Gotham City, Ciudad Oscura (1ª parte)


Batman es Gotham City. Gotham City es Batman. No puede existir el uno sin la otra. Este axioma, que Peter Milligan puso de relieve en la (a ratos) infravalorada Caballero oscuro, ciudad oscura (Ag-Oct. de 1990) es una constante casi desde el mismo origen del personaje: urbano, sombrío, acechando desde los tejados y entre los callejones, y persiguiendo a criminales de toda índole, ya sean vulgares atracadores o genios del crimen, pasando por una de las galerías de villanos más variada y colorida de la historia del comic USA.
Al principio, Gotham City estaba tan poco definida como el propio Batman. Mientras que Metrópolis era una ciudad moderna, limpia, con enormes rascacielos que escalaban las alturas, Gotham parecía por contraste vieja, sucia y algo decadente. Podría decirse que Metrópolis es a Nueva York lo que Gotham a Londres, o cualquiera de esas vetustas ciudades de corte británico de la costa este, tipo Boston o Providence, aunque también hay quienes ven ambas ciudades como la cara y la cruz de Nueva York: Metrópolis sería el esplendor de la Gran Manzana, mientras que Gotham recrearía sus barrios más humildes y periféricos. De hecho, algunas fuentes históricas señalan que «Gotham» era un apelativo burlón que se empleaba en el siglo XIX para referirse a la gran urbe fundada en 1624 por el neerlandés Peter Minuit.


Durante varias décadas, la única parte de Gotham City que pudimos conocer en detalle fue la mansión Wayne. La ciudad en sí no era más que un conjunto de calles y edificios anónimos y cambiantes que servían de telón de fondo a cada aventura del personaje. Como el propio Batman, Gotham City tardó en evolucionar. Sin embargo, a finales de los sesenta soplaban vientos de cambio. Dick Grayson había crecido y se había matriculado en la universidad de Nueva Carthago, donde durante algún tiempo viviría sus propias aventuras en solitario. Por su parte, Batman toma una decisión radical: cerrar la mansión Wayne y trasladarse al centro de la ciudad, a un ático de lujo situado en la azotea del edificio de la Fundación Wayne, lo que le permitiría estar más cerca de la gente que necesitase su ayuda. Todo ello ocurría en el Batman 217 (Diciembre de 1969), escrito por Frank Robbins e ilustrado por Irv Novick, en una historia que se anticipa (y mucho) al Batman: Inc de Grant Morrison. Poco Después, Denny O’Neill sería el encargado de llevar al Señor de la Noche a una nueva era de grandeza, en colaboración con Neal Adams, Dick Giordano y el propio Novick. Curiosamente, el Batman de Adams pasa poco tiempo en Gotham City. Como si fuera consciente del talento y la espectacularidad gráfica de su compañero, O’Neill escribe historias que llevan al detective enmascarado por todo el mundo, desde México al Tibet, pasando por Suiza e incluso España, en el mítico Detective Comics 404 (Oct. de 1970), originalmente titulado «Ghost of the killer skies!». Sin embargo, O’Neill dejó también interesantes aportaciones al urbanismo de Gotham City como el callejón del Crimen («There is no hope in Crime Alley!», Detective Comics 457, Marzo de 1976), escenario del asesinato de los padres de Bruce Wayne, y al que Batman acude en peregrinación cada aniversario de la muerte de estos. En la misma historia se presentaba a Leslie Thompkins, una anciana asistente social que años atrás había reconfortado a un joven y traumatizado Bruce la noche misma del crimen, y que a partir de aquí se convertiría en un secundario recurrente de las series del Hombre Murciélago, hasta que en 1987 Mike W. Barr y Alan Davis redefinieron al personaje como una doctora que tenía su consultorio en el propio Crime Alley, e incluso durante una breve temporada sostuvo un tierno romance con Alfred Pennyworth.
Noviembre de 1978 supuso un nuevo giro de tuerca con la llegada de Don Newton, un dibujante que - como el propio Dick Giordano - venía de trabajar para la Charlton, y que destacaba por su estilo hiperrealista y su acertado manejo de las sombras para crear volúmenes y atmósferas cargadas de amenaza y misterio. Fue con Newton con quien O’Neill cerró (muchos años después) la saga de Ra’s al Gul, además de cocrear a Maxie Zeus y explorar a fondo los callejones y los barrios más sórdidos de Gotham, como en la aventura titulada «The curse of Crime Alley» (Detective Comics 483, Mayo de 1979). En general, los setenta nos dejaron una Gotham City más moderna, con un diseño arquitectónico más definido, y con edificios tan característicos como el rascacielos de la fundación Wayne, la sede de la GCPD, el Hospital Memorial de Gotham o los puentes que comunican la ciudad con el resto del estado, entre otros.


