 1999, en vísperas del cambio de milenio, con La novena puerta, su muy personal adaptación de la novela El club Dumas de Arturo Pérez Reverte, eliminando la parte referida al creador de Los tres mosqueteros para centrarse en el Delonomicón y toda la trama demoniaca que gira en torno al mismo. En esta ocasión el papel de su satánica Majestad recayó en la bella actriz Emmanuelle Seigner, a la sazón musa y pareja sentimental del cineasta.
Robert de Niro, un diablo refinado y manipulador |
En el interín, no pocos interpretes han tenido la ocasión de meterse en la piel del diablo para ofrecernos su porpia visión de como debería lucir este en pantalla, que van desde la elegancia afectada de Robert de Niro en El corazón del ángel (Alan Parker, 1987) (3) al diablillo cachondo y burlón que representaba Jack Nicholson en Las brujas de Eastwick (George Miller, 1987), donde seduce no a una, sino hasta a tres actrices del talento y la belleza de Cher, Susan Sarandon y Michelle Pfeiffer. Sin embargo, el histrionismo habitual de Nicholson palidece ante la desmesurada actuación de Al Pacino en Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997), donde el inolvidable protagonista de El Padrino (Francis F. Coppola, 1972) es el mefistofélico socio fundador de un bufete de abogados empeñado en arrastrar al lado oscuro al insulso Keanu Reeves, el cual, por cierto, volvería a enfrentarse con el señor de los infiernos en la adaptación del comic Constantine (2005) de Francis Lawrence. Pero si de peleas cuerpo a cuerpo con el diablo hemos de hablar, ninguna más épica que la que sostienen Arnold Schwarzenegger y Gabriel Byrne en El fin de los días (1999), del a ratos interesante cineasta Peter Hyams (4).
No faltan incluso las aproximaciones al personaje en clave de humor, como la comedia gamberra Little Nicky (Steven Brill, 2000) o en Al diablo con el diablo (Harold Ramis, 2000), una divertida revisión del mito de Fausto en la que Brendan Fraser está a punto de caer en la trampa del diablo, interpretado para la ocasión por una bellísima Liz Hurley a la que más de uno (y una) le hubiesemos regalado el alma (y el cuerpo) con gusto si nos los hubiese pedido.
Es dificil destacar una versión en concreto de entre todas las aquí comentadas, ya que cada actor ha sabido aportarle algo al personaje (la elegancia de De Niro, la vitalidad de Nicholson, o la capacidad de seducción de Gabriel Byrne, por poner tres ejemplos) sin desentonar con esa idea preconcebida que todos tenemos, en cierto modo, a propósito del diablo. Sin embargo, si tuviese que quedarme necesariamente con una, y sólo con una de ellas, esa sería sin duda la de Al Pacino en Pactar con el diablo, quizás porque siempre me ha parecido que, de existir realmente, el ángel caido se parecería mucho a su John Milton y sería carismático, seductor, manipulador, extrovertido y, sobre todo, un hombre de leyes. Porque ya se sabe que al diablo le gustan los juegos de palabras, y las más de las veces se esconde en la letra pequeña:
"Yo no hago que las cosas pasen, ni obligo a nadie a actuar. Yo solo pongo el escenario".
"Yo no hago que las cosas pasen, ni obligo a nadie a actuar. Yo solo pongo el escenario".
Notas:
(1) La película adapta una novela del famoso escritor Ira Levin, autor de otros títulos clásicos de la literatura contemporánea como Las poseidas de Stepford (1972) o Los niños del Brasil (1976). En 1997 publicó El bebé de Rosemary, una secuela de La semilla del diablo que continua la trama de la película de Polanski.
(2) Hay una nueva versión de esta película rodada en el 2006 por John Moore. Como detalle anecdótico, en la cuarta entrega de la serie original (El final de Damien, 1981) el papel del Anticristo estaba interpretado por un joven Sam Neill.
(3) Basada en una novela de William Hjortsberg publicada en España por la editorial Versal.
(4) Como vemos, muchas de las películas aquí mencionadas se rodaron entre los años 1999-2000, en pleno auge de las teorías apocalípticas por el cambio de milenio.
Comentarios
Nos estamos leyendo.