Joker, el rey de la (tragi)comedia


El Joker hizo su debut oficial en el número 1 de Batman, con fecha de marzo de 1940. En un principio, iba a ser un villano de un solo uso, demasiado siniestro para el tono juvenil y algo menos oscuro que sus creadores querían imprimirle a la serie. Sin embargo, en el último instante decidieron indultarle y, el resto, como se suele decir, es historia. El Joker no sólo se convirtió en el adversario por antonomasia del Señor de la Noche, sino en uno de los villanos con más éxito y encanto de la historia del comic, gracias a esa acertada combinación entre un aspecto inofensivo y a la vez, siniestro, y un carácter errático e imprevisible que le hacía doblemente peligroso.
Al igual que Batman, el Joker ha ido evolucionando y reinventándose con el paso del tiempo: de asesino eficaz e implacable, a payaso juguetón y travieso que sólo aspira a derrotar a Batman en su propio terreno, faceta esta última llevada al extremo durante los años sesenta, en buena medida gracias al éxito de la serie de televisión protagonizada por Adam West y Burt Ward entre 1966-1968, donde el galán latino Cesar Romero interpretaba a un Joker algo light, vanidoso y con un cierto aire a dandy decadente.


Los setenta fueron la década del regreso a los orígenes, gracias a Denny O'Neil y Neal Adams que en "The Joker's five-way revenge" (Batman nº 251, Septiembre de 1973) traían de vuelta a un Joker tan letal como desquiciado, que marcaría el modelo a seguir durante los siguientes años hasta alcanzar su culmen durante la etapa de Steve Englehart y Marshall Rogers en Detective Comics ("Strange Apparitions", Marzo de 1977 a Abril de 1978), una miniserie-dentro-de-la-serie que muchos consideran el Batman definitivo y, por extensión, el Joker, cuya aventura en dos partes es tal vez el mejor retrato (físico y psicológico) que se ha hecho sobre el papel del personaje, al menos hasta la publicación de La broma asesina de Alan Moore y Brian Bolland en 1988, historia que buceaba en el pasado del villano, recogiendo datos dispersos de aquí y allá y cohesionándolos en torno a su protagonista, un joven y anónimo aspirante a cómico que, contra su voluntad, se ve empujado al crimen y tras una mala racha (la muerte de su familia, y el accidente que le transforma en el Joker) pierde definitivamente la razón para "dejarse llevar" y echarse en brazos de la locura. En un preludio de la película de Joel Schumacher protagonizada por Michael Douglas (Un día de furia, 1993), el Joker le confiesa a Batman que ambos son muy parecidos: dos personas que un día sufrieron una mala experiencia, que les cambió para siempre. Sin embargo, sólo él puede entender la broma, ese sin sentido absurdo que es la existencia humana, mientras que Batman y el comisario Gordon aún se aferran a su cordura.
La "Jokermania" explotaría de forma oficial en 1989, coincidiendo con el cincuenta aniversario de Batman y el estreno de la primera película de Tim Burton sobre el personaje donde el adversario del Señor de la Noche era - ¡como no! - el Joker, encarnado para la ocasión por un Jack Nicholson más desenfrenado que nunca. Sam Hamm, el guionista de la película, tomó prestados elementos de "La broma asesina", así como de la etapa de Englehart y Rogers, para construir el armazón principal de la historia, aunque con un cambio significativo: el Joker, ahora, es un gánster llamado Jack Napier el cual, en un ejercicio de retrocontinuidad (que luego no ha vuelto a ser explotado) resulta ser el asesino de los padres de Bruce Wayne y, por lo tanto, responsable de que este se convierta en Batman. Algo maduro y pasado de quilos, Nicholson da vida con su habitual histrionismo a un Joker amoral, excéntrico, lujurioso y juguetón, intentado aunar ambas facetas del personaje (el payaso travieso y el psicópata imprevisible) con cierto éxito, aunque uno tenga siempre la impresión de estar viendo a Jack Nicholson sobreactuando bajo el maquillaje del Joker. La película, no obstante, dio un nuevo impulso a sus protagonistas: Batman desplazó a Superman como personaje emblemático de DC, mientras que el Joker multiplicó sus apariciones en el comic, una selección de las cuales apareció publicada en 1988 con el título Las mejores historias del Joker jamás contadas, auténtico privilegio para un villano tan siniestro (aunque carismático) como el que aquí nos ocupa.