No podríamos cerrar este repaso a la evolución de Gotham City durante los años sesenta y, en especial los setenta, sin tener en cuenta la contribución del dibujante Marshall Rogers, que en 1977 colaboró con el guionista Steve Englehart en una tanda de episodios de Detective Comics que, a día de hoy, muchos consideran aún el Batman definitivo. Antes de dedicarse al comic estudió diseño gráfico y arquitectura, algo que se percibe en su inspirada recreación de Gotham City, que pocas veces ha parecido tan real sobre el papel. A mayor abundamiento, su atractivo diseño de página, combinado con un uso innovador de la onomatopeya como elemento gráfico de apoyo de la narración, convertían cada lectura en una intensa experiencia visual. Al igual que Newton, Rogers era un dibujante metódico que prestaba especial atención a cada detalle de cada viñeta, desde la ropa de los personajes hasta el enladrillado de un edificio. Su Gotham City es cosmopolita, y aúna modernidad y tradición a partes iguales, como corresponde a ciudad ciudad antigua que poco a poco ha ido adentrándose en la segunda mitad del siglo XX a pasos agigantados y los modernos rascacielos se alzan entre edificios de corte más clásico y europeo, como el club de negocios en el que se reúnen Rupert Thorne y sus secuaces. Es en los setenta, también, cuando se consagra la costumbre de utilizar el apellido de artistas famosos relacionados con el hombre murciélago para bautizar diversas localizaciones de la ciudad, como los almacenes Kane, el parque Robinson o la avenida Sprang, entre otros guiños no menos evidentes.


Ya en los ochenta, Frank Miller irrumpe en el universo del Señor de la Noche como un elefante en una cacharrería. Después de contarnos en 1986 la última aventura de un Batman crepuscular y envejecido, el guionista regresó a los orígenes para recrear, con la valiosa colaboración del artista David Mazzuchelli, el primer año (o Año I) del personaje, en las páginas de Batman comics 404 a 407 (Mar-Jun. de 1987). Frente al delirio cyberpunk de El regreso del Señor de la Noche, Año I es una obra realista, aséptica, casi una novela negra plasmada en imágenes, como corresponde al estilo depurado y sintético de Mazzuchelli, el cual retrata un paisaje urbano sucio, degradado, casi enfermizo, marcando un especial énfasis entre los barrios marginales (donde proliferan prostitutas, camellos, proxenetas y toda clase de delincuentes) y la zona alta de la ciudad, refugio de las familias adineradas de Gotham. Por otro lado, la imagen que Miller tiene de Batman difiere mucho del simpático cruzado de la capa de los sesenta y principios de los setenta. Su Batman es más oscuro y violento, casi una fuerza primordial de la naturaleza, aspecto este que marcó a muchos de sus sucesores durante el resto de la década y buena parte de la siguiente.


