Recordando a Frank Yerby y sus pasiones humanas

Una de las pocas ventajas de este periodo de confinamiento forzoso ha sido la oportunidad de releer y, hasta cierto punto, redescubrir a algunos autores que tenía casi olvidados, como es el caso del afroamericano Frank Yerby al que conocí en su momento gracias a mi difunta abuela, que tenía tres volúmenes con sus obras completas en su biblioteca personal. A mayor abundamiento, Yerby fue fue un autor tremendamente popular en aquella España de los sesenta, donde no era difícil encontrar ejemplares de su obra en colecciones populares de editoriales como Planeta o Plaza & Janés.
Frank Garby Yerby nació en Augusta, Georgia, un 5 de septiembre de 1916, hijo de Rufus Gerby (afroamericano) y Wilhemenia Yerby (escocesa), una mezcla de razas que, lejos de favorecerle le llevó a tener problemas desde su más tierna infancia. Yerby se crió en un país y en una época en la que apenas había diferencia entre ser cuarterón, mulato, de color o casi blanco. Si uno de tus progenitores era negro, tu eras negro, algo que no dejaron de recordarle sus contemporáneos, y que aparece reflejado en muchas de sus novelas.
Pese a todo, Yerby se graduó en el Instituto Haines y en el Paine College antes de asistir a la Universidad en Tennesse, donde obtendría su maestría en 1938. Posteriormente se trasladó a Chicago para poder trabajar en su Doctorado a la vez que daba los primeros pasos en su incipiente carrera como escritor. Tras varios relatos cortos, Yerby logró publicar en 1946 su primera novela, Foxes of Harrow, una tumultuosa saga sobre una familia de hacendados sureños durante la época de la Guerra de Secesión, que se convertiría en un éxito de público y ventas casi inmediato y a la que seguiría poco después su secuela, Pasiones humanas (1947). A partir de ahí el autor mantuvo una regularidad pasmosa, a razón de una novela por año, siempre con notable aceptación, aunque esta no estuviese exenta de polémica. Los protagonistas de la mayoría de sus historias eran jóvenes blancos, aventureros e intrépidos, acostumbrados a enfrentarse a todas las dificultades con tal de triunfar y convertirse en ricos hacendados u hombres de negocios. Normalmente su postura sobre la esclavitud es muy ambigua, reconocen su necesidad aunque no son especialmente partidarios del sistema y entran en la categoría de amos «buenos», que se preocupan por sus trabajadores y prestan poca atención a las diferencias raciales, sobre todo a la hora de tener una amante mulata o cuarterona. Esta calculada (o no) ambigüedad le llevó a tener problemas a ambos lados del espectro, y recibir críticas tanto desde sectores afines al Klan como desde sus propios congéneres por lo que, entendían, era una actitud muy tibia frente a la lacra de la esclavitud, además de cierta nostalgia del viejo Sur y su forma de vida que aparece presente en buena parte de su obra.


