El Punto de Vista del Observador 7
Hace poco, desempaquetando varias de las cajas que contienen mis pertenencias de juventud me he encontrado con varios de mis antiguos álbumes de cromos.
Es difícil que las nuevas generaciones entiendan el placer que los treintañeros (y de ahí para arriba) extraíamos coleccionando e intercambiando cromos. Ellos tienen Internet, canales de chat, teléfonos móviles 3G, videoconsolas, MP-5 y tropecientos canales de televisión digital y por cable. Nosotros, a su edad, teníamos una cadena y media de TV, canicas, chapas, yoyos y peonzas. Y claro está, los cromos.
Coleccionar cromos era más que una afición un vicio. Recuerdo que cuando era chico había álbumes de todos los temas imaginables. Estaban los clásicos, con la alineación de los equipos de fútbol españoles; o los dedicados a alguna película o serie de TV de moda, ya fuese de imagen real o de dibujos animados; los de escuderías de coches; los bélicos y/o militares; los de especies animales; y así sucesivamente, según la imaginación del editor.
Una vez que picabas no había más opción que acudir al quiosco (uno de aquellos quioscos añejos a los que ya les he dedicado un rincón de este zoco; para los interesados, hacer click aquí) para comprar los sobres de cromos que podían costar de 5 a 15 pesetas, según fuesen autoadhesivos o tuvieses que pegarlos tu mismo con ayuda de los míticos Supergen o Imedio. Lógicamente, con el paso de los años y la inflación fueron subiendo de valor y para cuando yo abandoné el vicio ya andaban por los cinco duros de vellón.
Cada sobre contenía unos 5 ó 6 cromos (aquí es posible que la memoria me falle). Al principio, claro, todo era maravilloso porque todo eran huecos y casi no tenías ninguno repetido. El problema es cuando el álbum ya estaba casi completo y apenas te faltaban 6 o menos. Entonces aprendías por las malas conceptos tales como la Especulación, la ley de la Oferta y la Demanda, o las reglas del Mercado, términos que ahora están muy de moda y resultan poco menos que abstractos para los adolescentes de hoy en día, a los cuales la crisis o el índice de precios sólo les preocupan si se encarecen directamente los componentes del botellón. Excuso decirles lo estresante que resultaba cuando ya sólo te faltaba UNO para completar el álbum, y el maldito cromo se empecinaba en eludirte por más que tu te dejabas los cuartos en el quiosco comprando sobre tras sobre y acumulando infinidad de ellos repetidos pero que no te servían para nada. Recuerdo el caso de un colega que, harto de buscar y gastarse inútilmente la paga, le pidió prestado el álbum a un compañero que ya lo tenía completo, lo fotocopió a color, recortó el cromo de marras y lo pegó en el suyo. A día de hoy jura y perjura que no se distingue del original y que no se arrepiente de nada.
Ya bien entrados a finales de los 80 el coleccionismo de cromos empezó a pasarse de moda (o puede que ya fuéramos demasiado mayores para dedicarnos a ello, todo es posible), entre otras cosas porque las nuevas generaciones empezaron a tener más opciones con las que entretenerse (no todas ellas legales, pero tal vez más divertidas) y los viejos álbumes acabaron criando polvo en un rincón del baúl de los recuerdos de los talludos treintañeros que, como un servidor, de vez en cuando los rescatan y repasan cromo por cromo para recordar – aunque sólo sea durante unos minutos – al niño que fuimos, y en muchos aspectos seguimos siendo; tan sólo hemos cambiado nuestro objeto de coleccionismo (cromos por coches, comics, cedés, deuvedeses o similar). Y es qué quieren, cuando no había Internet uno se entretenía con tan poco...
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