Poco después, un recién llegado Grant Morrison (del que volveremos a hablar más adelante) debuta en la mitología del murciélago con el clásico (y contracorriente) Arkham Asylum: un lugar cuerdo en un mundo cuerdo (Oct. de 1989), magistralmente ilustrado por el artista Dave McKean, donde se nos presenta el Asilo Arkham para mentes criminales, el lugar dónde pasan parte del tiempo encerrados algunos de los peores y más peligrosos adversarios del Señor de la Noche, como el Joker, Dos Caras, Hiedra Venenosa, Maxie Zeus o Killer Croc, entre otros. Morrison bucea en la historia del asilo y de su fundador, el doctor en psiquiatría Amadeus Arkham, para diseccionar a fondo la relación de amor & odio que existe entre los villanos y su némesis, y como todo ese odio y angustia que durante años han alimentado al edificio pueden haber influido en la creación de su propio reflejo oscuro, el Hombre Murciélago, un poco en la linea de lo que poco después insinuaría Peter Miligan. Frente al realismo noir de Miller, Morrison muestra una marcada tendencia por los elementos fantásticos y oníricos: el tarot, el espiritismo, la interpretación de los sueños, Aleister Crowley e incluso Lewis Carroll se entremezclan para producir el fatídico cóctel que arrastra a Amadeus Arkham a la locura, una locura intrínseca a su familia y que se transmitirá a su vez, como una maldición, a sus descendientes.


El ya mencionado Peter Milligan siguió poco después los pasos de Morrison en su trilogía Caballero oscuro, ciudad oscura (Ag-Oct. de 1990). La historia comienza con las confesiones de Jakob Stockman en 1793, el cual escribe en su diario como en 1764 él y otros cuatro adeptos se reunieron en un Templo Oscuro (oculto en un sótano de su granja) para celebrar un ritual conocido como la ceremonia del murciélago, cuyo objetivo era invocar a un demonio llamado Barbathos. Sin embargo, algo sale mal y la ceremonia fracasa. Jakob Stockman y sus camaradas huyen, abandonando la granja y dejando al demonio atrapado tras ellos. Con el paso de los años, una ciudad se levantará a su alrededor, y el espíritu del demonio crecía con ella:

«Mi corazón quedó atrapado en esta fosa y, mientras tanto, a mi alrededor, Gotham no dejaba de crecer, como mi propio cuerpo, expandiéndose año tras año...
Mi sangre y mi semilla mezclándose con el mortero, mi aliento en el barro y en las alcantarillas, y en los edificios grandes y pequeños.
Mi espíritu en cada ladrillo, en cada madero. Toda la ciudad convertida en un eco retorcido de mi desolación...
Pero fui paciente. Esperé.
Esperé a un hombre que dispusiese un rastro de acertijos, y a un murciélago que los resolviese, para poder liberarme».

Mucho tiempo después, el Acertijo encuentra el diario de Stockman y urde un complejo plan para atraer a Batman y liberar al demonio Barbathos, sin darse cuenta de que en realidad sólo está siguiendo al pie de la letra un guion escrito de antemano. El propio Bruce Wayne no sabe que pensar al respecto: «¿Fue la ciudad o el demonio? ¿Accidente o premeditación? ¿Entorno? ¿Zeitgeist? ¿Biología? ¿Demonios?», para acabar concluyendo:

«Naces, y tu historia, tu época, tu lugar, es un molde en el que caes... ¿Acaso es distinto si hay unos cuantos demonios detrás? Mis padres siguen muertos. Gotham sigue siendo Gotham. Yo sigo siendo quienquiera que sea».

La aportación de Peter Milligan a la historia de Gotham es, pues, fundamental. No sólo nos revela el origen exacto de la ciudad, sita en el estado de Nueva Jersey (lo que viene a reforzar los paralelismos con Nueva York) sino que su trilogía viene a ser un prólogo de la posterior etapa de Grant Morrison al frente de las aventuras del Hombre Murciélago, ya que el escocés reutilizó sin tapujos conceptos tales como el demonio Barbathos o la ceremonia del murciélago, al revelar que uno de los participantes en dicho aquelarre era un antepasado directo de Bruce Wayne. Pero nuevamente, no nos anticipemos.

(Continuará...)

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