Finalmente, Yerby decidió trasladarse a Europa en la década de los 50, más concretamente a España, donde se convirtió en uno de los autores estrella de la incipiente editorial Planeta, que fue la primera en publicar Foxes of Harrow en castellano, como Mientras la ciudad duerme.
El cambio de residencia amplió los horizontes de Yerby que, sin dejar de inspirarse en la historia de sus EEUU natales, se abrió a nuevas épocas y escenarios en títulos como El halcón dorado (1948), La hoja sarracena (1952) o La risa del diablo (1953), ambientadas en la Indias occidentales en el siglo XVII, la Europa del siglo XIII y la Francia prerrevolucionaria, respectivamente. Pese a todo, los personajes protagonistas siguen cortados por el mismo patrón que el Stephen Fox de Mientras la ciudad duerme: jóvenes atractivos y atormentados, de orígenes humildes pero hechos a si mismos y a la postre triunfadores, como el Pedro de Sicilia de La hoja sarracena, un caballero de orígenes humildes que logra ascender socialmente gracias a su amistad con el Emperador Federico II Hohenstafen. En este sentido merece la pena destacar Una mujer llamada Fantasía (1951) o Gillian (1960) ya que, si bien parten de un esquema similar, el protagonismo recae en una figura femenina. No menos interesante es Jean Paul Marin, el personaje principal de La risa del diablo: Un joven revolucionario oriundo de una adinerada familia burguesa, demasiado radical para los suyos, y demasiado poco para los Jacobinos y otros clubes políticos similares. Como el propio Yerby, Marin se presenta como un hombre atrapado entre dos mundos e incomprendido por ambos, aunque a medida que avance el Terror ira derivando hacia posturas más moderadas y liberales. Otros títulos interesantes de esta época son La novia de la libertad (1953), El tesoro del Valle Feliz (1955), El capitán rebelde (1955) o La verde mansión de los Jarrett (1959), donde aplica, con mayor o menor fortuna, la misma fórmula que le dio el éxito con Foxes of Harrow.
Gillian (1960) marca un nuevo punto de inflexión en su obra, ya que a partir de entonces Yerby se va a centrar en historias más contemporáneas y cercanas a la actualidad del momento como Viaje sin planear (1974), Tobías y el ángel (1975) o Embajador en el infierno verde (1977). También exploró su herencia cultural en la novela Negros son los dioses de mi África (1971), quizás dolido por las críticas que le acusaban de excesiva tibieza a la hora de abordar sobre el papel la esclavitud y sus consecuencias. En este sentido merece la pena destacar Mayo fue el fin del mundo (1969), una historia de amor interracial ambientada en París durante los acontecimientos de mayo de 1968.


Por desgracia, la salud de Yerby fue deteriorándose con el paso de los años hasta fallecer de una insuficiencia cardíaca en Madrid, el 29 de noviembre de 1991, cuando contaba 75 años de edad. En su última novela publicada, McKenzie’s Hundred (1985) volvía a su escenario favorito, el viejo Sur y la Guerra de Secesión norteamericana, el mismo que inspiró Mientras la ciudad duerme, Pasiones humanas, El capitán rebelde y tantas otras de sus obras de juventud.
En España, Frank Yerby fue un autor casi exclusivo de la editorial Planeta, aunque ya en la década de los setenta muchas de sus obras más conocidas aparecieron reeditadas en diversas colecciones populares de Plaza & Janés, como Reno o El arca de papel. Sin embargo, a día de hoy Yerby es un autor casi olvidado, un completo desconocido para las nuevas generaciones de lectores que no acaban de conectar con su estilo, quizás por considerarlo demasiado comercial o, más probablemente, trasnochado, y algo de razón no les falta. Yerby ya era un nostálgico en vida, siempre con la mirada perdida en un pasado lejano y más glorioso que el presente que le había tocado vivir, aunque en vida su obra se vendió bien e incluso consiguió que dos de sus novelas se llevasen a la gran pantalla: Mientras la ciudad duerme como Débil es la carne (John M. Stahl, 1947) y El halcón dorado (Sidney Salkow, 1952).


Sin embargo, su bibliografía ha envejecido con considerable dignidad. Yerby era un escritor ameno, fácil de leer, con un estilo directo y una narrativa ágil, casi cinematográfica. Pese a lo tópico de sus personajes protagonistas sus descripciones eran exactas, certeras, y la ambientación general resultaba convincente sin caer en el didactismo ni un exceso de historicismo que lastrase el flujo de la historia. Lástima que en un mercado editorial en continuo cambio, y siempre pendiente de la última moda, de la última novedad, Yerby y sus argumentos de superación personal y pasiones humanas resulten algo trasnochados, como testigos de un pasado no muy lejano pero que ya no tiene cabida en nuestro presente, lo que podría explicar porque ninguna editorial (ni siquiera Planeta y Plaza & Janés, sus grandes valedoras en castellano) muestran el menor interés por reeditar su obra, aunque sea de forma parcial. Sirvan pues estas breves líneas como sentido homenaje a este incomprendido autor, que tantos y tan buenos momentos de lectura me hizo disfrutar durante mi añorada juventud.


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