El Rey de Amarillo
Pese a todas las advertencias y consejos bien intencionados no he podido evitar caer en la tentación de releer El rey de amarillo, el grimorio maldito por excelencia. Quizás no tan famoso como el infame Necronomicon pero no por ello menos inquietante. Aunque ya han pasado más de 110 años desde que salió de imprenta y a estas alturas del siglo XXI nada debería sorprendernos, lo cierto es que aun conserva esa capacidad de sugestión que escandalizó a las mentes bienpensantes de fines del XIX e hizo que fuese recibido con una denuncia universal, tanto por parte del púlpito como de la prensa. Sin embargo, tal denuncia no hizo sino extender su fama entre los círculos intelectuales y literarios de la época.
Su autor, Robert W. Chambers (1865-1933) fue un pintor reconvertido en escritor de éxito. Durante su juventud estudió pintura en la Art Students’ League de New York donde coincidió con Charles Dana Gibson. En 1894 publicó su primer libro, In the quarter, un relato melodramático acerca de la vida de un joven estudiante en París. Al año siguiente apareció su obra maestra, la recopilación El Rey de Amarillo, un conjunto de relatos que giran en torno a un libro maldito que entra y sale de la narración afectando – para mal – las vidas de sus protagonistas. A través de continuas alusiones y referencias veladas el autor crea una atmósfera mágica, irreal y aterradora.
Aunque Chambers escribió y publicó muchas más obras que oscilaban entre el terror y la ciencia-ficción El Rey de Amarillo sigue siendo su obra maestra y la más conocida, gracias a la admiración que suscitó entre Lovecraft y su círculo. De hecho a Chambers se le reconoce habitualmente como uno de los precursores de HPL, casi reduciendo su carrera y valor literarios al hecho de haber contribuido a pavimentar el camino del Maestro. Sin embargo, la obra de Chambers se mantiene por sí misma y a la larga resulta mucho más inquietante que la del genio de Providence. Irónicamente, la admiración de Lovecraft y Derleth fue lo que le salvó de caer en el olvido. Con el tiempo, muchos otros autores se han sentido atraídos por la personal cosmogonía de Chambers y han paseado a orillas del lago de Halí bajo la sombra de los capiteles de Carcosa, como James Blish, Lin Carter o Karl Edward Wagner.
Mi primer contacto con Chambers fue a través del relato “El Rey de Amarillo” incluido en la antología clásica Los Mitos de Cthulhu que Rafael Llopis y Torres Oliver prepararon para Alianza Editorial, y donde se menciona por primera vez la obra homónima con toda su carga de sugerente terror:
“-¿Qué es? -le pregunté.
-El Rey de Amarillo.
Quedé estupefacto. ¿Quién lo había puesto allí? ¿Cómo había ido a parar a mis aposentos? Hacía ya mucho que había decidido no abrir jamás ese libro, y nada en la tierra podría haberme persuadido a comprarlo. Temiendo que la curiosidad me tentara a abrirlo, ni siquiera lo había mirado nunca en las librerías. Si alguna vez experimenté la curiosidad de leerlo, la espantosa tragedia del joven Castaigne, a quien yo había conocido, me disuadió de enfrentarme con sus malignas páginas. Siempre me negué a escuchar su descripción y, en verdad, nadie se aventuró nunca a comentar en alta voz la segunda parte, de modo que no tenía conocimiento en absoluto de lo que podrían revelar esas páginas. Me quedé mirando fijamente la ponzoñosa encuadernación amarilla como habría mirado a una serpiente.” (...)
Sin embargo, este relato formaba parte de un ciclo más amplio que permaneció inédito en castellano hasta que la editorial Teorema publicó El Rey de Amarillo dentro de su colección Arcadia a principios de los ochenta, con una salvedad: dado que la mitad de los relatos de la antología original no eran de terror, sino estampas de la vida parisina, los responsables de la editorial decidieron completar el libro con historias posteriores del mismo Chambers, haciendo así un somero repaso de lo mejor de su carrera; idea que se ha mantenido en las ediciones posteriores que, como la de Abraxas o más recientemente la de Valdemar (Col. Gótica, nº 87), prácticamente repiten el mismo esquema con pequeñas variaciones como pueda ser el orden de las historias, una nueva traducción o en el caso de Valdemar, un prólogo a cargo del gran cinefilo y experto en el fantástico Jesús Palacios.
Gracias a la red no es difícil encontrar páginas o artículos que giran en torno a Chambers y su obra, pero como ocurre con los buenos vinos, mejor que describir su sabor es acudir directamente a la fuente original y beberlos.
Y ahora, si me lo permiten, quiero sumergirme de nuevo en El Rey de Amarillo, pese a conocer de primera mano el destino fatal del joven Castaigne y de todos los que se acercan a su lectura. Pero no puedo resistirme a pasear de nuevo por las calles de Carcosa en compañía de Cassilda mientras las brumas cubren la superficie del lago de Halí y en el cielo brillan Aldebarán y las Híadas. Quien sabe, tal vez en esta ocasión pueda descifrar el terrible secreto que se oculta tras los festoneados harapos del Rey de Amarillo. Es terrible caer en las garras del dios vivo, pero como decía el señor Wilde, el reparador de reputaciones, es un Rey al que han servido con orgullo emperadores.
Camilla: Señor, deberíais quitaros la máscara.
Forastero: ¿De veras?
Cassilda: En verdad, ya es hora. Todos nos hemos despojado de los disfraces, salvo vos.
Forastero: No llevo mascara.
Camilla: (Aterrada a Cassilda)
¿No lleva máscara? ¿No la lleva?
Acto 1. Escena 2a.
Comentarios
Y muy buena idea lo de incluir trozos de diólogo y texto de la obra!
G.
Por cierto...Gracias por esta entrada tan instructiva sobre el autor y el libro del cual como tú, hace años gracias a la edición de Alianza Editorial. Ojalá me pueda conseguir este tomo, que acá igual en Chile los libros de esta editorial son bastante caros (en el caso de tener la suerte de encontrarlos).
http://goo.gl/AZZjO1
Un saludo,
Sonia