Marc Behm y la mirada del Observador

Ewan McGregor como The Eye
Marc Behm pasará a la historia como el autor de ese clásico del género negro titulado El ojo del observador (The eye of the beholder, en inglés original), escrito en un momento (1980) en que el Noir ya estaba un tanto demodé, pese a lo cual Behm supo plasmar una historia firmemente enraizada en las esencias del género, aunque con un toque perturbador (e incluso, voyeurista) digno de Hitchcock o del mejor Polanski.
No es que fuera su carta de presentación, ni mucho menos. Escritor tardío, oriundo de los EEUU pero expatriado en Francia desde la segunda Guerra Mundial, Behm comenzó su trayectoria profesional como guionista de cine, donde obtuvo notables éxitos gracias a su trabajo en filmes como Charada (1963) o Help! (1965), de Richard Lester, a mayor gloria de unos incipientes Beatles. De hecho, el argumento de El ojo del observador nació como un proyecto descartado de guión cinematográfico para el productor Philip Yordan.
El debut literario de Behm tuvo lugar a finales de los setenta con La reina de la noche, una novela a caballo entre la ficción y la realidad, que cuenta las turbulentas experiencias de una joven bisexual alemana durante el auge del nazismo y la segunda guerra mundial. Tan enamoradiza como despiadada, Edmunde va escalando posiciones dentro del partido hasta terminar, casi al final de la contienda, al mando de uno de los muchos campos de trabajo y/o exterminio construidos por el régimen nazi a partir de 1941. Narrada en primera persona, la historia no escatima escenas de notable crudeza, así como de un elevado contenido erótico, reflejando a la vez el vértigo de la época y el glamour siniestro que el nazismo ejerció sobre buena parte de la población alemana durante el periodo de entreguerras y, en especial, a partir de 1933, cuando Hitler es nombrado Canciller.

El punto de vista del Observador
A continuación apareció la que para muchos es su obra maestra, la ya mencionada El ojo del observador (1980), cuyo protagonista es un detective privado del que nunca conocemos su nombre, tal solo su alias (El Ojo), especialista en seguir gente, el cual recibe el encargo de vigilar a una joven y atractiva asesina en serie que seduce a sus víctimas para casarse con ellas y, a continuación, eliminarlas tras la noche de bodas. Víctimas preferentemente varones aunque, como la Edmunde de La reina de la noche, tampoco descarte tener relaciones (o incluso enamorarse) de otras mujeres según las circunstancias. El Ojo podría delatarla a la policía casi desde un principio, pero en vez de eso entre ambos se establece una extraña relación de dependencia casi obsesiva. Fascinado por esa mezcla de belleza y crueldad a partes iguales, El Ojo no puede dejar de observarla al tiempo que la protege: de la policía, de la sociedad, incluso de ella misma. En un principio, piensa, porque le recuerda a su hija perdida, aunque a medida que avanza la narración el motivo es cada vez más confuso y el interés puramente paternofilial se mezcla con una cierta atracción erótica, no por implícita menos evidente, que le da un toque extra de morbo a una historia ya de por sí fascinante. En cierto momento la protagonista es consciente de que la están vigilando e intenta cazar a su perseguidor, aunque El Ojo siempre va dos pasos por delante de ella y logra escapar de sus encerronas. Con el tiempo, la joven termina por aceptar la situación y se refiere a su sombra como su “Ángel guardián”, asumiendo (hasta cierto punto) su papel como protector y guardaespaldas. El final de la novela es, sencillamente, memorable, sin duda uno de los mejores de la historia del género, y tras su lectura nos deja con una sensación agridulce en la boca del estómago ante el ¿triste? destino de este par de supervivientes, condenados a estar siempre cerca, pero nunca juntos, en el sentido más tradicional del término.
Tal vez menos conocida (pero no por ello menos interesante) es su tercera novela, La doncella de hielo (1982), una historia de vampirismo a contracorriente de la moda imperante a principios de de los ochenta gracias a Anne Rice y su Entrevista con el vampiro (1976), con sus protagonistas lánguidos, ambiguos y atormentados. Frente a ellos, el personaje de Cora (la doncella de hielo) rezuma sensualidad y vitalidad (aunque esto pueda parecer contradictorio, dado su carácter de no muerta), pese a lo cual, como cualquier humano, tiene que preocuparse por llegar a fin de mes, lo que le inspira la idea de atracar el casino en el que trabaja con la ayuda de otros dos chupasangres tan pobres como ella. Más que una novela de terror, La doncella de hielo es una mezcla entre el subgénero de atracos (im)perfectos y la comedia de enredo (donde todo lo que puede salir mal, saldrá mal), con frecuentes toques de humor salvaje y políticamente incorrecto, en la mejor tradición de su autor. Con un ritmo frenético, casi cinematográfico, este libro pone el broche de oro a la trilogía clásica de Behm que con posterioridad escribiría otras seis novelas (y una antología de relatos cortos), aunque ya sin el impacto y la repercusión de las aquí comentadas.


En España, Behm fue un autor descubierto por ediciones Júcar que publicó La reina de la noche, El ojo del observador y La doncella de hielo en sus sellos Etiqueta Rota y Etiqueta Negra. De las tres, la única que ha sido reeditada con cierta frecuencia ha sido El ojo del observador, que todavía es accesible al lector actual a través de colecciones dedicadas al género negro como la de RBA, mientras que las otras dos (en especial, La reina de la noche) son prácticamente inaccesibles fuera del mercado de segunda mano y, muchas veces, a precios exorbitantes.
A mayor abundamiento, El ojo del observador ha sido llevada a la gran pantalla en dos ocasiones. Una primera en 1983, por el cineasta francés Claude Miller, en una versión un tanto libre titulada Mortelle randonnée, con Michel Serraut como El Ojo e Isabelle Adjani en el papel de Marie; y más recientemente (1999) por Stephan Elliott en una versión - Eye of the beholder - más fiel al original y que, de hecho, contó con la colaboración del propio Behm en el guión, adaptando su novela, además de la baza de dos actores protagonistas tan atractivos y populares por aquel entonces como Ewan McGregor (El Ojo) y Ashley Judd (Joanna).

Isabelle Adjani como Marie
Casi un desconocido para las nuevas generaciones de lectores, Behm falleció en Francia el 12 de julio de 2007. En 2012 se publicó su última novela, Le Hold-Up des salopettes, completada para la ocasión por el hijo del autor, Jeremy Behm. Escritor incisivo, Behm aportó un soplo de aire fresco a la literatura policiaca gracias a su habilidad para fusionar el género negro USA con lo más selecto del Noir europeo, sin olvidarnos de su talento a la hora de construir personajes y situaciones inolvidables. Sin duda, merecería - merece - un reconocimiento mayor que el que ha tenido, además de una reedición completa y cuidada de sus obras o, por lo menos, de los tres títulos aquí comentados, que componen el núcleo duro e imprescindible de su bibliografía y que en su mayor parte están descatalogados y llevan muchos años ausentes de nuestras librerías. Ese, sin duda, es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor, aunque sea a título póstumo.

A la memoria de Marc Behm. Con admiración y sincero respeto,

Alejandro Caveda.

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