No obstante, tuvieron que pasar casi veinte años para que pudiésemos ver de vuelta al Joker en la gran pantalla de la mano de Heath Ledger en El caballero Oscuro (2008), segunda entrega de la trilogía del Señor de la Noche rodada por Christopher Nolan, que demostró que el cine de superhéroes y el cine de autor no eran incompatibles, relanzando el universo cinematográfico de DC Comics, de capa caída (nunca mejor dicho) desde mediados de los noventa. El Caballero Oscuro se beneficia de una de las mejoras interpretaciones de Ledger, sencillamente excepcional con ese maquillaje de guerra apenas esbozado y esas cicatrices que convierten su boca en una parodia de una sonrisa. Si las versiones de Romero y Nicholson tenían un toque lúdico y, hasta cierto punto, festivo, el Joker de Ledger es una fuerza de la naturaleza: incognoscible, imprevisible e implacable. Caos en estado puro. Como dice Alfred durante un momento de la película, "Hay gente que sólo quiere ver arder el mundo". Pese a que no da explicaciones sobre su origen, el Joker de Nolan recoge algunos aspectos de su homólogo de los comics, en especial su fijación con Batman ("Tú me complementas") que deriva en una curiosa relación de amor-odio que ya había sido explotada por Frank Miller en su clásica tetralogía sobre El regreso del Señor de la Noche (1986) donde el Joker llama "Querido" a su adversario en varias ocasiones. Hay quien quiere ver en el Joker de Joaquín Phoenix un prólogo al de Nolan, el germen de la versión de Ledger, pero es falso. Ambos personajes viven en universos distintos y, a su vez, fuera de la fallida continuidad del UCDC, donde Jared Leto tomó el relevo del difunto actor australiano en El Escuadrón Suicida (David Ayer, 2016), dando vida a un Joker repleto de piercings y tatuajes que más parece un gánster excéntrico (y algo sádico) que el peligroso sociópata de la trilogía de Nolan, aunque visto lo visto, no está claro que la versión de Leto vaya a tener continuidad.


Volviendo al Joker de Todd Philips y Joaquín Phoenix, su singularidad queda clara desde el principio, con esos títulos de crédito retro setenteros y ese aire vintage que remite a clásicos asimilados del Séptimo Arte como Taxi Driver (1976) y El rey de la comedia (1982), ambas - casualidad o no - dirigidas por Martin Scorsese, productor de la cinta que nos ocupa; además de las ya mencionadas Un día de furia (1993), La broma asesina (1988) o El regreso del Señor de la Noche de Miller, en la que se inspira claramente la escena del Joker como invitado en el programa de Murray Franklin (Robert de Niro). Incluso, en algunos momentos, se permite homenajear al Joker de Ledger pese a que, como ya decíamos, ambos personajes no tengan nada que ver. Pero más allá de homenajes y referencias varias, la película de Phillips es una delicia narrativa que se sostiene por sí misma. Un aterrador descenso a la locura vivido en primera persona a través de los ojos de su protagonista, un aspirante a cómico que no ha sido feliz ni un sólo día de su vida. Es importante destacar que no estamos hablando de una película de superhéroes más, ni siquiera de supervillanos. Como tal, Joker es inclasificable. ¿Thriller de suspense? ¿Un alegato nihilista? ¿Pesadilla paranoide? ¿Alucinación dentro de una alucinación? ¿O el viaje al corazón de la tinieblas de Kurtz, en versión Gotham City? Tanto da. Desde el punto de vista del Joker, la historia de siempre, tal y como la creíamos conocer, se distorsiona y retuerce hasta que no podemos estar seguros de nada, tal y como le sucede al protagonista, un Joaquín Phoenix en estado de gracia que aquí nos ofrece una de las mejores interpretaciones de su ya de por sí brillante trayectoria, cargada de intensidad y convicción, aunque lejos del histrionismo afectado de Nicholson. Por otro lado, mientras que Ledger ya era el Joker desde el principio del filme, Philips y Phoenix se toman su tiempo para desarrollar al personaje, dosificando la transformación del mismo hasta el momento climático de la historia, cuando un Arthur Fleck que por fin ha abrazado su auténtica naturaleza abandona su apartamento para acudir al estudio de televisión.


¿Será esta la versión definitiva del personaje? No es probable. El Joker es el hombre de las mil caras y el misterio le sienta bien. Como le dice Batman a la doctora Quinn en Amor loco (Paul Dini, 1994): "Es un comediante, Harley. Como todos ellos, utiliza cualquier material que funcione". No importa si su auténtico nombre es Capucha Roja, Jack Napier, Joe Kerr, Mr. J, el barón Samedí, Arthur Fleck o un simple don Nadie. Al contrario que Batman, el Joker no tiene una doble identidad. No hay un hombre debajo de la máscara: él es la máscara. Caos en estado puro que se reinventa a sí mismo cada cierto tiempo. Por eso puede haber tantos Jokers como guionistas le imaginen, o actores le interpreten: cada uno de ellos le aporta algo a un personaje que ya de por sí es casi perfecto en su villanía. Sin embargo, si alguien se ha acercado a captar la auténtica esencia del personaje, la confusión que acecha tras el maquillaje y los trucos de manos, esos pueden haber sido Todd Philips y Joaquín Phoenix. O no. ¿Quién sabe? Como el propio Joker afirma casi al final de la película, los demás no podemos entender el chiste, porque estamos cuerdos y no disfrutamos de ese divino don que los sabios denominan locura.

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