Clint Eastwood, el último pistolero vivo (1)

El próximo 31 de mayo Clint Eastwood cumplirá 80 años. Con decenas de películas y series de TV como actor a sus espaldas, y no menos de 32 filmes como director, Eastwood puede ser considerado con toda justicia como uno de los últimos grandes cineastas vivos y en activo, heredero de una larga tradición que arranca de John Ford y se alimenta de las aportaciones de otros grandes nombres del cine como los de Don Siegel o Sergio Leone. Y aunque con Gran Torino (2008) se despidió por la puerta grande de su faceta de intérprete, ha seguido rodando títulos tan interesantes como El intercambio (2008), Invictus (2009) o los que aun están por venir. Parece, pues, un buen momento para hacer un repaso por la vida y obra de este gran actor que ha sabido reciclarse con el tiempo en un director de culto y prestigio reconocidos.
Nacido en 1930 en San Francisco (California) Eastwood tuvo unos comienzos profesionales bastante discretos. Durante los años 50 protagonizó pequeños papeles de reparto en películas de serie B como Tarántula (1955) o La escuadrilla Lafayette (1958), aunque fue sobre todo en la pequeña pantalla donde empezó a hacerse un nombre gracias a teleseries como Patrulla de tráfico (1956), Maverick (1959) o Rawhide (1954-1963). Sin embargo, su carrera cinematográfica no acababa de despegar hasta que su destino se cruzó con el de Sergio Leone y el resto, como se suele decir, es historia.
Me gustaría hacer un inciso para reivindicar desde aquí la figura de Leone, el cual puede ser considerado sin duda alguna como uno de los más grandes cineastas del siglo XX, creador de un lenguaje cinematográfico propio que ha influido en no pocos realizadores contemporáneos y posteriores a él, empezando por el mismo Eastwood, con el que colaboró en tres películas que no sólo revolucionaron el género del oeste, dando pie a una nueva corriente comocida como spaguetti-western, sino que se han convertido en Obras Maestras del cine de todos los tiempos por méritos propios. Hablamos, claro está, de Por un puñado de dólares (1964); La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1968), que acuñaron el mito del pistolero silencioso y convirtieron a su realizador en uno de los nombres de referencia del cine europeo del momento. A continuación rodó, ya sin Clint Eastwood, Hasta que llegó su hora (1968), tal vez su mejor película, y sin duda la que resume como pocas el cine de Leone: aquí encontramos de nuevo y llevado al extremo ese detallismo casi obsesivo, esos larguísimos travellings, ese baile de planos y contraplanos, la busca inserción de primeros planos, el matrimonio casi perfecto entre la imagen y la banda sonora (generalmente, obra del genial Ennio Morricone), o la integración del paisaje como un protagonista más de la historia, que son señas de identidad características del director italiano.
Hay quien de forma injusta menosprecia el trabajo de Leone fijándose tan sólo en lo superficial: los personajes grotescos, la estética hiperrealista cuando no directamente sucia, o los bruscos cambios de ritmo narrativo, y se olvidan de todo lo demás: bajo la mugre, el polvo y la arena Leone está rescatando la quintaesencia del cine del Oeste: héroes misteriosos, malos malísimos, hembras tan atractivas como letales, estafadores y tahúres, diálogos como latigazos repletos de juegos de palabras y golpes de efecto, épicas partidas de poker e interminables duelos al sol. Su cine es pura fuerza narrativa plasmada sobre la pantalla con una belleza visual subyugante que empapa todos y cada uno y cada uno de sus fotogramas, un efecto que muchos han intentado imitar sin conseguirlo, a excepción quizás - como ya apuntamos - del propio Eastwood, que supo asimilar lo mejor del maestro en sus trabajos como director, como se puede comprobar, por ejemplo, en el emotivo y elegante travelling donde saluda a la bandera que aparece en El sargento de hierro (1986).
Con posterioridad a Hasta que llegó su hora Leone rodó otras películas como Agachate, maldito (1971); Mi nombre es ninguno y El genio (1975, ambas sin acreditar); y Erase una vez en América (1984), ambientada en los EEUU de la gran depresión y que sería la segunda entrega de una inconclusa trilogía sobre los orígenes de la nación americana comenzada con Hasta que llegó su hora. Este fue su último trabajo como director, ya que hasta su muerte en 1989 Leone se limitó a sus tareas como productor y ayudante de dirección. Su legado, no obstante, se presenta como uno de los más honestos y consistentes de la historia del cine, y ha influido a toda una generación de cineastas posteriores entre los que cabe incluir al mejicano Robert Rodríguez y su Erase una vez en México (2003).

(Continuará...)

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