Bienvenidos al 2019

Entonces parecía una fecha muy lejana
Si atendemos al cine, este 2019 que acaba de empezar debería de ser diferente. Podría ser el futuro distópico que aventuraba Zardoz (1974); o la pesadilla post nuclear de Akira (1988); o vivir en mundo de clones, como se insinuaba en La isla (2009); o dominado por los vampiros, tal y como ocurría en Daybreakers (2009). O incluso el mañana lluvioso, opresivo y decadente de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Películas de anticipación que comparten, todas ellas, estar ambientadas en el mismo año: el 2019. Sin embargo, este ya ha llegado y, tal como adelantábamos, no puede ser más diferente. Todavía no hay coches voladores, ni ha habido una guerra nuclear, ni la humanidad se ha lanzado a colonizar el espacio, ni los clones o los vampiros pululan por las calles de Tokio y Nueva York.
En ese sentido, cabe pensar que muchos de los autores y filmes clásicos del género se equivocaron al predecir el futuro, y en cambio, no vieron la auténtica revolución que estaba por llegar: los ordenadores personales, Internet, la telefonía móvil, la nube y las redes sociales, entre otros avances propios de la sociedad 3.0. Algo que es más que evidente en Blade Runner, tal vez la más conocida de las películas aquí mencionadas.

La publicidad nunca desaparece
En Blade Runner no hay smartphones. En las cabinas telefónicas vemos pantallas para hacer videoconferencias, pero no hay teléfonos móviles. Al principio de la película Deckard lee un periódico de papel de lo más normal (en vez de hacerlo en una tablet). La máquina del test Voight-Kampf parace un cruce steampunk entre fuelle, lente de oculista y mecano armado por un ingeniero puesto hasta las cejas de absenta. Aparte de los coches voladores, la única tecnología remotamente futurista es ese analizador de imágenes, que hoy día seria considerado una antigualla inútil por cualquier usuario que tuviese en su casa un Mac Pro con escaner y el Adobe Photoshop instalado. Por lo demás, el filme tiene una atmósfera calculadamente retro, noir y decadente, en la que lo viejo y lo moderno conviven y se fusionan de forma armónica.
Algo parecido ocurre con La guerra de las Galaxías original (ahora rebautizada como Episodio IV). Todo el argumento gira en torno a un droide que contiene los planos secretos de la Estrella de la Muerte, la estación de combate definitiva del Imperio. Unos (los imperiales) intentan recuperar los planos, mientras que otros (los protagonistas) intentan entregárselos a la Alianza Rebelde. Como escribía Peter David en su columna, But I digress, ¿Por qué no los enviaron simplemente por correo electrónico? ¿O los subieron a la nube para que cualquiera pudiese descargárselos?
Pues porque cuando Lucas rodó la película, en 1977, dicha tecnología todavía estaba en mantillas. De hecho, apenas hay referencias a la misma en toda la trilogía original, salvo por un par de apuntes sueltos en El retorno del Jedi (1983). La Holonet es un producto del Universo Expandido, donde se mencionan tímidamente las datapads (una especie de tablets), se habla de ordenadores, e incluso se menciona a algunos hackers, pero en general da la impresión de que en el universo creado por George Lucas la tecnología ha derivado por otros derroteros, igual que le ocurrió en su momento a la serie Battlestar Galáctica original de 1978-1979. Pese a ser robots, los cylones tienen un cierto aire humano y, hasta cierto punto, individualizado, como si más que máquinas fuesen soldados de asalto imperiales. En cambio, en el posterior remake del 2006, la naturaleza de los cylons está mucho mejor definida. No sólo parecen robots, sino que se comportan como tales. Están sincronizados entre sí, y conectados a su vez a un servidor central que coordina sus acciones, al igual que los cylons de apariencia humana que, al morir, descargan un backup de su memoria y personalidad en un nuevo cuerpo. A mayor abundamiento, en dicho remake la Galáctica se salva no tanto por la intuición de Adama, sino porque al ser una nave antigua, al filo del desguace, su software estaba anticuado y no se ve afectado por el virus cylon que introduce Baltar, al contrario que el resto de la flota.

Con licencia para hacer el ridículo
Otras películas especulaban con un 2019 más post apocalíptico que el de Blade Runner, tal que la lisérgica Zardoz de John Milius, protagonizada por un Sean Connery que logra el reto de salir airoso vestido con un manquini similar al de Borat (Larry Clarkes & Sacha Baron Cohen, (2006), o la versión cinematográfica de Akira (Katsuhiro Ôtomo, 1988), más breve que el manga original, pero igual de desfasada y adrenalínica. Motos de gran cubicaje, sí; mutantes, telépatas y telequinéticos, no. Un caso particular es el de La isla (2005) de Michael Bay, ya que la tecnología con la que se especula en el filme si existe a día de hoy, aunque no se ha desarrollado más por frenos morales y legales que porque sea técnicamente imposible. Al menos, de cara al público, aunque quien sabe si en algún laboratorio secreto no se llevan a cabo ese tipo de experimentos, tal y como planteaban los guionistas, en linea con otros autores del género, como Michael Marshall Smith (Clones, 1996) o David Brin en Gente de barro (2002).

Un lócal de copas cualquiera de 2019
Visto lo visto, ¿qué obras de ficción se han acercado más al 2019, tal y como es en realidad? Curiosamente, aquellas que imaginaron un futuro más cotidiano, salvo por pequeños detalles puntuales para dar el toque futurista, como la ya mencionada La isla; Perseguido (1983), basada en una novela de Richard Bachman (Stephen King) y adaptada a la gran pantalla para mayor gloria de Arnold Schwarzenegger; o la más reciente Geostorm (2017), dirigida por Dean Devlin, compañero habitual de Roland Emmerich y todo un experto en el cine de catástrofes. Y es que el futuro, una vez aquí, es más vulgar de lo que pensábamos, incluso en esos aspectos que marcan la diferencia. Los teléfonos móviles, los manos libres, los navegadores, las redes wifi y otros tantos gadgets se han incorporado a nuestro día a día hasta tal punto que pasan completamente desapercibidos, como si siempre hubiesen estado ahí. El cambio ha sido rápido, pero la asimilación ha sido completa, al menos entre las nuevas generaciones, que han pasado por un proceso de aclimatación menos traumático que aquellos que nacimos en el ya lejano siglo XX. La alternativa era habernos extinguido víctimas de un holocausto nuclear (como en Mad Max), o por el impacto de un meteorito (como en Deep impact) o a causa de algún tipo de catástrofe planetaria, como en 2012 de (precisamente) Dean Devlin y Roland Emmerich. Y es que, a estas alturas de la historia, y según todos los profetas del apocalipsis, el fin del mundo ya debería de haber llegado no una, sino varias veces. Claro que quien sabe, tal vez la extinción no tenga porque ser repentina, de un día para otro, sino un proceso gradual a medida que como especie nos vamos volviendo, simplemente, tontos (y tontas) del culo. Con perdón.

En 2019 siguen poniéndote multas de tráfico
FILMOGRAFÍA:

- Zardoz (1974).
- Blade Runner (1982).
- 2019, tras la caida de Nueva York (1983).
- Perseguido (1987).
- Akira (1988).
- Steel frontier (1995).
- La isla (2005).
- Daybreakers (2009).
- La carretera (2009).
- Geostorm (2017).

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