A propósito de la piratería y el libro digital (una reflexión)

Parecía que tras la industria musical y la cinematográfica, era el turno de la editorial de sufrir en sus carnes el azote de la piratería digital a causa de la popularización de formatos libres como el epub o el FB2, amén de los lectores de libros electrónicos, tabletas y otros dispositivos móviles susceptibles de ser usados como soporte de lectura. Y así ha sido, aunque no tanto como en los otros dos casos mencionados, debido en parte a determinadas características de la propia industria que han atenuado el golpe de momento. A saber, mientras que ver películas o escuchar música son entretenimientos con gran aceptación popular, la lectura es un placer más minoritario y, a mayor abundamiento, a muchos aficionados a la misma les cuesta pasar por el aro del formato digital, prefiriendo, en cambio, el libro original en papel de toda la vida.
Todo esto no quiere decir que el problema no exista. El ebook está ahí y ha venido para quedarse, al igual que el mp3 o el divx, por lo que a la larga a la industria editorial no le quedara más remedio que intentar adaptarse a los nuevos tiempos, al igual que ha pasado con las productoras cinematográficas o musicales. Por otro lado, basta con escribir en Google el título de cualquier libro de actualidad, añadir la palabra epub, y sentarse a repasar la lista de resultados. No pocos autores se han encontrado con la sorpresa de que su último trabajo está disponible para su descarga gratuita al día siguiente (si no antes) de salir al mercado, a veces incluso en páginas a priori poco sospechosas de fomentar la piratería (y no damos nombres por eso de no meter el dedo en el ojo).
Parte de la responsabilidad, todo hay que decirlo, la tiene la propia industria. Algunas editoriales tienen ya un amplio catálogo de libros electrónicos gratuitos o en oferta, pero otras insisten en cobrar casi lo mismo por ambos formatos (papel y digital) lo que echa para atrás a muchos lectores que, puestos a rascarse el bolsillo, prefieren el ejemplar en papel. Por no hablar de los formatos DRM (que al final sólo perjudican al cliente honrado, puesto que el pirata se los salta olímpicamente) o de estas plataformas donde pagas por leer el libro, pero no puedes descargarte una copia a tu dispositivo, con lo cual en teoría (y en la práctica) podrían, llegado el caso, bloquearte el acceso a tu biblioteca. Cada vez hay más voces que reclaman la necesidad de que exista un equivalente a Netflix o Spotify para el mercado editorial y, de hecho, iniciativas como Nubico abren un rayo de esperanza de cara al futuro y a la convivencia de ambos modelos de lectura, el tradicional y el electrónico, aunque todavía queda mucho camino por recorrer en este sentido. Si yo voy a una librería tradicional, puedo pagar en efectivo y salir con el libro bajo el brazo sin más complicaciones. En cambio, para poder descargarte un ebook, incluso gratuito, muchas veces tienes que pasar por un engorroso proceso de registro o dar tu dirección de correo electrónico. No digamos ya si es de pago, en cuyo caso ya tendrías que dar tu número de tarjeta, tener cuenta en Paypal o realizar una transferencia bancaria. Cierto que no se trata de obstáculos insalvables, pero si molestos y eso, en una sociedad como la nuestra, donde el tiempo es oro y a la gente le gustan las soluciones rápidas y sencillas, desanima a muchas personas que siguen encontrando más cómoda la descarga directa.


Pero para ser justos, la responsabilidad no es exclusiva de las editoriales. Para encauzar el problema es necesario también combatir esa convicción ingenua pero errónea de que el acceso a la cultura debe ser libre y gratuito, tan arraigada en nuestro país que incluso algunos partidos políticos la defienden sin tapujos. El español medio asume que, cuando contrata una tarifa de acceso a Internet, esta incluye el derecho a descargarse todo tipo de contenidos, ya sean protegidos o no. En caso contrario, ¿para qué la quiero? Por lo tanto, es necesario educar y mentalizar a la gente de que la cultura, como todas las actividades humanas, requiere una inversión (en tiempo, en dinero, en esfuerzo) y que el autor tiene el derecho y la aspiración de vivir (aunque sea de malvivir) de su obra. Y lo mismo vale para los editores. Publicar libros, nos guste o no, es un negocio. Hay gente que vive de ello y tiene el mismo derecho a hacerlo que el dueño de un quiosco o un taxista, por poner dos ejemplos. Es cierto que si el editor desaparece el escritor puede buscar otros canales para publicar y difundir su obra (aquí ya hemos hablado de algunos de ellos) pero ¿qué pasa si es el propio autor el que decide que no le merece la pena seguir escribiendo para que otros se beneficien del fruto de su esfuerzo y de su inspiración? Si nadie escribe, tampoco se publica, exceptuando cuatro privilegiados que pudiesen hacerlo por amor al arte. Por lo tanto, a medio y largo plazo es necesario concienciar a la gente de que se puede y se debe pagar un precio razonable por los contenidos culturales, a la vez que la industria tiene que asumir que los tiempos están cambiando, racionalizar los precios de los ebooks y dar más facilidades a los clientes virtuales para la adquisición y descarga de sus ejemplares sin que parezca que estás haciendo la declaración de la renta.
Dicho esto, hay dos casos en los cuales el autor de estas líneas comprende (y casi disculpa) este tipo de actividad irregular: uno, cuando se trata de un libro antiguo, descatalogado, y sin visos de ser reeditado en breve; y otro, cuando se trata de algún título o autor extranjero que nadie quiere publicar en castellano. En ambos casos, insisto, un servidor agradece al servicial artesano que se molesta en digitalizar (y traducir, llegado el caso) a dicha obra o autor para ponerla al alcance de otros lectores. De nuevo me dirán que hay otras soluciones, como las librerías de 2ª mano, o gigantes como Amazon que te consiguen casi cualquier libro de cualquier autor de prácticamente cualquier rincón de mundo. Y es cierto, pero no menos cierto es que cuantas más opciones mejor, y que cuando es la industria la que hace dejación de sus funciones, y renuncia a editar (o reeditar, según el caso) determinadas obras, no parece justo condenar la iniciativa personal para remediar este tipo de situaciones, aunque entiendo esta no deja de ser mi opinión personal y, como tal, muy discutible. ¿Llegará algún momento en el que el formato digital reemplace por completo al físico? El tiempo lo dirá aunque, hoy por hoy, el gran desafío de la industria es - como decíamos poco más arriba - rentabilizar el ebook sin caer en los viejos errores del pasado. Y ya se sabe que nadie como el ser humano para tropezar dos veces en la misma piedra...

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Comentarios

Elwin Álvarez Fuentes ha dicho que…
Has escogido otro tema de gran interés, además por ser tan actual y de tanta relevancia para gente como nosotros que amamos la lectura. Supongo en otra ocasión te referirás a los cómics digitales ¿No?
Tengo unos cuantos amigos que gustan de leer en estos formatos y algunos tratan de motivarme a sumarme a ello, no obstante soy un tradicionalista y me gusta tener un buen libro entre las manos (y mientras más linda sea la edición, mejor).
Alejandro Caveda ha dicho que…
Bueno, aquí estaríamos mezclando dos temas distintos como son los de formato digital sí o no, y su precedencia. En principio yo también prefiero el libro de papel, pero al final por una cuestión de espacio y comodidad, acabas adaptándote al eReader. Es el sino de los tiempos. ¡Ya me contarás!

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